viernes, 29 de febrero de 2008

Hay vida en el desierto




El desierto esconde maravillas. Hay vida en el desierto que no se ve a simple vista.

Hay que descubrir la esperanza en la soledad, la promesa en el temor, la respuesta de Dios en nuestra súplica. La luz en lo oscuro.
"Lo bello del desierto es que en algún lugar esconde un pozo."Antoine de Saint-Exupery

jueves, 28 de febrero de 2008

La raíz


La raíz es el árbol misterioso, es el árbol subterráneo, el árbol invertido.

Ensoñación : La imagen de un árbol que crecía al réves y cuyas raíces, como un ligero follaje, temblaban en los vientos subterráneos mientras que los ramajes se arraigaban fuertemente en el azul del cielo.
Para un buen número de soñadores, la raíz es un eje de profundidad. Nos remonta a un lejano pasado, al pasado de nuestra raza.
"¿Y esa raíz? ¿Hubiera sido sin duda necesario que me la representara como una zarpa voraz que desgarra la tierra arrancándole su alimento? " Jean Paul Sartre.
La planta, gran signo de un amor implantado en un ser. El amor, fidelidad minuciosa que sostiene todas nuestras fuerzas, como una planta vivaz cuyas raíces no mueren. Victor Hugo.

"La flor ha dado raíces inmensas:
la voluntad de amar a pesar de la muerte. León Gabriel Gros.

Para rejuvenecer hay que comer lo que crece, "granos, semillas, raíces. (Historias de la vida y de la muerte).
de "La tierra y las ensoñaciones de reposo" Gaston Bachelard

martes, 26 de febrero de 2008

Expiación, deseo y pecado ( 4 estrellas)


Hoy vimos una preciosa película basada en la novela "Expiación" del británico Ian Mc Ewane.
En esta escena, el personaje Cecilia recupera un hermosísimo jarrón que se ha quebrado. Por más que rescata los trozos partidos, el jarrón nunca volverá a ser el mismo.

Igualmente, el personaje acusado por la niña con la aparente certeza de su culpabilidad, no volverá a ser inocente. Ella ha visto lo que quería ver. Su acusación tendrá consecuencias que durarán la vida entera. No es posible dar marcha atrás y componer lo que se ha quebrado.














El interior de las cosas




"Quereis saber lo que sucede en el interior de las cosas y os conformais con observar su aspecto exterior, quereis saborear la médula y os quedais pegados a la corteza." Franz Von Baader




"Si un hombre fuera lo suficientemente hábil para, tras quebrar una semilla de uva, separar sus fibras liberadas entre sí, vería con admiración ramajes y racimos bajo una piel delgada y delicada."Pierre-Maxime Schuhl.

Textos extraídos de "La tierra y las ensoñaciones del reposo" de Gaston Bachelard.

lunes, 25 de febrero de 2008

La Sonata Kreutzer





Hace unos días conversando con un amigo violinista, le conté que alguna vez había escrito un cuento en donde un violinista se enamora de una pianista. Tocaban juntos una sonata que tenía la cualidad de enamorar entre sí a sus ejecutantes. Entonces él me habló de la Sonata Kreutzer y de una hermosa imagen que recordaba haber visto en una antigua Para tí, una revista argentina.


Nunca más había vuelto a ver la imagen. Ahora la encuentro en internet y la comparto. Es el súmmun del romanticismo.


Al preguntarle a mi padre sobre la sonata y la imagen, me dijo que recordaba alguna novela. Efectivamente, León Tolstoy en 1889 publicó la novela "La sonata Kreutzer" en donde las la gente es arrasada por sus pasiones. Hay tambien un cuento de Leopoldo Alas y Ureña, llamado "Cambio de luz", que tiene a la sonata como pieza favorita del personaje principal.

La sonata Kreutzer es una Sonata para violín compuesta por Beethoven( publicada en 1802) , (Sonata para violín No.9 en La Mayor.) dedicada primero al violinista polaco-Indú George Bridgetower quien la ejecutó al lado de Beethoven en su estreno.Tras una discusión por hacer comentarios insultantes a una mujer, Beethoven le quitó la dedicatoria y se la dedicó a Rodolphe Kreutzer el mejor violinista de entonces. Kreutzer jamás la ejecutó porque la consideraba intocable.

René Prinet, era violinista y pintor, él hizo dos versiones de la Sonata en óleo sobre lienzo.

Eclipse total de luna y dos cuentos


En la noche del martes 20 de Febrero hubo un eclipse total de luna. Desde Lima no lo pudimos ver porque tuvimos un cielo nublado.
Los eclipses de Luna ocurren en fase de Luna llena cuando nuestro satélite pasa por el cono de sombra que proyecta la Tierra.
Un eclipse de sol ocurre cuando la Tierra pasa a través de la sombra de la Luna. Un eclipse Sol total ocurre solamente durante Luna nueva y cuando la Luna se encuentra directamente entre el Sol y la Tierra, y se ubica correctamente para dar la sombra hacia la Tierra.
Aca van dos cuentos que tienen como tema el eclipse:

"El eclipse" de Augusto Monterroso.
Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.
Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.
Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.
-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.
Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.
La noche del eclipse de Gabriel García Márquez
Otros de los misterios de aquel hotel extravagante no fueron tan fáciles para Ana Magdalena Bach. Cuando encendió un cigarrillo se disparó un sistema de timbres y luces, y una voz autoritaria le dijo en tres idiomas que estaba en una habitación para no fumadores, la única que encontró libre una noche de ferias.
Tuvo que pedir ayuda para aprender que con la misma tarjeta de abrir la puerta se encendían las luces, la televisión, el aire acondicionado y la música ambiental. Le enseñaron a digitar en el teclado electrónico de la bañera redonda para regular la erótica y la clínica de jacuzzi.
Loca de curiosidad se quitó la ropa ensopada de sudor por el sol del cementerio, se puso el gorro de baño para protegerse el peinado y se entregó al remolino de la espuma. Feliz, marcó a larga distancia el teléfono de su casa y le gritó al marido la verdad: "No te imaginas la falta que me haces". Fueron tan vívidos los fieros que le hizo, que él sintió en el teléfono la excitación de la bañera.
Carajo ­dijo­ éste me lo debes.
Ella había pensado pedir al cuarto algo de comer para no tener que vestirse, pero el cargo por el servicio de habitación la hizo decidir a comer como pobre en la cafetería. El vestido de seda negra, tubular y demasiado largo para la moda, le iba bien con el peinado.
Se sintió medio desvalida con el escote, pero el collar, los aretes y las sortijas de esmeraldas falsas le subieron la moral y aumentaron el fulgor en sus ojos.
Cuando bajó a cenar eran las ocho. Terminó pronto. Agobiada por el llanto de los niños y la música estridente, decidió regresar al cuarto para leer El Día de los Trífidos, de Ray Bradbury, que tenía en turno desde hacía más de tres meses.
El remanso del vestíbulo la reanimó y al pasar frente al cabaret le llamó la atención una pareja profesional que bailaba el Vals del Emperador con una técnica perfecta.
Permaneció absorta en la puerta hasta que terminó el espectáculo y la clientela común ocupó la pista de baile. Una voz dulce y varonil, muy cerca de sus espaldas, la sacó del ensueño;
¿Bailamos?
Estaban tan cerca, que ella percibió el tenue olor de su timidez detrás de la loción de afeitar. Entonces lo miró por encima del hombro, y se quedó sin aliento. "Perdone ­le dijo aturdida­ pero no estoy vestida para bailar". La réplica de él fue inmediata:
Es usted la que viste al vestido, señora.
La frase la impresionó. Con un gesto inconsciente se palpó los pechos intactos, los brazos desnudos, las caderas firmes, hasta comprobar que su cuerpo estaba en realidad donde lo sentía. Entonces miró de nuevo por encima del hombro, ya no para reconocerlo sino para apropiárselo con los ojos más bellosque él vería jamás.
Es usted muy gentil ­le dijo con encanto­. Ya no hay hombres que digan esas cosas. Entonces él se puso a su lado y le reiteró en silencio la invitación a bailar. Ana Magdalena Bach, sola y libre en su isla, se agarró de aquélla mano con todas las fuerzas de su alma como al borde de un precipicio.
Bailaron tres valses a la manera antigua. Ella supuso desde los primeros pasos, por el cinismo de su maestría, que él era otro profesional alquilado por el hotel para animar las noches, y se dejó llevar en círculos de vuelo, pero lo mantuvo firme a la distancia de su brazo. Él le dijo mirándola a los ojos: "Baila como una artista". Ella sabía que era cierto, pero sabía también que él se lo habría dicho de todos modos a cualquier mujer que quisiera llevarse la cama.
En el segundo valse, él trató de apretarla contra su cuerpo, y ella lo mantuvo en su lugar. Él se esmeró en su arte, llevándola por la cintura con la punta de los dedos, como una flor. A la mitad del tercer valse ella lo conocía como si fuera desde siempre.
Nunca había concebido a un hombre tan anticuado en un empaque tan bello. Tenía la piel lívida, los ojos ardientes bajo unas cejas frondosas, el cabello de azabache absoluto aplanchado con gomina y con la línea perfecta en el medio. El esmoquin tropical de seda cruda ceñido a sus caderas estrechas completaba su estampa de lechuguino. Todo en él era tan postizo como sus maneras, pero los ojos de fiebre parecían ávidos de compasión.
Al final de la tanda de valses él la condujo a una mesa apartada sin anuncio ni permiso. No era necesario: ella lo sabía todo de antemano, y celebró que él ordenara champaña. El salón en penumbra era bueno para vivir, y cada mesa tenía su propio ámbito de intimidad.
Ana Magdalena calculó que su acompañante no pasaba de los 30 años, porque apenas si daba pie con el bolero. Ella lo encaminó con tacto sereno, hasta que él encontró el paso. Lo mantuvo a la distancia, para no darle el gusto de que sintiera en sus venas la sangre enfebrecida por la champaña. Pero él la forzó, primero con suavidad, y después con toda la fuerza de su brazo en la cintura.
Ella sintió entonces en su muslo lo que él había querido que sintiera para marcar su territorio, y se maldijo por el batir de su sangre en las venas y el fogaje de su respiración, pero supo oponerse a la segunda botella de champaña. Él debió notarlo, pues la invitó a un paseo por la playa. Ella disimuló su disgusto con una frivolidad compasiva:
¿Sabe qué edad tengo?
No puedo imaginarme que usted tenga una edad ­dijo él­.
Sólo la que usted quiera.
No había acabado de decirlo cuando ella, hastiada de tanta mentira, le planteó a su cuerpo el dilema terminante: ahora o nunca. "Lo siento", dijo, poniéndose de pie. Él se sobresaltó.
¿Qué ha pasado?
Tengo que irme ­dijo ella­. La champaña no es mi fuerte.
Él propuso otros programas inocentes, sin saber quizá que cuando una mujer se va no hay poder humano ni divino que la detenga. Por fin se rindió.
¿Me permite acompañarla?
No se moleste ­dijo ella­. Y gracias, de veras, fue una noche inolvidable. En el ascensor estaba ya arrepentida. Sentía un rencor feroz contra sí misma, pero la compensaba el placer de haber hecho lo que correspondía. Entró en el cuarto, se quitó los zapatos, se tiró boca arriba en la cama y encendió un cigarrillo. Casi al mismo tiempo llamaron a la puerta, y ella maldijo el hotel donde la ley perseguía a los huéspedes hasta su intimidad sagrada. Pero el que tocó no era la ley, era él. Parecía una figura del museo de cera en la penumbra del corredor. Ella lo comprobó con la mano en el pomo de la puerta, sin una pizca de indulgencia, y al fin le cedió el paso. Él entró como en su casa.
Ofrézcame algo ­dijo.
Sírvase usted mismo ­dijo ella­. No tengo la menor idea de cómo funciona esta nave espacial.
Él, en cambio, lo sabía todo. Moderó las luces, puso la música de ambiente y sirvió dos copas de champaña del minibar con la maestría de un director de orquesta. Ella se prestó al juego, no como ella misma, sino como protagonista de su propio papel. Estaban en el brindis cuando sonó el teléfono, y ella contestó alarmada. Un oficial de la seguridad del hotel le advirtió muy amable que ningún invitado podía permanecer en una suite después de la medianoche sin registrarse en la recepción.
No necesita explicármelo, por favor ­lo interrumpió ella, abochornada­. Perdone usted.
Colgó con la cara congestionada por el rubor. Él, como si hubiera oído la advertencia, la justificó con una razón fácil: "Son mormones". Y sin más vueltas la invitó a contemplar un eclipse total de luna desde la playa. La noticia era nueva para ella. Tenía una pasión infantil por los eclipses, pero toda la noche se había debatido entre el decoro y la tentación, y no encontró un argumento válido para no aceptar.
No tenemos escapatoria ­dijo él­. Es nuestro destino.
La invocación sobrenatural la dispensó de escrúpulos. Así que se fueron a ver el eclipse en la camioneta de él, a una bahía escondida en un bosque de cocoteros, sin huellas de turistas. En el horizonte se veía el resplandor remoto de la ciudad, y el cielo era diáfano y con una luna solitaria y triste. Él se estacionó al abrigo de las palmeras, se quitó los zapatos, se aflojo el cinturón y abatió el asiento para relajarse. Ella descubrió que la camioneta no tenía más que los dos asientos delanteros, que se convertían en camas con sólo apretar un botón. El resto era un bar mínimo, un equipo de música con el sax de Fausto Papetti, y un baño minúsculo con un bidé portátil detrás de una cortina carmesí. Ella entendió todo.
No habrá eclipse ­dijo­. Sólo puede ser en luna llena, y estamos en cuarto creciente.
Él se mantuvo imperturbable.
Entonces será de sol ­dijo­. Tenemos tiempo.
No hubo más trámites. Ambos sabían ya a lo que iban, y ella sabía además qué era lo único distinto que podía esperar de él desde que bailaron el primer bolero. La asombró la maestría de mago de salón con que la desnudó pieza por pieza, casi hilo por hilo, con la punta de los dedos y sin tocarla apenas, como deshollejando una cebolla. Con la primera embestida del minotauro ella se sintió morir por el dolor con una humillación atroz de gallina descuartizada. Quedó sin aire y empapada en un sudor helado, pero apeló a sus instintos primarios para no sentirse menos ni dejarse sentir menos que él y se entregaron juntos al placer inconcebible de la fuerza bruta subyugada por la ternura. Ana Magdalena no se preocupó por saber quién era él, ni lo pretendió, hasta unos tres años después de aquella noche inolvidable, cuando reconoció en la televisión su retrato hablado de vampiro triste, solicitado por todas las policías del Caribe como estafador y proxeneta de viudas alegres y solitarias, y probable asesino de dos.

jueves, 21 de febrero de 2008

La rosa azul y una leyenda


Símbolo de lo imposible.

La leyenda de la rosa azul
Nadie había visto nunca una rosa azul. ¿En qué jardín del mundo florecería esa maravilla? Cientos de pretendientes fracasaron en su afán de llevarle la rosa azul a la única hija del Emperador de la China.
Ella sólo se casaría con quien le trajese una rosa azul. Quedaron tres últimos rivales. El guerrero acompañado por cien soldados se aventuró en el país de los cinco ríos, cuyo rey, al temer ser atacado, entregó una rosa tallada de zafiro; el mercader exigió a su florista una rosa de pétalos azules, pero la princesa al verla dijo que esa rosa teñida envenenaría a la mariposa que se detuviese en ella; y el alto jefe de la justicia tras visitar a un exquisito artista le pidió un vaso de porcelana fina en donde debía pintar una rosa azul.

Ella haciendo reverencias de agradecimiento y quedándose con la rosa de zafiro y la rosa del vaso de porcelana, rechazó a los tres.
Yo he pedido una rosa azul, dijo. No podía conceder a nadie su mano.
Entonces apareció el país un joven trovador. Llegó a los oídos de la princesa una de sus dulces melodías. Llámenlo, ordenó. La princesa y el trovador se enamoraron y durante varios días el joven cantó hermosas canciones bajo su ventana. Al poco tiempo cuando el trovador quiso presentarse ante el emperador para pedir la mano de su amada, la princesa tembló, el padre exigiría que trajese la rosa azul y ella sabía que éso era imposible. El la tranquilizó prometiendo hallar la rosa azul.
Cuando el trovador atravesó la multitud, llegó hasta la princesa y extendió la mano para ofrecer a su amada una rosa blanca, recién arrancada del jardín, la princesa, ante el asombro de todos, manifestó su alegría. Es exactamente la rosa azul que yo quería, dijo y sonriendo la mostró a todos.
Al verla tan dichosa el Emperador comprendió y dijo que si ella, más inteligente que todos los sabios de su corte, decía que era azul, nadie podía dudarlo. Y entonces triunfó el amor.

Leyenda completa: www.magiayamor.com/Valentine/larosaazul.html

miércoles, 20 de febrero de 2008

Wang Wei, experimento poético




Esta mañana encuentro un precioso experimento poético en base a un poema de Wang Wei planteado por Daniel Tubau en la red. http://www.danieltubau.com/CHINA/wangwei.htm


Hago el ejercicio:

La colina vacía ausente de alguien a quien poder ver.

Solo consigo escuchar el eco de una conversación.

El regreso de las sombras que entran en lo profundo del bosque.

Y otra vez el azul brilla sobre el musgo.


Y luego busco entre mis libros orientales "La montaña vacia" de Wang Wei, traducido por Guillermo Dañino profesor de literatura china en la Universidad Católica del Perú.

SCRAPBOOK


Mi padre le regaló en una oportunidad a mi hijo un gran cuaderno para que pegase en él las cosas que le gustaban. Figuras de futbolistas, fotografías, recortes de periódicos. Al empezar este blog siento que hacerlo es más o menos lo mismo que hacer un scrapbook.
Un espacio en el que se van colocando las cosas que no queremos perder. Una memoria.
Tambien las cosas que queremos compartir. Hasta ahora solo he pegado algunas definiciones, poemas o frases, pero en el blog tambien se puede hacer comentarios. Expresar sentimientos, dejar asentado nuestro criterio y la manera en la que miramos el mundo.

martes, 19 de febrero de 2008

Otro poema de Eielson





Poesía en A mayor


estupendo Amor AmAr el mAr


y vivir sólo de Amor y mAr


y mirAr siempre el mAr con Amor


mAgnifico morir Al pie del mAr de Amor


Al pie del mAr de Amor morir


pero mirAndo siempre el mAr con Amor


como si morir fuerA sólo no mirAr el mAr


o dejAr de AmAr.


Jorge Eduardo Eielson.

Una manzana roja...


"Una manzana roja sobre la verde hierba es una manzana roja sobre la verde hierba."
J.E. Eielson, poeta peruano.

Consejo de magia






Henry Michaux nos da un consejo de magia:


"Pongo una manzana sobre mi mesa.

Luego me pongo dentro de la manzana.

¡Qué tranquilidad!"


Todo soñador que desee podrá ir, en forma de miniatura, a habitar la manzana.


Y Flaubert nos dice: "A fuerza de mirar una piedra, un animal, un cuadro, me sentí estar en ellos."

Henry Michaux: poeta francés de origen belga.
Flaubert: escritor francés.






lunes, 18 de febrero de 2008

El azul según el diccionario de símbolos de Hans Biedermann


AZUL, es entre los colores, aquel que más se considera como símbolo de todo lo espiritual. Es el color del cielo, asociado en el antiguo Egipto con Amón, dios del cielo.
G.Heinz-Mohr designa el azul como el color más profundo y menos material, el medio de la verdad, la transparencia del futuro vacío: en el aire, el agua, el cristal y el diamante. Por ello es azul el color del firmamento.
El azul símbolo de la verdad y de la eternidad de Dios (porque lo que es verdadero es eterno), seguirá siendo siempre el signo de la inmortalidad humana.
Para la antigua China, seres con rostro azul son demonios o espectros o el dios de la literatura que un día se suicidó por ambición contrariada. Originariamente no había ninguna palabra china propia para el azul, sino que "ch`ing" designaba todos los matices que van del gris oscuro al verde pasando por el azul, como el camino del sabio que se entrega al estudio a la luz de la lámpara.
En el antiguo México, la turquesa y el agua se reproducían con un verde azulado claro pero no tenía lugar en el simbolismo de los puntos cardinales.
En Europa la "flor azul del romanticismo" sugiere pensamientos espirituales.
En el simbolismo centroeruopeo, el azul se considera como el color de la fidelidad, pero tambien de lo misterioso, de la decepción y de la inseguridad.
En el arte prehistórico, asi como en los pueblos sin escritura, solo raramente se utilizaba el azul, porque casi no podían encontrarse las sustancias básicas para su obtención. Son apreciadas las telas teñidas de azul en el Sahara Occidental y entre los Tuaregs y en Mauritania.
La imagen de esta entrada reproduce un cuadro de Mark Rothko.

El CIELO según Juan Eduardo Cirlot


del diccionario de símbolos de Juan Eduardo Cirlot:


"En el origen, todo el universo no era más que no ser. Devino ser. Se desarrolló y se formó un huevo, el cual permaneció cerrado durante un año. Entonces se abrió. De las dos mitades de la cáscara, la una era de plata, la otra era de oro. Esta constituyó el cielo, mientras la otra dió origen a la tierra. " Chândogya Upanishad.

Dice Mircia Elíade en su Tratado de historia de las religiones: "El azul del cielo es el velo con el que se cubre el rostro de la divinidad. Las nubes son sus vestiduras. La luz es el óleo con el que unge su cuerpo inmenso. Las estrellas son sus ojos. "

La luz puede ser muy pequeña...




Pero te permitirá VER.

Sobre la palabra ABRA











Dice el diccionario sobre la palabra ABRA: Abertura ancha y despejada entre dos montañas.