domingo, 30 de junio de 2013

Soledades de Mario Benedetti




Soledades
Ellos tienen razón
esa felicidad
al menos con mayúscula
no existe
ah pero si existiera con minúscula
seria semejante a nuestra breve
presoledad

después de la alegría viene la soledad
después de la plenitud viene la soledad
después del amor viene la soledad

ya se que es una pobre deformación
pero lo cierto es que en ese durable minuto
uno se siente
solo en el mundo

sin asideros
sin pretextos
sin abrazos
sin rencores
sin las cosas que unen o separan
y en es sola manera de estar solo
ni siquiera uno se apiada de uno mismo

los datos objetivos son como sigue

hay diez centímetros de silencio
entre tus manos y mis manos
una frontera de palabras no dichas
entre tus labios y mis labios
y algo que brilla así de triste
entre tus ojos y mis ojos

claro que la soledad no viene sola

si se mira por sobre el hombro mustio
de nuestras soledades
se vera un largo y compacto imposible
un sencillo respeto por terceros o cuartos
ese percance de ser buenagente

después de la alegría
después de la plenitud
después del amor
viene la soledad

conforme
pero
que vendrá después
de la soledad

a veces no me siento
tan solo
si imagino
mejor dicho si se
que mas allá de mi soledad
y de la tuya
otra vez estas vos
aunque sea preguntándote a solas
que vendrá después
de la soledad.




Mi nieto Luciano

Mi último nieto se llama Luciano. Me costaba aprenderme su nombre pero alguien me dijo que me acordara de "Luz", y entonces sí el nombre le iba perfecto, ahí está esa personita para iluminarnos. Ha cumplido un mes y es muy agradable cargarlo, contemplarlo, disfrutar de la felicidad que trae un nuevo bebito. Acá unas fotos suyas para compartirlo con ustedes amigos.

La felicidad en un café


Mi papá todas las tardes después de almuerzo hacía su excursión a la Pastelería San Antonio que queda a media cuadra de su casa. Era uno de sus placeres, él decía que era su segundo comedor, todos los mozos lo conocían y trataban con cariño. El café con dos cucharaditas de azúcar le proporcionaba gran placer. Hoy a las 11, imitándolo me fui a la San Antonio de la Molina para cortar la mañana con un cortadito. No me lo llegué a tomar, me encontré con una amiga, una de las alumnas de ABRA, me senté en su mesa y conversamos con su hija y una señora amiga. El efecto que buscaba con el café lo suplió de largo la alegría de estar con amigas queridas, sentirme acompañada, reír un rato. El café me lo tomo en casa recién ahora recordando a mi papi, imaginando que le gustaba estar ahí entre la gente, recibir un saludo, una atención, una sonrisa.

Soledad nos dice:

Recuerdos de otra persona (fragmento) de Soledad Puértolas

" Porque se diga lo que se diga, los libros dan respuestas. Aunque no sean soluciones, aunque no sean definitivas. Respuestas instantáneas, luces que relampaguean en la oscuridad. Una hermosa frase, un pasaje de una novela, un verso: allí está, de pronto, la verdad. Y todo el sin sentido, y todo el desorden, se convierten, repentinamente, en belleza

El árbol de la vida


El árbol de la vida
Milan Rufus


¡Cuántas cosas tan diversas hay en el mundo!
Y todas ellas verdaderas maravillas.
¿Por qué las aves cuando cantan
levantan el pico hacia el cielo? ¿Por qué?
¿Quién lo sabe?

Así cantan siempre,
en verano, primavera y otoño.
En el árbol donde se albergan.

¿Acaso adivinaron de quién es su canción?
¿Y para quién es nos dirán algún día?

Scapegoat



Basada en una novela de Daphne Dumurier, la autora de Rebeca. La vi en Nexflix, un programa de internet para ver películas.

Esposas e hijas

La vi por Nexflix, un programa con el que puedes ver películas por Internet a bajo costo.

Música de Bill Evans

Muerte en Venecia

La maravilla de Mahler

El gusanillo de los libros


Leímos este artículo de Mario Vargas Llosa. Muy entretenido.

Mario Vargas Llosa 21 AGO 2005

Desde que comencé a publicar libros me han hecho decenas, acaso centenares de entrevistas, y todas las fui olvidando a medida que ocurrían. Menos una, que, con el tiempo ha ido cobrando proporciones míticas en mi memoria. Ocurrió hace unos veinte años, en el curso de un enloquecido viaje de diez días por los Estados Unidos, con motivo de la aparición de una de mis novelas en inglés. Saltaba de una ciudad a otra en vuelos que duraban a veces cuatro o cinco horas y en cada lugar me veía sometido a una vertiginosa ronda de ruedas de prensa, diálogos, firmas, charlas, almuerzos y cenas que en la noche me derribaban en la cama, no a dormir sino a desmayarme por apenas tres o cuatro horas de sobresaltadas pesadillas.

Pero las veinticuatro horas que pasé en Los Ángeles justificaron esa gira en la que casi dejo el pellejo. Comenzó al alba, cuando la encargada de pilotarme por las obligaciones del día me recogió en el hotel para llevarme al recinto de un college de un suburbio negro de la ciudad, donde, me explicó, había tenido que "refugiarse" el director del programa de radio que me iba a entrevistar. Se llamaba "El gusanillo de los libros" (no confundirlo con la "polilla", por favor). "Los programas dedicados a la literatura tienen la vida difícil en este país", precisó. Pero añadió que, pese a su apariencia paupérrima, "El gusanillo de los libros" era escuchado en toda California por la gente que visitaba librerías y compraba libros. Y que era un verdadero privilegio aparecer en él porque su editor era muy "discriminatorio" (palabra que en inglés es un elogio).

Sí, el local no podía ser más miserable. Un pequeño galpón oscuro, en un rincón perdido de un college de tercera o cuarta categoría, que dividía un cristal impulcro a un lado del cual estaba el técnico y su equipo de grabación y, al otro, el "gusanillo" en persona, sentado en una silla de inválido. Se trataba de un hombre joven, algo grueso, y que, pese a su limitación física, se movía con desenvoltura. Parecía muy serio. Me acurruqué como pude a su lado y me explicó que el programa, de una hora, consistiría en una primera media hora en la que él "contaría" mi libro a sus oyentes, ilustrando su relato con algunas lecturas, y que, en la segunda mitad, conversaríamos. Apenas comenzó a hablar quedé prendido de lo que decía y, casi inmediatamente, conquistado. Tenía la impresión de que hablaba de un libro ajeno, pero no porque traicionara en lo más mínimo mi historia, sino porque su síntesis más bien la embellecía, depurándola y reduciéndola a lo esencial. No hacía la menor crítica, no daba opinión personal alguna, se limitada a "contar" la novela con una neutralidad absoluta, desapareciendo detrás de los personajes y la historia, sustituyéndolos en cierto modo, con una destreza consumada y pequeños pero muy eficaces efectos -pausas, énfasis, cambios de tono- que enriquecían extraordinariamente aquello que contaba. No sólo había leído el libro de manera exhaustiva; había seleccionado de modo tan certero los fragmentos que me hizo leer que éstos, a la vez que ilustraban muy exactamente su relato, dejaban en el oyente una curiosidad afanosa sobre lo que vendría después.

El diálogo fue para mí tan sorprendente como la primera parte de su programa. Sus preguntas no incurrían en los inevitables lugares comunes ni se apartaban un segundo del libro que nos tenía allí reunidos. Más bien, me obligaban a retroceder a la época en que por primera vez tuve la idea de aquella ficción, a rememorar las experiencias que me la sugirieron, y, luego, al proceso que la fue plasmando en palabras, a las lecturas, ocurrencias, memorias de que me fui sirviendo a la hora de escribirla, y, por último, a revelar aquellas intimidades más secretas que, como ocurre casi siempre cuando uno escribe una novela, fueron apareciendo, atraídas misteriosamente por la imaginación para irrigarla, para dar apariencia de vida a los fantasmas.

Cuando terminamos lo felicité, le agradecí, le dije que me había hecho aprender mucho sobre mí mismo, y que era un fabuloso contador de historias. Quedó un poco intimidado con mi entusiasmo. Era un hombre modesto, que, por lo visto, no tenía la menor conciencia de su genialidad. Él creía que con su programa no hacía otra cosa que satisfacer su pasión de lector y ganarse -seguro que a duras penas- los frejoles, tratando de contagiar a sus oyentes el apetito por la literatura. Pero la verdad es que "El gusanillo de los libros" era mucho más que eso. Una variante contemporánea de la antiquísima tradición de los contadores de historias, los remotos ancestros de los escritores, aquellos fantaseadores que desde la noche de los tiempos han acompañado la marcha de la historia verdadera añadiéndole una historia fingida, inventada, mentirosa, indispensable para hacer más grata, o menos ingrata, la vida de los seres humanos.

Sólo que, "el gusanillo" de mi historia -es una vergüenza que no recuerde su nombre, o, acaso, nunca lo supe-, en vez de fraguar historias, las adaptaba, tomándolas de los libros que le gustaban y transformándolas en historias orales, como aquellas que narraban las hechiceras junto al fuego o cuentan todavía, en los pueblos antiguos, como Irlanda o las tribus indígenas del Canadá, de Estados Unidos, de México y Guatemala o de los Andes, los juglares ambulantes. Apenas pude conversar con él, porque mi implacable piloto me arrastró de inmediato a la segunda cita de la mañana. En el auto que nos regresaba al centro de Los Ángeles le dije que el programa del "gusanillo" me había parecido extraordinario. "Bueno, me comentó, sí, es importante aparecer en él. Pero se trata de una persona muy difícil. Muy independiente. Sólo habla de los libros cuando le gustan. Y, por principio, rechaza todos los best sellers, sin leerlos".

Pensé que con semejante política, mi admirado "gusanillo" se moriría de hambre o perdería pronto su programa. No fue así. Un buen número de años después, en New York, me lo volví a encontrar, otra vez frente a un micrófono, esta vez en un estudio refrigerado y elegante de Manhattan. En el tiempo transcurrido, "El gusanillo de los libros" había dado un salto espectacular. Por lo pronto, ya no sólo se oía en California, sino en todo Estados Unidos, donde un gran número de emisoras lo habían adoptado. Pero ni el formato, ni el rigor ni la originalidad con que su conductor lo llevaba, habían experimentado innovaciones. El "gus-anillo" seguía contando los libros que comentaba con la misma pericia hechicera que yo recordaba y sometiendo a su autor a un interrogatorio apasionante, a una verdadera catarsis creativa.

Pero, volvamos a Los Ángeles, a aquel día fastuoso e inolvidable. He olvidado lo que hice aquella mañana y aquella tarde, pero estoy seguro que debí responder muchas preguntas sobre "el realismo mágico", la "responsabilidad social del escritor" y cosas parecidas. Pero sí recuerdo que al anochecer firmé libros en una librería de Westwood, cuyo dueño, un californiano de origen alemán, me invitó luego a cenar. Intenté esquivar la cena, porque estaba agotado, pero él insistió y me alegro que lo hiciera pues fue una de las cenas más instructivas y fecundas que he tenido. Gracias a ella contraje una adicción a Mahler que me acompañará hasta que muera. El librero en cuestión era un apasionado de la música clásica y durante toda la cena, con una vehemencia inesperada y una enciclopédica sabiduría, me habló de las diez sinfonías del músico austriaco, comparando sus estructuras con las de las grandes novelas, las de Thomas Mann, las de Proust, las de Dos Passos o las de Faulkner, unas sinfonías en las que, decía, silbando o canturreando de pronto ciertos motivos, el tratamiento del tiempo era tan inventivo como lo es en las obras maestras literarias.

Sabía todos los pormenores de la gestación de estas sinfonías y todavía recuerdo el notable dramatismo con que evocaba -ni más ni menos que como lo hubiera hecho el "gusanillo" de la mañana- el verano de 1910, en que Mahler, ya enfermo del corazón, devastado con el descubrimiento de que Alma, su mujer, lo engañaba con el arquitecto Walter Gropius, y luego de un viaje a Holanda para consultar a Sigmund Freud a fin de que lo aconsejara sobre cómo salvar su matrimonio, se las arregló para componer la Décima Sinfonía, en apenas un par de meses. "Al mismo tiempo que cantos a la muerte, aseguraba, la paradoja de todas las sinfonías de Mahler es que la vida brota en ellas a chorros y nos hace sentir lo rica, lo variada, lo intensa y profunda que es aquella existencia que vamos a perder. Porque eso es Mahler: una anticipación atroz de la nostalgia de la vida que vendrá con la muerte".

No sé si su interpretación de Mahler era la correcta, pero no me importa nada. Para mí, lo que dijo fue tan contagioso como un virus mortífero. Apenas pude comencé a escuchar a Mahler con unos oídos y una cabeza sensibilizados extraordinariamente por sus palabras, y a leer biografías y testimonios sobre él y hasta a visitar los lugares donde nació, vivió y compuso.

Qué ingratitud no recordar el nombre del "gusanillo" ni el del librero de Los Ángeles. Pero, aunque sea tarde y mal, gracias a ambos por una jornada memorable.

Rembrandt en el centro comercial

Sorpresas te da la vida:

Un paseo por Río de Janeiro

The City of Samba from Jarbas Agnelli on Vimeo.

Virginia Rodriguez Y Milton Nascimento



domingo, 23 de junio de 2013

Nueva librería en San Isidro


La librería Comunitas en la calle 2 de mayo en San Isidro, esquina con Marconi, está muy bien surtida y tiene una persona que te atiende con amabilidad y conocimiento. Se ve que le gusta la lectura y que está enterado de lo que pasa en el mundo de la literatura. Buscaba dos cuentos, uno de Le Clézio y otro de Sherwood Anderson y...¿Qué creen? Los encontré. El de Le Clézio formaba parte de un conjunto de cuentos llamado Mondo y otras historias, publicado por Tusquets. Y el de Anderson, Cuentos reunidos en una edición llamada de bols¡llo. Un pequeño libro de Nuria Amat me hacía guiños y también lo llevé. Feliz con mis libros que ahora leo.También tiene muy buen página web en la que desde tu casa puedes buscar lo que quieras.

Una sala de teatro nueva para Lima

La sala de teatro del antiguo colegio italiano es un nuevo espacio para el teatro limeño. Vimos Apagón, teatro ligero de equivocaciones, como para reír un poco y divertirse con personajes que actúan como si estuvieran a oscuras. Del mismo autor que Toc toc. Nos preguntamos si el uso de micrófonos seria porque no hay buena acústica. Quisiera un mejor papel para Wendy que es tan buena actriz y a la que se le debe tanto como creadora de los libretos de Pataclaun y por su trabajo en los hospitales. ( si no me equivoco).



El baile de Scola

Una de las mejores películas que recuerdo haber visto.


NORMAN MANEA. un escritor con mucha historia



Un escritor con mucha historia

El autor rumano fue una de las estrellas internacionales de la reciente Feria del Libro de Buenos Aires. Vivió en un campo de concentración nazi y en la Rumania comunista antes de exiliarse en Estados Unidos. Amigo de Philip Roth y del Nobel Orhan Pamuk, admirado por autores como Vargas Llosa y Magris, Manea ha tenido una vida tan rica, compleja e intensa como su obra. Aquí ofrecemos una traducción exclusiva de Palabras desde el exilio (*), libro que recoge entrevistas realizadas por Hannes Stein.





"Aún creo que uno de los principales motivos para escribir es una profunda insatisfacción hacia lo que nos puede ofrecer el caos cotidiano".


POR ALINA DIACONÚ

PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

Lo conocí personalmente hace muy poco, aquí, en Buenos Aires, tras varios años de comunicación por medio del correo electrónico.

Cálido, gracioso, sagaz, intenso, Norman Manea es un escritor rumano que vive en Nueva York y ha sido traducido a los más importantes idiomas del mundo. Calificado por "los grandes" como "un grande", nació en 1936 en Bucovina, fue deportado con su familia a un campo de concentración de Transnistria (Ucrania) cuando tenía cinco años, y volvió a los nueve de esa aciaga experiencia que le tocara atravesar, durante la Segunda Guerra, por su condición de judío.

Se recibió de ingeniero, abrazó el comunismo hasta que este lo decepcionara sin atenuantes y se dedicó a la literatura -en forma excluyente- desde 1974, en Bucarest. En 1986 se exilió con su mujer, Cella, en Nueva York, tras una estada en Berlín, obtenida gracias a una beca.

Manea, amigo personal de Philip Roth, Antonio Tabucchi, Orhan Pamuk, es profesor de literatura europea en el Bard College y ha recibido un sinnúmero de premios, becas y distinciones internacionales. En 2009 le fue otorgado el título de Comendador de la Orden de las Artes y las Letras del Ministerio de Cultura de Francia.

Autor de ficción y ensayos, vino a Buenos Aires (ciudad que, me confesó, quería conocer muy especialmente desde hace mucho tiempo) como invitado a la Feria del Libro para presentar su última obra, La Guarida, que acaba de publicar Tusquets en la Argentina, con traducción de Rafael Pisot y Cristina Sava.

Esta novela, con ritmo de thriller, encara el comunismo rumano, el post comunismo y la vida de los intelectuales exiliados en los Estados Unidos. Y en él descubrimos, con asombro, que Jorge Luis Borges y Buenos Aires también forman parte de su trama.

"Manea escribe sin amargura ni rencor, con una extraordinaria libertad de espíritu, fantasía y hasta con derroches de un humor que recuerda el de los mejores protagonistas de la novela picaresca", definió Mario Vargas Llosa al autor que hoy nos ocupa.

Para Claudio Magris, "Manea es hoy, indudablemente, una de las más grandes figuras de la literatura internacional". Esto reza la faja que hoy abraza el tomo de La Guarida, su libro más reciente editado en español. Otros títulos son: El regreso del húligan, El sobre negro, los tomos de relatos Felicidad obligatoria, El té de Proust y el ensayo Payasos.

A continuación, voy a dar a conocer algunos párrafos de un libro en rumano que tengo entre mis manos, Cuvinte din exil (Palabras desde el exilio), de la Editorial Policrom, cuya versión original, en alemán, fue editada por Mathes & Seitz Berlin. Este volumen está constituido por una larga entrevista que Manea le dio al periodista alemán Hannes Stein, residente como él en NuevaYork, que se desarrolló a lo largo de tres días del año pasado en dicha ciudad.

El libro está dividido, según los temas, en 17 capítulos y me tomé la libertad de seleccionar algunos tramos, que me parecieron los más relevantes para los lectores argentinos. Los publico ahora, a modo de síntesis de una vida y de un ideario, en este suplemento.

© LA GACETA Alina Diaconú - Escritora. Nació en Bucarest, Rumania, y vive en Buenos Aires. Su último libro es Avatar.




SOBRE LA NIÑEZ

Hannes Stein: ¿Cuál es su primer recuerdo de la infancia?

Norman Manea: Tal vez sea interesante que no tenga recuerdos claros del período de antes de la deportación. Cuando nos deportaron en octubre de 1941, yo tenía cinco años. Podría decir que la memoria se me fue esfumando. Hay, sin embargo, una imagen que me quedó grabada: un día soleado, delante de la librería de mi abuelo. La puerta de la librería está abierta. Es esta la imagen: un día soleado y una puerta abierta.

H.S.: ¿Eso fue antes de la deportación?

N.M.: Sí, eso fue antes. Después de la deportación, mi abuelo ya no existió, no existió más la librería, muchas cosas ya no existieron.

H.S.: Es un recuerdo feliz.

N.M: Es un recuerdo muy feliz. La imagen me quedó en la memoria. No la puedo explicar y tampoco sé el contexto. Sé que fui un niño mimado -mimado por la familia y probablemente también por mi abuelo-. En el campo de concentración estuvimos muy unidos. Era un hombre muy especial, lleno de humor, sabio. Murió muy pronto, inmediatamente después de llegar allí, en el primer invierno crudo.

H.S.: En Transnistria.

N.M.: Sí, y fue el primer gran golpe de mi vida, cuando me topé con la muerte. No sabía qué significaba la muerte y la desaparición de mi abuelo me provocó un terror enorme.

H.S. ¿Recuerda la deportación propiamente dicha?

N.M.: Tengo en mi mente imágenes claras, pero sin una clara cronología. A esas imágenes les corresponden percepciones físicas intensas: miedo, hambre, frío, enfermedad.

H.S.: La tasa de mortalidad en los campos de Transnistria era de un 50%.

N.M. Sí, y los más numerosos decesos se produjeron al comienzo de la llegada allí, en el primero o en el segundo invierno. Después, a partir de 1942 o 1943, la situación se tornó más equívoca. El trato se volvió un poco más blando. Estaba la posibilidad de trabajar en fábricas. Mi padre trabajó en una y le daban algo de comer. Edgar Hilsenrath describe muy bien este tipo de campo de concentración en su libro La noche. No te quemaban en crematorios. No te mataban siempre. Morías por enfermedades o por hambre…

H.S. ¿Cuánto tiempo estuvo en el campo de concentración?

N.M.: Empezando en octubre de 1941. A Rumania volvimos en abril de 1945. Pero el último año vivimos bajo la administración rusa. Fuimos liberados por el ejército soviético y nos quedamos allí hasta que se nos permitiera regresar al país.

H.S. ¿Recuerda al ejército soviético?

N.M. Muy bien. Ya no éramos niños entonces, yo era un viejo de ocho, casi nueve años.

H.S.¿Cómo vivieron el momento de la liberación?

N.M. Los rusos llegaron de noche. Los alemanes ya se habían retirado y con gran pánico.


SOBRE EL EXILIO


H.S.¿Cómo era la vida cotidiana en la Rumania de los 80?

N.M. Terrible. Mi padre, quien tenía casi 80 años, debía despertarse temprano, a las cinco de la mañana, para hacer fila por una botella de leche y pan. En las casas hacía mucho frío en invierno… No era Transnistria, pero comparábamos la situación con un campo de concentración que abarcaba todo el país.

H.S. ¿Cómo lograron abandonar Rumania en 1986?

N.M. Yo estaba en contacto con algunos escritores alemanes que vivían en Bucarest, escritores rumanos de lengua alemana. Ellos me dijeron que yo había recibido una beca DAAD (Deutacher Akademischer Austausch Dienst) para ir a Berlín…

H.S.: Usted ni siquiera se había presentado.

N.M.: Un escritor alemán emigrado de Rumania a la República Federal Alemana, Ernest Wichner, me dio los formularios, él los entregó, pero no recibí ninguna carta de confirmación. (…) No recibí nada. En un momento dado, mi mujer y yo decidimos pedir un pasaporte para un viaje turístico a la casa de su hermana en Washington. Y por primera vez en nuestra larga vida, los "guardianes" estuvieron de acuerdo con que nos fuéramos juntos. Creo que no fue azaroso. Ya por entonces yo tenía una relación bastante tensa con las autoridades. Me atacaban en los diarios, mi novela El sobre negro había sido destruida por la censura. Estábamos rodeados de espías. Supongo que querían librarse de mí. Nos dieron el pasaporte. Compré un billete de avión para Washington a través de Berlín Occidental. El billete costaba entonces en Rumania lo mismo que el sueldo de un año.(…) En la escala en Berlín le pedí a mi traductor, Paul Schuster, de preguntarles a los de la DAAD si era cierto que me habían dado la beca. Claro que sí, respondieron. Nos invitaron a almorzar y nos mostraron la carta que seguramente me habían mandado a tiempo, pero que había regresado con un sello "Destinatario desconocido".

SOBRE LA LITERATURA

H.S.: ¿Cómo escribe? ¿A mano, con máquina de escribir o con una laptop?

N.M. En Rumania escribía a mano y una dactilógrafa me tipeaba los textos. Esa era la costumbre allí. Luego conseguí comprarme una pequeña máquina hecha en la Alemania Oriental y con ella escribí algunos textos, pero nunca novelas o ensayos. Como tal vez usted sepa, en Rumania, en un momento dado, fue prohibido tener una máquina de escribir si no te presentabas con ella a la Policía cada año, para pasar un test, tras el cual ellos conservaban una copia con todos los caracteres de la máquina. Había que tipear todas las letras del alfabeto y uno o dos textos, luego recibías una autorización por escrito de que podías tener en tu poder ese aparato explosivo. Era un espectáculo interesante y deplorable: veías gente mayor, cargando con sus viejas máquinas de escribir, tan pesadas… Esto, espero que esté diciendo algo acerca del sistema.

H.S.: El sentido de este ejercicio era que el gobierno conociera el tipo de letras y signos de cada máquina de escribir de todo el país.

N.M. Exacto. Cuando llegué a América, me compré una máquina de escribir eléctrica. Primero, una vieja, pesada, sólida, digna de confianza; luego, una más moderna. Aquí no tenía a una señora mayor que me tipeara los textos y me volví mi propia secretaria y mi propio lector y corrector. Más tarde me compré una máquina con la cual podías borrar dos renglones -que tenía, por lo tanto, una pequeña memoria. Finalmente, mi amigo Philip Roth me empujó para comprarme una computadora. Yo me compré una al mismo tiempo que él, pero él, como americano que es, mucho más disciplinado y más ordenado que yo, contrató a alguien para que le enseñara cómo usar esa cosa endiablada. Yo fui autodidacta, aprendí paso a paso cómo usar la computadora como máquina de escribir. Luego, al volverse vieja, tuve que cambiar varios modelos. (…)

H.S. ¿El encuentro con la literatura anglosajona lo volvió menos equívoco?

N.M. Sigo siendo -for better or for worst- equívoco y probablemente yo sea un escritor complicado. Pero me sentí estimulado por lo que entiende la gente de aquí, en América, por ensayo, por relato. Y las traducciones de mis textos jugaron un papel determinante. Yo estaba cohibido porque, en el caso de un texto complicado, el peligro de que se perdiera mucho si la traducción era mala es mayor que si se trata de un texto sencillo. Cuando probé escribir de un modo más simple, llegué a sentirme defraudado por mí mismo, yo simplificaba y simplificaba hasta que no quedara nada de mí. Probablemente el peligro subsista, pero no creo que mi modo de escribir se haya transformado en su esencia.

H.S.: ¿Escribir lo hace feliz?

N.M. Hay momentos de alegría, de victoria. Momentos de liberación -estás contento cuando te salió una frase, cuando escribiste una buena página-. No es "felicidad" en el sentido corriente de la palabra. No te entran ganas de bailar cuando te sale bien una página. Pero si ponés el punto final y te parece que tenés un libro OK, que funciona, esto sí te da una sensación de satisfacción.

H.S. George Orwell decía en su ensayo Por qué escribo que el escritor está empujado hacia su mesa de trabajo por motivos que no son muy nobles: la necesidad de sentirte importante y de brillar frente a otros, un impulso erótico, el deseo de venganza… ¿Está usted de acuerdo?

N.M.(…) Yo creo que el escritor tiene una responsabilidad sólo frente a sí mismo. Aún creo que uno de los principales motivos para escribir es una profunda insatisfacción hacia lo que nos puede ofrecer el caos cotidiano. Necesitamos otra cosa, que trascienda este caos, aunque sea para agregarle a la realidad otra realidad. La religión responde a esta necesidad, y otras terapias de soledad también. Se trata de una carta dirigida a nadie, a un interlocutor virtual. Necesitás agregar algo al derroche cotidiano del tiempo, de la vida -porque todo pasa demasiado rápido-. La búsqueda del tiempo perdido es la búsqueda de un sentido.

(*) Selección y traducción de Alina Diaconú.

Baryshnikov

Ida Vitale

Sima de los cuentos


La narradora sudafricana Manqina Madosini ayer en las cuevas de Atapuerca. / Juan Carlos Aragonés


John Berger, el sabio que deshizo los postizos que enmascaran el mundo del arte, visitó en una ocasión la cueva prehistórica de Chauvet (Francia), pintada hace 15.000 años, y concluyó: “Se diría que el arte nace como un potrillo, que sabe caminar directamente”. También las historias debieron surgir así, manando sin premeditación ni alevosía. En tiempos remotos, cuando bastaba desear una cosa para que se cumpliera —que dirían los hermanos Grimm—, alguien contó la primera historia. Como los cuentos no dejan evidencia científica sino huellas en el aire, nadie ha podido demostrar cuándo ni dónde ocurrió algo tan pequeño y tan grande, pero no resulta descabellado situarlo en una cueva como esa de Chauvet, Altamira o la misma Atapuerca, donde ayer seis narradores revivieron en una antigua gruta kárstica lo que pudo ser el origen de las historias.

En el momento preciso en que Manqina Madosini Latozi (Mqhekezweni, Sudáfrica, 1922) hizo resonar con pasos calculados una tobillera con capullos secos de gusanos de seda y abrió los brazos tanto como los ojos para reforzar su relato sobre la amistad imposible entre una tórtola y una tortuga, nadie entendió lo que decía en su lengua xhosa pero todos interiorizaron que en las cuevas germinaron los cuentos. Sin descartar a Juan Luis Arsuaga, codirector del yacimiento de Atapuerca, sentado entre el centenar de asistentes: “Los científicos contamos historias basadas en hechos reales y los contadores cuentan historias míticas que no nacen de los vestigios, pero las dos historias son verdad...”

Entre los participantes en la sesión de narraciones había una curiosa mezcla de seres de ciencia y seres de fantasía, arqueólogos y cuentacuentos, que parecieron entenderse a la perfección. Acaso el secreto estribe en una apreciación del bosquimano Kapilolo Mario Mahongo, que pertenece al consejo de notables ¡Xun de Sudáfrica: “Ningún pueblo de la Tierra puede sobrevivir sin sus fábulas. Contar tu historia te hace humano, porque tu humanidad surge de tu relato, de tu pasado. Ser humano es poseer una vida espiritual y física. No podemos dejar que estas dos realidades caminen en direcciones distintas”.

En su peculiar lengua, usada por apenas 5.000 personas, Kapilolo relató la historia infeliz de una amistad. Él fue uno de los cuatro narradores procedentes de Sudáfrica, donde comenzó el proyecto Historias de cueva en cueva, que ayer llegó a Atapuerca, esa confluencia de cuencas poblada desde hace 1.200.000 años y tan frecuentada que conserva restos de cinco especies distintas (Neanderthal, Heidelbergensis, Antecessor, Sapiens y una quinta desconocida). Antes, en África, había comenzado todo. La humanidad y acaso sus manías: la música, el arte, los cuentos. Madosini descubrió fascinada que en las cuevas de arte rupestre de las montañas del Cederberg (Sudáfrica), donde se celebró la primera sesión narrativa, figuraban un flautista y músico con un arco similar a su mhube. Considera que sus instrumentos —que ella misma fabrica para producir “madojazz”— son una herencia que se hunde en un pasado inabarcable.

“Para los humanos que habitaban en abrigos las historias eran esenciales para la supervivencia”, señala Blanca Calvo, la directora del proyecto Historias de cueva en cueva, que ha recibido financiación de la Unión Europea y que hoy expandirá la magia oral entre los 200 grabados paleolíticos de la Cueva de los Casares. En la iniciativa se han implicado tres ciudades europeas que han convertido la narración oral en una seña de identidad: el Centre des Arts du récit de Grenoble (Francia), la Biblioteca Civica de Cologno Monzese (Italia) y el Seminario de Literatura Infantil y Juvenil de Guadalajara, que capitanea el proyecto. Sudáfrica participa como el país elegido por Bruselas para las actividades de su programa Cultura 2007-2013. Una elección providencial. Allí están las piedras con dibujos geométricos de Blombos (75.000 años de antigüedad). “Esto permite suponer que el pensamiento simbólico surgió en esa parte del mundo, y que los primeros humanos que salieron de África ya lo llevaban consigo”, expone Blanca Calvo.

Porque los relatos viajan desde el principio de los tiempos. Estrella Ortiz, que era maestra y actriz y que hace 30 años lo dejó todo para vivir de los cuentos, desgranó una fascinante historia que, llegada a un punto, disponía de tres finales posibles, recogidos en Extremadura, Irlanda y Senegal. Una señal de que las preocupaciones son universales y las respuestas, locales. Salvo los tabúes, que hermanan pueblos: la sudafricana Marlene Winberg y la italiana Lelia Serra contaron dos magnéticas historias de amor entre humanos y animales que dejan mal sabor de boca por sus sangrientos desenlaces (el cuento ¡Xun La esposa elefante y la leyenda sarda El muflón). Y que apuntan hacia el poder adoctrinador de los cuentos. Como Karizo y la abuela, la narración de Pedro Espi-Sanchis, un alicantino afincado en Sudáfrica hace 41 años, para transmitir la filosofía ubuntu: “Eres humano gracias al ejemplo y la ayuda de otros humanos”.

Violín : Shlomo Mintz

Recuerdo un refrán que dice algo así: "En el teatro, las equivocaciones se arreglan con música" y la aplico a mi vida. ¿Qué mejor que un violinista para hacerte olvidar algún acontecimiento que te ha hecho fastidiado? Bienvenida la música.

Recuerdo de niña

Recuerdo de niña.

Subía las escaleras y permanecía ahí a solas mirando el cielo, pensando, muy cerca de la copa de un árbol de pacay en el que anidaban distintos pájaros. Me gustaba ver desde esa perspectiva las casas vecinas y el bosque del Olivar. A veces me acompañaba uno de mis perros que se sentaba a mi lado, mientras soñaba con lo que viviría algún día.

Richard Lindner, pop art



Richard Lindner (Hamburgo, 1 de noviembre de 1901 – Nueva York, 16 de abril de 1978) fue un pintor del pop art, de origen alemán y nacionalizado estadounidense.

Lindner marcó un punto y aparte en el pop art norteamericano, por su origen europeo y su manera de enriquecer el pop con rasgos del cubismo y del expresionismo alemán.Wikipedia

domingo, 16 de junio de 2013

El hijo de la cautiva

Esta semana en ABRA vimos estos textos de cautiverio. Uno de Antonio Muñoz Molina y el otro de Borges. A disfrutarlos.


La dramática historia de Cynthia Parker está en el origen de la película 'Centauros del desierto'

Su hijo mayor se convirtió en el último caudillo guerrero de los comanches Cynthia Parker, con su hija en 1836 / Alamy


En 1836, cuando tenía nueve años, Cynthia Ann Parker fue arrancada cruelmente por primera vez del mundo al que pertenecía. Estaba jugando una mañana en el rancho que su familia había construido y fortificado en una zona del oeste de Texas, en el límite de las grandes praderas donde ningún colono blanco se había aventurado, habitadas por indios cazadores y guerreros y por manadas oceánicas de bisontes. Una banda de jinetes comanches se acercó a la entrada del rancho pidiendo comida y agua. A los pocos minutos había empezado la primera de las dos grandes matanzas a las que Cynthia Ann Parker asistió en su vida. Los hombres de la familia cayeron traspasados por lanzas y flechas. Todavía vivos los comanches les arrancaron las cabelleras y les cortaron los genitales antes de matarlos. A la abuela la clavaron con lanzas al suelo y la violaron repetidamente. A un bebé que no paraba de llorar se lo quitaron a la madre de los brazos y lo degollaron. Cynthia Ann Parker fue atada a la grupa de un caballo y arrastrada hasta que se hizo de noche. Vio cómo una tía suya de 17 años, también cautiva, era torturada y violada en medio de una gran danza de celebración en torno a una hoguera. Los comanches mataban a los bebés, pero adoptaban a los niños algo mayores. Al poco tiempo Cynthia Ann Parker había olvidado la lengua inglesa y hablaba y vestía como una niña comanche.

A partir de entonces empezó una leyenda. Mercaderes que trataban con los indios decían haber visto a una comanche rubia con los ojos azules que se apartaba asustada de ellos cuando le hablaban en inglés. Uno de los supervivientes de la familia, su tío James Parker, decidió buscarla y rescatarla y pasó más de diez años recorriendo los territorios inmensos en los que las patrullas militares se extraviaban queriendo encontrar el rastro de las bandas de comanches, los guerreros fulminantes y crueles que preferían atacar en la claridad de las noches de luna y que desde hacía casi dos siglos dominaban la facultad temible de pelear a caballo, aterrorizando por igual a las otras tribus indias y a las patrullas españolas que se atrevían a subir hacia el norte desde México. Diez o quince años después del rapto, algún viajero blanco se encontró con la que ya no recordaba llamarse Cynthia Ann Parker, ahora esposa de un jefe y madre de tres hijos. Su piel era ya tan cobriza como la de las indias y tenía el pelo oscurecido con grasa de bisonte. Ahora se llamaba Nautdah: la que ha sido dada, o aceptada, o acogida.



Mercaderes que trataban con los indios decían haber visto a una comanche rubia con los ojos azules

En 1860 su mundo se vio trastornado por segunda vez. Para entonces los comanches se batían lentamente en retroceso, sus territorios invadidos por centenares de miles de colonos, las manadas de bisontes gravemente diezmadas. El cólera y la viruela eran matarifes todavía más eficaces que los nuevos fusiles de repetición contra los que ya no podían nada los arcos y las flechas. Un día, antes del amanecer, los soldados atacaron un campamento comanche. Para entonces el hábito de arrancar las cabelleras y sacar las entrañas a los vivos igual que a los muertos se había extendido a todas las partes combatientes. Cynthia Ann Parker se vio en medio de una batalla en la que murió su esposo y en la que perdió de vista a sus dos hijos mayores. A la pequeña, Flor de la Pradera, todavía le daba el pecho. Entre las humaredas, los gritos, los relinchos de los caballos, los ladridos de los perros, la carnicería general, uno de los soldados redujo con dificultad a una india que huía con un bebé en los brazos y descubrió que tenía los ojos azules.

En una fotografía que le tomaron poco después no parece una mujer blanca: tiene la cara oscura, como quemada, el pelo liso y mal cortado, una expresión de recelo o de pánico, y le da el pecho abiertamente a su hija. La historia de la cautiva rescatada al cabo de veinticuatro años se publicó en todos los periódicos. La llevaron a un cuartel y las mujeres de los oficiales se encargaron de ponerle ropas de blanca, y al principio se dejaron engañar por su apariencia de docilidad. Pero en cuanto se descuidaron Cynthia Ann Parker estaba intentando huir con su hija y se arrancaba el vestido de algodón para ponerse de nuevo su ropa de comanche. La apresaron de nuevo, pero era inútil. Permanecía inmóvil, con su hija en brazos, con la mirada perdida. La niña contrajo unas fiebres y murió al cabo de algún tiempo. Cynthia Ann Parker no volvió nunca con los comanches ni se reintegró a la comunidad de los blancos. Vivió como un fantasma, doblemente extranjera.


La historia de la cautiva rescatada al cabo de veinticuatro años se publicó en todos los periódicos

Su historia, convertida en leyenda, es el origen de la película más hermosa de John Ford, The Searchers (Centauros del desierto). Pero la realidad es mucho más complicada y más áspera que la ficción, aunque también más sorprendente. Lo he sabido leyendo un libro del historiador americano S. C. Gwynne, Empire of the Summer Moon, que cuenta lo que está más allá de esos finales rotundos que nos gustan tanto en el cine y en las novelas. En las historias de la realidad no hay puntos finales. Mientras Cynthia Ann Parker se confinaba a sí misma en un silencio sin fisuras, su hijo mayor, que tenía 12 años cuando ella fue rescatada, o raptada por segunda vez, crecía hasta convertirse en el último caudillo guerrero de los comanches, Quanah Parker. En el final apocalíptico de una nación que había dominado a caballo durante dos siglos los territorios centrales de un continente tan ancho como un océano, Quanah Parker fue el último héroe, el más temerario y el más cruel, el que seguía resistiendo cuando la matanza metódica de treinta millones de bisontes, llevada a cabo en muy pocos años, dejó desiertas las grandes praderas, de modo que los comanches ya no tenían ni comida ni estiércol seco para encender hogueras ni pieles para hacer tiendas o prendas de ropa, ni tendones con los que tejer cuerdas de arcos.

Una historia así exige un crescendo trágico, un acorde definitivo a la altura de su despliegue épico. Pero resulta que, en un cierto momento, cuando comprendió que todo estaba perdido, y que continuar la guerra era condenar a su pueblo al exterminio, Quanah Parker se rindió honrosamente a sus antiguos enemigos, se instaló en una reserva y empezó una vida sedentaria y razonablemente próspera de ciudadano americano. Sin perder su apostura imponente el guerrero primitivo derivó en activista cívico, dedicado a los negocios y a la defensa de los derechos de los suyos. Se acostumbró a los sombreros flexibles y a los trajes a medida, pero no renunció nunca a su larga melena lisa de guerrero, ni tampoco al hábito comanche de la poligamia. Intentó averiguar el paradero de su madre, pero solo pudo visitar tristemente su tumba. A lo que nunca se rebajó fue a participar, como otros antiguos jefes, en el circo humillante de Buffalo Bill. Fue amigo del presidente Theodore Roosevelt, y su imagen atónita en movimiento se conserva en una película de 1908.

Bendita memoria

No dejen de visitar en la Galería Vértice ( Ernesto Plascencia 350 San Isidro) la muestra "Bendita memoria" en la que exponen Alicia Alarco y Nelly Plaza. Curadora: Ana María Rodrigo.

Somos múltiples




El Cocodrilo verde es siempre un lugar que ofrece muy buena música y descubre nuevos artistas. El sitio ya nos es muy familiar y nos sentimos en casa. Anoche fuimos a ver al grupo Akustik que interpreta rock de los 70 y de los 80. Aficionados a un paso de ser profesionales interpretaron para nosotros hermosa música que estaba agazapada en nuestra memoria. Uno de los intérpretes, nuestro amigo y doctor Martín Tagle nos sorprendió con esta afición suya que la toma con la misma seriedad que su medicina. Me hizo pensar mucho en las varias facetas que tenemos las personas. ¿Es el mismo el Dr. Tagle que Martín el intérprete de bellísimas canciones? Claro que sí. Somos múltiples y si sabemos darnos tiempo podemos combinar nuestros talentos y disfrutar de todo lo que somos. Los otros miembros del conjunto Akustik también son profesionales de diversas áreas, pero la pasión por la música no se las quita nadie. Felicitaciones. La pasamos de lo lindo. El próximo concierto será en Agosto, yo les aviso para que separen sus entradas, porque anoche el lleno era total.

Morfi Jimenez, fotógrafo peruano


Fotógrafo peruano ganador del Hasselblad Master en la categoría retrato, uno de los premios más importantes de fotografía a nivel mundial.



El cautivo




"En Junín o en Tapalqué refieren la historia. Un chico desapareció después de un malón; se dijo que lo habían robado los indios. Sus padres lo buscaron inútilmente; al cabo de los años, un soldado que venía de tierra adentro les habló de un indio de ojos celestes que bien podía ser su hijo. Dieron al fin con él (la crónica ha perdido las circunstancias y no quiero inventar lo que no sé) y creyeron reconocerlo. El hombre, trabajado por el desierto y por la vida bárbara, ya no sabía oír las palabras de la lengua natal, pero se dejó conducir, indiferente y dócil, hasta la casa.

Ahí se detuvo, tal vez porque los otros se detuvieron. Miró la puerta, como sin entenderla. De pronto bajó la cabeza, gritó, atravesó corriendo el zaguán y los dos largos patios y se metió en la cocina. Sin vacilar, hundió el brazo en la ennegrecida campana y sacó el cuchillito de mango de asta que había escondido ahí, cuando chico. Los ojos le brillaron de alegría y los padres lloraron porque habían encontrado al hijo.

Acaso a este recuerdo siguieron otros, pero el indio no podía vivir entre paredes y un día fue a buscar su desierto. Yo quería saber qué sintió en aquel instante de vértigo en que el pasado y el presente se confundieron; yo quería saber si el hijo perdido renació y murió en aquel éxtasis o si alcanzó a reconocer, siquiera como una criatura o un perro, los padres y la casa".

El adagio de Albinoni

Cinema Paradiso

Una película inolvidable

Agatha Ruiz de la Prada

Diseñadora española.

Música del Africa



La música de Africa es el origen de toda la música.


Luis LLach, de cataluña



Cantante catalán que me gusta mucho.




Encontrar la estatua




Miguel Ángel creía que las estatuas están de antemano ocultas en el bloque de mármol, y que el trabajo del escultor no es inventarlas, sino encontrarlas. Así están las novelas en ls caras de los desconocidos, en nuestra propia cara y en nuestras pupilas cuando miramos un espejo, y lo que importa en la escritura no es eso que llaman la voluntad de estilo, sino el instinto de mirar. Antonio Muñoz Molina.

domingo, 9 de junio de 2013

Dos cuentos de Guadalupe Nettel

El martes pasado hicimos en nuetro taller a Guadalupe Nettel, a la que ya conocíamos por su libro de cuentos llamado "Pétalos".
Esta joven escritora mexicana es recientemente ganadora del Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero (2013) Ella tiene un problema a la vista y en algunos tiene a los ojos como tema central, es el caso del segundo cuento que les presento llamado Ptosis.

Guadalupe Nettel
PERSÉFONE
(inédito)
Despertó con la sensación apacible de quien ha dormido muchas horas. Era la primera vez en varios días que no sentía el dolor en la cabeza y eso lo animó a levantarse temprano para aprovechar el domingo. Más tarde iba a llamar a su madre para contarle que su salud estaba mejorando y convencerla de que no valía la pena gastar tanto dinero en aquellos análisis. Pero casi de inmediato, al poner los pies en el suelo, notó que no estaba solo. Junto a él, del otro lado de la cama había una mujer. Estaba de espaldas, con la cara escondida bajo la almohada, el torso descubierto y las piernas bajo la sábana. Lo único que logró saber de ella es que no la conocía. Sin detenerse a pensarlo, salió del cuarto alarmado.

Una vez en el pasillo, las preguntas y las recriminaciones se le echaron encima como gatos enfurecidos. Atravesó el pasillo caminando con torpeza, recogió el periódico que lo esperaba debajo de la puerta, leyó la fecha y el encabezado para dejarlo despues sobre la mesa de la cocina, sin abrirlo siquiera. Lo mejor que podía hacer ahora era calmarse y preparar un café; tomar algunas piezas de ese pan un poco duro que sobraba en la canasta y recordar sin angustia el recorrido de sus últimas acciones, las últimas llamadas por teléfono, el almuerzo en casa de sus padres. No había huecos: el día anterior era un hilo continuo, sin nudos inexplicables, una línea anodina donde no tenían cabida ni su desconcierto ni el par de senos pequeñitos vislumbrados con la poca luz que atravesaba sus cortinas.

Quizá lo más natural habría sido despertarla, disculparse, explicar su reacción, decirle que desde hacía algún tiempo su salud lo traicionaba, sugerir incluso que lo ayudara a reconstruir el encuentro. Pero no se atrevió. Sin terminar la banderilla que había puesto sobre el plato, encendió un cigarro y siguió dando sorbos a su café, amargo como un pequeño castigo. La sinceridad en ese momento hubiera rayado en el insulto, un discurso como aquel tendría regusto a mentira o a cinismo, sobre todo no a lo que espera una persona que se despierta en una cama ajena. Se dijo que las cosas siempre tienen un orden y que quizás era posible recuperarlo, restablecer una red de citas y llamadas por teléfono que ahora no tenía en mente pero que tarde o temprano iba a recordar con imágenes y deducciones. Por un instante volvió a ver los codos puntiagudos, los brazos finos alrededor de la almohada. El recuerdo de su cuerpo le parecía ya difuso, como si en vez de haberla dejado en el cuarto hacía una hora, la hubiera visto años atrás. Sin embargo, de algún modo, la mujer le parecía conocida y esa familiaridad le daba miedo.

Las nauseas volvieron y con ellas el dolor de cabeza. Llevaba semanas incubando un malestar del que no quería saber nada y en el que se negaba a creer, como si la realidad mostrara de repente un aspecto ficticio, una falsa cara o como si él hubiera dejado de pertenecerle. Por la ventana de la cocina, miró la mañana. Un gato caminaba sobre la barda de enfrente. El edificio, comenzado hacía más de cinco años, seguía en construcción. La escena aumentó su sensación de asco. Sin saber cuándo exactamente había empezado a añorar un lugar distinto, con otro cielo, otros árboles, otra barda y otro gato. Esa impresión de desfase lo perseguía incluso en el trabajo. Y ahora la mujer. Tuvo ganas de volver al cuarto y echarla a patadas, qué atrevimiento, amanecer en su cama, qué falta de respeto, pero muy pronto comprendió que no podía. No era capaz de golpear a nadie, al contrario, se sentía totalmente desarmado, indefenso, a merced de cualquiera. Entonces comenzó a tener la sospecha de que ella no dormía. Ahora mismo debía aguardar en el cuarto, saboreando su desconcierto. Sin hacer ruido, habría entrado a su casa como un ladrón y esperado toda la noche para sorprenderlo. ¿Actuaba sola o había sido enviada por alguien? Debía haber alguna pista en la sala, una bolsa, algún saco, un disfraz, un estuche de llaves en la mesita de centro. Se puso a buscar por todas partes pero sin resultado. Vencido por el dolor, se dejó caer sobre el sillón. De algún lugar cercano, quizás un departamento vecino, le llegó el eco de un charleston, casi podía escucharlo. Cerró los ojos, se imaginó bailando. La mujer que había visto en su cama seguía el ritmo perfectamente, como si en vez de acatarlo, dictara el compás a los instrumentos. La imagen era tan real que se asustó y decidió levantarse. Entonces volvió a la cocina para esperarla en la mesa, atrincherado en ese falso desayuno. Cuando despertara, ella sabría qué hacer, de todos modos era la única que conocía la situación y sus antecedentes. Decidió que si no se marchaba pronto -ojalá lo hiciera-le ofrecería un plato de cereal, seguramente menos rancio que el pan de dulce. Iba a llamarla “tú” hasta donde fuera posible, quizás emplearía apelativos cariñosos para ocultar la absoluta ignorancia de su nombre.

¿Por qué tardaba tanto? Eran casi las once y la luz entraba franca por los ventanales de la sala. Aunque lo intentó, no pudo explicar su tardanza sin algún dejo de tragedia o de culpa. Había sido absurdo salir de la cama de esa manera, sin asegurarse primero de que ella estaba bien y dormía sin problemas. De todas formas era innegable que habían pasado la noche juntos, ¿por qué no había aprovechado la intimidad matutina para saber si era necesario preocuparse? De algún lugar igual de cierto y de ficticio que los pechos, que el cabello negro sobre la espalda, le llegó un sentimiento agrio de compasión por la mujer que en cualquier estado de ánimo o de salud -todo era posible ahora- se pondría la ropa sola para irse a su casa bajo aquel domingo hostil y caluroso. Se preguntó si al menos habían pasado un buen rato y trató de averiguarlo olfateando los rastros de la noche sobre la yema de sus dedos, pero en vez de un olor a piel distinguió el tufo a humedad con el que comenzaban siempre las nauseas. Esta vez, sin embargo, pudo controlarlas y no fue necesario precipitarse al cuarto de baño. Entonces decidió abrir la puerta.

Cuando entró en la habitación, la mujer ya no estaba en la cama, pero algo en el aire delataba su presencia. Se recostó un momento sobre la almohada, esperando que pasara el malestar y sobre todo ese olor persistente que lo invadía todo como una marea, como unos brazos delgados y voluptuosos que lo hubieran esperado toda la vida, con paciencia y ahora lo acogieran despacio, con dulzura, conduciéndolo a ese lugar no tan lejano como él había creído siempre, sino increíblemente cerca, para llevarlo a ese domingo soleado del que ya nunca se vuelve.





Ptósis tomado de: http://www.barcelonareview.com/55/s_gn.htm
Guadalupe Nettel



El trabajo de mi padre, como muchos en esta ciudad, es un empleo parasitario. Fotógrafo de profesión, se habría muerto de hambre -y con él toda la familia- de no haber sido por la propuesta generosa del Dr. Ruellan que, además de un salario decente, le otorgó a su impredecible inspiración la posibilidad de concentrarse en una tarea mecánica, sin mayores complicaciones. El Doctor Ruellan es el mejor cirujano de párpados de París, opera en el Hôpital des 15/20 y su clientela es inagotable. Algunos pacientes prefieren incluso esperar un año para obtener una cita con él en vez de optar por un médico de menor renombre. Antes de intervenir, nuestro benefactor le exige a sus pacientes dos series de fotografías: la primera consiste en cinco tomas cercanas -de ojos cerrados y abiertos- para que quede constancia de su estado antes de la operación. La segunda se lleva a cabo una vez practicada la cirugía, cuando la herida ya ha cicatrizado. Es decir que, por más satisfactorio que les parezca el trabajo, vemos a nuestros clientes sólo dos veces en la vida. Aunque en ocasiones ocurre que el doctor cometa alguna falla -nadie, ni siquiera él es perfecto-: un ojo queda más cerrado que el otro o, por el contrario, demasiado abierto. Entonces la persona se vuelve a presentar para que le tomemos una nueva serie por la cual pagará otros trescientos euros, pues mi padre no tiene la culpa de los errores médicos. A pesar de lo que pueda pensarse, las cirugías de los párpados son muy frecuentes y sus razones innumerables, comenzando por los estragos de la edad, la vanidad de la gente que no soporta las marcas de vejez en el rostro; pero también los accidentes de coche que a menudo desfiguran a los pasajeros, las explosiones, los incendios y otra serie de imprevistos: la piel de un párpado es de una delicadeza insospechada.
En nuestro negocio, cercano a la Place Gambetta, en el XXeme arrondissement , mi padre tiene enmarcadas algunas fotografías que tomó durante su juventud: un puente medieval, una gitana tendiendo ropa junto a su remolque o una escultura expuesta en el jardín de Luxemburgo, con la que ganó un premio juvenil en la ciudad de Rennes. Basta verlas para saber que, en una época muy lejana, el viejo tenía talento. Mi padre también conserva en sus paredes obras de factura más reciente: el rostro de un niño muy bello que murió en el quirófano de Ruellan (un problema de anestesia) su cuerpo resplandece en la mesa de operaciones, bañado por una luz muy clara, casi celestial que entra de manera oblicua por una de las ventanas.
Comencé a trabajar en el estudio a la edad de quince años, cuando decidí dejar la escuela. Mi padre necesitaba un ayudante y me incorporó a su equipo. Aprendí entonces el oficio de fotógrafo médico especializado en oftalmología. Aunque después, con el paso del tiempo, me fui encargando de las labores de oficina, entre ellas la contabilidad del negocio. Pocas veces he salido a la ciudad o al campo en busca de una escena que inspire a mi veleidoso lente. Cuando paseo, generalmente lo hago sin la cámara, ya sea porque se me olvida o por miedo a perderla. Confieso sin embargo que a menudo, mientras camino por la calle o los pasillos de algún edificio, siento deseos repentinos de tomar una foto, no de paisajes o puentes como hizo alguna vez mi viejo, sino de párpados insólitos que de cuando en cuando detecto entre la multitud. Esa parte del cuerpo que he visto desde la infancia, y por la que jamás he sentido ni un atisbo de hartazgo, me resulta fascinante. Exhibida y oculta de manera intermitente, obliga a permanecer alerta para descubrir algo que de verdad valga la pena. El fotógrafo debe evitar parpadear al mismo tiempo que el sujeto de estudio y capturar el momento en que el ojo se cierra como una ostra juguetona. He llegado a creer que para eso se necesita una intuición especial, como la de un cazador de insectos, no creo que haya mucha diferencia entre un aleteo y un batir de pestañas.
Me cuento entre el escaso porcentaje de la gente a la que le apasiona su trabajo y, en ese sentido, me considero afortunado. Pero esto no debe causar confusiones: nuestro oficio tiene algunos inconvenientes. Por el estudio pasa toda clase de individuos, la mayoría de las veces en situaciones desesperadas. Los párpados que llegan hasta aquí son casi todos horribles, cuando no causan malestar, dan lástima. No es gratuito que sus dueños prefieran operarse. Al transcurrir los dos meses de convalecencia, cuando los pacientes, ya transformados, regresan por la segunda serie de fotografías, respiramos con alivio. Esa mejoría pocas veces alcanza el cien por ciento pero cambia por completo un rostro, su expresión, su gesto permanente. En apariencia los ojos quedan más equilibrados, sin embargo, cuando uno mira bien -y sobre todo cuando ha visto ya miles de rostros modificados por la misma mano-, descubre algo abominable: de algún modo, todos ellos se parecen. Es como si el Doctor Ruellan imprimiera una marca distintiva en sus pacientes, un sello tenue, pero inconfundible.
A pesar de los placeres que otorga, esta profesión, como cualquier otra, termina causando indiferencia. Recuerdo haber visto pocos casos verdaderamente memorables en nuestro establecimiento. Cuando esto ocurre, me acerco a mi padre que prepara la película en la trastienda y le pido al oído que me deje disparar el obturador. Él siempre accede, aunque sin entender la razón de mi súbito interés. Uno de esos hallazgos ocurrió hace menos de un año, en el mes de noviembre. Durante el invierno, el estudio, situado en la planta baja de una antigua fábrica, se vuelve insoportablemente húmedo y es preferible salir a la intemperie que permanecer en esa cueva gélida y oscura por las necesidades del oficio. Mi padre no estaba esa tarde y yo, muerto de frío junto a la puerta, me entretenía con las indecisiones de la lluvia mientras maldecía a una cliente que tenía más de un cuarto de hora de retraso. Cuando su silueta apareció por fin detrás de la reja, me sorprendió que fuera tan joven, debía haber cumplido cuando mucho veinte años. Un gorro negro, impermeable, le cubría la cabeza y dejaba resbalar las gotas por su cabello largo. Su párpado izquierdo estaba unos tres milímetros más cerrado que el derecho. Ambos tenían una mirada soñadora, pero el izquierdo mostraba una sensualidad anormal, parecía pesarle. Al mirarla me embargó una sensación curiosa, una suerte de inferioridad placentera que suelo experimentar frente a las mujeres excesivamente bellas.
Con una parsimonia exasperante, como si el retraso la tuviera sin cuidado, se acercó a preguntarme en qué piso se encontraba el fotógrafo. Seguramente me confundió con el conserje.
-Es aquí -le dije. -Está usted frente a la puerta. Abrí el cerrojo y, en un gesto exaltado que ella no pudo adivinar, encendí todos los reflectores, como cuando en un salón de baile hace su aparición un miembro de la realeza. En cuanto estuvo adentro se quitó el sombrero, su pelo negro y largo parecía una extensión de la lluvia. Como todos lo clientes, me explicó que había conseguido una cita con el Doctor Ruellan para que resolviera su problema.
"¿Cuál problema?", estuve a punto de preguntar. "Usted no tiene ninguno". Pero me abstuve. Era tan joven. no quería turbarla y preferí hacer un comentario banal:
-No parece usted de París, ¿de dónde viene?
-De Picardía. -Contestó ella con timidez, evitando el contacto con mi vista, como suelen hacer los pacientes. Sólo que ahora, en vez de agradecerlo, esa actitud esquiva me desesperó. Hubiera dado cualquier cosa por seguir mirando durante la tarde entera ese párpado pesado y al mismo tiempo frágil y habría dado el doble porque esos ojos se fijaran en mí.
-¿Le gusta París? -Pregunté yo, empleando un tono falsamente distraído.
-Sí, pero no podré quedarme mucho tiempo. En realidad he venido únicamente para la operación.
-París la atrapará, puede estar segura. Cuando menos lo imagine se vendrá a vivir aquí.
La muchacha sonrió bajando la cabeza.
-No lo creo. Quisiera volver cuanto antes a Pontoise, no me gustaría perder el año por esto.
La idea de que esa mujer viviera en otra ciudad bastó para deprimirme. Empecé a sentirme malhumorado. De manera repentina, quizás un poco brusca, interrumpí la charla para ir a buscar la película.
-Siéntese aquí. --La apuré al regresar. Nunca en mi vida profesional había sido tan poco amable. La muchacha ocupó el banquillo y se echó el cabello hacia atrás poniendo sus rostro en evidencia.
-No sé si usted está enterada -le dije simulando compasión -los resultados nunca son perfectos. Su ojo no será jamás igual al otro. ¿Se lo ha explicado el doctor?
Ella asintió en silencio.
-Pero también me dijo que los dos párpados quedarán a la misma altura. Para mí es suficiente.
Me disponía a enseñarle una serie de fotografías de operaciones sin éxito con el fin de desanimarla. Pensé en decirle que, de cualquier manera, quedaría con el sello inconfundible de los pacientes operados por el Doctor Ruellan, esa tribu de mutantes. Sin embargo, no tuve el valor necesario. Sin decir una palabra, coloqué el telón de fondo blanco detrás de su cabeza, apuntando el reflector hacia sus ojos. En lugar de las tres tomas habituales disparé el obturador quince veces y habría seguido así hasta el anochecer si mi padre no hubiera llegado.
Al escuchar el cerrojo de la puerta, apagué los proyectores de luz. La joven se puso de pie y se acercó al mostrador para firmar un cheque donde leí su nombre en letra de colegiala.
-Deséeme suerte -dijo.-Nos veremos dentro de dos meses.
No puedo describir el abatimiento en el que caí esa tarde. Revelé las fotos de inmediato; metí las más convencionales en un sobre con el sello del hospital y conservé la que me pareció mejor lograda en el cajón de mi escritorio: una toma de frente, soñadora y obscena.
Mis esfuerzos por olvidarla resultaron inútiles. Durante tres meses esperé con auténtico terror a que viniera por la segunda serie, de ninguna manera quería estar presente. Cada lunes echaba un vistazo a la agenda de mi padre para saber en qué momento ausentarme. Pero ella nunca vino.
Una tarde, a principios del verano, mientras caminaba por los muelles en busca de algún párpado interesante, volví a verla. El cause del Sena estaba sereno en esos días; las piedras reflejaban su color verde oscuro y su vaivén oscilante. Ella también iba mirando el río de modo que por poco chocamos de frente. Para mi gran sorpresa, sus ojos seguían siendo los mismos. La saludé cortésmente, haciendo lo imposible por ocultar mi júbilo, pero al cabo de unos minutos no aguanté más:
-¿Cambió de opinión? -Pregunté, -¿decidió no operarse?
-El Doctor tuvo un impedimento y fue necesario aplazar la fecha hasta el fin del año escolar. Mañana ingreso en el hospital, como no tengo familia en la ciudad permaneceré dos días interna.
-¿Cómo van sus estudios?
-La semana pasada presenté mi examen en la Sorbona. -Respondió sonriendo. -Quisiera mudarme a París.
Parecía contenta. En su mirada advertí esa expresión de esperanza que suelen tener los pacientes en vísperas de cirugía y que otorga a los rostros más deformes un aire de candor.
La invité a tomar un helado en la isla Saint Louis. Una orquesta de jazz tocaba cerca y, aunque desde donde estábamos no era posible ver a los músicos, las notas se oían en el muelle como si emergieran del río. La luz del sol le teñía los párpados de naranja. Caminamos varias horas, a veces en silencio otras hablando de lo que sucedía durante el paseo; de la ciudad o del futuro que le esperaba en ella. De haber llevado la cámara tendría ahora alguna prueba, no sólo la mujer ideal sino también del día más alegre de mi vida.
Al anochecer la acompañé al hotel donde se hospedaba, una pocilga cerca de Bonne Nouvelle. Pasamos la noche juntos en una cama decrépita, en peligro constante de irse al suelo. Una vez desnudos, los veinte años de diferencia que había entre nosotros se hicieron más evidentes. Le besé los párpados una y otra vez y, cuando me cansé de hacerlo, le pedí que no cerrara los ojos para seguir disfrutando de esos tres milímetros suplementarios de párpado, esos tres milímetros de voluptuosidad desquiciante. Desde el primer abrazo hasta el momento en que, agotado, apagué la lamparita de noche, sentí la necesidad de convencerla. Entonces, sin ningún tipo de pudor o inhibiciones, le rogué que no se operara, que se quedara conmigo, así, como era en ese momento. Pero ella pensó que se trataba de una cursilería, una de esas mentiras exaltadas que se dicen en circunstancias como esa.
Prácticamente no dormimos esa noche. ¡Si el Doctor Ruellan lo hubiera sabido! Él que siempre exige a sus pacientes el más absoluto reposo en vísperas de una cirugía. Ella llegó al pabellón pre-operatorio con unas ojeras que la hacían verse mayor y también más hermosa.
Le prometí acompañarla hasta el último momento y después, cuando se recuperara de la anestesia, venir a verla de inmediato. Pero no me fue posible: en cuanto la enfermera entró al cuarto para llevársela al quirófano me escapé reptando hasta el elevador.
Salí del hospital hecho añicos, como quien acaba de encarar una derrota. Pensé tanto en ella al día siguiente. La imaginé despertando sola, en ese cuarto hostil con olor a desinfectante. Hubiera deseado poder estar ahí acompañándola y lo habría hecho de no haber habido tanto en juego: mis recuerdos, mis imágenes de esos ojos que, de haber visto después, idénticos a los de todos los pacientes del Dr. Ruellan, habrían desaparecido de mi memoria.
Algunas tardes, sobre todo en los periodos austeros en que la clientela no ofrece ninguna satisfacción, pongo su fotografía sobre mi escritorio y la miro unos minutos. Al hacerlo me invade una suerte de asfixia y un odio infinito hacia nuestro benefactor, como si de alguna forma su escalpelo me hubiera mutilado. No he vuelto a salir con la cámara desde entonces, los muelles del Sena no me prometen ya ningún misterio.





© Guadalupe Nettel 2006.

Los otros, poema mío




Los otros

La amistad ofrecida
abiertas las ventanas
los recovecos
los escondrijos
dichas todas las palabras
compartidos los poemas
respondido las preguntas

habrá siempre un nuevo ser
tal vez un alma vagabunda
un hombre dolido
que tocará tu alma para que voltees
admirado y curioso
abrirás los ojos para hallar
una vida resumida
capítulos comprimidos
síntesis de horas muertas o ricas
apasionadas o serenas

valoro el latido de mi prójimo
no importa edad, sexo
apariencia, voz, manera
me capturan pequeños detalles
las arrugas junto a los ojos,
el sonido de sus vestidos
la danza de sus movimientos

me gusta el ser humano, no hay más
Quiero en él sus debilidades
su flaqueza
su falta de memoria
sus equivocaciones, sus deseos
ese afán original
su impulso que se manifiesta en todo, en siempre
en minucias y grandezas
me aprisiona su llamada
su palabra

un encuentro con el hombre es siempre imborrable
único
compartir nos confirma que hay algo más que nosotros
hay los otros y nosotros.

Mamut, cine del bueno


Mamut es una de esas películas que nos van contando varias historias a la vez que se entremezclan y en las que la que tensión va subiendo, subiendo,y explotan todas juntas dejándonos suspendidos, impactados, estremecidos. Director: Lukas Moodysson Actor principal, el mexicano Gael García.













Un poeta checo




No hay conocimiento. Vivimos solo de ilusiones. Vladimir Holan
La poesía es el universo, la fuente de todo arte. Vladimir Holan.

Poeta checo nacido en Praga.

No es

No es indiferente el lugar donde estamos.
Algunas estrellas se acercan entre sí peligrosamente.
También aquí abajo hay separaciones violentas de amantes
sólo para que el tiempo se acelere
con el latido de su corazón.

Las gentes sencillas son las únicas que no buscan la felicidad...

Versión de Clara Janés



Un día por la mañana


Un día por la mañana, al abrir la puerta,
encontraste en el umbral los zapatos de baile.
Era para besarlos y tú lo hiciste enseguida
y volviste a sentir alegría después de tantos años,
todas las lágrimas largo tiempo contenidas
ascendieron a tu risa.
Luego te reíste y desde el alma rompiste a cantar
con la tranquilidad de la juventud...
No preguntaste qué hermosa
dejó los zapatos en el umbral.
Nunca lo averiguaste
y, sin embargo, de aquel feliz momento
aún vives con frecuencia...



William Ospina, poeta

EL AMOR DE LOS HIJOS DEL AGUILA


En la punta de la flecha ya está, invisible, el corazón del
pájaro.
En la hoja del remo ya está, invisible, el agua.
En torno del hocico del venado ya tiemblan, invisibles, las ondas del estanque.
En mis labios ya están, invisibles, tus labios.

EL GEOLOGO

Aquí hubo un mar hace un millón de años.
El hombre no lo sabe, mas la piedra se acuerda.
Pártela: hay un cangrejo en sus entrañas,
Todo de piedra ya, forma magnífica
Que se negó a ser polvo.
Ante el peñasco y el guijarro, piensa
Que acaso fueron seres dolorosos,
Sangre y pulmones palpitantes.
Entre la ciega roca
Y el trémolo extasiado de la salamandra
Tan sólo hay tiempo.



William Ospina

El niño de la bicicleta

A pocos días del día del Padre, me gustó mucho ver en el cable, (A las 2 de la tarde, después del almuerzo dan buenísimas películas) está película en Francés de los hermanos Dardenne. Si tiene oportunidad de verla
Cyril (Thomas Doret), un niño de once años, se escapa del hogar de acogida, donde su padre lo dejó después de prometerle que volvería a buscarlo. Lo que Cyril se propone es encontrarlo. Después de llamar en vano a la puerta del apartamento donde vivían, para eludir la persecución del personal del hospicio, se refugia en un gabinete médico y se echa en brazos de una joven sentada en la sala de espera. Así es como, por pura casualidad, conoce a Samantha (Cécile de France), una peluquera que le permite quedarse con ella los fines de semana.


Robert Motherwell



Pude ver trabajo suyo en el Museo Guggenheim de Bilbao.

Ave enamorada

En Nueva Guinea descubrimos estas hermosas aves y nos detenemos a ver la danza del macho tratando de seducir a la hembra elegida.
Danza con entusiasmo y tiene un repertorio de veinte cantos de distintos pájaros para deslumbrar a su novia. Las mujeres aprendiendo de estas hermosas aves, podremos pedir que nuestro "novio" se luzca para observarlo bien antes de darle el "sí".



Equivocarse es humano


De vez en cuando recibir ideas sobre el comportamiento humano nos abre a nuevas posibilidades que nos permitirán hacer lo que comúnmente hacemos de manera diferente. Eso siempre nos sorprenderá. En este caso Rafael Santrandeu autor del libro "El arte de amargarse la vida", nos invita a reflexionar.

Viaje de un largo día hacia la noche


El viernes pasado fuimos con una pareja de amigos a los que también les gusta mucho el teatro, a ver "Viaje e un largo día hacia la noche." De Eugene O´Neill una obra ya clásica que trata sobre la condición humana.
Presenciar los dramas ajenos nos librera de los propios. Esa obra muestra una familia totalmente disfuncional, viviendo cada miembro su propio drama, intentando ocultárselo a los demás, para luego enfrentar al otro y descargar su furia y su pasión.
Recojo de una crítica esta frase: La trama de nuestras vidas es misteriosa y sutil, tal vez gobernada, como en Eurípides, por el capricho de los dioses.
Muy buenas actuaciones especialmente la de Alberto Isola y Sofia Rocha y buena dirección.






domingo, 2 de junio de 2013

Escojo textos





Escojo textos. Cuando trabajé en una editorial seleccionando textos para los libros de lectura empecé. Ahora lo hago para nuestro taller ABRA. Cuento y poesía. En primer lugar me tiene que gustar a mi, y luego imaginar que también va a gustarles a los demás, por lo menos a la mayoría. Muchas veces tengo dudas, es tan personal la lectura. Cuando acierto me siento feliz. Transmitir el gusto por la lectura es un placer. Leemos los cuentos en voz alta, turnándonos, la voz de cada una da al cuento un tono especial, único. Hay que paladear las palabras, saborearlas. Para esta semana encontré un cuento bellísimo, de Guadalupe Nettel, una escritora mexicana. Te captura desde la primera frase, mantiene la intriga y termina de manera finísima y sugestiva, sorprendiendo. Estoy segura de que cuando lo leamos este martes en el taller el cuento adquirirá con la mirada de las participantes, otras dimensiones, veré nuevos ángulos, lo sentiré más cercano, aún más bello.

Guadalupe nos dice:
Me fascinan como reaccionan los seres humanos, su forma de resolver las encrucijadas que les pone la vida. La forma en la que asumimos o enfrentamos los momentos de tensión, de miedo, de dolor.

Dance me to the end of love

Homenaje a Bebo Valdez

¿Qué sucede al encender un fósforo?

Edward fue enviado a estudiar a Estados Unidos, a un colegio de Massachusetts en medio de la nada. Una vez, su profesor de inglés, Jack Baldwin, les pidió a los alumnos un tema de redacción nada prometedor: ‘Qué sucede al encender un fósforo’. Edward investigó en enciclopedias y manuales todo lo vinculado con la fricción y el fuego y luego entregó su trabajo. El profesor lo llamó a su despacho más tarde. Le dijo: ‘Tu composición está muy bien pero ¿es esa la manera más interesante de examinar lo que pasa cuando alguien enciende un fósforo? ¿Qué pasa si esa persona quiere incendiar un bosque, alumbrar una cueva o iluminar la oscuridad de un misterio?’. Edward se sintió fascinado. Por primera vez alguien lo invitaba a pensar por fuera de lo establecido, de lo supuestamente ‘correcto’. Desde entonces, decidió que su descubrimiento intelectual tendría que ver con el riesgo, con la originalidad.”Mariam Said"

Edward Said fue un crítico y teórico literario y musical, y activista palestino-estadounidense. Fue autor y analista de fama mundial, y miembro del Consejo Nacional Palestino (1977-1991). De 1963 hasta su muerte en 2003, fue profesor de literatura inglesa y literatura comparada en la Universidad de Columbia. Es considerado como uno de los iniciadores de los estudios poscolonialistas. En 1999, junto a Daniel Barenboim, fundó la West-East Divan Orchestra que desde 2002 tiene su sede en Sevilla (España).(Wikipedia)

Mia Couto, poeta

Para ti

Para ti
Deshojé la lluvia
Para ti desprendí el perfume de la tierra
Toque en nada
Y para ti fui todo
Para ti grité todas las palabras
Y todas me faltaron
En el minuto en el que grabé
El sabor del siempre
Para ti di mi voz
A mis manos
Abrí las yemas del tiempo
Asalté al mundo
Y pensé que todo estaba en nosotros
En ese dulce engaño
De ser dueños de todo
Sin que tengamos nada
Simplemente porque era de noche
Y no dormíamos
Descendía yo a tu pecho
Para buscarme
Y antes de que la oscuridad
Nos ciñese la cintura
Se nos quedaban los ojos
Viviendo de uno solo
Amando de una sola vida. Mia Couto
Escritor de Mozambique, de origen portugués que acaba de recibir el premio Camoes.

Fueguitos

"El mundo es eso un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman, pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende..."

Eduardo Galeano

¿El nuevo Bob Dylan?

Su primera performance

Tres artistas plásticos sobresalientes