viernes, 28 de diciembre de 2012

Nuestra música

Para despedir el 2012 y recibir el 2013, se me ocurrió subir videos de algunos de nuestros músicos peruanos, los que más me gustan. Que tengan un año nuevo inolvidable. Muchos cariños de mi parte, Ce






















Hang, un instrumento

Tom Waits

El grito de Lorca


El grito ( Federico García Lorca)




La elipse de un grito
va de monte
a monte.

Desde los olivos,
será un arco iris negro
sobre la noche azul.

¡Ay!

Como un arco de viola,
el grito ha hecho vibrar
largas cuerdas del viento.

¡Ay!

(Las gentes de las cuevas
asoman sus velones.)

¡Ay!


Somos lo que vemos



Hay que estar muy atentos en lo que enseñamos a nuestros niños.

Aleluya



Este homenaje de los mejores músicos norteamericanos a las vítimas de Connecticut quedó pendiente.

Un director de orquesta






Aceptación

Aceptación - Alina Diaconu


¿Cómo aceptarlo todo
sin resistir?
¿Cómo fluir con la corriente
sin usar lo que creemos es
nuestra preciada voluntad?
¿Cómo dejar que las cosas sean
no como nosotros las queremos?
¿Cómo sustituir
terquedad por flexibilidad,
imposición por aceptación,
sin que eso sea renuncia?
¿Cómo existir sin esfuerzo?
¿Cómo abandonar la lucha
que nos posibilita
una vana sensación de triunfo?
¿Cómo soltar
la idea de cambiarlo todo
a nuestro antojo
e intentar cambiarnos nosotros
a nosotros mismos,
olvidando la propuesta
de cambiar el afuera?

Acaso la respuesta
a tanto interrogante
sea entender que esas son
las causas de la ira
y que su supresión es suprimir
a ese arremolinado enemigo.

Alina Diaconú
del libro “Poemas del silencio”

domingo, 23 de diciembre de 2012

Recuerdos de Navidad


Quien sabe estos recuerdos sirvan para que ustedes en algún momento de esta celebración de Navidad, se den tiempo para recordar algunas anécdotas, pequeñas historias que hicieron que esa Navidad fuese mágica e inolvidable.

Desde que tengo memoria mi papá, que era ingeniero, era quien hacía la casa para alojar el nacimiento de Navidad. La hacía casi el último día pero ponía toda su creatividad y empeño en que fuese original y se convirtiese en el centro de nuestra fiesta. Una vez era super moderna con papeles laminados de colores brillantes, otras un modesto pesebre hecho con ramas cruzadas, y el que recuerdo con más intensidad, fue una carpa árabe clavada en el suelo del jardín. A la intemperie o dentro de la sala sus nacimientos eran para nosotros algo digno de celebrar. Esta va a ser la segunda Navidad en la que él no estará con nosotros y por eso fue para mí una alegría enorme ver en casa de mi hermano Jorge un nacimiento tan especial como a los que mi papá nos tenía acostumbrados. No había que preocuparse, mi hermano continuaría la tradición.

Subí a un taxi y me quejé de la Navidad, el tráfico, los peligros de la calle, el tiempo que no alcanza, y el taxista me dijo: — "La Navidad es la mejor época del año. Es el día en el que la familia se encuentra, se demuestra su cariño, se está con las personas que más se quiere. Es una maravilla la Navidad". Gran lección.

Esta mañana Nilda me contó como pasaría la noche del 24, cenarían en su casa pero a las 12 en punto saldrían a encontrarse con los vecinos y abrazarse con ellos. Es cierto que las casas son chiquitas y están una cerca de la otra, pero me pareció una costumbre digna de imitarse. Su tía, una vez acabada la cena pondría llave a la puerta para que no se escapen los muchachos y vayan por ahí a tomar y perderse. Mejor cuidarlos de antemano.

Cuando era chica salíamos al parque a cierta hora, un tío nos llevaba con la excusa de los cohetes. Al regresar, mi mamá nos decía que justo en esos instantes había llegado Papa noel por la chimenea y había dejado regalos para nosotros. La alegría de los regalos nos hacía olvidar la pena de no haber visto a ese personaje tan extraño y generoso que venía del polo norte volando en un carro jalado por renos.

Mario, me cuenta que podría jurar haber visto a Papa Noel una Navidad bajando en puntas de pie las escaleras de su casa.

Después de escuchar a los Parchis en la televisión cantando en el Puericultorio “¡Ven a mi casa esta Navidad!” Decidimos hacer los trámites para poder invitar a dos niños, un hombrecito y una niña a pasar el 25 en nuestra casa. Fue algo que ni nosotros ni nuestros hijos olvidaremos jamás. Primero los llevamos a pasear a la Punta, dimos un paseo en un bote y después estuvimos en casa jugando y conversando. Almorzamos en el jardín y pasamos una tarde muy especial.

Ya había publicado el blog y recibo estas hermosas reflexiones y recuerdos de mi amiga española Carmen Rico Coira, hubieran merecido página especial pero de lo que se trata es de que vayan y aquí están. Gracias querida Carmen.

"22-12-2012

A Casi todos los adultos la Navidad les resulta triste. A mi, no lo sé... Por un lado aún queda en mí algo de aquella niña que estiraba con la uña del pulgar los papeles de plata que envolvían algunas naranjas en Navidad. Las mejores naranjas de mesa que se vendían en la tienda de mis padres venían recubiertas con papeles de colores brillantes... Verdes, rojos, violeta.... Así eran por un lado y por el otro de pura plata. Los estiraba tanto que de tan finos, los envoltorios, al moverse sonaba una especie de musiquita. Y a veces de tanto estirarlos se me rompían...Yo, no era consciente de que era pobre. Era normal, como todos, como la mayoría de los niños que conocía. Y cualquier cosa que cambiase el ritmo era formidable... Y la Navidad También.

Además, guardaba unas virutas brillantes que traían las nueces y las avellanas. Y con todo ello y poco más... Quizá papel charol para recortar lunas y estrellas ,hacíamos una especie de adornos navideños. Pero Lo que en realidad me gustaba eran las bolas para colgar que vendían en La Celta... Las había de todos los tamaños y colores, pero siempre resultaban demasiado caras... Y las figuritas del belén... Que era como jugar a las casitas, pero más... Porque era todo un pueblo. Una comunidad, con sus buenos y sus malos. Con el río de plata... Los patos, los puentes, el musgo...las casitas por las colinas y un poco más allá , el desierto... Lo mejor. Con los tres reyes que traían regalos. Si, en ese tiempo era bonito... La imaginación volaba y se fabricaban castillos en el aire.

En la buhardilla de mi casa, encima de un viejo somier, a modo de tarima, mis vecinos armaban el Belén más bonito que jamás había visto. Quizá el único, salvo el del colegio, que siempre era muy sobrio y dejaba poco lugar a la imaginación. Ahora pienso que ya en aquel momento debía de ser antiguo. Eran figuras de barro pintadas. Grandes. Realmente grandes... A mi me parecía. Pero sobre todo, lo que nunca olvidaré eran los camellos con los reyes , precedidos de tres pajes y que cada día avanzaban un poco más en su camino de arena. Era milagroso ver como iban acercándose al oasis de palmeras. Aún cuando descubrí quienes eran en verdad los reyes, nunca pude averiguar de quién era la mano mágica que movía cada noche un poco aquel cortejo. Mis padres, no lo creo. Demasiado ocupados con su trabajo. Bastante hacían para procurarnos algún regalo para el día seis, como para dedicarse a esas pamplinas... Nunca lo descubrí, a pesar de que espié... Sobre todo a mi hermano, que sabía de lo emocionante que era para mí observar las huellas que dejaban los camellos en su periplo. También espié a la vecina y pregunté...

Luego me tocó organizar las navidades de mi hijo. Las de mis padres...y Ahora sigo la rutina porque no se trata de aguar la fiesta a nadie y las disfruto y las sufro por igual. Mucha gente se fue quedando en el camino. Natural...pero se extraña. Estos días resultan melancólicos por muchas cosas, pero también por la luz, o más bien por su ausencia, pero nos queda la esperanza de que cuando esto acabe y empecemos a gastar las hojas del nuevo calendario la promesa de los minutos ganados a la noche me produce una sensación un tanto eufórica y se agradece...

Y cuando esta mañana, al levantarme y ver el cielo, pensé... Vale la pena, también vale la pena vivir por ver un amanecer como este en diciembre... Así que aprovecho la imagen que capturó mi iphone de este cielo de colores para compartir contigo esta agradable sensación del solsticio de invierno.



Con todo el cariño." Carmen





El regalo de la Navidad

Recibo este artículo de Lucy Newton Valdivieso y decido compartirlo con ustedes. Muchas gracias Lucy.




La Navidad, es el acontecimiento más importante del calendario Cristiano, porque a partir del nacimiento de Cristo, se presenta al mundo al “verbo encarnado”, al hijo de Dios, hecho hombre para enseñarnos el camino de la verdad y del amor. Con el sólo hecho de ser Jesús quien fue, no importa que fuera sólo un hombre de carne y hueso igual a los de su época, se destacó como los que destacan los que vienen a este mundo y muestran perseverancia en hacer llegar a la comunidad que les rodea y a la que los trasciende, un mensaje de una importancia tan grande que persiste; que impacta las mentes y los corazones de aquellos.
En mi casa nunca se fue la representación de este evento; pues todo el año lo tuve puesto dentro de la chimenea, para que nos recordase que Dios sí existe, que Jesús existió y que su entorno, cuando se produjo tan venturoso suceso, fue en un ambiente sumamente humilde, pero glorioso. Allí llegaron ricos y pobres a rendirle homenaje…un homenaje de esperanza por un mundo mejor.
Cuando era niña me regocijaba esta época, porque esperaba los regalos de Papá Noel que bajaría por la chimenea y se comería las galletas que dejábamos encima de la mesa. Estábamos tan tentados por las galletas, que cuando se suponía que llegaba el gordo barbudo y panzón, ya no sobraba casi nada para él…ahora que han pasado los años me imagino la frustración que habrán sentido nuestros padres cuando después de envolver regalos toda la noche, se acercaban a ponerlos bajo el arbolito pensando en las ricas golosinas y en el vasito heladito de leche que los endulzarían y calmarían su cansancio. Pero en ese entonces, nosotros y muy pocos notábamos que más allá de los regalos materiales, estábamos celebrando el nacimiento de nuestro Salvador, Aquel que nos daría el regalo más grande de amor que ser alguno pudo mostrarnos. Jesús luchó por lo que sintió y se sacrificó por sus convicciones…igual como lo hacen los grandes luchadores sociales.
El otro día me fui a pasear por NY, a ver las vidrieras que cada año ponen las tiendas más importantes. Hasta ahora no vi alguna en la que se representa el nacimiento. Y me da tristeza cuando veo que esta fiesta se ha comercializado tanto, que uno se ve forzado a caminar lleno de bolsas y a contagiarse de la vorágine que nos rodea, so pena de acabar con las esperanzas de aquellos que ven esta estación del año como un tiempo para recibir regalos caros. Cuando Jesús recibió la visita de los reyes, ante su pesebre, adonde llegaron guiados por una luminosa estrella, también recibió regalos, pero que encerraban un simbolismo sobre lo que comenzaba y sería la vida de Jesús: oro, por ser un regalo que se otorgaba a reyes, demostraba su reinado sobre la humanidad; incienso, que va apareado con una alabanza que se eleva al cielo… su glorificación; y mirra, la sustancia con que se cubría a los muertos para conservarlos, que pronosticaba su sufrimiento y muerto futuros. Ese simbolismo ha sido mal entendido y transformado hoy, y aquellos que no reciben un regalo ese día se sienten desgraciados, llorosos y mal servidos. Y me pregunto: ¿Porqué no pensamos en el regalo de la vida? Los que tenemos una familia bien constituida, los que tenemos el beneficio de tener un trabajo y de poder traer el regular sustento diario a nuestras familias, deberíamos pensar en los menos afortunados y regalarles con la posibilidad de trabajar, de velar por sus familias y de traer la justicia al mundo.
Me encontraba pensando de nuevo, como antes ya lo escribí, en las muertes de esos niñitos inocentes y de sus sacrificados profesores, quienes con este suceso, han hecho reconsiderar al mundo sus valores, su comportamiento pasado y sus propuestas futuras. Han hecho cambiar la forma de ver al mundo y de recapacitar para crear un ambiente seguro y favorable para sus comunidades. De un hecho nefasto, surge el regalo de la compasión, el de la unión comunal, el de la reconstrucción.
En estos días se ha estado hablando también sobre el fin del mundo, el fin de los días de la Biblia, en el que vendrá Jesús entre las nubes, rodeado de sus ángeles para efectuar el juicio final…el veredicto no estará sujeto a seres terrenales, sino que medirá nuestra capacidad de regalar amor. Y a los que tenemos miedo que el cielo se nos caiga encima, que el árbol de atrás machaque nuestra casa, que nunca tengamos la oportunidad de ver a nuestros seres queridos de nuevo, se nos regala con la realización de una vez por todas, de que nuestro fin del mundo llegará cuando sucumbamos ante las injusticias, cuando nos dejemos arrastrar por pasiones negativas, cuando descuidemos nuestro ambiente y cuando no logremos despojarnos de nuestro egoísmo y no compartamos con los pobres de bienes y los pobres de espíritu.
Aunque saquemos al nacimiento de nuestras chimeneas, el rincón más inadvertido de nuestras casas, donde apenas se percibe dentro del hálito de las débiles luces que lo iluminan, no prescindamos de su brillante significado: el surgimiento del amor y de la gloria, de la brillante estrella, desde las envolturas de un niño nacido en un ambiente humilde, que no necesitó enjoyarse para ser importante. La lección de ese episodio debería ser nuestro verdadero regalo en ésta y todas nuestras futuras navidades.

Lucy Newton de Valdivieso New York, 25 de Diciembre 2012

10,000 cantantes cantando la Canción de la alegría

Andrea Boccelli

Los grandes maestros celebran la Navidad

La noche antes de Navidad por Disney


Mientras la veía recordaba haberla visto de niña fascinada con la magia de Navidad.

Nacimientos
























Un bello cuento de Navidad

El regalo de los Reyes Magos

O. Henry

Un dólar y ochenta y siete centavos. Eso era todo. Y setenta centavos estaban en céntimos. Céntimos ahorrados, uno por uno, discutiendo con el almacenero y el verdulero y el carnicero hasta que las mejillas de uno se ponían rojas de vergüenza ante la silenciosa acusación de avaricia que implicaba un regateo tan obstinado. Delia los contó tres veces. Un dólar y ochenta y siete centavos. Y al día siguiente era Navidad.
Evidentemente no había nada que hacer fuera de echarse al miserable lecho y llorar. Y Delia lo hizo. Lo que conduce a la reflexión moral de que la vida se compone de sollozos, lloriqueos y sonrisas, con predominio de los lloriqueos.

Mientras la dueña de casa se va calmando, pasando de la primera a la segunda etapa, echemos una mirada a su hogar, uno de esos departamentos de ocho dólares a la semana. No era exactamente un lugar para alojar mendigos, pero ciertamente la policía lo habría descrito como tal.

Abajo, en la entrada, había un buzón al cual no llegaba carta alguna, Y un timbre eléctrico al cual no se acercaría jamás un dedo mortal. También pertenecía al departamento una tarjeta con el nombre de "Señor James Dillingham Young".

La palabra "Dillingham" había llegado hasta allí volando en la brisa de un anterior período de prosperidad de su dueño, cuando ganaba treinta dólares semanales. Pero ahora que sus entradas habían bajado a veinte dólares, las letras de "Dillingham" se veían borrosas, como si estuvieran pensando seriamente en reducirse a una modesta y humilde "D". Pero cuando el señor James Dillingham Young llegaba a su casa y subía a su departamento, le decían "Jim" y era cariñosamente abrazado por la señora Delia Dillingham Young, a quien hemos presentado al lector como Delia. Todo lo cual está muy bien.

Delia dejó de llorar y se empolvó las mejillas con el cisne de plumas. Se quedó de pie junto a la ventana y miró hacia afuera, apenada, y vio un gato gris que caminaba sobre una verja gris en un patio gris. Al día siguiente era Navidad y ella tenía solamente un dólar y ochenta y siete centavos para comprarle un regalo a Jim. Había estado ahorrando cada centavo, mes a mes, y éste era el resultado. Con veinte dólares a la semana no se va muy lejos. Los gastos habían sido mayores de lo que había calculado. Siempre lo eran. Sólo un dólar con ochenta y siete centavos para comprar un regalo a Jim. Su Jim. Había pasado muchas horas felices imaginando algo bonito para él. Algo fino y especial y de calidad -algo que tuviera justamente ese mínimo de condiciones para que fuera digno de pertenecer a Jim. Entre las ventanas de la habitación había un espejo de cuerpo entero. Quizás alguna vez hayan visto ustedes un espejo de cuerpo entero en un departamento de ocho dólares. Una persona muy delgada y ágil podría, al mirarse en él, tener su imagen rápida y en franjas longitudinales. Como Delia era esbelta, lo hacía con absoluto dominio técnico. De repente se alejó de la ventana y se paró ante el espejo. Sus ojos brillaban intensamente, pero su rostro perdió su color antes de veinte segundos. Soltó con urgencia sus cabellera y la dejó caer cuan larga era.

Los Dillingham eran dueños de dos cosas que les provocaban un inmenso orgullo. Una era el reloj de oro que había sido del padre de Jim y antes de su abuelo. La otra era la cabellera de Delia. Si la Reina de Saba hubiera vivido en el departamento frente al suyo, algún día Delia habría dejado colgar su cabellera fuera de la ventana nada más que para demostrar su desprecio por las joyas y los regalos de Su Majestad. Si el rey Salomón hubiera sido el portero, con todos sus tesoros apilados en el sótano, Jim hubiera sacado su reloj cada vez que hubiera pasado delante de él nada más que para verlo mesándose su barba de envidia.

La hermosa cabellera de Delia cayó sobre sus hombros y brilló como una cascada de pardas aguas. Llegó hasta más abajo de sus rodillas y la envolvió como una vestidura. Y entonces ella la recogió de nuevo, nerviosa y rápidamente. Por un minuto se sintió desfallecer y permaneció de pie mientras un par de lágrimas caían a la raída alfombra roja.

Se puso su vieja y oscura chaqueta; se puso su viejo sombrero. Con un revuelo de faldas y con el brillo todavía en los ojos, abrió nerviosamente la puerta, salió y bajó las escaleras para salir a la calle.

Donde se detuvo se leía un cartel: "Mme. Sofronie. Cabellos de todas clases". Delia subió rápidamente Y, jadeando, trató de controlarse. Madame, grande, demasiado blanca, fría, no parecía la "Sofronie" indicada en la puerta.

-¿Quiere comprar mi pelo? -preguntó Delia.

-Compro pelo -dijo Madame-. Sáquese el sombrero y déjeme mirar el suyo.

La áurea cascada cayó libremente.

-Veinte dólares -dijo Madame, sopesando la masa con manos expertas.

-Démelos inmediatamente -dijo Delia.

Oh, y las dos horas siguientes transcurrieron volando en alas rosadas. Perdón por la metáfora, tan vulgar. Y Delia empezó a mirar los negocios en busca del regalo para Jim.

Al fin lo encontró. Estaba hecho para Jim, para nadie más. En ningún negocio había otro regalo como ése. Y ella los había inspeccionado todos. Era una cadena de reloj, de platino, de diseño sencillo y puro, que proclamaba su valor sólo por el material mismo y no por alguna ornamentación inútil y de mal gusto... tal como ocurre siempre con las cosas de verdadero valor. Era digna del reloj. Apenas la vio se dio cuenta de que era exactamente lo que buscaba para Jim. Era como Jim: valioso y sin aspavientos. La descripción podía aplicarse a ambos. Pagó por ella veintiún dólares y regresó rápidamente a casa con ochenta y siete centavos. Con esa cadena en su reloj, Jim iba a vivir ansioso de mirar la hora en compañía de cualquiera. Porque, aunque el reloj era estupendo, Jim se veía obligado a mirar la hora a hurtadillas a causa de la gastada correa que usaba en vez de una cadena.

Cuando Delia llegó a casa, su excitación cedió el paso a una cierta prudencia y sensatez. Sacó sus tenacillas para el pelo, encendió el gas y empezó a reparar los estragos hechos por la generosidad sumada al amor. Lo cual es una tarea tremenda, amigos míos, una tarea gigantesca.

A los cuarenta minutos su cabeza estaba cubierta por unos rizos pequeños y apretados que la hacían parecerse a un encantador estudiante holgazán. Miró su imagen en el espejo con ojos críticos, largamente.

"Si Jim no me mata, se dijo, antes de que me mire por segunda vez, dirá que parezco una corista de Coney Island. Pero, ¿qué otra cosa podría haber hecho? ¡Oh! ¿Qué podría haber hecho con un dólar y ochenta y siete centavos?."

A las siete de la noche el café estaba ya preparado y la sartén lista en la estufa para recibir la carne.

Jim no se retrasaba nunca. Delia apretó la cadena en su mano y se sentó en la punta de la mesa que quedaba cerca de la puerta por donde Jim entraba siempre. Entonces escuchó sus pasos en el primer rellano de la escalera y, por un momento, se puso pálida. Tenía la costumbre de decir pequeñas plegarias por las pequeñas cosas cotidianas y ahora murmuró: "Dios mío, que Jim piense que sigo siendo bonita".

La puerta se abrió, Jim entró y la cerró. Se le veía delgado y serio. Pobre muchacho, sólo tenía veintidós años y ¡ya con una familia que mantener! Necesitaba evidentemente un abrigo nuevo y no tenía guantes.

Jim franqueó el umbral y allí permaneció inmóvil como un perdiguero que ha descubierto una codorniz. Sus ojos se fijaron en Delia con una expresión que su mujer no pudo interpretar, pero que la aterró. No era de enojo ni de sorpresa ni de desaprobación ni de horror ni de ningún otro sentimiento para los que que ella hubiera estado preparada. Él la miraba simplemente, con fijeza, con una expresión extraña.

Delia se levantó nerviosamente y se acercó a él.

-Jim, querido -exclamó- no me mires así. Me corté el pelo y lo vendí porque no podía pasar la Navidad sin hacerte un regalo. Crecerá de nuevo ¿no te importa, verdad? No podía dejar de hacerlo. Mi pelo crece rápidamente. Dime "Feliz Navidad" y seamos felices. ¡No te imaginas qué regalo, qué regalo tan lindo te tengo!

-¿Te cortaste el pelo? -preguntó Jim, con gran trabajo, como si no pudiera darse cuenta de un hecho tan evidente aunque hiciera un enorme esfuerzo mental.

-Me lo corté y lo vendí -dijo Delia-. De todos modos te gusto lo mismo, ¿no es cierto? Sigo siendo la misma aún sin mi pelo, ¿no es así?

Jim pasó su mirada por la habitación con curiosidad.

-¿Dices que tu pelo ha desaparecido? -dijo con aire casi idiota.

-No pierdas el tiempo buscándolo -dijo Delia-. Lo vendí, ya te lo dije, lo vendí, eso es todo. Es Nochebuena, muchacho. Lo hice por ti, perdóname. Quizás alguien podría haber contado mi pelo, uno por uno -continuó con una súbita y seria dulzura-, pero nadie podría haber contado mi amor por ti. ¿Pongo la carne al fuego? -preguntó.

Pasada la primera sorpresa, Jim pareció despertar rápidamente. Abrazó a Delia. Durante diez segundos miremos con discreción en otra dirección, hacia algún objeto sin importancia. Ocho dólares a la semana o un millón en un año, ¿cuál es la diferencia? Un matemático o algún hombre sabio podrían darnos una respuesta equivocada. Los Reyes Magos trajeron al Niño regalos de gran valor, pero aquél no estaba entre ellos. Este oscuro acertijo será explicado más adelante.

Jim sacó un paquete del bolsillo de su abrigo y lo puso sobre la mesa.

-No te equivoques conmigo, Delia -dijo-. Ningún corte de pelo, o su lavado o un peinado especial, harían que yo quisiera menos a mi mujercita. Pero si abres ese paquete verás por qué me has provocado tal desconcierto en un primer momento.

Los blancos y ágiles dedos de Delia retiraron el papel y la cinta. Y entonces se escuchó un jubiloso grito de éxtasis; y después, ¡ay!, un rápido y femenino cambio hacia un histérico raudal de lágrimas y de gemidos, lo que requirió el inmediato despliegue de todos los poderes de consuelo del señor del departamento.

Porque allí estaban las peinetas -el juego completo de peinetas, una al lado de otra- que Delia había estado admirando durante mucho tiempo en una vitrina de Broadway. Eran unas peinetas muy hermosas, de carey auténtico, con sus bordes adornados con joyas y justamente del color para lucir en la bella cabellera ahora desaparecida. Eran peinetas muy caras, ella lo sabía, y su corazón simplemente había suspirado por ellas y las había anhelado sin la menor esperanza de poseerlas algún día. Y ahora eran suyas, pero las trenzas destinadas a ser adornadas con esos codiciados adornos habían desaparecido.

Pero Delia las oprimió contra su pecho y, finalmente, fue capaz de mirarlas con ojos húmedos y con una débil sonrisa, y dijo:

-¡Mi pelo crecerá muy rápido, Jim!

Y enseguida dio un salto como un gatito chamuscado y gritó:

-¡Oh, oh!

Jim no había visto aún su hermoso regalo. Delia lo mostró con vehemencia en la abierta palma de su mano. El precioso y opaco metal pareció brillar con la luz del brillante y ardiente espíritu de Delia.

-¿Verdad que es maravillosa, Jim? Recorrí la ciudad entera para encontrarla. Ahora podrás mirar la hora cien veces al día si se te antoja. Dame tu reloj. Quiero ver cómo se ve con ella puesta.

En vez de obedecer, Jim se dejo caer en el sofá, cruzó sus manos debajo de su nuca y sonrió.

-Delia -le dijo- olvidémonos de nuestros regalos de Navidad por ahora. Son demasiado hermosos para usarlos en este momento. Vendí mi reloj para comprarte las peinetas. Y ahora pon la carne al fuego.

Los Reyes Magos, como ustedes seguramente saben, eran muy sabios -maravillosamente sabios- y llevaron regalos al Niño en el Pesebre. Ellos fueron los que inventaron los regalos de Navidad. Como eran sabios, no hay duda que también sus regalos lo eran, con la ventaja suplementaria, además, de poder ser cambiados en caso de estar repetidos. Y aquí les he contado, en forma muy torpe, la sencilla historia de dos jóvenes atolondrados que vivían en un departamento y que insensatamente sacrificaron el uno al otro los más ricos tesoros que tenían en su casa. Pero, para terminar, digamos a los sabios de hoy en día que, de todos los que hacen regalos, ellos fueron los más sabios. De todos los que dan y reciben regalos, los más sabios son los seres como Jim y Delia. Ellos son los verdaderos Reyes Magos.






Nacimientos peruanos














La virgen espera a Jesús y San José y el niño


¿Merecemos los regalos?



¿Sabemos recibir regalos? ¿Agradecerlos? ¿Sentir que los merecemos? Borges tenía la idea de no ser merecedor de los regalos que recibía, en la dedicatoria que le hace a su madre, Leonor Acevedo de Borges en la primera edición de sus Obras Completas (1974) dice: "Yo recibía los regalos y yo pensaba que no era más que un chico y que no había hecho nada, absolutamente nada para merecerlos. Por supuesto, nunca lo dije: la niñez es tímida".

No te aflijas


En Navidad hay mucha gente que se pone triste. Pasamos una Navidad en Nueva York, el avión estuvo detenido en Quito y llegamos con las justas. Tomamos el tren que te lleva a Manhattan y yo estaba tan feliz que cantaba abrazada a mis hijos : "Navidad, navidad", Mario me dijo que no podía manifestar tanto mi alegría, que ese día había mucha gente triste, que extrañaba a personas que habían muerto ese año o que no tenían con quien celebrar. Hace un par de años mi hija Chiara tuvo la buena idea de invitar a nuestra cena a personas que no tenían con quien pasar la Navidad, fue para nosotros una enorme alegría tenerlos en casa. Este bello poema puede servir de consuelo a personas que estan tristes, tal vez el mejor regalo que nos toque dar esta Navidad sea palabras de esperanza para quien la haya perdido.




No te aflijas
No te aflijas: la belleza volverá a regocijarte con su gracia;
la celda de la tristeza se convertirá un día
en un jardín cercado ll
eno de rosas.
No te aflijas, corazón doliente: tu mal, en bien se trocará;
no te detengas en lo que te perturba:
ese espíritu trastornado conocerá de nuevo la paz.
No te aflijas: una vez más la vida reinará en el jardín en que suspiras
y verás muy pronto, ¡oh, canto de la noche!,
una cortina de rosas sobre tu frente.
No te aflijas si no comprendes el misterio de la vida.
¡Tanta alegría se oculta tras del velo!
No te aflijas si, por algunos instantes, las esferas estrelladas
no giran según tus deseos, pues la rueda del tiempo
no siempre da vueltas en el mismo sentido.
No te aflijas si, por amor del santuario, penetras en el desierto
y las espinas te hieren.
No te aflijas, alma mía, si el torrente de los días
convierte en ruinas tu morada mortal, pues tienes el amor
para salvarte de ese diluvio.
No te aflijas si el viaje es amargo y la meta invisible.
No hay camino que no conduzca a una meta.
No te aflijas, Hafiz, en el rincón humilde en que te crees pobre
y en el abandono de las noches oscuras,
pues te quedan aún tu canción y tu amor.

De "Los Gazales de Hafiz"
Colección Visor de Poesía 1981
Versión de Enrique Fernández Latour

domingo, 16 de diciembre de 2012

Flores blancas

Flores blancas y un solo de violín en memoria de las victimas niños y los adultos(algunos de ellos héroes), para manifestar nuestra tristeza por lo sucedido en connecticut.







Historia del mundo





Basándose en las profecías mayas, mucha gente se prepara para el fin del mundo, otras como yo, no creen en estas predicciones y siguen su vida normalmente. De todos modos pensar en el mundo nos hace bien y puede despertar en nosotros el deseo de ayudar con pequeños movimientos y pensamientos a que sea un mundo mejor. Acá hay dos videos, el segundo es una parodia que muestra el gusto del los hombres por las armas que solo nos lleva a la destrucción, al sufrimiento y a la muerte.Nos viene bien tras la reciente matanza de niños en una escuela de niños en Connecticut.




Segura carmona fotógrafo


Fotógrafo español oriundo de Huelva










El lenguaje de las flores



Todos hemos escuchado hablar sobre el lenguaje de las flores, y nos ha parecido romántico saber que cada flor representa algo, dice algo, ofrece algo muy especial que se añade a su belleza y a su fragancia. Acá nos lo explican. Tengo un cuento mío en el que introduzco el lenguaje de las flores que algún día lo compartiré con ustedes.


Después de una larga charla con Javier Fernández, artesano florista, os puedo trasmitir sentimientos que todos tenemos, pero, sobre todo, cómo debemos elegir las flores que nos rodean, que queremos, que podemos utilizar para decorar nuestro hogar y que regalaremos...
Javier me dice que en su día a día se encuentra con muchos clientes, principalmente parejas de novios, que tienen grandes dudas e incluso desconocimiento sobre las flores que elegir para el día de su boda u otras celebraciones.
En todo el mundo las flores son parte esencial de la cultura, tanto si componen un centro de mesa en un banquete, si se utilizan para un hermoso ramo de regalo de cumpleaños, si transmiten agradecimiento o tributan homenaje en un funeral, e incluso, si son escogidas para hacer una ofrenda de carácter religioso.
Aunque casi todo el mundo sabe que las rosas rojas significan pasión, pocos saben que existe un antiquísimo lenguaje completo y refinadísimo de las flores, perfeccionado en Inglaterra a mediados del siglo XIX, en plena época Victoriana, y en el que cada flor, cada hierba y cada planta, tiene asociada una emoción particular.
La margarita blanca simboliza inocencia y pureza, por lo que está relacionada con la niñez. La gardenia significa alegría. La flor de azahar, la castidad. El tulipán, amor desesperado, si es de color amarillo, y una sutil declaración de amor si es rojo. El clavel significa distinción y nobleza, y el lirio, inocencia, pureza y alegría. Periódico el Mundo, Mariza Gutiérrez

Layori canta desde Nigeria



Descubrir una cantante de esta talla es una felicidad. ¿Qué puede haber mejor que encontrar una mujer hermosa, con una voz preciosa y encima tan inteligente?






Notre Dame de Paris


EL corazón de Paris.



La Saint Chapelle de Paris


A mi las iglesias me jalan, veo una y no puedo controlarme, tengo que entrar aunque sea un momentito, imagino que puedo encontrarme una maravilla como esta. Aca la comparto con ustedes.

Y ahora un concierto.

Tzeran Todorov, premio príncipe de Asturias


Un discurso recibiendo un premio es siempre tan interesante.

Un cuento chino




Si puedes conseguir este video vas a disfrutar mucho esta película argentina tan original.
Un cuento chino es una película dirigida por Sebastián Borensztein y protagonizada por Ricardo Darín, Muriel Santa Ana e Ignacio Huang.

Lo mejor del CIRQUE DU SOLEIL



Viene a Lima, hay quienes ya tienen sus entradas. Este espectáculo fabuloso estará entre nosotrosen Enero.

Entendiendo al Bosco



Este cuadro de el Bosco siempre nos ha soprendido, acá tenemos la oportunidad de que nos lo exliquen. Jeroen Anthoniszoon van Aeken, conocido como El Bosco o Jerónimo Bosch fue un pintor neerlandés. Protagonista de sus cuadros es la Humanidad que incurre en el pecado y es condenada al infierno.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Necesito poco


Mi amiga Sylvie de Meritens me manda como colaboración para el blog este artículo de la periodista Angeles Caso. Le agradezco mucho.

Sylvie nos dice:
Inteligente y valiosa mujer. Me asombra que este sea su pensamiento, siendo tan joven todavía, porque generalmente se llega a este maravilloso discernimiento cuando se está en la "avanzada madurez"... casi vejez...como decía Borges, sólo con el tiempo lo aprendes y por lo general cuando ya se te está acabando ....

Aquí cabe completita la frase...
* Necesito poco y lo poco que necesito, lo necesito poco *...



Artículo publicado en La Vanguardia, escrito por la periodista Ángeles Caso

Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.

Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.

Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.

Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.

También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada o todo.

Ángeles Caso Escritora Española.-

Serrat y Sabina

Un espectáculo que te mantiene la sonrisa en los labios de manera permanente. Estuvo en Lima y congregó a muchos admiradores. Impresionante como tienen un público de gente joven. SI me preguntan quien me gusta más,les confieso que me quedo con Joan Manuel, tiene una linda voz, es encantador y muy buen mozo. Sabina es más moderno, contestatario, atrevido y muy gracioso.






Lágrimas vivas





Cuando extrañaba el mar y el cielo
eran azules y tibias
sus lágrimas dulces

cuando el sol terco no la rozaba
eran amarillas
sobre su rostro vacío de luz

eran rojas
cuando lloraba de amor
suaves lágrimas rojas
de niña enamorada

por las noches a solas
en el espacio oscuro
podía ver
como se mezclaban los llantos
asomándose
lágrimas dormidas
tristes
de colores intensos

silencioso arcoíris
húmedo brillante
herido
de mujer.

Lágrimas de alegría



Alejandro Jodorowsky dice:

“Cuando el individuo celebra cada instante de su efímera vida como un regalo precioso, conoce la alegría.”

“Sabes si estás en el camino correcto cuando a cada paso sientes la alegría de vivir.”

”Por buscar la satisfacción perdemos la alegría.”

“Aunque el universo sea tan mortal como una mosca, ¡alegría, alegría, alegría!”

“Cada quien debe labrar su camino. El que no sigue su propio rumbo, pierde la alegría de vivir.”

“¡De pronto, al parecer sin motivo, lágrimas de alegría!”

Cucarachonas de guantes blancos


Para mis amigos de FB, el texto está ya en el blog, me había olvidado que ya lo había colgado, así que pueden buscarlo. http://abraelazuldelcielo.blogspot.com/2012/09/cucarachonas-de-guantes-blancos.html

Mi vida con la ola


Este texto está en el blog pero en una adaptación para teatro. Aquí la historia de amor que nos entrega Octavio Paz en su libro Arenas movedizas



Cuando dejé aquel mar, una ola se adelanto entre todas. Era esbelta y ligera. A pesar de los gritos de las otras, que la detenían por el vestido flotante, se colgó de mi brazo y se fue conmigo saltando. No quise decirle nada, porque me daba pena avergonzarla ante sus compañeras. Además, las miradas coléricas de las mayores me paralizaron.

Cuando llegamos al pueblo, le expliqué que no podía ser, que la vida en la ciudad no era lo que ella pensaba en su ingenuidad de ola que nunca ha salido del mar. Me miro seria: “Su decisión estaba tomada. No podía volver.” Intente dulzura, dureza, ironía. Ella lloro, grito, acaricio, amenazo. Tuve que pedirle perdón. Al día siguiente empezaron mis penas. ¿Cómo subir al tren sin que nos vieran el conductor, los pasajeros, la policía? Es cierto que los reglamentos no dicen nada respecto al transporte de olas en los ferrocarriles, pero esa misma reserva era un indicio de la severidad con que se juzgaría nuestro acto.

Tras de mucho cavilar me presente en la estación una hora antes de la salida, ocupé mi asiento y, cuando nadie me veía, vacié el depósito de agua para los pasajeros; luego, cuidadosamente, vertí en él a mi amiga.

El primer incidente surgió cuando los niños de un matrimonio vecino declararon su ruidosa sed. Les salí al paso y les prometí refrescos y limonadas. Estaban a punto de aceptar cuando se acerco otra sedienta. Quise invitarla también, pero la mirada de su acompañante me detuvo. La señora tomo un vasito de papel, se acerco al depósito y abrió la llave. Apenas estaba a medio llenar el vaso cuando me interpuse de un salto entre ella y mi amiga. La señora me miro con asombro. Mientras pedía disculpas, uno de los niños volvió abrir el depósito. Lo cerré con violencia.

La señora se llevo el vaso a los labios: -Ay el agua esta salada. El niño le hizo eco. Varios pasajeros se levantaron. El marido llamo al Conductor: -Este individuo echo sal al agua. El Conductor llamo al Inspector: -¿Conque usted echo substancias en el agua? El Inspector llamo al Policía en turno: -¿Conque usted echo veneno al agua? El Policía en turno llamo al Capitán: – ¿Conque usted es el envenenador? El Capitán llamo a tres agentes. Los agentes me llevaron a un vagón solitario, entre las miradas y los cuchicheos de los pasajeros. En la primera estación me bajaron y a empujones me arrastraron a la cárcel. Durante días no se me hablo, excepto durante los largos interrogatorios. Cuando contaba mi caso nadie me creía, ni siquiera el carcelero, que movía la cabeza, diciendo: “El asunto es grave, verdaderamente grave. ¿No había querido envenenar a unos niños?”. Una tarde me llevaron ante el Procurador. -Su asunto es difícil -repitió-. Voy a consignarlo al Juez Penal. Así paso un año. Al fin me juzgaron. Como no hubo víctimas, mi condena fue ligera. Al poco tiempo, llego el día de la libertad. El Jefe de la Prisión me llamo: -Bueno, ya esta libre. Tuvo suerte. Gracias a que no hubo desgracias. Pero que no se vuelva a repetir, por que la próxima le costara caro… Y me miro con la misma mirada seria con que todos me veían.

Esa misma tarde tome el tren y luego de unas horas de viaje incómodo llegue a México. Tome un taxi y me dirigí a casa. Al llegar a la puerta de mi departamento oí risas y cantos. Sentí un dolor en el pecho, como el golpe de la ola de la sorpresa cuando la sorpresa nos golpea en pleno pecho: mi amiga estaba allí, cantando y riendo como siempre. -¿Cómo regresaste? -Muy fácil: en el tren. Alguien, después de cerciorarse de que sólo era agua salada, me arrojo en la locomotora. Fue un viaje agitado: de pronto era un penacho blanco de vapor, de pronto caía en lluvia fina sobre la máquina. Adelgace mucho. Perdí muchas gotas. Su presencia cambio mi vida. La casa de pasillos obscuros y muebles empolvados se lleno de aire, de sol, de rumores y reflejos verdes y azules, pueblo numeroso y feliz de reverberaciones y ecos.

¡Cuántas olas es una ola o como puede hacer playa o roca o rompeolas un muro, un pecho, una frente que corona de espumas! Hasta los rincones abandonados, los abyectos rincones del polvo y los detritus fueron tocados por sus manos ligeras. Todo se puso a sonreír y por todas partes brillaban dientes blancos. El sol entraba con gusto en las viejas habitaciones y se quedaba en casa por horas, cuando ya hacia tiempo que había abandonado las otras casas, el barrio, la ciudad, el país. Y varias noches, ya tarde, las escandalizadas estrellas lo vieron salir de mi casa, a escondidas. El amor era un juego, una creación perpetua. Todo era playa, arena, lecho de sábanas siempre frescas. Si la abrazaba, ella se erguía, increíblemente esbelta, como tallo liquido de un chopo; y de pronto esa delgadez florecía en un chorro de plumas blancas, en un penacho de risas de caían sobre mi cabeza y mi espalda y me cubrían de blancuras. O se extendía frente a mí, infinita como el horizonte, hasta que yo también me hacia horizonte y silencio. Plena y sinuosa, me envolvía como una música o unos labios inmensos. Su presencia era un ir y venir de caricias, de rumores, de besos. Entraba en sus aguas, me ahogaba a medias y en un cerrar de ojos me encontraba arriba, en lo alto del vértigo, misteriosamente suspendido, para caer después como una piedra, y sentirme suavemente depositado en lo seco, como una pluma. Nada es comparable a dormir mecido en las aguas, si no es despertar golpeado por mil alegres látigos ligeros, por arremetidas que se retiran riendo.

Pero jamás llegue al centro de su ser. Nunca toque el nudo del ay y de la muerte. Quizá en las olas no existe ese sitio secreto que hace vulnerable y mortal a la mujer, ese pequeño botón eléctrico donde todo se enlaza, se crispa y se yergue, para luego desfallecer. Su sensibilidad, como las mujeres, se propagaba en ondas, solo que no eran ondas concéntricas, sino excéntricas, que se extendían cada vez mas lejos, hasta tocar otros astros. Amarla era prolongarse en contactos remotos, vibrar con estrellas lejanas que no sospechamos. Pero su centro… no, no-tenia centro, sino un vació parecido al de los torbellinos, que me chupaba y me asfixiaba.

Tendido el uno al lado de otro, cambiábamos confidencias, cuchicheos, risas. Hecha un ovillo, caía sobre mi pecho y allí se desplegaba como una vegetación de rumores. Cantaba a mi oído, caracola. Se hacia humilde y transparente, echada a mis pies como un animalito, agua mansa. Era tan límpida que podía leer todos sus pensamientos. Ciertas noches su piel se cubría de fosforescencias y abrazarla era abrazar un pedazo de noche tatuada de fuego. Pero se hacia también negra y amarga. A horas inesperadas mugía, suspiraba, se retorcía. Sus gemidos despertaban a los vecinos. Al oírla el viento del mar se ponía a rascar la puerta de la casa o deliraba en voz alta por alas azoteas. Los días nublados la irritaban; rompía muebles, decía malas palabras, me cubría de insultos y de una espuma gris y verdosa. Escupía, lloraba, juraba, profetizaba. Sujeta a la luna, las estrellas, al influjo de la luz de otros mundos, cambiaba de humor y de semblante de una manera que a mí me parecía fantástica, pero que era tal como la marea.

Empezó a quejarse de soledad. Llene la casa de caracolas y conchas, pequeños barcos veleros, que en sus días de furia hacia naufragar (junto con los otros, cargados de imágenes, que todas las noches salían de mi frente y se hundía en sus feroces o graciosos torbellinos) ¡Cuantos pequeños tesoros se perdieron en ese tiempo! Pero no le bastaban mis barcos ni el canto silencioso de las caracolas. Confieso que no sin celos los veía nadar en mi amiga, acariciar sus pechos, dormir entre sus piernas, adornar su cabellera con leves relámpagos de colores. Entre todos aquellos peces había unos particularmente repulsivos y feroces, unos pequeños tigres de acuario, grandes ojos fijos y bocas hendidas y carniceras. No sé por que aberración mi amiga se complacía en jugar con ellos, mostrándoles sin rubor una preferencia cuyo significado prefiero ignorar. Pasaba largas horas encerrada con aquellas horribles criaturas.

Un día no pude más; eche abajo la puerta y me arroje sobre ellos. Ágiles y fantasmales, se me escapaban entre las manos mientras ella reía y me golpeaba hasta derribarme. Sentí que me ahogaba. Y cuando estaba a punto de morir, morado ya, me deposito en la orilla y empezó a besarme, y humillado. Y al mismo tiempo la voluptuosidad me hizo cerrar los ojos. Porque su voz era dulce y me hablaba de la muerte deliciosa de loas ahogados.

Cuando volví en mi, empecé a temerla y a odiarla. Tenia descuidados mis asuntos. Empecé a frecuentar los amigos y reanude viejas y queridas relaciones. Encontré a una amiga de juventud. Haciéndole jurar que me guardaría el secreto, le conté mi vida con la ola. Nada conmueve tanto a las mujeres como la posibilidad de salvar a un hombre.

Mi redentora empleo todas sus artes, pero, ¿qué podía una mujer, dueña de un número limitado de almas y cuerpos, frente a mi amiga, siempre cambiante – y siempre idéntica a sí misma en su metamorfosis incesantes? Vino el invierno. El cielo se volvió gris. La niebla cayo sobre la ciudad. Llovía una llovizna helada. Mi amiga gritaba todas las noches. Durante el día se aislaba, quieta y siniestra, mascullando una sola silaba, como una vieja que rezonga en un rincón. Se puso fría; dormir con ella era tirar toda la noche y sentir como se helaba paulatinamente la sangre, los huesos, los pensamientos. Se volvió impenetrable, revuelta. Yo salía con frecuencia y mis ausencias eran cada vez mas prolongadas. Ella, en su rincón, aullaba largamente. Con dientes acerados y lengua corrosiva roía los muros, desmoronaba las paredes. Pasaba las noches en vela, haciéndome reproches. Tenía pesadillas, deliraba con el sol, con un gran trozo de hielo, navegando bajo cielos negros en noches largas como meses. Me injuriaba. Maldecía y reía; llenaba la casa de carcajadas y fantasmas. Llamaba a los monstruos de las profundidades, ciegos, rápidos y obtusos. Cargada de electricidad, carbonizaba lo que rozaba. Sus dulces brazos se volvieron cuerdas ásperas que me estrangulaban. Y su cuerpo verdoso y elástico, era un látigo implacable, que golpeaba, golpeaba, golpeaba.

Huí. Los horribles peces reían con risa feroz. Allá en las montañas, entre los altos pinos y los despeñaderos, respire el aire frió y fino como un pensamiento de libertad. Al cabo de un mes regresé. Estaba decidido. Había hecho tanto frío que encontré sobre el mármol de la chimenea, junto al fuego extinto, una estatua de hielo. No me conmovió su aborrecida belleza. Le eché en un gran saco de lona y salí a la calle, con la dormida a cuestas. En un restaurante de las afueras la vendí a un cantinero amigo, que inmediatamente empezó a picarla en pequeños trozos, que depositó cuidadosamente en las cubetas donde se enfrían las botellas.

Retrospectiva de Eduardo Tokeshi

Esta semana fuimos a ver la retrospectiva de Eduardo Tokeshi, muestra que todo el mundo debería visitar. Mucha de su obra en esa hermosa sala, nos da una idea muy cercana de lo serio de su trabajo y de su preocupación y amor por nuestro país.