Este sábado paseamos a pie por Barranco, siempre un placer, siempre mucho por descubrir. Hay infinidad de lugares para comer algo, muchos vegetarianos, veganos, comida sana para el cuerpo y para la mente. Al fondo del paisaje nuestro mar. Música salsa en uno de los restaurantes, al que fuimos que se llama Isadora en el que comimos Un seco con frijoles que ni te cuento, insuperable. Cerveza helada y suspiros. ¿Se puede pedir más? Nos sentamos en una banca que mira el puente de los suspiros y nos lamentamos de que todavía no se arregle la hermosa iglesita que está por arreglarse desde que éramos novios, es decir, muchísimos años. Vamos recordando a amigos que vivieron por aquí y mirando la transformación. Barranco es un poco nuestro Palermo y nos encantan los nuevos murales, los colores intensos de las casas, las antiguas puertas y las rejas que gracias a Dios todavía se conservan. También está en mi mente los paseos que hicimos tantas veces a Barranco con mi papá, sus anécdotas, la bajada a los baños para meterse al mar sujetándose de una soga.
Antiguo lúcumo.
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