domingo, 23 de junio de 2013

Sima de los cuentos


La narradora sudafricana Manqina Madosini ayer en las cuevas de Atapuerca. / Juan Carlos Aragonés


John Berger, el sabio que deshizo los postizos que enmascaran el mundo del arte, visitó en una ocasión la cueva prehistórica de Chauvet (Francia), pintada hace 15.000 años, y concluyó: “Se diría que el arte nace como un potrillo, que sabe caminar directamente”. También las historias debieron surgir así, manando sin premeditación ni alevosía. En tiempos remotos, cuando bastaba desear una cosa para que se cumpliera —que dirían los hermanos Grimm—, alguien contó la primera historia. Como los cuentos no dejan evidencia científica sino huellas en el aire, nadie ha podido demostrar cuándo ni dónde ocurrió algo tan pequeño y tan grande, pero no resulta descabellado situarlo en una cueva como esa de Chauvet, Altamira o la misma Atapuerca, donde ayer seis narradores revivieron en una antigua gruta kárstica lo que pudo ser el origen de las historias.

En el momento preciso en que Manqina Madosini Latozi (Mqhekezweni, Sudáfrica, 1922) hizo resonar con pasos calculados una tobillera con capullos secos de gusanos de seda y abrió los brazos tanto como los ojos para reforzar su relato sobre la amistad imposible entre una tórtola y una tortuga, nadie entendió lo que decía en su lengua xhosa pero todos interiorizaron que en las cuevas germinaron los cuentos. Sin descartar a Juan Luis Arsuaga, codirector del yacimiento de Atapuerca, sentado entre el centenar de asistentes: “Los científicos contamos historias basadas en hechos reales y los contadores cuentan historias míticas que no nacen de los vestigios, pero las dos historias son verdad...”

Entre los participantes en la sesión de narraciones había una curiosa mezcla de seres de ciencia y seres de fantasía, arqueólogos y cuentacuentos, que parecieron entenderse a la perfección. Acaso el secreto estribe en una apreciación del bosquimano Kapilolo Mario Mahongo, que pertenece al consejo de notables ¡Xun de Sudáfrica: “Ningún pueblo de la Tierra puede sobrevivir sin sus fábulas. Contar tu historia te hace humano, porque tu humanidad surge de tu relato, de tu pasado. Ser humano es poseer una vida espiritual y física. No podemos dejar que estas dos realidades caminen en direcciones distintas”.

En su peculiar lengua, usada por apenas 5.000 personas, Kapilolo relató la historia infeliz de una amistad. Él fue uno de los cuatro narradores procedentes de Sudáfrica, donde comenzó el proyecto Historias de cueva en cueva, que ayer llegó a Atapuerca, esa confluencia de cuencas poblada desde hace 1.200.000 años y tan frecuentada que conserva restos de cinco especies distintas (Neanderthal, Heidelbergensis, Antecessor, Sapiens y una quinta desconocida). Antes, en África, había comenzado todo. La humanidad y acaso sus manías: la música, el arte, los cuentos. Madosini descubrió fascinada que en las cuevas de arte rupestre de las montañas del Cederberg (Sudáfrica), donde se celebró la primera sesión narrativa, figuraban un flautista y músico con un arco similar a su mhube. Considera que sus instrumentos —que ella misma fabrica para producir “madojazz”— son una herencia que se hunde en un pasado inabarcable.

“Para los humanos que habitaban en abrigos las historias eran esenciales para la supervivencia”, señala Blanca Calvo, la directora del proyecto Historias de cueva en cueva, que ha recibido financiación de la Unión Europea y que hoy expandirá la magia oral entre los 200 grabados paleolíticos de la Cueva de los Casares. En la iniciativa se han implicado tres ciudades europeas que han convertido la narración oral en una seña de identidad: el Centre des Arts du récit de Grenoble (Francia), la Biblioteca Civica de Cologno Monzese (Italia) y el Seminario de Literatura Infantil y Juvenil de Guadalajara, que capitanea el proyecto. Sudáfrica participa como el país elegido por Bruselas para las actividades de su programa Cultura 2007-2013. Una elección providencial. Allí están las piedras con dibujos geométricos de Blombos (75.000 años de antigüedad). “Esto permite suponer que el pensamiento simbólico surgió en esa parte del mundo, y que los primeros humanos que salieron de África ya lo llevaban consigo”, expone Blanca Calvo.

Porque los relatos viajan desde el principio de los tiempos. Estrella Ortiz, que era maestra y actriz y que hace 30 años lo dejó todo para vivir de los cuentos, desgranó una fascinante historia que, llegada a un punto, disponía de tres finales posibles, recogidos en Extremadura, Irlanda y Senegal. Una señal de que las preocupaciones son universales y las respuestas, locales. Salvo los tabúes, que hermanan pueblos: la sudafricana Marlene Winberg y la italiana Lelia Serra contaron dos magnéticas historias de amor entre humanos y animales que dejan mal sabor de boca por sus sangrientos desenlaces (el cuento ¡Xun La esposa elefante y la leyenda sarda El muflón). Y que apuntan hacia el poder adoctrinador de los cuentos. Como Karizo y la abuela, la narración de Pedro Espi-Sanchis, un alicantino afincado en Sudáfrica hace 41 años, para transmitir la filosofía ubuntu: “Eres humano gracias al ejemplo y la ayuda de otros humanos”.

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