martes, 25 de julio de 2017

Richard Ford en carne y hueso










La imagen puede contener: una persona, primer plano
Anoche fuimos con mi querida amiga Ana María García a la Feria del libro. Queríamos asistir a la conversación de Alonso Cueto, peruano y Juan Villorio, mexicano, con Richard Ford, uno de los escritores vivos norteamericanos más famosos. La conversación fue en inglés. El auditorio estaba lleno. Para mi fue un gran gusto tener tan cerca a un escritor que admiro desde que tuve entre las manos su Antología del cuento norteamericano, y me dio a conocer estupendos escritores.
Le comentaba a Ana María que a pesar de poder ver a nuestros escritores favoritos en You tube en conferencias o entrevistas, tenerlos en carne y hueso los convierte en seres reales a los que les sucede cosas, sentimos que de verdad existen. He visto a algunos grandes, a García Márquez en la Universidad de Ingeniería luego de que publicara Cien años, a Julio Ramón Ribeyro, casi rompimos las puertas del Banco Continental para que nos dejen entrar, y en el Instituto nacional de cultura; he visto a Borges en la Católica, a Rosa Montero en la Pacífico y en la de Lima, a Edwards,y así a varios de los escritores que llegaron de visita a Lima. 
Me quedo con mucho deseo de leer su último libro publicado "Between Them", un libro de memorias dedicado a sus padres. Nos contó de su amistad con Raymon Carver, habló de Chejov, de su deseo de escribir sobre las cosas que considera importantes en la vida, le gusta ser testigo de la vida. El misterio está en la rutina, dijo, lo que pasa es que no nos damos cuenta. Escribir me permite imaginar. Los personajes están hechos de lenguaje, les tengo que dar vida, mundo interior, con el lenguaje.
Su esposa Cristina le sugirió que escribiese sobre alguien que es feliz. Hagamos que la maldad choque con el bien. Es fácil hablar sobre el mal. La maldad está alrededor. Sin embargo el personaje puede ser feliz y fracasado, vive un drama, ha perdido su esposa, por ejemplo, o algo importante en su vida y desea ser mejor y feliz. Claro que hay conflicto. El optimismo ayuda a sufrir menos.
Chejov te invita a notar algo. Tu crees que conoces el mundo y él te dice: Te voy a enseñar cosas más importantes que las que tu conoces. Te dice: Mira, mira, mira, con intensidad. Y aparecen emociones que no estaban ahí. Chejov dice: Te voy a hacer pensar que la vida es importante, presta atención para que te guste el mundo. También habló sobre el humor como algo que es parte de lo importante y sobre la musicalidad del lenguaje, el ritmo, la sonoridad.
Richard Ford parte de Lima pero quedan para nosotros sus fabulosos cuentos de Rock Spring, sus ensayos, sus novelas y su manera sencilla de ver la literatura, sin tanta pretensión.
Su presencia nos dijo que era como nosotros, que no estamos solos en el mundo. Y esto si lo dijo en voz alta: Que la soledad se cura con historias.

Concepción del mundo

¿Que he coleccionado durante mi vida casi sin darme cuenta? Pensamientos ajenos, reflexiones, maneras de ver el mundo. Como un coleccionista de estampillas, o de monedas, de cartas antiguas o de obras de arte, poseo fragmentos que en algún momento aparecieron y sentí valiosos y los guardé como tesoros valiosos de los que no me debía desprender. Y cuando los vuelvo a encontrar surge nuevamente la maravilla, esta vez distinta, porque yo soy ahora diferente, porque he vivido nuevas experiencias que me hacen ver el fragmento como si lo viese por primera vez.CBdeR.
Mi concepción del mundo. Fragmento de: S.Schrödinger.
Supón que estás sentado sobre un banco en un camino de un paraje de los Alpes Altos. (...) Delante tuyo las cimas coronadas de nieve. Todo esto que ven tus ojos ha estado aquí, con pequeños cambios, desde hace milenios. Dentro de un ratito -no mucho tiempo- tú ya no estarás mientras que el bosque, las rocas y el cielo seguirán así invariables después de ti.
¿Qué es eso que te ha reclamado repentinamente de la nada para que goces un rato de este espectáculo que ni siquiera repara en ti? Todas las condiciones de tu ser son casi tan viejas como estos Alpes, como estas rocas. Desde hace milenios los seres humanos han ambicionado, sufrido, criado; las mujeres han parido con dolor. A lo mejor hace cien años otro estaba sentado en este mismo lugar y contempló al igual que tú, con idéntico recogimiento y melancolía en el corazón, esas lomas candentes. Ese otro hombre había sido engendrado por un hombre y nacido de una mujer, igual que tú. Sentía alegría y dolor como tú. ¿Era otro acaso? ¿No eras tú mismo? ¿Qué significa este tú mismo? ¿Qué condiciones hacen falta para que este engendrado se convierta en ti, justamente tú y no otro? Si la que es hoy tu madre hubiera cohabitado con otro y le hubiera dado un hijo, y de igual manera tu padre, ¿hubieses llegado a ser tú? ¿O quizás tú en ellos, en el padre de tu padre ... ya desde hace milenios? (...)
... es imposible que el sentir y querer que tú llamas tuyo hayan salido de la nada en un cierto momento (no hace mucho tiempo); más bien, este reconocer, sentir y querer es esencialmente eterno e invariable en todos los hombres, o mejor dicho en todos los seres sensibles. (...) por muy incomprensible que parezca al intelecto común, tú -e igualmente cada ser consciente tomado por separado- eres todo en todo. Por ello, tu vida, la que tu vives, no es un fragmento del acontecer mundial, sino en cierto sentido, la totalidad.
Así, puedes echarte al suelo, apretarte contra la madre tierra, con el seguro convencimiento de que tú eres uno con ella y ella una contigo. (...) Tan seguro como que ella te tragará mañana, tan seguro como que te parirá de nuevo para renovadas ambiciones y sufrimientos. Y no sólo algún día: ahora, hoy, a diario te da a luz, no una vez sino miles y miles de veces, como también te devora miles y miles de veces a diario. Porque eternamente y siempre es sólo ahora, este único y mismísimo ahora, el presente es lo único que nunca se acaba.
... me parece que mi angustia e inquietud, ambición y preocupación no son sino lo mismo que las de miles de hombres y mujeres que vivieron antes que yo, y puedo creer que transcurridos miles de años todavía podrá cumplirse aquello que yo había implorado hace miles de años por vez primera. Ninguna idea germina en mí, que no sea la continuación de la de un ancestro y por lo tanto no es un germen joven, sino el desarrollo de un brote del vetusto y sagrado árbol de la vida.
Fragmento de: S.Schrödinger. Mi concepción del mundo. Barcelona, Tusquets, 1988., p. 44-46 Viena, 1887-id., 1961) Físico austriaco. Compartió el Premio Nobel de Física del año 1933 con Paul Dirac por su contribución al desarrollo de la mecánica cuántica. Ingresó en 1906 en la Universidad de Viena, en cuyo claustro permaneció, con breves interrupciones, hasta 1920. Sirvió a su patria durante la Primera Guerra Mundial, y luego, en 1921, se trasladó a Zurich, donde residió los seis años siguientes.

Perfiles: Raymond Carver, el gigante del cuento estadunidense

De Mariano Iberico El camino sin fin

Hay en Huancayo un camino que tal vez le sería grato a Alberto ureta porque "no lleva a ninguna parte". Es el camino a "San Fernando". Y "San Fernando" no existe. Es un lugar imaginario, un nombre inventado por alguien que tenía interés en construir un camino inacabable y que acertó a signarle como término de llegada un punto inexistente. Así los kilómetros se agregarían a los kilómetros sin que jamás pudiera decirse que el objetivo del camino —la fabulosa montaña de "San Fernando"—había sido alcanzado". Porque lo que no existe está muy lejos. Y de esta suerte el camino a "San Fernando" se convierte en el símbolo irónico de todos los caminos; porque ningún camino lleva a ninguna parte y todos conectan un punto cierto y triste, con la ilusoria, fabulosa lejanía de la esperanza. de "Los caminos" de Mariano Iberico Rodriguez de "Notas sobre el paisaje de la sierra." 1937

Brancusi, Serra, escultura


Brancusi-Serra from Museo Guggenheim Bilbao on Vimeo.

Mercedes Sosa / "Las manos de mi madre"

Paraules d'amor (subtitulada), 50 años. Serrat y Pablo Alborán (Diciembe...

Fina Estampa - Caetano Veloso

Federico García Lorca - Vicente Monera (Romancero gitano "Romance de la...

Teatro: Alfredo Sansol, España

Ir a enlace para ver estupenda conferencia sobre teatro español y lectura dramatizada realizada en  la Fundación March p0=1&p1=11https://www.march.es/conferencias/poetica-teatro/detalle.aspx?p0=1&p1=11


NEW 2016 Psychill Psychedelic 3D Visual Progressive Trippy Music Mix

The Ninth Symphony by Maurice Bejart

Merce Cunningham Dance Company at BAM: Second Hand

Macy Gray - I try Soul

Joe Cocker - Eres tan bella

Jazz Charles Lloyd & Jason Moran duo

jueves, 13 de julio de 2017

Frases de Osamu Dazai





 
"Oh, quisiera escribirlo todo, volcarlo todo, sin guardar nada." 

"La adicción es tal vez una enfermedad del espíritu."

"Ahora no tengo ni la felicidad ni la infelicidad. Todo pasa. Eso es lo único que creo que es verdad en la sociedad de los seres humanos."

"Las flores de loto que crecían ahí habían empezado a marchitarse; sus truculentas carcasas atrapadas entre tallos alargados y vencidos, las estúpidas caras de la gente con una expresión de agotamiento total, todo brotaba al frescor de la tarde y me llevaba a pensar que el fin del mundo debía de andar cerca." 
" Si tenemos derecho a vivir, tenemos derecho a morir." 

Me pregunto si soy feliz. Desde pequeño me han dicho muchas veces que soy afortunado; pero mis recuerdos son de haber vivido en el infierno.

Creía en el infierno, pero me costaba mucho creer en el cielo. 

 Pese a que temía tanto a la gente, al parecer era incapaz de renunciar a ella.








Ombra fedele anch'io - Idaspe (1730) de Riccardo Broschi. Farinelli

En memoria del 11 Setiembre 2001 - Samuel Barber - Adagio for Strings, op.11.

Mischa Maisky plays Bach Cello Suite No.1 in G (full)

Luis Eduardo Aute - Volver a Verte (Audio)

ANDRES SOTO "El Tamalito" Homenaje

Sin ánimo de amar


Al borde de los cuarenta años logró concretar el gran anhelado objetivo de terminar con su vida. Osamu Dazai se arrojó al río atado a una mujer con una cinta roja, en 1948. Dejaba una obra singular, frenética y no bien vista por algunos maestros como Tanizaki y Kawabata, sobre todo, Indigno de ser humano, y también sus cuentos narrados por voces femeninas. Un relámpago que en la línea de Akutagawa atravesó con energía frenética la literatura japonesa.
 Por Juan Forn

Hacía un tiempo largo que no leía a un japonés que me moviera el amperímetro, ya me estaba cansando del minimalismo hierático cuando metí los dedos en ese enchufe llamado Osamu Dazai y recibí la descarga eléctrica que andaba añorando. Siempre que un autor o un libro me produce ese efecto, trato de descubrir dónde empezó a existir exactamente, y en el caso de Dazai fueron estas frases: “El antónimo de negro es blanco. Pero el antónimo de blanco es rojo, y el de rojo es negro. Podría seguir: el antónimo de delito sería miel, quizás” (en japonés, delito se dice tsumi y miel se dice mitsu). “Pero entonces me acordé de crimen y castigo, y supe que Dostoievski colocó juntas esas palabras no como sinónimos ni consecuencias, sino como antónimos: como el hielo y el carbón”.
Osamu Dazai era un forúnculo en la literatura japonesa. Tanizaki tenía prohibido que se lo mencionara en su presencia. Mishima dijo de él: “Por supuesto que soy capaz de identificar el talento de Dazai: él dejaba la piel por mostrar precisamente aquello que yo pretendía ocultar” (las malas lenguas dicen que Mishima escribió Confesiones de una máscara bajo el influjo de la obra maestra de Dazai: Indigno de ser humano). Incluso el benigno Kawabata dijo: “Siento profundo desdén por su viciosa materia literaria” y se negó a conceder al joven Dazai el premio Akutagawa (que coronaba una vez por década al mejor escritor japonés menor de treinta años). Dazai se limitó a contestarle públicamente: “Por lo general las personas no muestran su terrible naturaleza, pero son como una vaca pastando tranquila que de repente levanta la cola y descarga un latigazo sobre el tábano”.
Dazai era una rara clase de tábano. La palabra que mejor lo define seguramente es paria: el que siente que nació distinto a su clase, a su familia, a su entorno. El que siente la estafa esencial: que todo se puede actuar, y se pregunta si los demás pensarán así, y comprende que los demás también actúan, pero no saben -o se niegan a saber - que actúan. “Mi idea de alguien respetado consistía en una persona que había logrado engañar casi a la perfección a los demás. Yo, en cambio, había evitado con éxito que me respetaran”. ¿Cómo lo hizo? Con cuatro intentos de suicidios y un tenko. El primero fue a los diecisiete años, cuando aún estudiaba en el instituto (sobredosis de barbitúricos; no tomó los suficientes; sobrevivió y se graduó). El segundo fue dos años más tarde: su padre lo había desheredado por su vínculo con una geisha de bajo rango, él hizo un pacto suicida y se arrojó a las aguas de la bahía de Kamakura tomado de la mano de una mujer. La mujer no era aquella geisha. La mujer se ahogó, él fue rescatado por unos pescadores. “Desde que saltamos al agua hasta el último minuto creo que pensábamos en asuntos totalmente diferentes”, escribió después.
El tercer intento fue en 1933, luego de afiliarse a una célula clandestina del partido comunista. Más que los objetivos de aquel grupo político, lo atrajo el ambiente: “Ya conocía el alcohol, el tabaco, las prostitutas y las casas de empeño. El pensamiento de izquierda quizá parezca una combinación un poco rara con todo eso, pero yo le veía algo en común: me hacía sentir a salvo. Mis compañeros no lo veían así. Me daban ganas de decirles que yo no tenía nada que ver con ellos y escapar, pero como no me parecía digno, opté por matarme”. Esta vez decidió colgarse de una viga, pero despertó vivo: la policía lo había salvado y encarcelado, para que realizara su tenko, o “cambio de rumbo”, una práctica habitual en aquellos tiempos militaristas de Japón, que consistía en hacer una confesión y rechazo público de las ideas de izquierda. Según Dazai, aquel tenko fue su obra inaugural y su última voluntad. A la familia no le pareció suficiente y lo internó, primero en un hospital para tuberculosos y, cuando se hizo adicto a la morfina, en un psiquiátrico, donde se desgarraba la ropa y escribía en ella cartas que comenzaban invariablemente “Maldita esposa mía” (la idea la había tomado de una dama que, luego del segundo intento de suicidio de Dazai, le escribió cincuenta tankas, que comenzaban todos con el verso “Vive por mí”).
Dazai enfurecía a los puristas porque practicó toda su vida una rara clase de literatura del yo, o shishosetsu, género de larga prosapia en las letras japonesas. Se lo acusaba indistintamente de no ser fiel cronista de su propia biografía y también de no inventar nada, de enmascararse en sus personajes (en sus formidables cuentos narrados en primera persona por mujeres) y de carecer de personajes. Nadie fue más descarada y elegíacamente egocéntrico que él, y sin embargo las mujeres, los jóvenes y los descastados de Japón sienten hasta el día de hoy que habla de ellos. Lo que pasa con Dazai es que a algunos japoneses no les gusta lo que les muestra el espejo. En un cuento formidable en que hace hablar a un billete (sí, a un billete: money talks), para contar la historia de su país antes y después de la guerra, Dazai escribe: “Por aquel tiempo Japón se abandonó a la desesperación. Imagino que se podrán hacer a la idea de por qué tipo de manos pasé, por qué razón y qué clase de crueles conversaciones escuché mientras me intercambiaban, así que no voy a entrar en detalles”. En un cuento escrito en primera persona por una colegiala, le hace decir: “En mi corazón deseé que te ocurriera alguna desgracia, por tu bien”. Por su novela Shayo (traducida primero como El sol que declina y después como El ocaso), los japoneses comenzaron a usar esa palabra como sinónimo de miembro de la aristocracia que perdía sus privilegios.
Fueron legión las mujeres que lo amaron, que quisieron rescatarlo. Una de ellas dijo de él que hasta la felicidad le hería, como el algodón, y por eso se apresuraba a apartarse de ella antes de resultar herido. En una hermosa estampa que dejó de él su maestro y único protector, Masuji Ibuse, lo describe de la siguiente manera: “Allí estaba, tendido en el tatami, con la mejilla apoyada en la palma de la mano como si le doliera una muela y sin disimular en lo más mínimo su sombrío estado de ánimo, ese peculiar estado de ánimo, como si tuviera el cráneo lleno de vidrios rotos”.
Bebía, desde la mañana, shochu (el aguardiente más barato, conocido en la noche tokiota como matarratas) porque decía que eliminaba los microbios. “Bebía tanto como para tomar un baño, después me hacía unas caricias surgidas del infierno y después caía en un sueño fulminante”, dice en otro cuento con voz de mujer. No llegó a cumplir los treinta y nueve años: luego del cuarto intento, otra vez con pastillas, esta vez con su esposa (“Como hermanos, marchamos a Minakami. La misma noche de nuestra llegada lo hicimos. Sin embargo, a la mañana siguiente, Hatsuyo despertó. Yo también. Había vuelto a fallar”), logró por fin tener éxito: se arrojó al río Tama con una peluquera, atados uno al otro con un cinturón rojo. Sus cuerpos aparecieron, aún atados, seis días después, el 19 de junio de 1948, día de su cumpleaños.
El libro a leer de Dazai es, sin duda, Indigno de ser humano. Como El extranjero de Camus, como El santo bebedor de Roth, como Crónica de mi familia de Pratolini, como Los adioses de Onetti, es uno de esos libros que tocan un nervio instantáneo y que a la vez (descubrimos después) son mecanismos de relojería: se los puede estudiar escena por escena. De ahí aconsejo pasar a Colegiala, sus cuentos en voz de mujer. Después pueden seguir por donde quieran, y hay de sobra, pero con eso ya habrán sufrido en todo su esplendor esa descarga eléctrica llamada Osamu Dazai. Del diario El Pais


lunes, 3 de julio de 2017

Versión de Bob Dylan Premio nobel de literatura 2016 Nobel

"The Pretenders- I'll Stand by You"



The Pretenders es un grupo anglo-estadounidense de rock que en sus comienzos (1978) formó parte de la llamada new wave. (Wikipedia) 

Oh, porque estas tan triste
Hay lagrimas en tus ojos
Acercate y hablame ahora
No te averguenzes si lloras
Dejame enterderte 
Porque a mi tambien me ha ido mal
Cuando la noche te atrape
Y no sepas que hacer
Nada de lo que me digas 
Me haria amarte menos

Me quedare a tu lado, me quedare a tu lado
No dejare que nadie te lastime 
Me quedare a tu lado

Entonces, si te enojas, enojate
No te lo guardes todo
Ven y hablame ahora
Pero hey, lo que tengas que esconder
Yo tambien me enojo
Pero me aprezco mucho a ti 
Cuando te encuentras en una encrusijada 
Y no sabes que camino seguir
Dejame llegar a ti 
Porque aun cuando estes equivocada

Me quedare contigo, me quedare contigo
No dejare que nadie te lastime
Me quedare contigo
Llevame en tus momentos mas dificiles
Y nunca te dejare
Me quedare contigo
Y cuando,
Cuando caiga la noche amor
Y te sientas solo 
Caminando por ti mismo

Me quedare contigo . . .

Balada de los urales - apollinary vasnetsov, 1897


Piedra de sol de Octavio Paz

Octavio Paz


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Piedra de sol (fragmento)



" un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre:
                      un caminar tranquilo
de estrella o primavera sin premura,
agua que con los párpados cerrados
mana toda la noche profecías,
unánime presencia en oleaje,
ola tras ola hasta cubrirlo todo,
verde soberanía sin ocaso
como el deslumbramiento de las alas
cuando se abren en mitad del cielo,     
(...)
voy por tu cuerpo como por el mundo,
tu vientre es una plaza soleada,
tus pechos dos iglesias donde oficia
la sangre sus misterios paralelos,
mis miradas te cubren como yedra,
eres una ciudad que el mar asedia,
una muralla que la luz divide
en dos mitades de color durazno,
un paraje de sal, rocas y pájaros
bajo la ley del mediodía absorto,

vestida del color de mis deseos
como mi pensamiento vas desnuda,
voy por tus ojos como por el agua,
los tigres beben sueño en esos ojos,
el colibrí se quema en esas llamas,
voy por tu frente como por la luna,
como la nube por tu pensamiento,
voy por tu vientre como por tus sueños,

tu falda de maíz ondula y canta,
tu falda de cristal, tu falda de agua,
tus labios, tus cabellos, tus miradas,
toda la noche llueves, todo el día
abres mi pecho con tus dedos de agua,
cierras mis ojos con tu boca de agua,
sobre mis huesos llueves, en mi pecho
hunde raíces de agua un árbol líquido,

voy por tu talle como por un río,
voy por tu cuerpo como por un bosque,
como por un sendero en la montaña
que en un abismo brusco se termina,
voy por tus pensamientos afilados
y a la salida de tu blanca frente
mi sombra despeñada se destroza,
recojo mis fragmentos uno a uno
y prosigo sin cuerpo, busco a tientas,
(...)
porque las desnudeces enlazadas
saltan el tiempo y son invulnerables,
nada las toca, vuelven al principio,
no hay tú ni yo, mañana, ayer ni nombres,
verdad de dos en sólo un cuerpo y alma,
oh ser total...
(...)
amar es combatir, si dos se besan
el mundo cambia, encarnan los deseos,
el pensamiento encarna, brotan alas
en las espaldas del esclavo, el mundo
es real y tangible, el vino es vino,
el pan vuelve a saber, el agua es agua,
amar es combatir, es abrir puertas,
dejar de ser fantasma con un número
a perpetua cadena condenado
por un amo sin rostro;
                                el mundo cambia
si dos se miran y se reconocen
(...)
sigo mi desvarío, cuartos, calles,
camino a tientas por los corredores
del tiempo y subo y bajo sus peldaños
y sus paredes palpo y no me muevo,
vuelvo adonde empecé, busco tu rostro,
camino por las calles de mí mismo
bajo un sol sin edad, y tú a mi lado
caminas como un árbol, como un río
caminas y me hablas como un río,
creces como una espiga entre mis manos,
lates como una ardilla entre mis manos,
vuelas como mil pájaros, tu risa
me ha cubierto de espumas, tu cabeza
es un astro pequeño entre mis manos,
el mundo reverdece si sonríes
comiendo una naranja,
                                el mundo cambia
si dos, vertiginosos y enlazados,
caen sobre la yerba: el cielo baja,
los árboles ascienden, el espacio
sólo es luz y silencio, sólo espacio
abierto para el águila del ojo,
pasa la blanca tribu de las nubes,
rompe amarras el cuerpo, zarpa el alma,
perdemos nuestros nombres y flotamos
a la deriva entre el azul y el verde,
tiempo total donde no pasa nada
sino su propio transcurrir dichoso
(...)
—¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?,
¿cuándo somos de veras lo que somos?,
bien mirado no somos, nunca somos
a solas sino vértigo y vacío,
muecas en el espejo, horror y vómito,
nunca la vida es nuestra, es de los otros,
la vida no es de nadie, todos somos
la vida —pan de sol para los otros,
los otros todos que nosotros somos—,
soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,
la vida es otra, siempre allá, más lejos,
fuera de ti, de mí, siempre horizonte,
vida que nos desvive y enajena,
que nos inventa un rostro y lo desgasta,

hambre de ser, oh muerte, pan de todos. "

Escuchar la voz de Octavio Paz recitando este poema:
https://www.youtube.com/watch?v=H3YQUHOSyT0&feature=youtu.be


Tete Montoliu y Mayte Martin Boleros

Simon And Garfunkel - The Sound Of Silence (with lyrics)

Benjamin Zander 2008 Musica y Pasion. Con los ojos brillantes.

Death in Venice-Gustav Mahler- Adagietto (from Symphony N°5)

Stjepan Hauser - Oblivion (Piazzolla)


El maravilloso Piazzolla.

Simeon ten Holt - Canto Ostinato for two pianos and two marimbas

 Sharon Nowlan, el artista minimalista. 

Frases de Geretrude Stein



Usted tiene que saber lo que quiere conseguir.



Escritora estadounidense que causó un gran impacto en la cultura del siglo XX, tanto por su personalidad como por su papel de mecenas de las artes y su propia producción literaria.
Ella y su hermano figuran entre los primeros coleccionistas de la obra de Picasso, Matisse y Braque, con quienes mantuvo una estrecha amistad. A través de sus escritos y su representativa colección personal de obras contemporáneas sumamente innovadoras, Stein supo llamar la atención de un amplio círculo internacional sobre el arte moderno. Murió en París, el 27 de julio de 1946. Sus archivos y documentos fueron legados a la Universidad de Yale, mientras que su colección de arte fue objeto de litigio familiar durante años y finalmente se dispersó entre diversas colecciones estadounidenses.( Wikipedia). 

Mis frases penetran por los poros y quedan bajo la piel, pero la gente no se da cuenta.

Se necesita mucho tiempo para ser un genio. Usted tiene que sentarse mucho, sin hacer nada, realmente no hacer nada.

Todo el mundo recibe tanta información durante todo el día que pierden su sentido común.

No hay respuesta. No va a haber ninguna respuesta. Nunca ha habido una respuesta. Ahí tienes la respuesta.

Usted es extraordinario dentro de sus límites, ¡Pero sus límites son extraordinarios!

Si no puedes decir algo bueno de otra persona, ven a sentarte junto a mí.

La escritura y la lectura son para mí sinónimo de existencia.

Se necesita un montón de holgazanería para escribir un libro.


En la mañana hay significado, por la noche hay sentimiento.

La noche de los feos




La noche de los feos


Mario Benedetti


1
Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.
Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.
Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.
Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.
Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.
Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.
La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.
La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.
Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.
“¿Qué está pensando?”, pregunté.
Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.
“Un lugar común”, dijo. “Tal para cual”.
Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.
“Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?”
“Sí”, dijo, todavía mirándome.
“Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida.”
“Sí.”
Por primera vez no pudo sostener mi mirada.
“Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo.”
“¿Algo cómo qué?”
“Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad.”
Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.
“Prométame no tomarme como un chiflado.”
“Prometo.”
“La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?”
“No.”
“¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?”
Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.
“Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca.”
Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.
“Vamos”, dijo.
2
No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.
Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.
En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.
Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.
Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.
Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.

Mi tío de Lima, Hebe Uhart






Mi tío de Lima

–¿Con quién vives tú?
–Con mi mamá, mi papá y mi abuelita –dije.
–Ve a llamar a tu mamá, ¿quieres? Dile que vino José Mazzini de Lima.
Observé que la fórmula peruana para pedir una cosa era diferente: él no quería decir si yo quería ir a llamar a mi mamá, era como si dijera: «Quiero que llames a tu mamá con tu consentimiento», pero disentir era imposible.
La voz era rica, plena, suave. No era una voz de argentino. Era como si brotara de algún lugar profundo dentro de él y como si vibrara un poquito en su cuerpo.
–¡Vino José Mazzini de Lima!
–Abrí la puerta del comedor –dijo mi mamá.
Ella se acomodó el pelo y acomodó una silla. Estaba nerviosa: hacía 40 años había llegado el tío Pipotto de Lima justo el día en que se escaparon los chanchos. Ahora este tío y el comedor estaba desordenado.
–¡Sacá esos trapos! ¡No servís para nada!
Habitualmente esa observación me irritaba, pero esa vez no me afectó; venía un pariente de Lima y por eso mismo iba a esconder los trapos en un lugar insólito: detrás de un jarrón de porcelana; ojalá que se asomaran un poco.Finalmente mi mamá salió, ya con cara de recibir visita. La cara de visita era para todos igual: afable, cortés, casi siempre desenvuelta, como si de antemano descontara que iba a recibir un gran placer. Con esa misma cara recibía a una amiga íntima y también a la señora de Bastión, que tenía un hijo mongólico de 40 años y explicaba minuciosamente cómo le cortaba la carne en pedacitos para que no se atragantara. Salió a la calle y dijo:
–¿Qué tal? –como si lo hubiera visto hace un año. Mi tío de Lima, con la voz un poco emocionada, con un leve matiz de duda para que la emoción fuera después más plena y el encuentro más histórico, le dijo:
–Tú eres Emilia, ¿ya?
–Y tú José –dijo mi mamá hablando de tú seguramente por contagio. Nunca la había oído hablar de tú y pensé que a lo mejor lo haría en otras oportunidades que yo desconocía.
Se abrazaron y José tenía los ojos brillosos. Entonces mi mamá dijo:
–A ver. Vos sos hijo de Cayetano.
–No –dijo–, de Juanito. Cayetano tuvo dos hijos: uno volvió a Italia y el segundo, Marcos…
–Pero es cierto –dijo mi mamá un poco fastidiada porque se había equivocado–. ¡Qué tonta! Si sos hermano de…
Cuando se estableció bien la filiación, lo invitó al comedor a sentarse en unas sillas duras, altas e incómodas. Mi tío de Lima se sentó sin reparar en ellas como si una silla fuera un obstáculo útil para sentarse, y siguió muy emocionado.
–¿Y la tía Teresa? –dijo.
No dijo «la tía», dijo algo así como «la zia». Claro, resulta que era sobrino de mi abuela. Pero mi abuela estaba en su pieza, sentada en su cama rezando, acomodando todas las estampitas como para un solitario y no sabía que había venido un sobrino. Ella acomodaba todas las estampitas sobre la cama, les rezaba y las cambiaba de lugar de acuerdo con algún orden.
Ella rezaba para todos, pero quién sabe si se acordaba de ese sobrino.
Mi mamá dijo:
–Un momentito, le voy a avisar. Quedate con el tío José.
El tío José me sonrió y me contó cómo había venido.
Mi mamá no fue alborozada a decirle a mi abuela que había venido José; fue para ver si la abuela tenía las estampitas en orden sobre la frazada y para peinarla. Con el apuro, el peinado y esa precipitación, mi abuela no entendía de qué se trataba. Solo que era alguien de Lima. Mi abuela hizo un gesto como diciendo: «Justo ahora». Estaba por la oración de San Francisco. Estaba atrasada en el rezo y ya venía atrasada del día anterior. Además quería estar con cierta majestad en la cama y sentía en ese momento que no tenía ninguna majestad, se sentía un poco débil. Mi mamá le puso colonia y mi abuela revivió. Le pidió a mi mamá que saliera y la dejara sola un minuto para prepararse para la visita. Mi abuela era imperiosa; tenía la nariz larga y afilada y la mandíbula sobresaliente; llevaba la boca siempre apretada y era flaca. Ella decía siempre:
–Pónelo cua. Pónelo la. Torna cuesto. Porta vía. Mete cuesto in la. Guarda cua. Tapa il sole. Ve in casa. Prego, levanta la stampa. Sta in calma.

Después entró mi tío de Lima a la pieza de mi abuela, y otra vez la filiación. Con mi abuela fue más largo el asunto; dijo que sí, que comprendía, pero me parece que dijo que entendía porque ya iba para largo. La verdad es que mi abuela, por tratarse de ella, hizo mucha alharaca. Ella también tenía una voz para las visitas y una amabilidad distinta, pero siempre como si el centro fuera ella. Ella sabía que era una anciana venerable que había vivido y trabajado duramente: no esperaba más que laureles y siempre cosechaba laureles y rosas de las visitas. Pero esta vez era diferente: le pidió a mi mamá estar a solas con su sobrino de Lima y mi mamá vio la parte práctica del asunto, que era hacer la comida, mandarme al almacén, etc. Todo esto era normal. Lo que no era normal era lo que se oía desde la pieza de mi abuela. Mi abuela lloraba con la voz quebrada, como si le hubiera salido una voz finita, de viejita femenina, con agudos estridentes que nunca le había escuchado.

Se estaba confidenciando. Era una voz de víctima y de prima dona, a veces de pajarito. José le decía «tía» como si la hubiera visto toda la vida y le preguntaba cosas en italiano con esa voz rica y peruana. Mi abuela se había olvidado del italiano en la Argentina y siempre dijo que a ella Italia no le iba ni le venía. El italiano que ella hablaba era un idioma propio, una mezcla, y cuando tenía que hablar con unas amigas italianas, decía todo que sí para abreviar, pero la mitad no entendía. Pero ahora con el sobrino ella quería hacerse entender y él le hablaba un italiano perfecto y ella lo entendía. No se oían órdenes ni aseveraciones como de costumbre. A veces parecían lamentos, recuerdos. La voz de él era serena, un poco grave. Oí que mi abuela le preguntó:
–¿Il tuo padre vive ancora?
Preguntó con una voz humilde y temerosa, pero ya más en confianza, no con voz amable de visita, sino como si fuera un sobrino que ella viera cada tanto.
–No –dijo él–, papá falleció en el 50. ¿A ver? Espera. Sí, digo bien, en el 50…
Lo dijo en tono neutro, objetivo, como si recordara la fecha de la muerte de un presidente.
–Ah –dijo medio desconcertada mi abuela–. ¿Y Caetán?
–Caetán falleció de joven, cuando la fiebre amarilla, espera, a ver si me equivoco. Pero no, fue en el 18 –sorprendido–. ¿No lo supiste, pues?
–¡Emilia, Emilia! –dijo mi abuela llamando a grandes voces a mi mamá–. ¡Ha morto Caetán!
Se echó a llorar tapándose la cara con las manos. Yo nunca la había visto llorar a mi abuela. Mi mamá estaba haciendo tallarines y la salsa se estaba por quemar.
–Y claro, mamá –dijo mi mamá–. ¿No te acordás de que ya avisaron? Yo tengo la idea de que avisaron.
Y le habló por lo bajo a José, diciéndole que a mi abuela le fallaba un poco la memoria. Mi abuela agarró la estampa de San Cayetano; como no veía casi nada hizo un esfuerzo para mirarlo bien a ver si era, y mientras, lloraba, pero no ya con esos sollozos impactantes, sino que se le lloraba.
Después vino otra vez mi tío de Lima a comer a mi casa. Ese día habían puesto un mantel de supergala que yo no había visto nunca puesto y la mejor vajilla. Yo jamás había visto todo el despliegue junto. Mi abuela se mostró amable, lo suficiente, y correctamente cariñosa.
Después que mi tío se fue, mi abuela, más imperiosa que de costumbre empezó a decir:

–Mételo cua. Guarda cuesto la. Súbito el trapo, ve. Hebe Uhart