sábado, 29 de octubre de 2016

Al correr de la pluma 6

Al correr de la pluma 6.-



Hace mucho escribí unas crónicas que llame: Crónicas de cuatro llantas. Hablaban de mis viajes en ómnibus o en taxi y las conversaciones que ahí tenía, experiencias siempre interesantes, originales, enriquecedoras.
Acá tengo dos nuevos textos que pertenecen a estas crónica. Un paseo en taxi que me trae Facebook que publiqué el año pasado y el de esta semana, tras tomar un micro luego de muchos años.

Hoy tomé un taxi, el tramo fue ida y vuelta un poco más de media hora. El chofer era Piurano de Catacaos. Qué simpático. Conversamos sobre la forma de enfrentar los problemas, un filósofo. Los taxistas desarrollan con su trabajo en contacto con tanta gente una filosofía de vida y son grandes comunicadores. Me acordé que había escuchado la noticia de que hacía poco fueron contratados por una empresa para explicar las bondades de su servicio a sus pasajeros. No recuerdo si en  Argentina o Brasil, y que la campaña tuvo gran éxito. Claro que recibieron clases de cómo comunicar mejor, pero ellos tenían una regia base.

Ayer, después de mucho tiempo subí a un microbus. Nos acostumbramos a la soledad de nuestro auto. El radio es nuestra compañía, me gusta que me conversen así que escojo en el dial los programas políticos o polémicos, la verdad es que no me importa mucho que sea la doctora Cachetada o la Señora Ley las que animen el programa, de lo que se trata es que me acompañe una voz. Otras veces, más inspirada, busco música y si encuentro la que me gusta me parece que no importa el tráfico ni el tiempo perdido porque el canto que escucho me toca el alma y me anima diciéndome que estoy viva y que soy capaz de sentir.
En el microbus todo fue más fácil, pagué un sol, la música andina llenaba todos los espacios y se paseaba entre nosotros los pasajeros. Subió una señora con sus dos niños, los había recogido del colegio. —No , ahí no, le dijo la mamá, al más chiquito, incomodas a la señora, y yo: —No, para nada. Y se sentaron al frente mío, cerquita. El niño me enseñó una tarjeta de invitación a un cumpleaños. Me dijo el nombre de quien lo había invitado. Hablamos del regalo que tendría que llevarle. Era un niño como de cinco años. Me dijo que su cumpleaños ya había pasado hacía poco.´La mamá me dijo en qué colegio estaban y que el mayor era el más estudioso. Supe que no le gustaba el futbol, que más bien el ajedrez y que era bueno corriendo. Eramos amigos. Tras despedirse, se bajaron. Yo lo hice unas cuadras más allá. El micro no me llevaba hasta la puerta de donde quería ir, lo que me pareció mejor todavía, la caminata me haría bien.
Qué bueno sería que los medios de transporte fueran más seguros, que cada pasajero tuviese lugar para sentarse, que no hicieran competencia para ver quien avanza más, entonces, tomar el micro sería lo cotidiano, el auto lo usaríamos para paseos, habría menos tráfico y cada día, podríamos hacernos un amigo nuevo.


Esta semana tuvimos en nuestro taller de lectura una conferencia que diera Borges en la Universidad de Belgrano, que trataba del tiempo. Encuentro este texto mío que llamé:
“Dandole vueltas al tiempo”.
Hace unos años, un amigo que vive en Buenos Aires me mandó de regalo un libro que leí con gran interés. “Cómo dominar el tiempo” de Jean Francois Revel,  era un precioso estudio del manejo del tiempo.  Hoy me desperté deseosa de releerlo, pensando que podría encontrar ahí respuestas a algunas preguntas que me venía haciendo. Me acerqué al estante en el que debería estar y noté su ausencia. Dediqué mucho rato de mi tiempo a buscarlo esa mañana y el asunto me fue útil porque aproveché para limpiar mis estantes y revisar uno a uno ese pequeño conjunto de libros de tan diversos géneros que he ido acumulando durante mi vida. El libro en cuestión parecía haber sido tragado por la tierra. Resignada pensé que el enfoque de Revel no era lo que me interesaba, ver la forma de ahorrar tiempo, impedir que los demás me lo arrebaten, organizarlo diariamente, no era eso esencialmente lo que estaba buscando.
Busqué entonces una frase  de John Keats que dice:
“La vida nos ha sido dada para encontrar el modo justo de emplearla. La vida es una fuente continua de confrontación mágica que exige la respuesta adecuada. Esta respuesta debe surgir de la intuición, el valor y la acumulación de experiencia.”
El texto no pronuncia la palabra tiempo, pero respondía a mi pregunta de cómo hacer uso de mi tiempo, como optar por el mejor modo, dedicando mis mejores horas a lo que más amo, a lo que tiene la capacidad de hacerme crecer, alimentarme, darme alas y permitirme descubrir mis raíces. La idea de no estar haciendo con mi tiempo lo que realmente deseaba era el corazón de mi angustia, ella estaba exigiéndome como un alfiler punzando mi conciencia un cambio de giro y la concentración de mi energía, olvidarme de la dispersión a la que soy tan proclive y hacer de verdad lo que deseo hacer.
Ya no se habla de lo que “debo” hacer, tal vez porque las moralidades andan pasadas de moda aunque el sentimiento es parecido a un imperativo de esa voz que permanece oculta en nuestro interior gritándonos para que obedezcamos ciegamente.
Pensé luego en la relatividad del tiempo, y en el tiempo de cada cual en mi tiempo interno y externo, el que vivo cuando gozo comparado con el que vivo cuando sufro, el de una dimensión especial en la que me abstraigo cuando dejo que mi fantasía se pasee, y en mi tiempo en el que me suceden o realizo acciones específicas, el tiempo de los sueños, el de la noche y el día. Uno es, pensé, el tiempo de la soledad y otro el de la agradable compañía. Las ideas se me agolpaban, iban pendulares del pasado hacia el futuro, pensé en el tiempo de la espera y conseguí asomarme al infinito.
Borges quiso ocupar toda mi mente y de pronto sentí que estaba tratando inútilmente de darle vueltas al tiempo, que no llegaría a nada tratando de contener en mi mente algo que es probablemente ilimitado o eterno.
“El presente es la forma de toda vida, es una posesión que ningún mal puede arrebatarle… El tiempo es como un círculo que girará infinitamente: el arco que desciende en el pasado, el que asciende es el porvenir; arriba hay un punto indivisible que toca la tangente y es el ahora,  dice Borges en sus Inquisiciones y sigue:
“El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego El mundo desgraciadamente es real, yo desgraciadamente soy Borges.”
Entonces el tiempo vive en mí, yo soy el tiempo. A veces podemos caminar al borde del abismo y otras mecernos acompasadamente hasta quedarnos dormidos. Hay momentos para llorar profundamente, ansiando que un viento tibio caliente nuestra pobreza, y momentos en los que los otros, con su propio tiempo, sean capaces de calmar nuestra sed y rodearnos hasta sostenernos. Soñando alcanzar las estrellas y dominar el tiempo, creyendo aún en la magia, el valor y el aprovechamiento de nuestras experiencias.
Me quedé un rato contemplando mis pensamientos, como si escuchase el rumor del dorado mar y mirase hacia el infinito y pudiese saltar de una nube a la cresta de una ola o de una roca herida por los días, al suave desliz de una gaviota que respira.


Iñaki con Nuria Espert

Conociendo una actriz de primerísima! 

Discurso de Richard Ford / Premio Princesa de Asturias

Núria Espert, premio Princesa de Asturias


Hermoso!!!

Poesía de Bob Dylan

La huida del vagabundo

Ayudadme en mi miseria
Oí al vagabundo decir
Cuando le sacaban del tribunal
Y se lo llevaban
«Mi camino no ha sido agradable
Y me queda poco tiempo,

Y sigo sin saber
Qué mal le he hecho yo a nadie»

El juez se quitó la toga,
Sus ojos se llenaron de lágrimas
«Jamás lo comprenderías», le dijo,

«¿Por qué tienes que intentarlo?» ,
Fuera el público alborotaba,
Se le podía oír desde la puerta,
Dentro el juez bajaba del estrado
Mientras el jurado clamaba pidiendo más.

«¡Oh!, callen ya a ese maldito jurado»,
Gritaron el asistente y la enfermera.
El juicio ya fue bastante malo,
Pero esto es diez veces peor.
Justo entonces, un rayo,
Reventó el Juzgado,
Y mientras todo el mundo caía de rodillas a rezar,
El vagabundo escapó.

Colección Visor de poesía 1972
Versión de Antonio Rasines






Sólo un vagabundo
Al ir caminando un día, en un rincón
Vi a un viejo vagabundo tumbado en un portal
Su cara se apretaba contra el frío suelo de la acera
Y calculé que debía llevar allí toda la noche o más.

Era sólo un vagabundo, pero ya falta uno más
No deja atrás a nadie que cante su triste canción
No deja atrás a nadie que le lleve a casa
Sólo un vagabundo, pero ya falta uno más.

Una manta de papeles de periódico cubría su cabeza.
El escalón era su almohada, la calle era su cama
Una mirada a su cara permitía ver el largo camino que había recorrido
Y un puñado de dinero dejaba ver las monedas que había mendigado.

Era sólo un vagabundo, pero ya falta uno más
No deja atrás a nadie que cante su triste canción
No deja atrás a nadie que le lleve a casa
Sólo un vagabundo, pero ya falta uno más.

¿Hace falta acaso ser muy hombre para ver toda la vida derrumbarse?
¿Para mirar al mundo desde un agujero en el suelo?
¿Para esperar el futuro como un caballo que se ha quedado cojo?
¿Para yacer en el arroyo y morir sin un nombre?

Colección Visor de poesía 1972
Versión de Antonio Rasines





BOB DYLAN - Mr Tambourine Man Premio Nobel de literatura

Bob Dylan - Just Like a Woman Premio nobel de literatura

Bobby McFerrin - Ave Maria

 cantante a capella y director de orquesta estadounidense, muy influenciado por el jazz

Roger Waters - Rock In Rio Lisboa - 2006-02-06 (full Concert)

Leonard Cohen - In My Secret Life- Verona Arena

CASA MUSEO DE REMBRANDT AMSTERDAM.wmv

Genios de la Pintura 12 de 024 Rembrandt [Documental]

domingo, 9 de octubre de 2016

Al correr de la pluma 5

Al correr de la pluma 5

Tomo notas de  unas crónicas
de un escritor al que he leído muy poco, casi nada, el catalán Terenci Moix que murió de fumar. En sus crónicas italianas habla de Elsa Morante, escritora italiana muy famosa que fue esposa de Moravia.  De lo que él me cuenta sobre ella rescato algunas palabras con las que construiré esta semana mi correr de la pluma.
Tenía Elsa, es casi el nombre de mi madre que era Elsie, un amor a esa existencia plena que el mundo nos va negando con cada avance.
Justo hace unos días hablaba al teléfono con una amiga en tono de broma, claro, y le decía, sin decirle, más o menos lo mismo que la Morante, ¿Te acuerdas, le decía, cuando decíamos, cuando seamos grandes, cuando crezcamos, entonces tendremos todos los permisos, podremos fumar, podremos ir a todas las fiestas, nos dejaran subir al tranvía, no volveré a escuchar a mi abuela decir esa frase que no entendía: “Date a deseo que olerás a poleo”, porque me habían castigado y no iría a esa fiesta que todas esperábamos con las ansias a punto de explotar. Imaginaba el poleo como un cúmulo de fragancias, una mezcla de azahares , de jazmines, del perfume que se ponía mi madre cuando ya estaba lista para salir por las noches luego de haberse mirado en el espejo y haberse dado la aprobación, sí, estaba linda. Grande fue mi desilusión al saber que el poleo, era simplemente una variedad de la menta y que el refrán, era una antigüedad que venía del campo, de Cajamarca, donde había crecido mi abuela  Ahora que hemos crecido de más, que tenemos todos los permisos, que hemos ido y vuelto, partido y regresado, esperado y perdido, ahora que la vida se nos ha abierto de par en par y que podemos decir, ¿así que la vida era esto?  Mi amiga se rió en el teléfono, porque a ella le pasaba más o menos lo mismo que a mí, no podíamos quejarnos, pero hubiésemos querido un manual de instrucciones como el que inventó George Perec, alguien que nos advirtiera, que nos vaya diciendo: —, no, por ahí no, cuidado, a la izquierda, para, a la derecha, cuidado, detente, descanso.
Sí, creíamos en una vida plena.  Y justo yo había inventado una frase para amortiguar la pena que sentía ante la muerte de mi madre, —ella tuvo una vida espléndida, —es decir con cualidades extraordinarias, una vida fantástica, magnífica, maravillosa.  Y sí,  si la miro desde un ángulo puedo decir que tuvo una vida espléndida, pero si la miro desde otro, fue su vida como la de todos, también contuvo dolor, ausencias, sueños incumplidos. Pero no lo sabíamos, creíamos en la felicidad que comienza y solo termina con la muerte,  y ni eso, porque luego venía la vida eterna que era aún más hermosa y feliz que esta y dura por los siglos de los siglos, una felicidad que no somos capaces de imaginar pero que colmaría todas nuestras fantasías, aquello que ni siquiera teníamos la capacidad de imaginar.  Entonces, ¿cómo así aparece en nuestra vida el dolor, la sombra, la noche, el silencio, el miedo? ¿Cómo despertar de todo eso y volver a tender las ilusiones que se han escondido? Sin embargo conozco a personas que no pierden las ilusiones, que tienen como tenia Elsa Morante una “obstinación feroz por esa existencia plena”.
Escoger el correr de la pluma es escoger la libertad, la casualidad, el inconsciente, lo que venga, lo que se asome de mi mente, sin constreñir, —no se trata de hacer terapia, hay que dejar que las ideas fluyan, —dijo alguien, —pero es una  quien monta sobre el caballo, la que dirige hacia donde quiere que el texto vaya. ¿Podemos hacer eso? ¿Llevar las riendas a conciencia? ¿Queremos hacer eso? ¿Podemos hacerlo?
Terenci Moix habla de la búsqueda que realiza Elsa durante toda su vida , de la soledad de su búsqueda, de la soledad de toda búsqueda, añado yo, y luego él agrega: el tiempo pasa y se vuelve irrecuperable, irrecuperable- El tiempo, repite, —como para que lo entendamos bien, para que lo fijemos en nuestra memoria que  muchas veces se hace la distraída, voltea la cabeza mirando otra cosa, se distrae porque no quiere enfrentar lo irreversible, irrecuperables los seres, las cosas mismas,—pasa y es irrecuperable.  
Claro que lo sabemos, antes de que haya el riesgo de perderlo ya sabemos que algún día lo perderemos porque es parte de la esencia del tiempo, de los seres y de las cosas, que algún día ya no estarán.  
También habla de los ojos puros de Elsa.  La pureza puede ser una forma de amor, —dice. El amor puede hacer ver de cierta manera la vida, los seres, los acontecimientos, las cosas.
Esta semana me llegó un artículo  de Gonzalo Portocarrero que habla del amor como el sentimiento que despierta la alegría.  El amor puede reinventar la realidad.  
El lenguaje para Elsa , la búsqueda de las palabras adecuadas,  será también una manera de buscar lo divino, sobrepasar lo cotidiano. La crisis del lenguaje es una crisis del espíritu.  

Me quedo imaginando los ojos puros de Elsa, que son una manera del amor. 

El arte de la fuga, Bach

Los árboles según Hesse

Lo que los árboles nos enseñan acerca de la vida y de la permanencia, por HermanN Hesse. 

“Cuando hemos aprendido cómo escuchar a los árboles, entonces la brevedad y la rapidez y la precipitación infantil de nuestros pensamientos alcanzan una dicha incomparable” afirmaba el genial escritor alemán.

Es difícil desasociar la sensibilidad artística de aquella que nos permite apreciar, y abrazar, el alma de la naturaleza. Incluso podríamos afirmar que la esencia primigenia de la estética, de las artes y de nuestras múltiples abstracciones en torno a la belleza, se origina en esa perfección retórica que pregonan las caídas de agua, las estructuras florales, los imperturbables desiertos o las intrigantes selvas.
Tomando en cuenta lo anterior, no debiera sorprendernos que Herman Hesse, el genial autor alemán, haya sido capaz de hilar un tributo literario a los árboles; esos pilares que irradian la más reconfortante sabiduría. Este fragmento fue tomado de su libro Wanderung: Aufzeichnungen (Berlin: Fischer, 1920; traducido al inglés como Wandering: Notes and Sketches y al español como El caminante).
En sus copas susurran el mundo, sus raíces descansan en lo infinito, pero no se pierden en él, sino que persiguen con toda la fuerza de su existencia una sola cosa: cumplir su propia ley, que reside en ellos, desarrollar su propia forma, representarse a sí mismos. Nada hay más ejemplar y más santo qué un árbol hermoso y fuerte. Cuando se ha talado un árbol y éste muestra al mundo su herida mortal, en la clara circunferencia de su cepa y monumento puede leerse toda su historia: en los cercos y deformaciones están descritos con facilidad todo su sufrimiento, toda la lucha, todas las enfermedades, toda la dicha y prosperidad, los años frondosos, los ataques superados y las tormentas sobrevividas. Y cualquier campesino joven sabe que la madera más dura y noble tiene los cercos más estrechos, que en lo alto de las montañas y en peligro constante crecen los troncos más fuertes, ejemplares e indestructibles.
Herman Hesse en Montagnola, 1919



Los árboles son santuarios. Quien sabe hablar por ellos, quien sabe escucharles, aprende la verdad. No predican doctrinas y recetas; predican indiferentes al detalle, la ley primitiva de la vida.
Un árbol dice: en mi vida se oculta un núcleo, una chispa, un pensamiento, soy vida de la vida eterna. Es única la tentativa y la creación que ha osado en mí la Madre Tierra. Mi misión es dar forma y presentar lo eterno en mis marcas singulares.
Un árbol dice: mi fuerza es la confianza. No sé nada de mis padres, no sé nada de miles de retoños que todos los años provienen de mí. Vivo hasta el fin del secreto de mi semilla, no tengo otra preocupación. Los árboles tienen pensamientos dilatados, prolijos y serenos, así como una vida más larga que la nuestra. Son más sabios que nosotros, mientras no les escuchamos. Pero cuando aprendemos a escuchar a los árboles, la brevedad, rapidez y apresuramiento infantil de nuestros pensamientos adquieren una alegría sin precedentes. Quien ha aprendido a escuchar a los árboles, ya no desea ser un árbol. No desea ser más que lo que es.

Tasmania, Australia in HD



Australia quizás está a gran distancia de nuestras posibilidades, pero quien sabe, la vida nos da sorpresas, por lo pronto ya tengo una pareja de amigos encantadores que conocimos acá en nuestra selva a los que nos encantaría darles un abrazo en su tierra. Nunca había escuchado el nombre de esta ciudad Tasmania y es muy hermoso como podran ver. Acá hay un museo modernísimo  el Mona de un hombre de gran fortuna llamado Hobart que podrán ver.


Museum of old and new art (MONA) Hobart Tasmania

Mozart - Piano Concerto No. 21, K.467 / Yeol Eum Son

Simon Trpceski plays Tchaikovsky "March" from The Seasons, at Classical ...

El canto del Mirlo

«He oído cantar al mirlo, luego he vivido», escribió.Henning Mankell, escritor sueco.


Canto del mirlo: 
https://youtu.be/S3wSTWjeCZo

The Art of DANNY McBRIDE

Dibujante canadiense de mujeres ensombreradas

Acá  Danny McBride, de Toronto Canadá  dibuja mujeres ensombreradas.





Tziporah Salamon: Vestirse es como comer

 Tziporah Salamon considerada  como una de las mujeres con más estilo de New York.  

Nahui Olin. Una mujer fascinante

El Dr. Atl amó a Nahui Olin, a ella le dijo: 
Es tu nombre el más grandioso de las símbolo de las cosmogonías. En tu boca la más humana de todas las bocas. Son tu ojos dos abismos abiertos entre el polvo sideral. Anillo de una nebulosa a través de los cuales se miran los abismos del caos. Gloria ardiente es tu cuerpo. Y es tu pensamiento una rotación que conmueve al Universo e ilumina mi corazón.

lunes, 3 de octubre de 2016

Al correr de la pluma 4

Al correr de la pluma 4


Me acompaña en el auto la voz de Antonio Cisneros recitando sus poemas, muy simpático y entusiasta, llegamos hasta Alemania, a cierta calle en la que vivió dos años y me enseña una pareja dedicada al gimnasio, a la comida sana, pretendiendo la eternidad y en contraste se muestra a si mismo con un cigarro en la comisura de los labios, despreocupado de la muerte, disfrutando con intensidad de la vida. Luego escucho a Santiago Gamboa y me encandilo con un texto suyo que me explica lo importante que es la palabra, como está presente la poesía en nuestra vida y en nuestra muerte.
Veo una película totalmente edulcorada, el amor por encima de todo, el personaje antagonista de una perversidad exagerada, la chica lindísima Necesitaba estar así un rato frente a la pantalla con escenas románticas y el triunfo del amor.
Las rosas rosas que ofrecí la semana pasada regresaron a mí  convertidas en rosadas. Que sorpresa y alegría que suene el timbre y alguien haya pensado en ti y te mande la belleza.
Cuando puse unas flores  en un florero de vidrio en forma de pecera, se me ocurrió pensar que las estaba convirtiendo en peces. La cualidad de transformar las cosas,  sea su apariencia, su función o su esencia,  sería uno de los deseos que pediría a un mago. Sucede en los cuentos para niños, en los mitos, cuando ya están por atrapar al ciervo, tras un salto se convierte en un conejo y se escabulle entre la maleza y el tigre que lo tenía cercado, lo pierde.
En clase hicimos dos relatos de Vila Matas, el del padre que en su lecho de muerte confiesa a su hijo que hizo matar a su madre y le cuenta detalles y toda la historia mientras el hijo y los lectores descubrimos que lo que está haciendo es transmitirle el arte de la ficción; y el de  los dos viejos cónyuges, la realidad y la ficción desposados, que nos hace saltar a un lado y al otro y mezclar la imaginación con los hechos y confundirlos hasta no saber qué es qué. Buenísimo escritor que domina el arte de hipnotizarte, hacerte creer y descreer.
 Julio Herrera y Reissig  poeta uruguayo pregunta  ¿Cómo no se pregunta al rayo de la estrella de dónde viene y por qué tirita ni a la vaporosa nube del cielo dónde ha nacido, ¿por qué es tan blanca?
Podría hacer un pequeño libro en el que contase mi amistad con personas compañeras de asiento en los aviones. Alejandrina Reyna es mi amiga cubana, música extraordinaria que vive en Chile, pianista, mujer intensa, llena de historias, de vida, de energía. Ella me contó de Yemayá la diosa del mar que vino como creencia  de la región de Yoruba en el  Africa, protectora de los barcos,  de los pescadores, de los peces, —todos somos peces porque nadamos  nueve meses antes de nacer—,  del hogar, de la familia. Es madre de toda la tierra,  es Virgen, es sirena, es adivina, de sus manos se desprenden perlas, carga un espejo, porta una corona, le ofrecemos velas y flores.
El 11 de Setiembre del 2001, el tremendo día de las torres gemelas, estábamos  mi amiga Alicia Alarco, en una sesión de fotos para mi libro, cuando escuchamos la noticia. Al poco rato empezaron a llegar las chicas del taller, ese día leíamos a Marosa di Giorgio, escritora uruguaya muy extraña, transgresora, irreverente que habla de comarcas encantadas, de hadas, ángeles y brujas, entonces sucedió lo del segundo avión y cancelamos la clase. Todas las participantes salieron disparadas hacia sus casas, espantadas y Marosa de la que habíamos estado escuchando un disco guardó silencio y derramó sus brebajes sus afrodisiacos, y excitantes filtros de amor.
De pronto, como un impulso que no se donde me llega, siento ganas de cantar Tengo el corazón contento el corazón contento lleno de alegría, la cantaba Marisol y  Chiqui Bazo me cuenta que sus amigas queridas le dieron una sorpresa cuando cumplió 50 al llegar a Máncora dionde ella vive vestidas de corazones gigantes cantando esta canción, claro que la hicieron llorar, lágrimas de alegría.


domingo, 2 de octubre de 2016

Una casa para siempre por Enrique Vila Mata

Una casa para siempre por Enrique Vila Mata  




De mi madre siempre supe poco. Alguien la mató en la casa de Barcelona, dos días después de que yo naciera.
El crimen fue todo un misterio que creí dar por resuelto el día en que cumplí veinte años, y mi padre, desde su lecho de muerte, reclamó mi presencia y me dijo que, por desconfianza a los adjetivos, estaba aproximándose al momento en que enmudecería radicalmente, pero que antes deseaba contarme algo que juzgaba importante que yo supiera.
-Incluso las palabras nos abandonan -recuerdo que dijo-, y con eso está dicho todo, pero antes debes saber que tu madre murió porque yo así lo dispuse.
Pensé de inmediato en un asesino a sueldo y, pasados los primeros instantes de perplejidad, comencé a dar por cierto lo que mi padre estaba confesando. Cada vez que pensaba en el hacha ensangrentada sentía que el mundo se hundía a mis pies y que atrás quedaban, patéticamente dibujadas para siempre, las escenas de alegría y plenitud que me había hecho idealizar la figura paterna y forjar la imagen mítica de un hombre siempre levantado antes de la aurora, en pijama, con los hombros cubiertos por un chal, el cigarrillo entre los dedos, los ojos fijos en la veleta de una chimenea, mirando nacer el día, entregándose con implacable regularidad y con monstruosa perseverancia al rito solitario de crear su propio lenguaje a través de la escritura de un libro de memorias o inventario de nostalgias que siempre pensé que, a su muerte, pasaría a formar parte de mi tierna aunque pavorosa herencia.
Pero aquel día de aniversario, en Port de la Selva, se fugó de esa herencia todo instinto de ternura y tan sólo conocí el pavor, el terror infinito de pensar que, junto al inventario, mi padre me legaba el sorprendente relato de un crimen cuyo origen más remoto, dijo él, debía situarse en los primeros días de abril de 1945, un año antes de que yo naciera, cuando sintiéndose él todavía joven y con ánimos de emprender, tras dos rotundos fracasos, una tercera aventura matrimonial, escribió una carta a una joven ampurdanesa que había conocido casualmente en Figueras y que le había parecido que reunía todas las condiciones para hacerle feliz, pues no sólo era pobre y huérfana, lo que a él le facilitaba las cosas, ya que podía protegerla y ofrecerle una notable fortuna económica, sino que, además, era hermosa, muy dulce, tenía el labio inferior más sensual del universo y, sobre todo, era extraordinariamente ingenua y servil, es decir, que poseía un gran sentido de la subordinación al hombre, algo que él, a causa de sus dos anteriores infiernos conyugales, valoraba muy especialmente.
Había que tener en cuenta que su primera esposa, por ejemplo, le había mutilado, en un insólito ataque de furia, una oreja. Mi padre había sido tan desdichado en sus anteriores matrimonios que a nadie debe sorprenderle que, a la hora de buscar una tercera mujer, quisiera que ésta fuera dulce y servil.
Mi madre reunía esas condiciones, y él sabía que una simple carta, cuidadosamente redactada, podría parla. Y así fue. La carta era tan apasionada y estaba tan hábilmente escrita que mi madre no tardó en sentarse en Barcelona. En el centro de un laberinto de callejuelas del Barrio Gótico llamó a la puerta del, y ennegrecido palacio de mi padre, quien al parecer no pudo ni quiso disimular su gran emoción al verla allí en el portal, sosteniendo bajo la lluvia un maletín azul que dejó caer sobre la alfombra al tiempo que, con humilde y temblorosa voz de huérfana, preguntaba si podía pasar.
-Que aquel día llovía en Barcelona -me dijo padre desde su lecho de muerte-, es algo que nunca pude olvidar, porque cuando la vi cruzar el umbral me pareció que la lluvia era salvaje en sus caderas y me sentí dominado por el impulso erótico más intenso de mi vida.
Ese impulso parecía no tener ya límites cuando ella le dijo que era una experta en el arte de bailar la tirana, una danza medieval española en desuso. Seducido por ese ligero anacronismo, mi padre ordenó que de inmediato se ejecutara aquel arte, lo que mi madre, ansiosa de complacerle en todo y con creces, realizó encantada y hasta la extenuación, acabando rendida en los brazos de quien, sin el menor asomo de cualquier duda, le ordenó cariñosamente que se casara cuanto antes con él.
Y aquella misma noche durmieron juntos, y mi padre, dominado por esa suprema cursilería que acompaña a ciertos enamoramientos, tuvo la impresión de que, tal como había imaginado, acostarse con ella era como hacerlo con un pájaro, pues gorjeaba y cantaba en la almohada, y le pareció que ninguna voz cantaba como la de ella y que incluso sus huesos, como su labio inferior y sus cantos, eran frágiles como los de un pájaro.
-Y esa misma noche, bajo el rumor de la lluvia barcelonesa, te engendramos -me dijo de repente mi padre con los ojos muy desorbitados.
Un lento suspiro, siempre tan inquietante en un moribundo, precedió a la exigencia de un vaso de vodka. Me negué a dárselo, pero al amenazar con no proseguir su relato, por pura precaución ante el posible cumplimiento de la amenaza, fui casi corriendo a la cocina y, procurando que tía Consuelo no lo viera, llené de vodka dos vasos. Hoy sé que todas mi precauciones eran absurdas porque en aquellos momentos tía Consuelo sólo vivía para alimentar su intriga ante un cuadro oscuro del salón que representaba la coquetería celestial de unos ángeles al hacer uso de una escalera; sólo vivía para ese cuadro, y muy probablemente esa obsesión le distraía de otra: la constante angustia de saber que su hermano, acosado por aquella suave pero implacable enfermedad, se estaba muriendo. En cuanto a él, en aquellos momentos sólo vivía para alimentar la ilusión de su relato.
Cuando hubo saciado su sed, mi padre pasó a contar que el viaje de miel tuvo dos escenarios, Estambul y El Cairo, y que fue en la ciudad turca donde advirtió la primera anomalía en la conducta de su dulce y servil esposa. Yo, por mi parte, advertí la primera anomalía en el relato de mi padre, ya que estaba confundiendo esas dos ciudades con París y Londres, pero preferí no interrumpirle cuando oí que me decía que la anomalía de mi madre no era exactamente un defecto, sino algo así como una peculiar manía. A ella le gustaba coleccionar panes.
En Estambul, ya desde el primer momento, entrar en las panaderías se convirtió en un extraño deporte. Compraban panes que eran perfectamente inútiles, pues no estaban destinados a ser devorados sino más bien a elevar el peso de la gran bolsa en la que reposaba la colección de mi madre. Muy pronto, él protestó y preguntó con notable crispación a qué obedecía aquella rara adoración al pan.
-Algo tiene que comer la tropa -respondió escuetamente mi madre, sonriéndole como quien le sigue la corriente a un loco.
-Pero Diana, ¿qué clase de broma es ésta? –balbuceó desconcertado mi padre.
-Me parece que eres tú quien está bromeando esas preguntas tan absurdas -contestó ella con cierto aire de ausencia y esbozando la suave y soñadora mirada de los miopes.
Siete días, según mi padre, estuvieron en Estambul, y eran unos cuarenta los panes que mi madre llevaba en su gran bolsa cuando llegaron a El Cairo. Como era hora avanzada de la noche, él marchaba feliz sabiéndose a salvo de las panaderías cairotas, e incluso se ofreció a llevar la bolsa. No sabía que aquéllas iban a ser sus últimas horas de felicidad conyugal.
Cenaron en un barco anclado en el Nilo y acabaron bailando, entre copas de champán rosado ya la luz de la luna, en la terraza de la habitación del hotel. Pero horas después mi padre despertó en mitad de la noche cairota y descubrió con gran sorpresa que mi madre era sonámbula y estaba bailando frenéticas tiranas sobre el sofá. Trató de no perder la calma y aguardó pacientemente a que ella, totalmente extenuada, regresara al lecho y se sumergiera en el sueño más profundo. Pero cuando esto ocurrió, nuevos motivos de alarma se añadieron a los anteriores. De repente mi madre, hablando dormida, se giró hacia él y le dijo algo que, a todas luces, sonó como una tajante e implacable orden:
-A formar.
Mi padre aún no había salido de su asombro cuando oyó:
-Media vuelta. Rompan filas.
No pudo dormir en toda la noche y llegó a sospechar que su mujer, en sueños, le engañaba con un regimiento entero. A la mañana siguiente, afrontar la realidad significaba, por parte de mi padre, aceptar que en el transcurso de las últimas horas ella había bailado tiranas y se había comportado como un general perturbado al que sólo parecía interesarle dar órdenes y repartir panes entre la tropa. Quedaba el consuelo de que, durante el día, su esposa seguía siendo tan dulce y servil como de costumbre. Pero ése no era un gran consuelo, pues si bien en las noches cairotas que siguieron no reapareció el tiránico sonambulismo, lo cierto es que fueron en aumento y, de forma cada vez más enérgica, las órdenes.
-Y el toque de Diana -me dijo mi padre- comenzó a convertirse en un auténtico calvario, pues cada día, minutos antes de despertarse, los resoplidos que seguían a los ronquidos de tu madre parecían imitar el sonido inconfundible de una trompeta al amanecer.
¿Deliraba ya mi padre? Todo lo contrario. Era muy consciente de lo que estaba narrando y, además, resultaba impresionante ver cómo, a las puertas de la muerte, mantenía íntegro su habitual sentido del humor. ¿Inventaba? Tal vez y, por ello, probé a mirarle con ojos incrédulos, pero no pareció nada afectado y siguió, serio e inmutable, con su relato.
Contó que cuando ella despertaba volvía a ser la esposa dulce y servil, aunque de vez en cuando, cerca de una panadería o simplemente paseando por la calle, se le escapaban extrañas miradas melancólicas dirigidas a los militares que, en aquel El Cairo en pie de guerra, hacían guardia tras las barricadas levantadas junto al Nilo. Una mañana incluso ensayó algunos pasos de tirana frente a los soldados.
Más de una vez mi padre se sintió tentado de encarar directamente el problema hablando con ella y diciéndole por ejemplo:
-Tienes como mínimo una doble personalidad. Eres sonámbula y, además de bailar tiranas sobre los sofás, conviertes el lecho conyugal en un campo de instrucción militar.
No le dijo nada porque temió que si hablaba con ella de todo eso tal vez fuera perjudicial y lo único que lograra sería ponerla en la pista de un rasgo oculto de su carácter: ciertas dotes de mando. Pero, un día, paseando en camello junto a las pirámides, mi padre cometió el error de sugerirle el argumento de un relato breve que había proyectado escribir:
-Mira, Diana. Es la historia de un matrimonio muy bien avenido, me atrevería a decir que ejemplar. Como todas las historias felices, no tendría demasiado interés de no ser porque ella, todas las noches, se transforma, en sueños, en un militar.
Aún no había acabado la frase cuando mi madre pidió que la bajaran del camello y, tras lanzarle una mirada de desafío, le ordenó que llevara la bolsa de los panes turcos y egipcios. Mi padre quedó aterrado porque comprendió que, a partir de aquel momento, no sólo estaba condenado a cargar con la pesadilla del trigo extranjero, sino que además recibiría orden tras orden.
En el viaje de regreso a Barcelona mi madre mandaba ya con tal autoridad que él acabó confundiéndola con un general de la Legión Extranjera, y lo más curioso fue que ella pareció, desde el primer momento, identificarse plenamente con ese papel, pues se quedó como ausente y dijo que se sentía perdida en un universo adornado con pesados tapetes argelinos, con filtros para templar el pastís y el ajenjo y narguilés para el kif, escudriñando el horizonte del desierto desde la noche luminosa de la aldea enclavada en el oasis.
Ya su llegada a Barcelona, ya instalados en el viejo palacio del Barrio Gótico, los amigos que fueron a visitarles se llevaron una gran sorpresa al verla a ella fumando como un hombre, con el cigarrillo humeante y pendiente de la comisura de los labios, y verle a él con las facciones embotadas y tersas como los guijarros pulidos por la marejada, medio ciego por el sol del desierto y convertido en un viejo legionario que repasaba trasnochados diarios coloniales.
-Tu madre era un general -concluyó mi padre-, y no tuve más remedio que ganar la batalla contratando a alguien para que la matara. Pero eso sí, aguardé a que nacieras, porque deseaba tener un descendiente. Siempre confié en que, el día en que te confesara el crimen, tú sabrías comprenderme.
Lo único que yo, a esas alturas del relato, comprendía perfectamente era que mi padre, en una actitud admirable en quien está al borde de la muerte, estaba inventando sin cesar, fiel a su constante necesidad de fabular. Ni la proximidad de la muerte le retraía de su gusto por inventar historias. y tuve la impresión de que deseaba legarme la casa de la ficción y la gracia de habitar en ella para siempre. Por eso, subiéndome en marcha a su carruaje de palabras, le dije de repente:
-Sin duda me confunde usted con otro. Yo no soy su hijo. Y en cuanto a tía Consuelo no es más que un personaje inventado por mí.
Me miró con cierta desazón hasta que por fin reaccionó. Vivamente emocionado, me apretó la mano y me dedicó una sonrisa feliz, la de quien está convencido de que su mensaje ha llegado a buen puerto. Junto al inventario de nostalgias, acababa de legarme la casa de las sombras eternas.
Mi padre, que en otros tiempos había creído en tantas y tantas cosas para acabar desconfiando de todas ellas, me dejaba una única y definitiva fe: la de creer en una ficción que se sabe como ficción, saber que no existe nada más y que la exquisita verdad consiste en ser consciente de que se trata de una ficción y, sabiéndolo, creer en ella.


(*) Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) es autor de una amplia obra narrativa, que le ha consagrado como uno de los más importantes y personales autores de su generación. Algunos de sus títulos son: ImposturaHistoria abreviada de la literatura portátilUna casa para siempreSuicidios ejemplaresHijos sin hijosRecuerdos inventadosLejos de VeracruzExtraña forma de vidaEl viaje vertical (Premio Rómulo Gallegos) y Bartleby y compañía (Premio Ciudad de Barcelona), además de los ensayos de El viajero más lento, y el El mal de Montano (Premio Herralde y el Medicis a mejor novela extranjera).

Sfumato, poema de Amalia Bautista

SFUMATO de Amalia Bautista poeta española
Tan áspero era el mundo, tan hiriente,
que él lo difuminó para mis ojos.
Tan profundo era el corte que me hacían
las aristas de todo lo real,
que él decidió limarlas.
Tanto daño me hacía el movimiento
de la vida voraz,
que él lo detuvo en un instante.
Un preciado regalo contra el mundo,
contra la realidad, contra la vida,
contra la lucidez
y contra mi tristeza.

Memorias de Antonia. 1995. Película completa en español.



Que preciosa tarde de Domingo he tenido con esta película holandesa, una hermosa saga, historia de mujeres interesantes, inteligentes,  independientes, luchadoras, de la vida y de la muerte, de las alegrías y los descubrimientos. Un regalo que recomiendo y comparto.

Sting: "Songs from the Labyrinth - Dowland Anniversary Edition" Trailer

Ana Rossetti

ATRÉVETE Y SUCEDERÁ



IMAGINA la oscuridad.
El horror dispara sus minutos a la velocidad de la metralla.
Las sirenas crecen como aullidos de chacales,
los gemidos retumban entre los escombros, clavan sus esquirlas.
Imagina tus lágrimas como bayonetas,
desahuciadas de todo consuelo, de toda piedad.
Refugios rebosando de miedo, temblando de miedo
mientras los cadáveres elevan sus montañas,
mientras los bombarderos gotean constelaciones en las aceras.
Imagina el aire entrándote, invadiéndote de muerte.
Se pulverizan árboles y bibliotecas;
se desgarran cuerpos y muros,
se mutilan recuerdos y palabras;
se siembran minas, terrores y esqueletos de pájaros.
Imagina la orfandad de las cosas. El llanto de las cosas.
Imagina cómo los héroes se envuelven en capas escarlatas.
Cómo los verdugos despliegan alfombras escarlatas.
Cómo las víctimas se ahogan en manantiales escarlatas.
Y cómo el espanto, la venganza, el odio
ganan batallas en tu corazón sobrecogido.
Estás en medio del recinto inexpugnable del pánico.
Y eres tú quien orquesta los crímenes.
Porque has sido tú.
Tú, que eres capaz de imaginar,
de sentir todo lo que imaginas,
de fabricar todo lo que sientes,
de construir realidades con los sueños
quién ha dado vida al horror.
Por eso, atrévete a cambiar la estructura
del mundo
y donde dices temor di esperanza
porque las lágrimas también son de alegría.
Porque la sangre también es nacimiento.
Porque la belleza también es sobrecogedora
y el amor un potente estallido.
Por eso, atrévete.
Apacigua tu mente,
ilumina tus ojos,
imagina justicia.
Imagina consuelo.

Imagina bondad.

Jeff Buckley Dido's Lament (Re-mastered) HD

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19 dias y 500 noches (letra)

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