Deseo de nada
Todavía es
temprano.
Mil noches
han caído sobre la tierra,
y otras mil
cayeron antes,
pero aún no
es tarde.
El viento
arropa con tanta fuerza la casa
que se diría
una madre enloquecida de amor.
Pero el
viento no puede amar.
Tengo miedo.
El mar no
está lejos de aquí,
y yo soy esa
misma arena sobre la que caen
furiosas,
incontenibles y enajenadas las olas.
Más allá, en
el centro mismo de la tormenta,
mi ojo busca
las razones de tanta rabia.
Tengo ganas
de azotar a la noche
hasta verla
sangrar.
Deseo hasta
el infinito
poseer algo
que jamás se entregue.
El jardín como destino
En los
umbrales del jardín te espera la más hermosa nada.
No
encontrarás al gran ángel negro de alas encendidas
ni saldrá a
recibirte el viejo barbón que custodia la casa.
Ahí has de
encontrarte con el gran desconocido que fuiste,
con aquel
obscuro murmullo que aterrorizó tu niñez,
el mismo
canto de sordos que cargaste la vida entera.
No
encontrarás girasoles que se inclinen a occidente,
ni azaleas
encarnadas que escapen al alba.
Atrás habrán
quedado los árboles del Paraíso
con sus ramas
desfloradas
erguidas al
cielo con orgullosa inocencia
y conocerás
la vergüenza de haberte avergonzado un día de tu desnudez.
Si alguna vez
llegas a los confines del jardín,
ahí donde
todo lo ha quemado el cielo,
donde la
materia cumple su único destino,
sabrás que tu
vida ha sido como un poema atravesado de tormentos
pero
insensible a sus propias palabras.
Y te
preguntarás cómo has podido no entender
que tu anhelo
de vivir eternamente,
tu miedo
animal a la soledad,
no tenía el
poder de construir otros mundos.
El jardín es
uno solo y a él vas y vuelves sin percatarte.
Y como el
alma no siente, sólo sabe,
te
sorprenderás al saber que la nada posee tu propio rostro.
El Regreso
Mi madre a
los treinta
era una joven
de ojos grandes,
agobiados,
cargados de
urgencias que yo no comprendía.
Entonces nada
me asustaba tanto
como la
posible tiniebla de su abandono.
Por eso iba
tras ella a todos lados
como un bicho
perseguía su luz.
El pueblo,
su campanario
y las solteronas arcaicas,
danzarinas de
las hogueras de San Juan,
nos parecían
tan tristes
que
ansiábamos irnos a otra parte.
Claro que
todo estaba dispuesto
para
obligarnos a permanecer allí.
Por eso mamá
leía para mí
historias de otros mundos,
de ciudades
lejanas pobladas de héroes y villanos
o de animales
que hablaban en nombre de la virtud y el vicio.
Pero cuando
llegaba la hora de la cena
ella volvía
resignada a la cocina para preparar la mesa,
dejándome
casi siempre con el libro en las manos.
Cómo podía
saber ella,
pobrecita
mamá,
que regresar
de aquellos mundos
a mí me llevaría una vida
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu comentario es de gran utilidad para para Abraelazuldelcielo. Ce.