sábado, 27 de junio de 2015

Timbuktu Peliculas Online



Imperdible. Estaba esperándola y la encontré en YouTube. Trata sobre la vida tremenda de un grupo de Tuaregs sometidos a otra etnia. El abuso, las prohibiciones y la resistencia en perseverar en su ser. Memorable la escena del fútbol. Belleza y tristeza en el desierto. Estupenda!

Es una película dramática franco-mauritana de 2014 dirigida por Abderrahmane Sissako. Fue nominada a la Palma de Oro del Festival de Cannes.

Por tu amor me duele el aire, Javier Ruibal

Javier Ruibal es un compositor, guitarrista y cantante español.

Mi infancia en Africa



Esta semana me tocó ver en video una película que me encantó. Mi infancia en Africa.
Con Emily Watson y Gabriel Byrne el de la serie norteamericana En Tratamiento y Nicholas Hoult.

La historia cuenta los últimos días de una de las colonias del imperio Británico al sur de África, así como la búsqueda de Ralph Compton de su propio lenguaje, de su propia manera de ver el mundo. Ralph crece viendo como el país y la familia en que creció, se desmoronan por completo, o al menos eso siente, y no entiende por qué todo debe cambiar así. El título original Wah-Wha alude al sonido onomatopéyico de la voz humana que se realiza con el pedal de la guitarra eléctrica, pero también es una expresión inglesa para referirse a cuando alguien habla cosas ininteligibles, sin sentido. Es, además, el titulo perfecto para la opera prima del actor Richard E. Grant, pues Wah-Wah es básicamente eso, la historia de personas que hablan pero no dicen nunca nada. Que aunque familia, le es imposible poder comunicarse, decir lo que sienten el uno por el otro… (Tomado de Europa Europa.)
Gabriel Byrne Emily Watson

 Nicholas Hoult

Emily WatsonGabriel Byrne
 
Dirigida por Richard E. Grant

Evgeny Kissin plays Rachmaninoff's Piano Concert No. 2

Estuvo en Lima y dio un concierto en el Santa Úrsula, este famoso pianista ruso, genio excéntrico. Ganador del Grammy.

Reconocimiento del amor


Reconocimiento del amor

Amiga, cómo carecen de norte
los caminos de la amistad.
Apareciste para ser el hombro suave
donde se reclina la inquietud del fuerte
(o que ingenuamente se pensaba fuerte).
Traías en los ojos pensativos
la bruma de la renuncia:
no querías la vida plena,
tenías el previo desencanto de las uniones para toda la vida,
no pedías nada,
no reclamabas tu cota de luz.
Y te deslizabas en ritmo gratuito de ronda.
Descansé en ti mi fajo de desencuentros
y de encuentros funestos.
Quería tal vez -sin percibirlo, lo juro-
sádicamente masacrarte
bajo el hierro de culpas y vacilaciones y angustias que dolían
desde la hora del nacimiento,
estigma desde el momento de la concepción
en cierto mes perdido en la Historia,
o más lejos, desde aquel momento intemporal
en que los seres son apenas hipótesis no formuladas
en el caos universal.
¡Cómo nos engañamos huyéndole al amor!
Cómo lo desconocimos, tal vez con recelo de enfrentar
su espada reluciente, su formidable
poder de penetrar la sangre y en ella
imprimir una orquídea de fuego y lágrimas.
Pero, él llegó mansamente y me envolvió
en dulzura y celestes hechizos.
No quemaba, no brillaba, sonreía.
No entendí, tonto que fui, esa sonrisa.
Me herí con mis propias manos, no por el amor
que traías para mí y que tus dedos confirmaban
al juntarse a los míos, en la infantil búsqueda del Otro,
el Otro que yo me suponía, el Otro que te imaginaba,
cuando -por agudeza del amor- sentí que éramos uno sólo.
Amiga, amada, amada amiga, así el amor
disuelve el mezquino deseo de existir de cara al mundo
con la mirada perdida y la ancha ciencia de las cosas.
Ya no enfrentamos al mundo: en él nos diluimos,
y la pura esencia en que nos transmutamos perdona
alegorías, circunstancias, referencias temporales,
imaginaciones oníricas,
el vuelo del Pájaro Azul, la aurora boreal,
las llaves de oro de los sonetos y de los castillos medievales,
todos los engaños de la razón y de la experiencia,
para existir en sí y para sí,
con la rebeldía de cuerpos amantes,
pues ya ni somos nosotros,
somos el número perfecto: Uno.
Tomó su tiempo, yo se, para que el «Yo» renunciase
a la vacuidad de persistir, fijo y solar,
y se confesara jubilosamente vencido,
hasta respirar el más grande júbilo de la integración.
Ahora, amada mía para siempre,
ni mirada tenemos para ver, ni oídos para captar la melodía,
el paisaje, la transparencia de la vida,
perdidos como estamos en la concha ultramarina de mar.  Carlos Drumont de Andrade Brasil

El espejo curvo de Chejov



 
Yo y mi esposa entramos al salón. Allí olía a moho y humedad. Decenas de ratas y ratones corrieron a un costado cuando alumbramos las paredes, que no habían visto la luz durante una centuria entera. Cuando cerramos la puerta tras de sí, el viento sopló y se movieron los papeles, que yacían por montones en las esquinas. La luz cayó sobre esos papeles, y vimos caracteres antiguos e imágenes medievales. De las paredes verdecidas por el tiempo colgaban los retratos de los ancestros. Los ancestros miraban con altivez, con severidad, como si quisieran decir:
“¡Si te azotamos, hermano!”
Nuestros pasos resonaban por toda la casa. A mi tos respondía el eco, ese mismo eco que alguna vez respondió a mis ancestros…
Y el viento aullaba y gemía. En el conducto de la chimenea alguien lloraba, y en ese llanto se percibía la desolación. Gruesas gotas de lluvia golpeaban las ventanas oscuras, nubladas, y su golpeteo producía angustia.
-¡Oh, ancestros, ancestros! –dije suspirando con intensidad. –Si yo fuera escritor escribiría, mirando estos retratos, un largo romance. Pues cada uno de estos ancianos fue alguna vez joven, y cada uno, o cada una, tuvo su romance… ¡y qué romance! Échale una mirada, por ejemplo, a esta viejecita, a mi tatarabuela. Esta mujer fea, deforme, tiene su historia interesante, en grado sumo. ¿Ves, -le pregunté a mi esposa, -ves el espejo que está colgado allí, en la esquina?
Y le señalé a mi esposa un gran espejo con marco de bronce negro que colgaba en la esquina, cerca del retrato de mi tatarabuela.
-Ese espejo tiene poderes mágicos: fue la perdición de mi tatarabuela. Ella pagó por él una inmensa cantidad de dinero, y no se separó de él hasta su misma muerte. Se miraba en él día y noche, sin cesar, se miraba incluso cuando comía y bebía. Al acostarse a dormir, cada vez, lo metía en su cama, y al morir rogó que se lo pusieran en el ataúd. No cumplieron su deseo sólo porque el espejo no cabía en el ataúd.
-¿Era coqueta? –preguntó mi esposa.
-Supongamos. ¿Pero acaso no tenía otros espejos? ¿Por qué se enamoró, precisamente, de este espejo, y no de algún otro? ¿Y acaso no tenía espejos mejores? No, querida, aquí se oculta algún secreto terrible. No de otra forma. La tradición dice que en el espejo hay un demonio, y que la tatarabuela tenía debilidad por los demonios. Por supuesto, es una sandez, pero es indudable que el espejo del marco de bronce tiene un poder misterioso.
Le quité el polvo al espejo, le eché una mirada y me carcajeé. A mi carcajada respondió sordamente el eco. El espejo era curvo, y mi fisonomía se combaba hacia todos lados: la nariz aparecía en la mejilla izquierda, y la barbilla se dividía e iba a un costado.
-¡Gusto extraño el de mi tatarabuela! –dije.
Mi esposa, indecisa, se acercó al espejo, le echó una mirada también, y al instante ocurrió algo terrible. Palideció, le temblaron todos los miembros y gritó. El candelero se le cayó de las manos, rodó por el suelo y la vela se apagó. Nos envolvió la tiniebla. Al instante, oí la caída al suelo de algo pesado: eso se caía mi esposa sin sentido.
El viento gimió aún de modo más lastimero, las ratas corrieron, los ratones caminaron por los papeles. Los cabellos se me pararon, y se agitaron cuando un postigo se desprendió de la ventana y voló hacia abajo. En la ventana apareció la luna…
Agarré a mi esposa, la abracé y la saqué de la morada de los ancestros. Se despertó sólo al otro día por la noche.
-¡El espejo! ¡Denme el espejo! –dijo, volviendo en sí. -¿Dónde está el espejo?
Durante una semana entera no comió, no bebió, no durmió, todo el tiempo rogaba que le trajeran el espejo. Sollozaba, se arrancaba los cabellos de la cabeza, se agitaba y, finalmente, cuando el doctor anunció que podía morir de extenuación y que su situación era peligrosa en grado sumo, yo, venciendo mi miedo, fui abajo de nuevo, y le traje desde allí el espejo de la tatarabuela. Al verlo, se carcajeó de felicidad, después lo agarró, lo besó y clavó sus ojos en él.
Y ya han pasado más de diez años, y ella aún se mira en el espejo, y no se separa de él ni un instante.
-¿Es posible que sea yo? –murmura, y en su rostro se enciende, en lugar del rubor, una expresión de beatitud y éxtasis. -¡Sí, soy yo! ¡Todo miente, excepto este espejo! ¡La gente miente, mi marido miente! ¡Oh, si me hubiera visto antes, si hubiera sabido cómo soy en realidad, no me hubiera casado con este hombre! ¡Él no es digno de mí! ¡A mis pies deben estar los caballeros más hermosos, más nobles!
Una vez, parado detrás de mi esposa, eché una mirada al espejo sin intención, y descubrí un secreto terrible. Vi en el espejo a una mujer de belleza cegadora, que nunca había visto en mi vida. Era un milagro de la naturaleza, era la armonía de la belleza, la gracia y el amor. Pero, ¿de qué se trataba? ¿Qué había sucedido? ¿Por qué mi esposa fea, no esbelta, parecía tan hermosa en el espejo? ¿Por qué?
Y porque el espejo curvo combaba el rostro feo de mi esposa hacia todos lados, y por esa mezcla de rasgos éste se hacía por casualidad hermoso. Menos más menos daba más1.
Y ahora ambos, mi esposa y yo, estamos sentados ante el espejo y, sin separarnos ni un segundo, nos miramos en éste: mi nariz se mete en la mejilla izquierda, la barbilla se divide y se mueve a un costado, pero el rostro de mi esposa es encantador, y una pasión salvaje, demente se apodera de mí.
-¡Ja-ja-ja! –me río a carcajadas con salvajismo.
Y mi esposa murmura apenas audiblemente:
-¡Qué hermosa soy!
 


1Un espejo curvo puede devolver su aspecto original a un dibujo deformado con intención; a este fenómeno se le conoce como anamorfosis.

Título original: Krivoe zierkalo (Sviatochnii rasskaz), publicado por primera vez en la revista Zritiel, 1883, Nº 2, con la firma: "A. Chejonté".
Imagen: Diego Velázquez, Venus at Her Mirror, 1644-48.

El jardín de tinta (Bernard Noël, Francia)


Locura es por Ita Vitale

Locura
Locura es perder el sentido del tiempo
Locura es una rosa sin destino ni dueño
Locura es la lluvia inundando el desierto
Locura es volar sin alas ni cielo

Locura es contar hasta mil con los dedos
Locura es soñar despierta un sueño
Locura es idear un mundo sin miedo
Locura es la reina perdida en su reino

Locura soy yo riendo en mi encierro
Locura es la música de mi silencio
Locura es mi cuerpo abrazando el suelo
Locura es mi corazón roto latiendo.
 
  
 
 
 
 
Ida Vitale es la quinta mujer que recibe este premio de los 24 galardonados después de la portuguesa Sophia de Mello Breyner, primera en recibirlo en 2003, la peruana Blanca Varela (2007), la cubana Fina García (2011) y la española María Victoria Atencia. 

 

La palabra infinito

La palabra infinito

La palabra infinito es infinita,
la palabra misterio es misteriosa.
Ambas son infinitas, misteriosas.
Sílaba a sílaba intentas convocarlas
sin que una luz anuncie su dominio,
una sombra señale a qué distancia de ellas
está la opacidad en que te mueves.
Van a algún punto del resplandor y anidan,
cuando las dejas libres en el aire,
esperando que un ala inexplicable
te lleve hasta su vuelo.

¿Es más que su sabor el gusto de la vida ?
 
Ita Vitale, escritora uruguaya
De "De procura de lo imposible" 1998
 
 
 
 

Escenas de la vida conyugal 2015

Me invitaron a verla. Una alegría tener en un teatro nuestro, El teatro Nacional, una obra argentina y con tan buenos actores. El encantador Ricardo Darín conocido por todos por sus películas entre ellas la más famosa: "El secreto de sus ojos"  ganadora de un óscar a la mejor película extranjera 2010. y La estupenda Erica Rivas. Mientras la veía fui recordando algunas escenas de la película "Escenas de la vida privada escrita y dirigida por el sueco Ingmar Bergman y actuada por Liv Ullmann . Primero fue una mini serie, y luego se hizo la película en 1973.


Secretos de un matrimonio



Mariana y John, una abogada y un profesor nos muestran su matrimonio en diferentes momentos. La infidelidad de John separa a la pareja pero ellos continúan viéndose, ¿amándose? Fue calificada como la guerra de los sexos y apreciada la capacidad del creador de desnudar el alma humana. Acá una escena en la que conocemos a los personajes.

Acá conocemos a los personajes.

Escenas de un matrimonio por Ingmar Berman.



Busco en Youtube y encuentro este otro extracto de Escenas de la vida conyugal. Impactante conversación. Tremenda. la pelea de la pareja ante los ojos de la otra pareja. No recordaba la película solo la sensación de que había sido soberbia. Habrá que buscarla y verla otra vez. ¿Ustedes la vieron? Que tal diálogo ¿no?



Peter y Katarina en "Secretos de un matrimonio" (Bergman)

Un cuento chino


 
Esta semana el espejo fue elegido para buscar cuentos que lo tuviesen como elemento principal. Empezamos con este pequeño cuento chino que dice así:
 
 

 

El espejo chino




                                                     Anónimo chino

 

Un campesino chino se fue a la ciudad para vender la cosecha de arroz y su mujer le pidió que no se olvidase de traerle un peine.
Después de vender su arroz en la ciudad, el campesino se reunió con unos compañeros, y bebieron y lo celebraron largamente. Después, un poco confuso, en el momento de regresar, se acordó de que su mujer le había pedido algo, pero ¿qué era? No lo podía recordar. Entonces compró en una tienda para mujeres lo primero que le llamó la atención: un espejo. Y regresó al pueblo.
Entregó el regalo a su mujer y se marchó a trabajar sus campos. La mujer se miró en el espejo y comenzó a llorar desconsoladamente. La madre le preguntó la razón de aquellas lágrimas.
La mujer le dio el espejo y le dijo:
-Mi marido ha traído a otra mujer, joven y hermosa.
La madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija:
-No tienes de qué preocuparte, es una vieja.

Y en el FB una amiga lo completó:

Y luego se mira el marido y dice: es el rostro de mi padre...ante tal confusiòn recurren a un sabio monje...lo mira y dice...es la imagen de un hombre sabio y santo y coloca el espejo entre otros objetos sagrados.

 

domingo, 21 de junio de 2015

Paseo barranquino



Este sábado paseamos a pie por Barranco, siempre un placer, siempre mucho por descubrir. Hay infinidad de lugares para comer algo, muchos vegetarianos, veganos, comida sana para el cuerpo y para la mente. Al fondo del paisaje nuestro mar. Música salsa en uno de los restaurantes, al que fuimos que se llama Isadora en el que comimos Un seco con frijoles que ni te cuento, insuperable. Cerveza helada y suspiros. ¿Se puede pedir más? Nos sentamos en una banca que mira el puente de los suspiros y nos lamentamos de que todavía no se arregle la hermosa iglesita que está por arreglarse desde que éramos novios, es decir, muchísimos años. Vamos recordando a amigos que vivieron por aquí y mirando la transformación. Barranco es un poco nuestro Palermo y nos encantan los nuevos murales, los colores intensos de las casas, las antiguas puertas y las rejas que gracias a Dios todavía se conservan.  También está en mi mente los paseos que hicimos tantas veces a Barranco con mi papá, sus anécdotas, la bajada a los baños para meterse al mar sujetándose de una soga.




 










Mirando tras la reja.
 
 
 
                                                                                  Antiguo lúcumo.
 
 

Lilies of the valley Ballet


Schubert's Serenade (violin by Joshua Bell)


Armando Cabral, modelo portugués.

 
Dicen que la vida de los modelos es muy sacrificada. Desde que no pueden aumentar un gramo hasta que están siempre con los ojos de los demás puestos sobre sí mismos.  Armando Cabral es de Portugal y seguro ha viajado por medio mundo y seguido instrucciones de los productores, los directores y los fotógrafos.

Como todo en la vida, depende de la actitud con la que se viva lo que nos toca vivir. Imagino que habrá que calmar el estrés, sin recurrir al alcohol, a las drogas, al juego o a cualquier otro desenfreno que sabemos traen siempre desgracias.

Fue su hermana la que lo animó a lanzarse al mundo del modelaje y se instaló en Lisboa para terminar en New York.

 


Ahora tiene su propia marca de zapatos y parece un hombre realmente feliz. A pesar de las continuas llamadas telefónicas mantiene siempre una hermosa sonrisa y parece disfrutar plenamente con lo que le ha ofrecido la vida.


Eielson y el mar

de Jorge Eduardo Eielson poeta peruano.
 

                                                          Poema en A mayor

                                                          Estupendo Amor AmAr


                                                                   el  mAr

                                                         y vivir solo de Amor

                                                             y mAr

                                                 y mirAr siempre el mAr

                                                              con Amor

                                                         magnifico morir

                                                   Al pie del mAr de Amor

                                                   Al pie del mAr de morir

                                                                   morir

                                                pero mirAndo siempre el

                                                                 mAr

                                                          con Amor

                                                       como si morir

                                                 fuerA sólo no mirAr

                                                             el mAr

 
                                                 o dejAr de AmAr.


La llama de Antonio Colinas

 


La llama

Hoy comienzo a escribir como quien llora.
No de rabia, o dolor, o pasión.
Comienzo a escribir como quien llora
de plenitud saciado,
como quien lleva un mar dentro del pecho,
como si el ojo contuviera toda
esa inmensa colmena que es el firmamento
en su breve pupila.
Me enciendo por pasadas plenitudes
y por estas presentes enmudezco.
Lloro por tener cerca una mujer,
por el agua de un monte
que suena entre cipreses en un lugar de Grecia;
lloro porque en los ojos de mi perro
hallo la humanidad, por la arrebatadora
música que quizá no merecemos,
por dormir tantas noches en sosiego profundo
bajo el icono y en su luz d oro,
y por la mansedumbre de la vela,
que sólo es eso, llama.
Comienzo a escribir y también la escritura
llora, porque respira y quema, porque pasa.
Qué gran gozo sentirme
yo mismo esa palabra que va ardiendo.
(Porque yo también ardo y también paso.)
Contemplo una llama muy quieta en la penumbra
de suaves jardines,
a la orilla de un mar calmo y antiguo,
y me voy encendiendo con la dicha
de saber que no existe otra verdad
que no sea esa llama, es decir,
la del amor que es don y que es condena.
Son llamas las palabras y son llamas los ojos,
que lloran sin llorar por el ser que yo fui
(aquel fuego cansado que temblaba
junto a otros jardines de otro mar)
y por el ser que ahora está mirando
fijamente una llama,
y que es, en soledad, la llama más gozosa.

De música y baile

Veo que anuncian la llegada de Andre Rieu a Lima. Tengo este texto que escribí inspirada en él para compartir con ustedes.
 
De música y baile

De música:

Justo estaba preparando una clase en la que Paul Auster nos serviría de inspiración.  Este escritor norteamericano  contemporáneo habla de la fortuna, del azar, e las sorpresas de la vida, de las casualidades. Entonces yo estaba muy atenta observando las casualidades que la vida preparaba para mí.
Ese medio día salió mi papá de la clínica con sus 83 años tras veinte días en las que se sintió cercano a la muerte. Antes de despedirnos de los médicos, mientras mi mamá pagaba la cuenta y recogía radiografías, prendimos la televisión, di la vuelta a todos los canales y me detuve ante una orquesta que tocaba canciones populares de distintos países del mundo. Era una fiesta, el público bailaba, saltaba, aplaudía, caían globos y pica pica, el director de orquesta, un violinista encantador llamado Andre Rieu alentaba al público para que corease las canciones, todos se animaban a bailar y las imágenes de las pequeñas flautas tocadas por preciosas chiquillas disfrazadas de soldados, se intercalaban con trompetas y tambores.  Mi papá se quedó extasiado, reconociendo las tarantelas y los clavelitos, Lily Marlen y Zorba el griego. El espectáculo parecía no tener fin y no faltaron fuegos artificiales y banderolas. El público de pie aplaudía y se paraba en los pasillos del teatro para bailar impulsados por tan maravillosa música.  Dos enfermeras entraron al cuarto y nos acompañaron a ver el final del espectáculo que coincidía con nuestra alegría de haber sido dados de alta.  Cuando terminó el concierto, yo, inspirada en las coincidencias de Paul Auster,  me convencí de que el programa había sido emitido por la vida, en hora precisa, especialmente para animar a mi padre, para celebrar su recuperada salud, para felicitarlo porque se reincorporaba a la vida. Una fiesta que no debíamos desperdiciar.

Andre Rieu-Clavelitos


CONTIGO EN LA DISTANCIA - CHRISTINA AGUILERA


OCHO APELLIDOS VASCOS - Tráiler HD


Con esta divertida película se inició anoche el Festival: Al día con el cine español en el centro cultural de la PUCP. Que bueno que lleguen películas que si no fuera por iniciativas de la Embajada  y la Filmoteca nos quedaríamos sin ver.

Yo-Yo Ma - Piazzola: Libertango (from "Soul of the Tango")


ELIS REGINA "CARINHOSO"


Un año en Burgundy cine

Para los amantes del buen vino. Está en Netflix.

domingo, 14 de junio de 2015

Imágenes de Cuba











 

Reynaldo Arenas, escritor cubano

                      Antes que anochezca (fragmento)





" Oh Luna! Siempre estuviste a mi lado, alumbrándome en los momentos más terribles; desde mi infancia fuiste el misterio que velaste por mi terror, fuiste el consuelo en las noches mas desesperadas, fuiste mi propia madre, bañándome en un calor que ella tal vez nunca supo brindarme; en medio del bosque, en los lugares más tenebrosos, en el mar; allí estabas tu acompañándome; eras mi consuelo, siempre fuiste la que me orientaste en los momentos más difíciles. Mi gran diosa, mi verdadera diosa, que me has protegido de tantas calamidades; hacia ti en medio del mar; hacia ti junto a la costa; hacia ti entre las costas de mi isla desolada. Elevaba la mirada y te miraba; siempre la misma; en tu rostro veía una expresión de dolor, de amargura, de compasión hacia mí; tu hijo. Y ahora, súbitamente, luna, estallas en pedazos delante de mi cama. Ya estoy solo. Es de noche. "





 
 
 
El mundo alucinante (fragmento)
 
Las manos son lo mejor que indica el avance del tiempo.
Las manos, que antes de los veinte años empiezan a envejecer.
Las manos, que no se cansan de investigar ni darse por vencidas.
Las manos, que se alzan triunfantes y luego descienden derrotadas.
Las manos, que tocan las transparencias de la tierra.
Que se posan tímidas y breves.
Que no saben y presienten que no saben.
Que indican el límite del sueño.
Que planean la dimensión del futuro.
Estas manos, que conozco y sin embargo me confunden.
Estas manos, que me dijeron una vez: -tienta y escapa-.
Estas manos, que ya vuelven presurosas a la infancia.
Estas manos, que no se cansan de abofetear a las tinieblas.
Estas manos, que solamente han palpado cosas reales.
Estas manos, que ya casi no puedo dominar.
Estas manos, que la vejez ha vuelto de colores.
Estas manos, que marcan los límites del tiempo.
Que se levantan y de nuevo buscan el sitio.
Que señalan y quedan temblorosas.
Que saben que hay música aun entre sus dedos.
Estas manos, que ayudan ahora a sujetarse.
Estas manos, que se alargan y tocan el encuentro.
Estas manos, que me piden, cansadas, que ya muera.

 
 

Isla un poema de Virgilio Piñera


Virgilio Piñera
 
 
 

ISLA

Estoy inundado de felicidad,
pero nada de aspavientos;
aunque estoy a punto de renacer
no por ello lo proclamaré a los cuatro vientos
ni me sentiré un elegido.
No, sólo que me tocó en suerte,
y lo acepto porque amén de que no está en mi mano
negarme, sería por otra parte una descortesía
que un hombre distinguido jamás haría.
Pues el caso es que mañana,
a las siete y seis minutos de la tarde,
voy a convertirme en una isla,
una isla como suelen ser las islas;
no es el caso andar ahora con precisones geográficas,
baste saber que me convertiré en una isla como todas las islas...
No, nada de sorpresas...
Ya se me ha anunciado que a esa hora
mis piernas se irán haciendo tierra y mar,
que, poco a poco, igual que un andante chopiano,
empezarán a salirme árboles en los brazos
y rosas en los ojos, y arena en el pecho,
y que en la boca las piedras morirán
para que el viento pueda ulular cuanto desee.
Después me tenderé como suelen hacer las islas,
mirando fijamente el horizonte,
también veré salir el sol y la luna
y así, lejos ya de la inquietud
diré muy bajito:
¿Así que era verdad?
 

 

Son cubano par Carlos Rafael Gonzalez et Marie Line au festivla Caribedanza



En la plaza frente al Lincoln Center en New York, vi a una pareja de cubanos entregados al hermoso danzón. Me pareció un baile sensual y fascinante. Acá lo tenemos.

Buena Vista Social Club - Chan Chan


Estupenda película, maravillosos músicos. La música mantiene de pie  todo un país.

Elis Regina del Brasil


Entrevista a Leonardo Padura


Estuvo en Lima para el Festival de la palabra en el Centro cultural de la Católica donde tuve la suerte de escucharlo.  Es el creador de Mario Conde un detective muy original. Autor de El hombre que amaba los perros, Los herejes y Aquello estaba deseando ocurrir. Acaba de ganar el premio Princesa de Asturias y ha servido de partida para regresar a Cuba, interesarme nuevamente por su música, volver a escuchar partes de Buena Vista social club       y vi un documental en YouTube que se llama Cuba feliz en donde la música recorre el país, el documental de una norteamericana que vive tres meses en La Habana y nos muestra lo que no se le muestra al turista de como viven los cubanos tras tantos años de revolución. También me comuniqué con una amiga cubana querida, una pianista que vive en La Serena Chile como profesora en una universidad y encontré en "Nuevos narradores cubanos", un libro que estaba en mi biblioteca aguardando, dos cuentos importantes para compartir con ABRA nuestro taller de lectura.


http://educast.pucp.edu.pe/video/5002/2do_festival_de_la_palabra_presentacion_de_aquello_estaba_deseando_ocurrir_de_leonardo_padura

Una señora un cuento de José Donoso


 

 
Este martes hicimos en ABRA, nuestro taller de lectura dos textos de José Donoso, uno precioso que se llama Ana María, el encuentro de dos seres abandonados pero que mantienen viva su capacidad de amar. El otro un extracto de su libro: "Conjeturas sobre la memoria de mi tribu" en el que se narra el encuentro de la madre del narrador, el mismo Donoso, con un negro africano. En ambos se  nos muestra de delicada manera la capacidad que tenemos los seres humanos de relacionarnos afectivamente con personas lejanas a nuestro entorno pero que son capaces de tocar nuestra más íntima sensibilidad.
Tenía también este cuento de Donoso por si alcanzaba el tiempo, pero la conversación sobre los otros cuentos, nos lo impidió. Lo comparto entonces con ustedes, para que redescubran a este estupendo narrador.


Una señora
 

 

No recuerdo con certeza cuándo fue la primera vez que me di cuenta de su existencia. Pero si no me equivoco, fue cierta tarde de invierno en un tranvía que atravesaba un barrio popular.

Cuando me aburro de mi pieza y de mis conversaciones habituales, suelo tomar algún tranvía cuyo recorrido desconozca y pasar así por la ciudad. Esa tarde llevaba un libro por si se me antojara leer, pero no lo abrí. Estaba lloviendo esporádicamente y el tranvía avanzaba casi vacío. Me senté junto a una ventana, limpiando un boquete en el vaho del vidrio para mirar las calles.

No recuerdo el momento exacto en que ella se sentó a mi lado. Pero cuando el tranvía hizo alto en una esquina, me invadió aquella sensación tan corriente y, sin embargo, misteriosa, que cuanto veía, el momento justo y sin importancia como era, lo había vivido antes, o tal vez soñado. La escena me pareció la reproducción exacta de otra que me fuese conocida: delante de mí, un cuello rollizo vertía sus pliegues sobre una camisa deshilachada; tres o cuatro personas dispersas ocupaban los asientos del tranvía; en la esquina había una botica de barrio con su letrero luminoso, y un carabinero bostezó junto al buzón rojo, en la oscuridad que cayó en pocos minutos. Además, vi una rodilla cubierta por un impermeable verde junto a mi rodilla.

Conocía la sensación, y más que turbarme me agradaba. Así, no me molesté en indagar dentro de mi mente dónde y cómo sucediera todo esto antes. Despaché la sensación con una irónica sonrisa interior, limitándome a volver la mirada para ver lo que seguía de esa rodilla cubierta con un impermeable verde.

Era una señora. Una señora que llevaba un paraguas mojado en la mano y un sombrero funcional en la cabeza. Una de esas señoras cincuentonas, de las que hay por miles en esta ciudad: ni hermosa ni fea, ni pobre ni rica. Sus facciones regulares mostraban los restos de una belleza banal. Sus cejas se juntaban más de lo corriente sobre el arco de la nariz, lo que era el rasgo más distintivo de su rostro.

Hago esta descripción a la luz de hechos posteriores, porque fue poco lo que de la señora observé entonces. Sonó el timbre, el tranvía partió haciendo desvanecerse la escena conocida, y volví a mirar la calle por el boquete que limpiara en el vidrio. Los faroles se encendieron. Un chiquillo salió de un despacho con dos zanahorias y un pan en la mano. La hilera de casas bajas se prolongaba a lo largo de la acera: ventana, puerta, ventana, puerta, dos ventanas, mientras los zapateros, gasfíteres y verduleros cerraban sus comercios exiguos.

Iba tan distraído que no noté el momento en que mi compañera de asiento se bajó del tranvía. ¿Cómo había de notarlo si después del instante en que la miré ya no volví a pensar en ella?

No volví a pensar en ella hasta la noche siguiente.

Mi casa está situada en un barrio muy distinto a aquel por donde me llevara el tranvía la tarde anterior. Hay árboles en las aceras y las casas se ocultaban a medias detrás de rejas y matorrales. Era bastante tarde, y yo ya estaba cansado, ya que pasara gran parte de la noche charlando con amigos ante cervezas y tazas de café. Caminaba a mi casa con el cuello del abrigo muy subido. Antes de atravesar una calle divisé una figura que se me antojó familiar, alejándose bajo la oscuridad de las ramas. Me detuve observándola un instante. Sí, era la mujer que iba junto a mí en el tranvía de la tarde anterior. Cuando pasó bajo un farol reconocí inmediatamente su impermeable verde. Hay miles de impermeables verdes en esta ciudad, sin embargo no dudé de que se trataba del suyo, recordándola a pesar de haberla visto sólo unos segundos en que nada de ella me impresionó. Crucé a la otra acera. Esa noche me dormí sin pensar en la figura que se alejaba bajo los árboles por la calle solitaria.

Una mañana de sol, dos días después, vi a la señora en una calle céntrica. El movimiento de las doce estaba en su apogeo. Las mujeres se detenían en las vidrieras para discutir la posible adquisición de un vestido o de una tela. Los hombres salían de sus oficinas con documentos bajo el brazo. La reconocí de nuevo al verla pasar mezclada con todo esto, aunque no iba vestida como en las veces anteriores. Me cruzó una ligera extrañeza de por qué su identidad no se había borrado de mi mente, confundiéndola con el resto de los habitantes de la ciudad.

En adelante comencé a ver a la señora bastante seguido. La encontraba en todas partes y a toda hora. Pero a veces pasaba una semana o más sin que la viera. Me asaltó la idea melodramática de que quizás se ocupara en seguirme. Pero la deseché al constatar que ella, al contrario que yo, no me identificaba en medio de la multitud. A mí, en cambio, me gustaba percibir su identidad entre tanto rostro desconocido. Me sentaba en un parque y ella lo cruzaba llevando un bolsón con verduras. Me detenía a comprar cigarrillos, y estaba ella pagando los suyos. Iba al cine, y allí estaba la señora, dos butacas más allá. No me miraba, pero yo me entretenía observándola. Tenía la boca más bien gruesa. Usaba un anillo grande, bastante vulgar.

Poco a poco la comencé a buscar. El día no me parecía completo sin verla. Leyendo un libro, por ejemplo, me sorprendía haciendo conjeturas acerca de la señora en vez de concentrarme en lo escrito. La colocaba en situaciones imaginarias, en medio de objetos que yo desconocía. Principié a reunir datos acerca de su persona, todos carentes de importancia y significación. Le gustaba el color verde. Fumaba sólo cierta clase de cigarrillos. Ella hacía las compras para las comidas de su casa.

A veces sentía tal necesidad de verla, que abandonaba cuanto me tenía atareado para salir en su busca. Y en algunas ocasiones la encontraba. Otras no, y volvía malhumorado a encerrarme en mi cuarto, no pudiendo pensar en otra cosa durante el resto de la noche.

Una tarde salí a caminar. Antes de volver a casa, cuando oscureció, me senté en el banco de una plaza. Sólo en esta ciudad existen plazas así. Pequeña y nueva, parecía un accidente en ese barrio utilitario, ni próspero ni miserable. Los árboles eran raquíticos, como si se hubieran negado a crecer, ofendidos al ser plantados en terreno tan pobre, en un sector tan opaco y anodino. En una esquina, una fuente de soda oscura aclaraba las figuras de tres muchachos que charlaban en medio del charco de luz. Dentro de una pileta seca, que al parecer nunca se terminó de construir, había ladrillos trizados, cáscaras de fruta, papeles. Las parejas apenas conversaban en los bancos, como si la fealdad de la plaza no propiciara mayor intimidad.

Por uno de los senderos vi avanzar a la señora, del brazo de otra mujer. Hablaban con animación, caminando lentamente. Al pasar frente a mí, oí que la señora decía con tono acongojado:

-¡Imposible!

La otra mujer pasó el brazo en torno a los hombros de la señora para consolarla. Circundando la pileta inconclusa se alejaron por otro sendero.

Inquieto, me puse de pie y eché a andar con la esperanza de encontrarlas, para preguntar a la señora qué había sucedido. Pero desaparecieron por las calles en que unas cuantas personas transitaban

 

en pos de los últimos menesteres del día.

No tuve paz la semana que siguió de este encuentro. Paseaba por la ciudad con la esperanza de que la señora se cruzara en mi camino, pero no la vi. Parecía haberse extinguido, y abandoné todos mis quehaceres, porque ya no poseía la menor facultad de concentración. Necesitaba verla pasar, nada más, para saber si el dolor de aquella tarde en la plaza continuaba. Frecuenté los sitios en que soliera divisarla, pensando detener a algunas personas que se me antojaban sus parientes o amigos para preguntarles por la señora. Pero no hubiera sabido por quién preguntar y los dejaba seguir. No la vi en toda esa semana.

Las semanas siguientes fueron peores. Llegué a pretextar una enfermedad para quedarme en cama y así olvidar esa presencia que llenaba mis ideas. Quizás al cabo de varios días sin salir la encontrara de pronto el primer día y cuando menos lo esperara. Pero no logré resistirme, y salí después de dos días en que la señora habitó mi cuarto en todo momento. Al levantarme, me sentí débil, físicamente mal. Aun así tomé tranvías, fui al cine, recorrí el mercado y asistí a una función de un circo de extramuros. La señora no apareció por parte alguna.

Pero después de algún tiempo la volví a ver. Me había inclinado para atar un cordón de mis zapatos y la vi pasar por la soleada acera de enfrente, llevando una gran sonrisa en la boca y un ramo de aromo en la mano, los primeros de la estación que comenzaba. Quise seguirla, pero se perdió en la confusión de las calles.

Su imagen se desvaneció de mi mente después de perderle el rastro en aquella ocasión. Volví a mis amigos, conocí gente y paseé solo o acompañado por las calles. No es que la olvidara. Su presencia, más bien, parecía haberse fundido con el resto de las personas que habitan la ciudad.

Una mañana, tiempo después, desperté con la certeza de que la señora se estaba muriendo. Era domingo, y después del almuerzo salí a caminar bajo los árboles de mi barrio. En un balcón una anciana tomaba el sol con sus rodillas cubiertas por un chal peludo. Una muchacha, en un prado, pintaba de rojo los muebles del jardín, alistándolos para el verano. Había poca gente, y los objetos y los ruidos se dibujaban con precisión en el aire nítido. Pero en alguna parte de la misma ciudad por la que yo caminaba, la señora iba a morir.

 
Regresé a casa y me instalé en mi cuarto a esperar.

Desde mi ventana vi cimbrarse en la brisa los alambres del alumbrado. La tarde fue madurando lentamente más allá de los techos, y más allá del cerro, la luz fue gastándose más y más. Los alambres seguían vibrando, respirando. En el jardín alguien regaba el pasto con una manguera. Los pájaros se aprontaban para la noche, colmando de ruido y movimiento las copas de todos los árboles que veía desde mi ventana. Rió un niño en el jardín vecino. Un perro ladró.

Instantáneamente después, cesaron todos los ruidos al mismo tiempo y se abrió un pozo de silencio en la tarde apacible. Los alambres no vibraban ya. En un barrio desconocido, la señora había muerto. Cierta casa entornaría su puerta esa noche, y arderían cirios en una habitación llena de voces quedas y de consuelos. La tarde se deslizó hacia un final imperceptible, apagándose todos mis pensamientos acerca de la señora. Después me debo de haber dormido, porque no recuerdo más de esa tarde.

Al día siguiente vi en el diario que los deudos de doña Ester de Arancibia anunciaban su muerte, dando la hora de los funerales. ¿Podría ser?... Sí. Sin duda era ella.

Asistí al cementerio, siguiendo el cortejo lentamente por las avenidas largas, entre personas silenciosas que conocían los rasgos y la voz de la mujer por quien sentían dolor. Después caminé un rato bajo los árboles oscuros, porque esa tarde asoleada me trajo una tranquilidad especial.

Ahora pienso en la señora sólo muy de tarde en tarde.

A veces me asalta la idea, en una esquina por ejemplo, que la escena presente no es más que reproducción de otra, vivida anteriormente. En esas ocasiones se me ocurre que voy a ver pasar a la señora, cejijunta y de impermeable verde. Pero me da un poco de risa, porque yo mismo vi depositar su ataúd en el nicho, en una pared con centenares de nichos todos iguales.