miércoles, 25 de febrero de 2009

La maravilla de lo inesperado



A veces sucede, cada uno tiene una anéctoda de lo inesperado, no imaginábamos que viviríamos un momento tan especial y "eso" sucede produciendo en nosotros una alegría mayor.
Si al acontecimiento le sumamos el ingrediente sorpresa, el gozo se duplica.
Les cuento: era la noche del domingo en la playa, dábamos una última caminata por el malecón y en una de las casas él tocaba su violín. Lo hacía como si ofreciese al mar su melodía. Concentrado en sí mismo, a manera de meditación, Rodo hacía vibrar su violín envolviéndonos en una delicada ceremonia.
Corrí a buscar a los niños, no podían perderse a mi amigo el violinista. La gente se detenía frente a la casa y quedaba absorta. Lo saludamos y le pedimos que tocase algo para los niños, y claro que lo hizo, él había inventado un cuento al que iba añadiendo sonidos como si el violín fuese un instrumento mágico - como realmente lo es- el silbato del tren, el sonido del viento, el canto del pajarito... los niños escuchaban atentísimos y luego vinieron los aplausos, después Rodo nos regaló música de gitanos, qué alegría.
El violinista feliz bajó a encontrarse con su espontáneo público y nos mostró su violín.
Imaginé las horas de práctica y entonces él nos habló de su profesor de violín. (Guardo para otro momento esa historia.)
Tras despedirnos y agradecer nos fuimos a dormir con el alma llena de música.

Escojo en you tube a Samvel Yervinyan ( violinista y compositor armenio).














Unica voz

Nuestra voz es única.


Al escuchar una voz podemos adivinar algunas características de su dueño.


La voz puede ser melancólica, sonar como una campana, mostrar ansiedad o esperanza, ser dubitativa o decidida. Sabemos si el dueño de esa voz es alto o bajo, grueso o enclenque, si podemos confiar en él o alejarnos temerosos.


La voz, exhala la quintaesencia del álma.

Voz entrecortada y tensa.

Cuando uno muere la voz se apaga.

Viene un tiempo de silencio.



Voz opaca, argentina
de la conciencia ( mi abuela hablaba del gusano de la conciencia, no me gustaba ser habitada por un gusano pero me alegré al saber que pronto se convertiría en mariposa.)
voz empañada
baja
al viento

Creemos conocer a los locutores de radio. Su voz nos es familiar y hemos armado en nuestra cabeza una imagen de su persona.
Ya existen registros de voz para identificar a las personas, en el banco por ejemplo, bastaría que la voz coincida con la voz grabada para que la persona haga el trámite que desea.


¿Podemos variar nuestra voz?
La mía es aguda pero me es muy útil cuando deseo ser atendida y muchas veces la gente me reconoce con solo escuchar mi voz.
Ahora escucharemos una voz que canta como se debe.

Kathleen Ferrier





























Me gusta tanto que pongo una canción más de esta fabulosa contralto inglesa.






Pasando la posta







En el colegio, durante la hora de la gimnasia, muy de vez en cuando, nos hacían jugar. La posta me encantaba, eso de formar equipos, de luchar en conjunto para correr con toda el alma para llegar a la meta y especialmente entregar el palo de madera que en nuestras manos y con el riesgo de caerse se convertía en un tesoro muy valioso. En la vida tambien pasamos la posta, ahora le toca a otro, entregamos alguno de nuestros trucos, las cosas que hemos ido aprendiendo en la vida a nuestros hijos, nietos, o a nuestros alumnos ( si los tenemos).
Nos damos cuenta de que la vida consiste en recibir y entregar y que, como decía mi hija Sybi, dar y recibir debería tener una sola palabra porque es una sola acción. Ella usaba indistintamente el "ten" tanto para dar como para recibir.

Alfred , austriaco, es uno de los mejores pianistas del mundo. Especializado en Beethoven, Mozart y Shubert- se describe a si mismo como autodidacta.
Mis padres no eran músicos, dice, en la casa no había música. No he sido dotado con una memoria fenomenal y no soy un buen lector a primera vista. Está despidiéndose tras 60 años de trayectoria.








Y Simon Trpcesky es un joven pianista de Macedonia.








jueves, 19 de febrero de 2009

Ser publicista

Mi hija Chiara es creativa en una agencia de publicidad. Hablamos muchas veces de todo lo que demora hacer un buen comercial, la tormenta de ideas que tienen que hacer hasta que "eureka" se les ocurre algo, luego lo afinan, le dan mil vueltas, lo consultan, se apasionan y al fin lo presentan al cliente, es tan difícil que coincida la mente de un creativo con la del cliente, un empresario que solo sabe que quiere vender su producto al mayor número de personas. Eso es tal vez lo interesante, la negociación, el ponerse de acuerdo. Lo que vemos es siempre el producto de un acuerdo. Son poquísimos los clientes que dejan todo en manos de los creativos. Ese es el sueño: ser libres para crear lo que su corazón desea.Aquí les cuelgo algunas publicidades muy creativas:





viernes, 13 de febrero de 2009

Un cuento



Leo en el País que los relatos y los cuentos están totalmente fuera del mercado. Lo que interesa es la novela. Esto sucede en Europa pero no tanto en Estados Unidos o Latinoamérica. Como buen ejemplo de cuento estupendo nombran este buenísimo cuento del argentino Pedro Mairal - que estuvo en el Perú para la feria del libro- que espero disfruten:

Hoy temprano.

Pedro Mairal

Salimos temprano. Papá tiene un Peugeot 404 bordó, recién
comprado. Yo me trepo a la luneta trasera y me acuesto ahí
a lo largo. Voy cómodo. Me gusta quedarme contra el vidrio
de atrás porque puedo dormir. Siempre estoy contento de ir a
pasar el fin de semana a la quinta, porque en el departamento
del centro, durante la semana, lo único que hago es patear
una pelota de tenis en el patio del pozo de aire y luz que está
sobre el garaje, un patio entre cuatro paredes medianeras
altísimas y sucias por el hollín de los incineradores. Si miro
para arriba en ese patio parece que estuviera adentro
de una chimenea, si grito, el grito apenas sube pero no llega
hasta el cuadrado de cielo. El viaje a la quinta me saca
de ese pozo.


En la calle hay poco tránsito, quizá porque es sábado
o porque todavía no hay tantos autos en Buenos Aires.
Llevo un autito Matchbox adentro de un frasco para capturar
insectos y unos crayones que ordeno por tamaño y que no
me tengo que olvidar al sol porque se derriten. A nadie
le parece peligroso que yo vaya acostado en la luneta.
Me gusta el rincón protector que se hace con el vidrio
de atrás, al lado de la calcomanía de la Proveeduría Deportiva.
En el camino miro el frente de los autos porque parecen
caras: los faros son ojos, los paragolpes son bigotes,
y las parrillas son los dientes y la boca. Algunos autos tienen
cara de buenos, otros cara de malos. Mis hermanos prefieren
que yo vaya en la luneta porque así tienen más lugar
para ellos. Yo no viajo en el asiento hasta más adelante,
cuando hace demasiado calor o cuando ya no quepo
en la luneta porque crecí un poco. Tomamos una avenida
larga. No sé si es porque hay muchos semáforos pero vamos
despacio, además después ya el Peugeot está medio roto,
tiene el caño de escape libre y hay que gritar para hablar;
una de las puertas de atrás está falseada y mamá la ató con
el hilo del barrilete de Miguel.


El viaje es larguísimo. Sobre todo cuando no están
sincronizados los semáforos. Nos peleamos por la ventana,
ninguno de los tres quiere sentarse en el medio. En la General
Paz nos turnamos para sacar la cabeza por la ventana
con las antiparras de agua de Vicky, para que no nos lloren
los ojos por el viento. Papá y mamá no dicen nada. Salvo
cuando pasamos por la policía: ahí hay que sentarse derechos
y estar callados. Cuando ya tenemos el Renault 12, a Miguel
se le vuela por la ventana medio pilón de figuritas de "Titanes
en el Ring" y papá frena en la banquina para juntarlas
porque Miguel grita como un enloquecido. Yo veo de repente
que se nos acercan dos soldados apuntándonos con la
metralleta, diciendo que estamos en zona militar. Le hacen
preguntas a papá, lo palpan de armas, le revisan
los documentos y después tenemos que seguir viaje sin juntar
las figuritas que quedan ahí desparramadas, incluso
la autografiada por Martín Karadagián.


Papá busca música clásica en la radio, a veces consigue
sintonizar bien la emisora del Sodre. Nosotros estamos
a las patadas en el asiento de atrás cuando de repente papá
sube el volumen y dice "escuchen esto, escuchen esto"
y hay que hacer una pausa silenciosa en medio de una toma
de judo para escuchar una parte de un aria o de un adagio.
Después, cuando llegan los pasacassettes para autos, el viaje
a la quinta se hace bajo el dominio absoluto de Mozart.
Miramos pasar hacia atrás el camino prolijo, los árboles
podados con los troncos pintados de blanco, y escuchamos
los quintetos para cuerdas, las sinfonías, los conciertos
para piano, las óperas. Vicky lidera rebeliones para tapar
a las sopranos de "Las bodas de Fígaro" o de "Don Giovanni"
con nuestro cántico filial favorito que dice "Queremos comer,
queremos comer, sangre coagulada revuelta en ensalada...".
Pero después Vicky empieza a traer libros para el viaje
y los lee sin prestarle atención a nadie, en silencio,
cada vez más enojada, porque la obligan a venir, hasta
que le dan permiso para quedarse los fines de semana
en el centro para ir al cine con sus amigas que ya salen
con chicos, y entonces Miguel y yo tenemos cada uno
su ventana indiscutible, aunque invitemos a un amigo. 


Sentimos que no vamos a llegar nunca. Hay largas esperas
a medio camino mientras mamá compra muebles de jardín
o plantas, aprovechando que papá se quedó trabajando
en casa. Con Miguel jugamos en el asiento de atrás a ver
quién aguanta más sin respirar, cada uno le tapa el tubo
del snorkel al otro para que no haga trampa, o si no,
improvisamos un partido de paleta con un bollo de papel
y las dos patas de rana. Esperamos tanto que Tania se pone
a ladrar, porque no aguanta más, encerrada en la parte
de atrás de la Rural Falcon que tenemos después del Renault.
Entonces aparece mamá, con plantas o macetas o algún
mueble que hay que atar al techo, y seguimos viaje.


Los amigos que invita Miguel van cambiando. Yo los miro
con asombro, con ansiedad perversa, porque sé que cuando
lleguemos van a empezar a caer en las trampas que Miguel
deja siempre preparadas: el ratón muerto dentro de las botas
de goma para el invitado, el fantasma del galpón, la farsa
de los chanchos asesinos, el pozo tapado con hojas y ramas
al lado de la fila de palmeras que se ve desde la casa. Dentro
del auto, en los embotellamientos de la ruta a media mañana,
yo miro a los amigos de Miguel y paladeo por primera vez
el mal. Prefiero a los confiados y prepotentes, porque sé
que les va a resultar más intensa la humillación
de esas trampas en las que yo colaboro de un modo oblicuo,
indefinido. Los invitados de Miguel casi nunca vuelven a venir.


Cuando terminan el primer tramo de la autopista y ponen
el peaje, el tráfico avanza mejor. Vicky va por su cuenta,
con amigas que tienen auto. Papá ya casi no viene.
En la Rural destartalada, mientras mamá maneja, Miguel
me usa el cuaderno de dibujo garabateando planos
y elaborando estrategias para espiar a las amigas de Vicky
cuando se cambian. Después Miguel empieza a venir cada vez
menos, y yo tengo todo el asiento de atrás para dormir. Mamá
frena y me despierta para que le ponga agua al radiador
que pierde y recalienta el motor. Compramos una sandía
al costado de la ruta.


En la barrera del tren, donde antes había uno o dos
vendedores ambulantes, ahora hay amputados o paralíticos
que piden limosna y otros que ofrecen revistas, pelotas,
biromes, herramientas, muñecos. También en los semáforos
del pueblo que atravesamos piden una moneda o venden
flores y latas de gaseosa. A papá le dieron el Ford Sierra
de la empresa, que tiene botones automáticos y como
a Miguel lo asaltaron hace poco, mamá me hace bajar los
seguros y cerrar las ventanas en los semáforos porque le dan
miedo los vendedores. Dice que se le tiran encima y que,
además, Duque los puede morder. Después, la excusa del aire
acondicionado ayuda a que ya no vayamos más con la
ventana abierta. El auto comienza a ser una cápsula de
seguridad, con un microclima propio. Afuera cada vez hay más
basura, más pintadas políticas. Adentro, la música suena
nítida en el estéreo nuevo y mamá tolera con paciencia
los cassettes que yo pongo de Soda o de Police.


El auto es más rápido y todo el tiempo parece que estamos
por llegar. Sobre todo cuando empiezo a manejar yo,
que aumento la velocidad sin que mamá se dé cuenta porque
viene tranquila en el asiento del acompañante mirando
en el espejo su último lifting que le tira la piel para atrás
como si fuera un efecto de la aceleración. Después, cuando
muere papá, mamá prefiere que maneje Miguel, que volvió
como el hijo pródigo, porque Vicky ya está viviendo
en Boston. Para mí la ruta se empieza a enrarecer porque
manejo el Taunus amarillo del padre del Chino en el que
dejamos cerradas las ventanas, no por miedo a que nos roben
sino para que el humo de la marihuana no pierda densidad.
Escuchamos "Wild horses" y hay momentos casi espirituales
en los que la velocidad total de la ruta parece cobrar
una lentitud serena en el paisaje enorme y chato. Después
manejo el auto de la madre de Gabriela que por suerte
es gasolero y no gasta demasiado en las escapadas
que nos hacemos cualquier día de semana para estar solos
un rato. Ya se está hablando del tema de la expropiación
pero es apenas una advertencia, faltan todavía dos gobiernos.
Gabriela se pone unos vestiditos que me obligan a manejar
con una sola mano y a acariciarle los muslos con la otra,
subiendo desde las rodillas lentamente, sin necesidad de poner
los cambios porque dejo el motor a fondo mientras Gabriela
me pide al oído que no me apure, que esperemos a llegar.
Nunca se hizo tan largo el viaje. La quinta está allá lejos,
inalcanzable.


Más adelante, a Gabriela le empieza a crecer la panza
y viajamos para tratar de integrarnos a la vida familiar. Vamos
en el Volkswagen que nos presta su hermano. Ya usamos
cinturón de seguridad, ya empezamos a tener miedo 
de morirnos y faltan pocos kilómetros. Los años pasan hacia
atrás cada vez más rápido. Hay muchos más autos en la ruta
y más peajes. Están terminando la autopista. Frenamos
en una estación de servicio, discutimos. Gabriela llora
en el baño. Tengo que pedirle que salga. Después compramos
el baby-seat para Violeta y ella va chiquitita y dormida
en el asiento de atrás, también con cinturón de seguridad.
Los tres atados.


Piso el acelerador porque quiero llegar temprano para
almorzar. Gabriela dice que no importa, que podemos parar
en el Mc Donald's. Discutimos. Gabriela me desprecia. Yo me
pongo los anteojos negros y acelero más. Aprovecho el viaje
para escuchar demos de jingles para radio. Aprieto con las
manos el volante del Escort. Falta poco. Gabriela me pide
que vaya más despacio, después deja de venir, se va
con Violeta a lo de la madre los fines de semana. Manejo solo,
escucho los conciertos para piano de Mozart en compacts
que suenan perfectos. El motor de la 4x4 no hace ruido.
La autopista está terminada, con alambre a los costados
para que no cruce la gente. Voy por el carril rápido. Miro
el velocímetro: ciento sesenta y cinco. Estoy por pasar
por el lugar exacto. Veo de lejos las tres palmeras y espero
que se alineen. Se acercan, me acerco, hasta que la primera
palmera tapa a las otras dos y digo "acá", y es como
si lo gritara, pero lo digo despacio, lo digo en el punto exacto
donde estaba la casa antes de la expropiación, antes
de que la demolieran y construyeran arriba la autopista.
Siento que por una milésima de segundo paso por adentro
de los cuartos, por arriba de la cama donde jugábamos
con Miguel a "Titanes en el Ring", paso por las tumbas
de Tania y Duque entre las plantas de mamá, paso por un olor
húmedo y metálico, por un sabor a ciruelas verdes tiradas
en el fondo de la pileta para sacarlas buceando más tarde,
paso por el miedo a una culebra que salió cuando dimos vuelta
una chapa, por la noche de lluvia en que jugamos a embocar
una pelota en el único cuadrado roto de la ventana para
obligarnos a buscarla con linterna entre los sapos
y los charcos. Ahora es un malón incesante de autos
que pasa por encima del fantasma de la casa. Son las doce
en punto y el sol resplandece en el asfalto. Soy un hombre
divorciado, un publicista que va al country de su hermano
por primera vez y se olvidó las instrucciones de cómo llegar
y está perdido, un hombre que no sabe dónde frenar y sigue
viajando en el auto desde que salió hoy temprano, hace
mucho, acostado en la luneta de atrás.

jueves, 12 de febrero de 2009

Nobu cocina con Kokoro

La cocina es un arte, de eso no hay duda, aunque efímero, a los pocos minutos de llegar a la mesa desaparece. Entre los libros que tengo, colecciono libros de cocina. Las probocativas láminas son un placer para mi imaginación y siempre me maravillo de todas las combinaciones que ha inventado y sigue creando el hombre.
Ahora el Perú es un centro gastronómico y nuestra comida motivo de orgullo. Gastón Acurio es realmente un monumento viviente ( así los llaman en Japón a los hombres importantes) que con generosidad y encanto ha colaborado con el mejoramiento de nuestra autoestima y el desarrollo de nuestra identidad nacional.
En Buenos Aires tuve la oportunidad de hojear un libro de cocina de Nobu y me encantó y entre mis sueños está ir una noche a comer a uno de sus 14 restaurantes que tiene desplegados por el mundo.
Kokoro quiere decir corazón. Para cocinar hay que tener un gran corazón, la generosidad y el deseo de agradar al otro son fundamentales para ser un buen cocinero.




Nobu basa su éxito en la simplicidad y un buen producto. Definitivamente japonés tiene varias influencias que empezó a recoger cuando a los 24 años montó un restaurante en Perú.

La ausencia en ese país de ingredientes japoneses como el wasabi le obligó a usar los distintos ajís para las salsas, o el cilantro, hasta crear una cocina de mestizaje -no de fusión, pues no le gusta ese término- que es hoy la esencia de su marca, junto al ambiente moderno de sus restaurantes y sus muchos clientes famosos.

"Es una cocina japonesa con influencia peruana. El estilo Nobu nació en Perú, pero se ha completado en Argentina, Alaska, Francia, España o China", afirma Nobu, siempre sonriente, en su nuevo local de Tokio, donde busca ser profeta en su tierra pese a las obvias dificultades.

miércoles, 11 de febrero de 2009

La más guapa de todos los tiempos

Con ustedes ¡¡¡¡AUDREY HEPBURN !!!!



Recuerdo con mucho placer algunas de sus películas, "My fair Lady "fue encantadora pero especialmente me impactó "Historia de una monja", maravillosa actuación, tan convincente. "Sola en la oscuridad" en la que actúa de ciega también fue impresionante.


Audrey Hepburn ha sido elegida como la actriz más guapa de la historia del cine de Hollywood, por delante de Angelina Jolie, Grace Kelly, Sophia Loren, Julia Roberts o Cameron Díaz, según una encuesta realizada en Reino Unido entre 2.000 cinéfilos.
La segunda es Angelina Jolie :


y la tercera Grace Kelly:



Aquí un homenaje a Audrey:

martes, 10 de febrero de 2009

El hombre leopardo









Hombre-leopardo


Dice Javier Tomeo que los animales fueron creados para enseñarles a vivir a los hombres. El hombre siempre ha deseado transformarse en un animal pero ¿qué sentiríamos si de pronto nos vamos convirtiendo en un leopardo, en un murciélago o en una hiena ? ¿Qué clase de animal aceptaríamos ser?

El hombre leopardo por Javier Tomeo

Fui al dermatólogo de la Seguridad Social para que me viese las manchas que me habían salido en la piel un par de días antes, y diagnosticó que me estaba convirtiendo en un leopardo. Recuerdo que cuando lo dijo me eché a reír a carcajada limpia. Luego, sin embargo, me miró fijamente a los ojos y entonces comprendí que lo había dicho en serio. -Podría recetarle cualquier pomada y decirle que se le marcharán con el tiempo -añadió luego-. Quienes me conocen bien, sin embargo, saben que no tengo por costumbre engañar a mis pacientes. Prefiero decirles la verdad, por dura que sea. Esas manchas no se le marcharán nunca. Hay algunas que desaparecen con un buen lavado. Poco más o menos, como las que lleva usted en la pechera de la camisa, si se la lavasen con un buen detergente. Otras, por el contrario, quedan para siempre. Las suyas son de esa clase. No podrá quitárselas nunca, aunque se las lave con lejía y un buen estropajo. Dese la vuelta y vea su espalda en ese espejo: son manchas típicas de leopardo. -Tiene usted razón -le dije-. En ese espejo las veo mejor. Manchas de leopardo. No podía sospechar que tuviese tantas. -Algunos podrían pensar que son de jaguar -me explicó luego, mientras me ayudaba a ponerme la camisa- pero no lo son, porque las manchas de jaguar son jaspeadas en la cabeza, cola y extremidades, y anilladas con otra manchita en su interior, en el resto del cuerpo. Las manchas de los leopardos, como las suyas, no tienen una manchita en su interior. -Vaya por Dios -suspiré. Me gustaría saber qué es lo que piensan ahora mis amantes. -No se preocupe -me dijo el médico, tratando de infundirme ánimo con una sonrisa muy poco convincente-. Será usted quien, poco a poco, vaya perdiendo su afición por las mujeres y quien, a la postre, renuncie a ellas. Cuando esas manchas se vayan definiendo un poco más, acabará comprendiendo que lo suyo son las leopardas. Una mañana, al despertarse, sentirá la llamada de la naturaleza, emigrará al continente africano, buscará la selva más espesa y allí, agazapado entre la maleza, acechará los últimos movimientos de sus presas y apenas se pongan a su alcance, saltará sobre ellas y les clavará en el cuello sus poderosas garras. Como podrá comprender fácilmente, señor mío, contra ese instinto irresistible servirían de muy poco todos los potingues y todas las aspirinas que yo pudiera recetarle ahora. Cuando volví a casa se lo conté a Leonor, mi mujer. No le hablé, desde luego, de que acabaría perdiendo el gusto por mis amantes (motivo de casi todas nuestras trifulcas matrimoniales) ni de mi futura afición a las leopardas. Me limité a decirle que se desconocían las causas de mi curiosa metamorfosis y que el fenómeno era irreversible. No esperaba ningún consuelo por parte de Leonor, pero tampoco que recibiese mi desgracia con tanta alegría. La muy perversa se echó a reír delante de mis narices a mandíbula batiente, y me dijo que mi enfermedad le brindaba por fin en bandeja la oportunidad de pedir el divorcio o, mejor todavía, de solicitar la nulidad de nuestro infausto matrimonio.







Es curioso como la ficción tiene su correlato en la realidad, Tom Leppard, un escocés de 73 años conocido como el "Hombre Leopardo", por tener su cuerpo completamente tatuado como la piel de ese animal, dejó la cabaña que habitó en el bosque durante 20 años, y se mudó a la ciudad. "Estaba comenzando a sentir las consecuencias de una vida agreste". Tom Leppard, un escocés que ingresó al libro Guinness de los Récords por tener el 99,2% de su cuerpo cubierto por tatuajes que simulan la piel de un leopardo.

El periódico británico The Guardian informa que Leppard decidió dejar su cabaña en el bosque, donde permaneció durante 20 años, sin cama, luz eléctrica ni agua corriente, y se mudó a la ciudad, donde cuenta con muebles y luz eléctrica.

Un fotógrafo



Edward Steichen, llegó a decirse de él que era "el mejor fotógrafo de todos los tiempos", nace en Luxenburgo en 1879, muere en Connecticut en 1973
Trabaja para Vanity Fair y Vogue. Inventor del glamour. Pionero de la fotografía publicitaria. Precursor de la fotografía moderna.
Steichen ha revelado a millones de personas, el poder, la belleza y el potencial de comunicación de la fotografía moderna.






Gloria Swanson



Greta Garbo

Gary Grant


Pagaron US$ 2,9 millones por una fotografía suya

La imagen del reflejo de la luna en un estanque alcanzó la mayor cantidad de dinero alguna vez pagada en una subasta por una fotografía.



Récord en Sotheby´s: la imagen fue adquirida por un coleccionista privado
"The Pond Moonlight", tomada en Nueva York por Edward Steichen en 1904, es la fotografía más cara de la historia.
Edward Steichen la tomó en 1904 en Long Island y superó los 2,9 millones de dólares en una subasta realizada en la casa Sotheby´s rompiendo el récord mundial. Fue adquirida por la galería Pace/Mac Gill, en nombre de un coleccionista privado.

La fotografía muestra un estanque rodeado de árboles en Long Island, por detrás de los cuales penetra la luz de la luna, cuyo reflejo sobre el agua rompe la oscuridad de la noche.