martes, 30 de septiembre de 2014

La puerta condenada, un cuento de Cortázar

La puerta condenada


 
A Petrone le gustó el hotel Cervantes por razones que hubieran desagradado a otros. Era un hotel sombrío, tranquilo, casi desierto. Un conocido del momento se lo recomendó cuando cruzaba el río en el vapor de la carrera, diciéndole que estaba en la zona céntrica de Montevideo. Petrone aceptó una habitación con baño en el segundo piso, que daba directamente a la sala de recepción. Por el tablero de llaves en la portería supo que había poca gente en el hotel; las llaves estaban unidas a unos pesados discos de bronce con el número de habitación, inocente recurso de la gerencia para impedir que los clientes se las echaran al bolsillo.
   El ascensor dejaba frente a la recepción, donde había un mostrador con los diarios del día y el tablero telefónico. Le bastaba caminar unos metros para llegar a la habitación. El agua salía hirviendo, y eso compensaba la falta de sol y de aire. En la habitación había una pequeña ventana que daba a la azotea del cine contiguo; a veces una paloma se paseaba por ahí. El cuarto de baño tenía una ventana más grande, que se habría tristemente a un muro y a un lejano pedazo de cielo, casi inútil. Los muebles eran buenos, había cajones y estantes de sobra. Y muchas perchas, cosa rara.
   El gerente resultó ser un hombre alto y flaco, completamente calvo. Usaba anteojos con armazón de oro y hablaba con la voz fuerte y sonora de los uruguayos. Le dijo a Petrone que el segundo piso era muy tranquilo, y que en la única habitación contigua a la suya vivía una señora sola, empleada en alguna parte, que volvía al hotel a la caída de la noche. Petrone la encontró al día siguiente en el ascensor. Se dio cuenta de que era ella por el número de la llave que tenía en la palma de la mano, como si ofreciera una enorme moneda de oro. El portero tomó la llave y la de Petrone para colgarlas en el tablero, y se quedó hablando con la mujer sobre unas cartas. Petrone tuvo tiempo de ver que era todavía joven, insignificante, y que se vestía mal como todas las orientales.
   El contrato con los fabricantes de mosaicos llevaría más o menos una semana. Por la tarde Petrone acomodó la ropa en el armario, ordenó sus papeles en la mesa, y después de bañarse salió a recorrer el centro mientras se hacía hora de ir al escritorio de los socios. El día se pasó en conversaciones, cortadas por un copetín en Pocitos y una cena en casa del socio principal. Cuando lo dejaron en el hotel era más de la una. Cansado, se acostó y se durmió en seguida. Al despertarse eran casi las nueve, y en esos primeros minutos en que todavía quedan las sobres de la noche y del sueño, pensó que en algún momento lo había fastidiado el llanto de una criatura.
Antes de salir charló con el empleado que atendía la recepción y que hablaba con acento alemán. Mientras se informaba sobre líneas de ómnibus y nombres de calles, miraba distraído la enorme sala en cuyo extremo estaban la puerta de su habitación y la de la señora sola. Entre las dos puertas había un pedestal con una nefasta réplica de la Venus de Milo. Otra puerta, en la pared lateral daba a una salida con los infaltables sillones y revistas. Cuando el empleado y Petrone callaban el silencio del hotel parecía coagularse, caer como cenizas sobre los muebles y las baldosas. El ascensor resultaba casi estrepitoso, y lo mismo el ruido de las hojas de un diario o el raspar de un fósforo.
   Las conferencias terminaron al caer la noche y Petrone dio una vuelta por 18 de Julio antes de entrar a cenar en uno de los bodegones de la plaza Independencia. Todo iba bien, y quizá pudiera volverse a Buenos Aires antes de lo que pensaba. Compró un diario argentino, un atado de cigarrillos negros, y caminó despacio hasta el hotel. En el cine de al lado daban dos películas que ya había visto, y en realidad no tenía ganas de ir a ninguna parte. El gerente lo saludó al pasar y le preguntó si necesitaba más ropa de cama. Charlaron un momento, fumando un pitillo, y se despidieron.
   Antes de acostarse Petrone puso en orden los papeles que había usado durante el día, y leyó el diario sin mucho interés. El silencio del hotel era casi excesivo, y el ruido de uno que otro tranvía que bajaba por la calle Soriano no hacía más que pausarlo, fortalecerlo para un nuevo intervalo. Sin inquietud pero con alguna impaciencia, tiró el diario al canasto y se desvistió mientras se miraba distraído en el espejo del armario. Era un armario ya viejo, y lo habían adosado a una puerta que daba a la habitación contigua. A Petrone lo sorprendió descubrir la puerta que se le había escapado en su primera inspección del cuarto. Al principio había supuesto que el edificio estaba destinado a hotel pero ahora se daba cuenta de que pasaba lo que en tantos hoteles modestos, instalados en antiguas casas de escritorios o de familia. Pensándolo bien, en casi todos los hoteles que había conocido en su vida -y eran muchos- las habitaciones tenían alguna puerta condenada, a veces a la vista pero casi siempre con un ropero, una mesa o un perchero delante, que como en este caso les daba una cierta ambigüedad, un avergonzado deseo de disimular su existencia como una mujer que cree taparse poniéndose las manos en el vientre o los senos. La puerta estaba ahí, de todos modos, sobresaliendo del nivel del armario. Alguna vez la gente había entrado y salido por ella, golpeándola, entornándola, dándole una vida que todavía estaba presente en su madera tan distinta de las paredes. Petrone imaginó que del otro lado habría también un ropero y que la señora de la habitación pensaría lo mismo de la puerta.
   No estaba cansado pero se durmió con gusto. Llevaría tres o cuatro horas cuando lo despertó una sensación de incomodidad, como si algo ya hubiera ocurrido, algo molesto e irritante. Encendió el velador, vio que eran las dos y media, y apagó otra vez. Entonces oyó en la pieza de al lado el llanto de un niño.
   En el primer momento no se dio bien cuenta. Su primer movimiento fue de satisfacción; entonces era cierto que la noche antes un chico no lo había dejado descansar. Todo explicado, era más fácil volver a dormirse. Pero después pensó en lo otro y se sentó lentamente en la cama, sin encender la luz, escuchando. No se engañaba, el llanto venía de la pieza de al lado. El sonido se oía a través de la puerta condenada, se localizaba en ese sector de la habitación al que correspondían los pies de la cama. Pero no podía ser que en la pieza de al lado hubiera un niño; el gerente había dicho claramente que la señora vivía sola, que pasaba casi todo el día en su empleo. Por un segundo se le ocurrió a Petrone que tal vez esa noche estuviera cuidando al niño de alguna parienta o amiga. Pensó en la noche anterior. Ahora estaba seguro de que ya había oído el llanto, porque no era un llanto fácil de confundir, más bien una serie irregular de gemidos muy débiles, de hipos quejosos seguidos de un lloriqueo momentáneo, todo ello inconsistente, mínimo, como si el niño estuviera muy enfermo. Debía ser una criatura de pocos meses aunque no llorara con la estridencia y los repentinos cloqueos y ahogos de un recién nacido. Petrone imaginó a un niño - un varón, no sabía por qué- débil y enfermo, de cara consumida y movimientos apagados. Eso se quejaba en la noche, llorando pudoroso, sin llamar demasiado la atención. De no estar allí la puerta condenada, el llanto no hubiera vencido las fuertes espaldas de la pared, nadie hubiera sabido que en la pieza de al lado estaba llorando un niño.

   Por la mañana Petrone lo pensó un rato mientras tomaba el desayuno y fumaba un cigarrillo. Dormir mal no le convenía para su trabajo del día. Dos veces se había despertado en plena noche, y las dos veces a causa del llanto. La segunda vez fue peor, porque a más del llanto se oía la voz de la mujer que trataba de calmar al niño. La voz era muy baja pero tenía un tono ansioso que le daba una calidad teatral, un susurro que atravesaba la puerta con tanta fuerza como si hablara a gritos. El niño cedía por momentos al arrullo, a las instancias; después volvía a empezar con un leve quejido entrecortado, una inconsolable congoja. Y de nuevo la mujer murmuraba palabras incomprensibles, el encantamiento de la madre para acallar al hijo atormentado por su cuerpo o su alma, por estar vivo o amenazado de muerte.
   "Todo es muy bonito, pero el gerente me macaneó" pensaba Petrone al salir de su cuarto. Lo fastidiaba la mentira y no lo disimuló. El gerente se quedó mirándolo.
   -¿Un chico? Usted se habrá confundido. No hay chicos pequeños en este piso. Al lado de su pieza vive una señora sola, creo que ya se lo dije.
   Petrone vaciló antes de hablar. O el otro mentía estúpidamente, o la acústica del hotel le jugaba una mala pasada. El gerente lo estaba mirando un poco de soslayo, como si a su vez lo irritara la protesta. "A lo mejor me cree tímido y que ando buscando un pretexto para mandarme mudar", pensó. Era difícil, vagamente absurdo insistir frente a una negativa tan rotunda. Se encogió de hombros y pidió el diario.
   -Habré soñado -dijo, molesto por tener que decir eso, o cualquier otra cosa.

   El cabaret era de un aburrimiento mortal y sus dos anfitriones no parecían demasiado entusiastas, de modo que a Petrone le resultó fácil alegar el cansancio del día y hacerse llevar al hotel. Quedaron en firmar los contratos al otro día por la tarde; el negocio estaba prácticamente terminado.
   El silencio en la recepción del hotel era tan grande que Petrone se descubrió a sí mismo andando en puntillas. Le habían dejado un diario de la tarde al lado de la cama; había también una carta de Buenos Aires. Reconoció la letra de su mujer.
   Antes de acostarse estuvo mirando el armario y la parte sobresaliente de la puerta. Tal vez si pusiera sus dos valijas sobre el armario, bloqueando la puerta, los ruidos de la pieza de al lado disminuirían. Como siempre a esa hora, no se oía nada. El hotel dormía las cosas y las gentes dormían. Pero a Petrone, ya malhumorado, se le ocurrió que era al revés y que todo estaba despierto, anhelosamente despierto en el centro del silencio. Su ansiedad inconfesada debía estarse comunicando a la casa, a las gentes de la casa, prestándoles una calidad de acecho, de vigilancia agazapada. Montones de pavadas.
   Casi no lo tomó en serio cuando el llanto del niño lo trajo de vuelta a las tres de la mañana. Sentándose en la cama se preguntó si lo mejor sería llamar al sereno para tener un testigo de que en esa pieza no se podía dormir. El niño lloraba tan débilmente que por momentos no se lo escuchaba, aunque Petrone sentía que el llanto estaba ahí, continuo, y que no tardaría en crecer otra vez. Pasaban diez o veinte lentísimos segundos; entonces llegaba un hipo breve, un quejido apenas perceptible que se prolongaba dulcemente hasta quebrarse en el verdadero llanto.
   Encendiendo un cigarrillo, se preguntó si no debería dar unos golpes discretos en la pared para que la mujer hiciera callar al chico. Recién cuando los pensó a los dos, a la mujer y al chico, se dio cuenta de que no creía en ellos, de que absurdamente no creía que el gerente le hubiera mentido. Ahora se oía la voz de la mujer, tapando por completo el llanto del niño con su arrebatado -aunque tan discreto- consuelo. La mujer estaba arrullando al niño, consolándolo, y Petrone se la imaginó sentada al pie de la cama, moviendo la cuna del niño o teniéndolo en brazos. Pero por más que lo quisiera no conseguía imaginar al niño, como si la afirmación del hotelero fuese más cierta que esa realidad que estaba escuchando. Poco a poco, a medida que pasaba el tiempo y los débiles quejidos se alternaban o crecían entre los murmullos de consuelo, Petrone empezó a sospechar que aquello era una farsa, un juego ridículo y monstruoso que no alcanzaba a explicarse. Pensó en viejos relatos de mujeres sin hijos, organizando en secreto un culto de muñecas, una inventada maternidad a escondidas, mil veces peor que los mimos a perros o gatos o sobrinos. La mujer estaba imitando el llanto de su hijo frustrado, consolando al aire entre sus manos vacías, tal vez con la cara mojada de lágrimas porque el llanto que fingía era a la vez su verdadero llanto, su grotesco dolor en la soledad de una pieza de hotel, protegida por la indiferencia y por la madrugada.
   Encendiendo el velador, incapaz de volver a dormirse, Petrone se preguntó qué iba a hacer. Su malhumor era maligno, se contagiaba de ese ambiente donde de repente todo se le antojaba trucado, hueco, falso: el silencio, el llanto, el arrullo, lo único real de esa hora entre noche y día y que lo engañaba con su mentira insoportable. Golpear en la pared le pareció demasiado poco. No estaba completamente despierto aunque le hubiera sido imposible dormirse; sin saber bien cómo, se encontró moviendo poco a poco el armario hasta dejar al descubierto la puerta polvorienta y sucia. En pijama y descalzo, se pegó a ella como un ciempiés, y acercando la boca a las tablas de pino empezó a imitar en falsete, imperceptiblemente, un quejido como el que venía del otro lado. Subió de tono, gimió, sollozó. Del otro lado se hizo un silencio que habría de durar toda la noche; pero en el instante que lo precedió, Petrone pudo oír que la mujer corría por la habitación con un chicotear de pantuflas, lanzando un grito seco e instantáneo, un comienzo de alarido que se cortó de golpe como una cuerda tensa.

   Cuando pasó por el mostrador de la gerencia eran más de las diez. Entre sueños, después de las ocho, había oído la voz del empleado y la de una mujer. Alguien había andado en la pieza de al lado moviendo cosas. Vio un baúl y dos grandes valijas cerca del ascensor. El gerente tenía un aire que a Petrone se le antojó de desconcierto.
   -¿Durmió bien anoche? -le preguntó con el tono profesional que apenas disimulaba la indiferencia.
   Petrone se encogió de hombros. No quería insistir, cuando apenas le quedaba por pasar otra noche en el hotel.
   -De todas maneras ahora va a estar más tranquilo - dijo el gerente, mirando las valijas-.La señora se nos va a mediodía.
   Esperaba un comentario, y Petrone lo ayudó con los ojos.
-Llevaba aquí mucho tiempo, y se va así de golpe. Nunca se sabe con las mujeres.
   -No -dijo Petrone-. Nunca se sabe.
   En la calle se sintió mareado, con un mareo que no era físico. Tragando un café amargo empezó a darle vueltas al asunto, olvidándose del negocio, indiferente al espléndido sol. él tenía la culpa de que esa mujer se fuera del hotel, enloquecida de miedo, de vergüenza o de rabia. Llevaba aquí mucho tiempo...Era una enferma, tal vez, pero inofensiva. No era ella sino él quien hubiera debido irse del Cervantes. Tenía el deber de hablarle, de excusarse y pedirle que se quedara, jurándole discreción. Dio unos pasos de vuelta y a mitad del camino se paró. Tenía miedo de hacer un papelón, de que la mujer reaccionara de alguna manera insospechada. Ya era hora de encontrarse con los dos socios y no quería tenerlos esperando. Bueno, que se embromara. No era más que una histérica, ya encontraría otro hotel donde cuidar a su hijo imaginario.

   Pero a la noche volvió a sentirse mal, y el silencio de la habitación le pareció todavía más espeso. Al entrar al hotel no había podido dejar de ver el tablero de las llaves, donde faltaba ya la de la pieza de al lado. Cambió unas palabras con el empleado, que esperaba bostezando la hora de irse, y entró en su pieza con poca esperanza de poder dormir. Tenía los diarios de la tarde y una novela policial. Se entretuvo arreglando sus valijas, ordenado sus papeles. Hacía calor, y abrió de par en par la pequeña ventana. La cama estaba bien tendida, pero la encontró incómoda y dura. Por fin tenía todo el silencio necesario para dormir a pierna suelta, y le pesaba. Dando vueltas y vueltas, se sintió como vencido por ese silencio que había reclamado con astucia y que le devolvían entero y vengativo. Irónicamente pensó que extrañaba el llanto del niño, que esa calma perfecta no le bastaba para dormir y todavía menos para estar despierto. Extrañaba el llanto del niño, y cuando mucho más tarde lo oyó, débil pero inconfundible a través de la puerta condenada, por encima del miedo, por encima de la fuga en plena noche supo que estaba bien y que la mujer no había mentido, no se había mentido al arrullar al niño, al querer que el niño se callara para que ellos pudieran dormirse.

 
 


 

domingo, 28 de septiembre de 2014

El Hombre del Subsuelo


EL viernes fuimos al centro cultural de la católica a ver El hombre del Subsuelo de Dostoyvesky. Muy buena puesta en escena y actuación. Muy recomendable.

Hermosos libros arte o libros de artista

 
 
El libro de artista o libro arte es una obra de arte realizada normalmente por un artista plástico. Aquí hermosas imágenes de algunos libros creados por mentes totalmente imaginativas.








Para saber más sobre libro arte objeto: http://www.merzmail.net/libroa.htm

Hannah Arendt - La banalidad y el mal

 Tuve la suerte de encontrarla en el  cable, buenísima. Impresionante. La filósofa alemana, de aguda inteligencia opina sobre las acciones de Adolf Eichmann teniente coronel de las SS y uno de los mayores criminales de la historia,bajo el mando de Hitler encontrando una enorme resistencia.

Leonard Cohen - I'm your man cumple 80 años

 El poeta, cantautor canadiense Leonard Cohen  presenta su su nuevo CD  Natural Problem con ocasión de cumplir sus ochenta años.

http://www.prensalibre.com/espectaculos/Leonard_Cohen-cumple_80_anos-vitalidad-nuevo_album_0_1216078409.html

El funambulista Clase magistral de Peter Brook

Peter Brook estuvo en Lima presentando una película, no recuerdo si para presentar una película suya o unas danzas esotéricas. Acá en el video vemos un ejercicio realizado con actores en donde se les pide caminar sobre la cuerda ( imaginaria), y en este ejercicio acrobático interviene todo el cuerpo en conexión con la mente. La precisión de los movimientos para lograr la expresión integral del hombre sobre la cuerda floja. 

 

Peter Brook: El funambulista octogenario en la cuerda floja (Del diario El País)

La película de Simon Brook muestra el fascinante mundo creativo de su padre, uno de los más prestigiosos y revolucionarios directores de teatro.

El director de teatro Peter Brook. / DANIEL MORDZINSKI
 
“¿Cómo hace uno real el teatro? Es tan fácil caer en la tragedia o en la comedia... Lo verdaderamente importante es estar en el filo mismo de la navaja de la cuerda floja…”. Son palabras de Peter Brook, uno de los más prestigiosos y revolucionarios directores del teatro moderno. Un universo creativo reflejado enTightrope (El funambulista), película realizada por su hijo Simon Brook, una fascinante inmersión en las clases de uno de los grandes maestros del teatro. Tras su paso por el Festival de Venecia, la película se estrena hoy en la Cineteca del Matadero (Madrid), que este mes no sólo será escenario de varias actividades del festival de artes escénicas Fringe Madrid, sino que su programación cinematográfica propia contará también con el teatro, la danza y el circo como protagonistas.
Pero hoy la pregunta es: “¿Cómo hace uno real el teatro? Es tan fácil caer en la tragedia o en la comedia... Lo verdaderamente importante es estar en el filo mismo de la navaja de la cuerda floja…”. Y la respuesta la tiene Peter Brook que practica el desafío de la cuerda floja en sus cursos de formación de actores, un proceso de transformación que hace el teatro real, tanto al público como al propio actor. Por primera vez en cuarenta años, Brook ha accedido a que las cámaras filmen cómo la cuerda flojaprovoca su efecto alquímico en los actores. Durante dos semanas Simon, el hijo de Brook, registró a un grupo de actores y músicos en su exploración de los secretos del teatro. El documental cuenta con once actores de diez nacionalidades (sólo repiten dos ingleses) desde Estados Unidos a Mali, pasando por Japón o Palestina, entre los que se encuentra el español César Sarachu, que trabajó con Peter Brook en Eleven And Twelve y en Fragmentos, de Beckett. Como en su día también fueron discípulos, colaboradores y actores de Brook los actores españoles Antonio Gil y Sergio Peris-Mencheta.
Filmado en inmersión total, con cinco cámaras ocultas (circunstancias absolutamente excepcionales y únicas para un documental) El funambulista nos sumerge en los aspectos íntimos del trabajo de Brook, así como de su compañía, sin alterar la verdad del momento y poniendo de manifiesto de forma sorprendentemente visible la magia inherente al proceso creativo. La cuerda floja es clave para la filosofía y la vida de Peter Brook y nadie que lo comparte permanece igual... Esta película, única y profundamente personal, lleva más allá de la intimidad de un taller, produce una experiencia casi filosófica y siempre en la cuerda floja.

Un creador hiperactivo

R. TORRES
Simon Brook, tuvo una formación, a partir de los 12 años, fundamentalmente centrada en el mundo del cine, aunque se preparo como actor en el London Drama Center. También fue gerente de compañía para las giras europeas de Pina Bausch, el Dave Brubeck Quartet y la compañía de danza de Louis Murray. Su carrera cinematográfica la inició en Nueva York y Los Ángeles, trabajando en la película de Jarmusch,Down By Law, en video-clips con el oscarizado Zbigniew Rybczinsky y en La insoportable levedad del ser, de Philip Kaufman. Tras fundar un la productora Black Cat en Nueva York, regresó a Francia, donde dirige documentales y películas de ficción, con J.G. Ballard, Saky y Volker Scholndorff.
Entre otros trabajos Simon Brook ha realizado 20 cortometrajes sobre los niños en el Cáucaso, un documental sobre el río Amazonas para France2, otro sobre la tribu Karo de Etiopía para Canal + y el largometraje documental Brook by Brook, coproducido por los hermanos Dardenne. Fue muy sonado su documental de 2008 Generación 68, una mirada humorística y poco convencional sobre las revueltas de 1968, comentadas 40 años más tarde por Dennis Hopper, Milos Forman, Mary Quant, Vaclav Havel, Jean-Claude Carrière, Ed Ruscha...
Sus últimos trabajos son la producción y dirección de Annie Nightingale: Bird on the Wireless, un documental musical con Paul McCartney y Mick Jones (de the Clash) para la BBC y acaba de terminar Indian Summer, una road movie sobre la medicina ayurvédica y está escribiendo un largometraje de ficción para Mika Kaurismaki.
“Cuando mi padre accedió finalmente a dejarme rodar lo que ocurre con sus actores durante el periodo de ensayo, lo primero que me pregunté fue ‘¿cómo puedo capturar este proceso creativo inmaterial?, y ¿cómo puedo mostrar ese indefinible momento mágico cuando el teatro se convierte en algo vivo y real?”, señala Simon Brook, cuyas intenciones al hacer este proyecto eran muy claras: hacer una película de menos de 90 minutos que pudiera sumergirnos totalmente en un proceso que dura varias semanas, sin comprometer la integridad de la actuación y concentrándonos sólo en el proceso, no en el resultado final. “Y sobre todo, hacerlo de manera que no resultara aburrido ni predecible, yendo más allá de la tradición estática y aburrida del teatro filmado”, apunta el realizador nacido en Londres (ciudad natal de su padre) y educado en esta ciudad y en París (donde vive Peter Brook).
El punto de partida para este documental fue crear el entorno de un taller en el que los actores y músicos que participaran se sintieran seguros. “Seguros para probar cosas. Seguros para asumir riesgos. Seguros frente al fracaso…”, señala Simon Brook quien se planteó que su siguiente paso era diseñar una configuración con varias cámaras ocultas que no sólo permitiría que los actores y Peter Brook olvidaran que estaban siendo filmados. “Y que también", agrega, "nos permitiera estar en la inmediatez del momento, y en última instancia llevar al espectador hasta el corazón del proceso y compartir con él la experiencia teatral”.
Estrenado en la sección oficial del pasado Festival de Venecia, esta coproducción francoitaliana es una ocasión única para adentrarse en el universo de este director fundamental en la historia reciente del teatro mundial. La película se estrena en España en pantalla grande en la Cineteca del Matadero hoy día 11 (habrá pases los días 12, 19, 25 y 26 de julio), pero también se podrá acceder a su visionado, desde hoy, a través de CANAL+ Xtra (11, 13, 21 y 29 de julio).
El festival proyectará, también, Comediants, con el sol en la maleta, que recorre la historia de una de las compañías teatrales más importantes de España; el programa El Séptimo Vicio trae Gira por China, un documental que sigue los pasos del Ballet de Lausanne por Oriente; y la Asociación de Cine Documental ha programado La cuerda floja, un filme que nos acerca a la vida de una familia que vive para su gran pasión: el circo.

Peter Gabriel - Mercy Street - Live in Milan 2003


Jake Bugg - A Song About Love

Dicen que es el heredero de Bob Dylan. ¿Qué les parece?


Música mágica del Nepal con arte de Hiroshige Ando (japonés) sobre el Mo...

 Nepal es uno de los lugares  que quisiera visitar. Lejano y misterioso. Acá su mágica música para acercarnos un poco a la posibilidad de estar algún día ahí. Poder visitar un templo budista.

Relatos de Marcela Robles

Con un título Carveriano: "Me gustaría realmente que te quedaras" nos ha entregado Marcela Robles dieciséis relatos breves en su primer libro de narrativa.   Ella durante mucho tiempo cineasta, esencialmente poeta y también periodista.
Con un hermoso epígrafe de Margarite Duras: "Yo soy el acontecimiento principal de mi vida, como usted de la suya" nos advierte que ha escrito bajo sus propias reglas.  Y acompañamos a sus personajes femeninos, sin nombre solo Ella, en algunos pasajes de sus travesías  por la vida.

Acá algunos apuntes míos durante la lectura:
Inventa un término para el primero de sus textos: "Cuentoema" porque el poema ha ido transformándose en cuento.
El amor y la violencia. El desencanto. La amargura. La belleza  se abraza con la tristeza. Es arduo el camino pero sus personajes femeninos tienen recursos y son capaces de voltear lo establecido o supuesto.  También el amor  junto a la sangre y la muerte. Hay mucho de cinematográfico.
Por encima de todo ( del terrible miedo)  sobresale el deseo de la mujer. Sensualidad y erotismo. Soledad desértica. Evocación a la abuela. Recuerdos de los primeros escarceos del amor.

Acá la crítica de Jennifer Thorndike aparecida en la revista " Buen salvaje" :

domingo, 21 de septiembre de 2014

Ir al teatro: Este hijo

Anoche fuimos al teatro, sería una muy buena costumbre ir cada fin de semana al teatro. Ahora hay mucha oferta, se nos pasan varias obras, ir al teatro casi siempre es mágico, nos transporta, nos permite vivir vidas ajenas, asomarnos a otros mundos, sentir, pensar.  "Este hijo" muy bien dirigida por Alberto Isola, y  con algunos actores estupendos, nos contó diez historias de familia. Me gustó la puesta en escena, la música. Tal vez la intención no ha sido movilizar nuestros sentimientos, si no hacernos pensar.  Ya me comentarán cuando la vean.
Alejandra Guerra y Sofía Rocha en buenísimas actuaciones. La dan en el Teatro de la biblioteca de la Municipalidad de San Isidro hasta fin de Setiembre.

Encontrar un libro

Hoy estuve en la librería de 2 de Mayo (1620). Cuantos libros interesantes. Que ordenada y bien puesta, con estacionamiento en la puerta y personas que cuidan el auto. Encontré una maravilla.Un libro de cuentos del escritor japonés que tanto me gusta pero del que tan pocos libros hay en el mercado,  Ozamu Danzai,  que se llama "Colegiala" de editorial Impedimenta. Que alegría. Trata el universo femenino. Librería Comunitas.


Disfrutar del tiempo

 
 
 
Medir el tiempo. Usarlo. Tomarse el tiempo. Sí hay tiempo. Disfrutarlo.
Libro recomendado: Cómo dominar el tiempo de Jean Francois Revel.

Erlkönig - Franz Schubert

El rey de los elfos", aunque literalmente significa "El rey de los alisos") es un poema de Johann Wolfgang von Goethe.

Eyes Wide Shut (Best Scene)

Una de las mejores películas, no sabía que estaba basada en un cuento de Arthur Schnitzler, escritor  austriaco.

Rodrigo Amarante Irene


Recordando la Habana


La Bodeguita del Medio, Cuba - El Bodeguero
Un amigo pone este video en el FB y me transporto a la Habana, que hace unos años visité con tanta curiosidad y en donde disfruté de su belleza y su entusiasmo. El viaje fue corto y de pronto sentí muy grandes deseos de volver a estar ahí para confundirme con su gente, mirar el horizonte desde la isla, pasear por su hermosa ciudad antigua y escuchar esa música tan alegre que seguro encierra una añoranza.

María Negroni lee un poema de su libro "La boca del infierno"

 Es una escritora, poeta, ensayista, novelista, traductora de Rosario, Argentina.

RODRIGO AMARANTE - O Cometa


A veces basta con la música. Una guitarra, una voz y nada más. De hecho Rodrigo Amarante ni siquiera añade alguna introducción antes de su aparición en The Furious Sessions. “Esta canción se llama Irene. Y… nada, estoy aquí”, suelta el músico, risueño, antes de proponer un melancólico himno a la saudade, en versión acústica. (El país)

martes, 16 de septiembre de 2014

Ted, La compasión

https://www.ted.com/talks/joan_halifax Preciosa conferencia sobre la compasión. Abrir el http y luego poner los subtítulos en español que se encuentran  al pie de la página.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Here Be Sirens Extended Promo


La llave, un texto mío


                          La llave

 

  
Todas las tardes a las cinco y media, al final de la última clase cuando ya no me daba el cuerpo y todo lo que deseaba era llegar a mi casa a encontrarme con mis objetos familiares, con las voces de quienes amaba, con los perros que me daban vueltas y me lanzaban una lamida cariñosa sin pedirme nada a cambio, corría en busca de mi amiga P. para encontrar juntas el automóvil y pedirle a Luis su chofer que acelerase, que cruce de una vez las avenidas para alcanzar pronto el tiempo en el que seríamos libres para soñar o estirarnos o contemplar alguna estrella. Ya en el auto, intercambiábamos comentarios, hacíamos planes para la noche del viernes, nos adelantábamos a la fiesta que se nos tenía prometida en la que veríamos por fin a quien nos desvelaba y con quien pensábamos bailar durante toda la noche.

Ese miércoles, Pilou no estaba, tampoco Luis el chofer, mi clase había durado más de la cuenta y habían partido sin mí, o tal vez  P. se había sentido mal y había llamado para que la viniesen a buscar. Recuerdo que no pensé mucho antes de decidirme a caminar. No consideré que mi casa quedaba a unas cuarenta cuadras, allá, lejos, solo me lancé a un ritmo acelerado tratando de cortar camino, usar las avenidas que me llevarían pronto.

No tardó en oscurecer. Apuré el paso, justo cruzaba un bosque y los árboles retorcidos y la soledad del lugar causaron en mí una tristeza que no podía calmarse con lágrimas o suspiros, solo con velocidad. Ya estaba perturbada y mi corazón latía ansioso y apretaba los dientes para contener un grito de auxilio. Fue entonces cuando sentí que alguien me seguía. No voltee a confirmar mi sospecha, no cabía en mí ningún pensamiento, solo el cansancio, el impulso de seguir, el convencimiento de que en cualquier instante él me daría alcance y me haría daño con sus manos toscas y su fuerza.

La oscuridad era casi total cuando tropecé y empecé a correr, salí del bosque y me encontré en un terreno baldío,  me crucé con un pequeño gato ¿o se trataría de una rata? Ya me dolían las piernas y me reventaba la sien y atrás mío él acortaba la distancia y en lo sombrío de la noche no hallaba quien me ayudase hasta que di a parar en un estrecho callejón  en el que solo había una pequeña casa iluminada por un débil farol.

 Toqué con energía, lancé un grito y luego otro, —auxilio, ayuda, — pero la puerta permanecía muda y aunque forcejé y tiré, estaba ya condenada.


   

Sentí entonces el peso de la llave en el bolsillo,

en un instante la tomé entre los dedos y la metí en el ojo de la cerradura. Intenté de nuevo sujetando con las dos manos la
 
llave temblorosa. Conseguí abrir esa puerta
 
 
que me llevaría a la luz, al día, a la ausencia de miedos, a la posibilidad de hallar  una senda que me llevase hasta mis padres, al abrazo. 

 

 

                             

 

CONFESIONES MUY ÍNTIMAS


Relatos salvajes, cine argentino

Felices de verla, entretenida, ingeniosa, realmente muy muy buena!


HELEN BROWN Teatro



2014 Festival "Sala de Parto" - Teatro La Plaza  Teatro de Chile. La función comenzaba a las 10 y media de la noche. El teatro estaba lleno. El público estaba conformado por gente de teatro. Y vimos esta obra muy moderna con el recurso de los cambios de voz realizados estupendamente. La música seguía con mucho entusiasmo los diálogos que se producían entre una inquilina estafada y un propietario ya inexistente. El público se rió con gusto de situaciones con las que se identificaba como por ejemplo el diálogo con la madre.

Homenaje a Claudio Magris

Azimut · Homenaje a Claudio Magris

A pesar de ser aclamado como uno de los más rotundos narradores contemporáneos, de las múltiples ediciones y traducciones de su obra, de la profundidad de sus ensayos, de su exquisita sensibilidad e inteligencia, de su compromiso con la idea de una Europa en la que las fronteras sean “un puente para encontrarse con los demás y no un muro para excluirnos”, a pesar de la enormidad de los prestigiosos galardones recibidos dentro y fuera de su Italia natal y del apoyo de la prensa mundial, el nombre de este triestino nacido en 1939 circula, en nuestro país, entre pocos lectores. No nos proponemos investigar los motivos, sí rendirle homenaje a un erudito y narrador que creemos debe ser reconocido como uno de los más geniales escritores de la actualidad. Compartimos un delicioso fragmento del libro/entrevista que no ha sido aún publicado aquí: Fra il Danubio e il mare (Garzanti, 2001) traducido en exclusividad para La balandra por Luciano Padilla López.

“Creo que el único modo de hablar, de contar algo de la experiencia de uno, es hablar de otros. Por eso elegí como lema de mi libro Microcosmos una parábola de Borges. Borges habla de un pintor que describe paisajes –montañas, ríos, árboles– y finalmente se da cuenta de que pintó su autorretrato, y no porque haya deformado con prepotencia subjetiva la realidad, sino porque su ser consiste precisamente en el modo en que él mira la realidad, en que vive la experiencia de los otros. Nuestra identidad es nuestro modo de ver las cosas. Si me pidiesen que hable de mí mismo, instintivamente empezaría a hablar de otras personas: de mis padres, mi compañera de vida, mis hijos, de personas amadas, mis amigos, mis amigas, maestros, de paisajes, lugares, acaso también de animales; desde luego, no de mí; incluso de historias que les sucedieron a otros pero en cierto modo se integran a la mía. Y a partir del modo en que yo hablaría de otras cosas, de otras personas, tal vez pueda entenderse algo de mi capacidad o incapacidad de amar, de mi valentía, de mis miedos, de mis obsesiones, de mis fidelidades, de mis desengaños”.
Claudio Magris, Fra il Danubio e il mare. I luoghi, le cose e le persone da cui nascono i libri, Milán, Garzanti, “Elefanti”, 2001 (Tomado de La Balandra, revista argentina)

La perla y el rey.

Entrevista: Claudio Magris habla de su esposa Marisa Madieri

La perla y el rey

Suplemento Cultura
El autor de Danubio , uno de los intelectuales más importantes de Europa, viajará a Buenos Aires para presentar en la próxima Feria del Libro los textos de su esposa, Marisa Madieri, muerta en 1996: un volumen de memorias, Verde agua , y la fábula El claro del bosque (Editorial minúscula). En esta conversación el escritor triestino se refiere a la vida diaria y las ideas que ambos compartieron, así como al amor por la Mitteleuropa , que fue la materia de sus obras
 

Más allá del talento, de los premios numerosos y de la fama, hay gestos, en apariencia pequeños, que bastan para revelar la calidad de una persona. También bastan para revelar la naturaleza de la relación que une a dos seres, más allá de la distancia o de la muerte. "Si me espera cinco minutos, voy al hotel -está aquí cerca- y le traigo una foto de Marisa. Así podrá ver cómo era ella." Casi sin esperar a que yo le dijera que sí, Claudio Magris, con un entusiasmo juvenil, se levantó de la mesa a la que estábamos sentados en el primer piso del Café de Flore, en París. Menos de diez minutos después, estaba de vuelta. Con un orgullo inocultable en la mirada me tendió una fotografía de Marisa Madieri, su esposa, también escritora, muerta en 1996. Había algo desgarrador y, al mismo tiempo, luminoso en la sencillez con que ese hombre, uno de los intelectuales europeos más importantes de las últimas décadas, me ofrecía la visión de ese rostro tan querido por él. De ese matrimonio, hubo frutos de la carne y del espíritu: dos hijos, Paolo y Francesco, y libros que fueron el resultado de la convivencia y del diálogo entre los dos autores.
Magris es un germanista eminente cuyos ensayos y novelas han rescatado la tradición del mundo de los Habsburgo y evocado la trama compleja de la vida en las fronteras siempre cambiantes de Italia, del imperio austrohúngaro y de los Balcanes: Conjeturas sobre un sable , Danubio , Microcosmos , Utopía y desencanto iluminan desde una perspectiva inesperada y fascinante los hechos y las ideas que alteraron la existencia y la identidad de millones de seres acosados por la historia y la violencia. Magris viajará a Buenos Aires en ocasión de la próxima Feria del Libro, en el mes de abril. Originariamente la visita tenía como finalidad presentar los libros de Madieri, pero a último momento también se agregó la presentación de La exposición , pieza de teatro del propio Magris, basada en la vida del pintor triestino Vito Timmel, muerto en un manicomio.
La obra de Marisa Madieri es breve, poco más de trescientas páginas: Verde agua (1987), El claro del bosque (1992) y La conchiglia e altri racconti (La conchilla y otros cuentos, 1998, publicada póstumamente). La traducción española de Verde agua , aparecida en 2000, recién ha llegado a la Argentina en estos días, junto con la de El claro del bosque , editada a fines de 2002. Las dos obras fueron publicadas por Editorial minúscula y en Buenos Aires sólo se consiguen por ahora en la librería Guadalquivir (Callao 1012).
La simplicidad con que vivió y con que escribió Madieri, muy poco preocupada por que la conocieran más allá del círculo de la gente que quería y le interesaba, parece haberse contagiado a la divulgación de sus libros, confiada a editores y traductores muy serios (Valeria Bergalli, en España), conmovidos por la prosa llana y directa de la autora. Se trata de una obra cuyo reconocimiento lento, pero continuo, ha quedado librado a la recomendación de lectores alertas, cada vez más numerosos.
El exilio y el mar
En Verde agua , Marisa Madieri narra su niñez y adolescencia. Las memorias de aquellos años se entrelazan con comentarios, retratos y descripciones del momento en que la autora escribe su libro. Cada entrada está marcada con la fecha de escritura del fragmento. La primera anotación es del 24 de noviembre de 1981; la última, del 27 de noviembre de 1984.
"Conocí a Marisa cuando cursábamos el bachillerato en el mismo liceo", recuerda Magris. "Ella estaba, como lo cuenta en su libro, en lo que los muchachos llamábamos la división de los bacalaos, porque no había en todo ese grupo de chicas adolescentes una sola que tuviera las formas de una mujer. Pero no fue entonces cuando nos enamoramos. Nos volvimos a encontrar en 1962, en una fiesta. Yo ya vivía en Turín. Teníamos amigos comunes. Marisa ya no era un bacalao. Me gustó su rostro de pómulos altos, marcados, una huella de su origen húngaro. Los ojos eran oscuros y profundos. Tenía algo de selvático, pero también de clásico en la manera de mirar, de moverse, en su comportamiento y en sus rasgos. Ella se describe con mucha dureza. Y, sin duda, uno podía pensar en un primer acercamiento que era una mujer dura. Cuando empecé a frecuentarla, era como una ostra, cerrada. Después cambió. Los dos nos influimos mutuamente. Sin ella, yo habría sido un neurótico patético. Entre sus brazos, me convertí en un hombre, en un rey. Los dos nos inspiramos seguridad. Ella conquistó a mi lado un sentimiento de libertad y de expansión. Era muy valiente, pero también tímida y, junto a mí, aprendió a vencer esa timidez para defender en presentaciones públicas las causas en las que creía. Economizaba las palabras, era muy precisa. Hablar de Marisa me resulta muy difícil. Temo caer en la hagiografía. En sus juicios, era muy sobria. Detrás de la cerrazón inicial de Marisa, de esa frágil coraza, había un temperamento apasionado y mucho sentido del humor. La dureza provenía precisamente de lo que había debido superar en la infancia."
La ostra, de la que habla Magris, se abrió bajo el influjo de la atmósfera italiana y del carácter expansivo de su esposo, y dentro de ella había, como en los cuentos, una perla inestimable.
Marisa Madieri nació en Fiume en 1938. Cuando terminó la Segunda Guerra, la ciudad fue ocupada por los yugoslavos. Entre 1947 y 1948, a los italianos que todavía vivían allí se les exigió que adoptaran la ciudadanía yugoslava o que abandonaran el país. Los Madieri optaron por emigrar a Italia. Hasta que la partida se concretó, la familia debió padecer un año de marginación y de hostigamiento. Fueron desalojados de la casa en la que hasta entonces habían vivido. El padre de Marisa perdió su trabajo y fue encarcelado por haber escondido dos valijas de un perseguido político que había tratado de escapar. Este había sido capturado y, al ser interrogado, había mencionado las valijas en poder de Madieri.
En el verano de 1949, Marisa y su hermana Lucina, llevadas por la madre y la abuela paterna (que estaba enferma de cáncer), dejaron Fiume. En la cárcel, quedaba el padre, que se reuniría con ellas un tiempo después.
Cuando llegaron a Trieste, Marisa se sintió deslumbrada por la belleza de la ciudad y del mar, por la abundancia de diarios, de revistas, por la comida y las ropas que veía en las vitrinas de los negocios. Pronto comprendió que tendría acceso a muy poco de todo eso. Las Madieri, en calidad de refugiadas, fueron enviadas al campamento de Silos, especie de enorme depósito en el que se amontonaban quienes escapaban del régimen de Tito. Afortunadamente habían sido precedidas en el exilio por los Quarantotto, abuelos maternos de Marisa, y sus dos hijos, el tío Alberto y el tío Vittorio. El tío Alberto, con su esposa Ada, vivía en Venecia, mientras que el tío Vittorio vivía en Como. Para que las dos chicas no sufrieran la atmósfera opresiva de Silos, el tío Alberto se llevó a Marisa a Venecia y el tío Vittorio se fue con Lucina a Como.
"Marisa amaba a la familia de su padre y de su madre", continúa Magris, "pero la descripción que hace de ella en Verde agua no es nada dulzona." El retrato de la abuela Quarantotto es admirable desde el punto de vista literario, pero muestra con un humor shakesperiano todo el egoísmo de esa anciana, capaz de sacrificar a los suyos con tal de tener un papel protagónico. La abuela no quería abandonar el campo de refugiados, a pesar de que tenía dinero para ello -cuidadosamente oculto- porque con su voluntad de liderazgo se había ganado el papel honorífico de "alcaldesa" de Silos y se hacía fotografiar como una estrella junto a los funcionarios que visitaban el depósito. Marisa tampoco oculta las miserias de uno de sus tíos, Domenico. La madre de Marisa había prevenido a ésta y a su hermana que nunca se quedaran a solas con él. Durante mucho tiempo, Domenico había tenido escondida a su mujer en un altillo adonde él subía para violarla y pegarle. Por si fuera poco, se decía, con bastante fundamento, que también abusaba de sus hijas. Marisa cuenta todo eso sin emitir juicios, sin condenar, casi al pasar, como un hecho más de la vida cotidiana.
En Verde agua , Madieri quiso rendir tributo a la memoria de su madre, que había vivido tironeada entre el hombre del que se había enamorado, y con quien se habían casado, y su propia madre, la despótica abuela Quarantotto. Gracias al empecinamiento de la madre, Marisa y su hermana lograron estudiar, a pesar de que el padre, Gigio, estaba decidido a que, una vez terminada la escuela primaria, las chicas fueran a trabajar. Marisa cursó estudios en un colegio religioso. Su profunda inteligencia impresionó a las monjas del Instituto Capostrini. Una media beca de una entidad estatal, "la Posbélica", y la reducción del pago de la pensión mensual por parte de las monjas, le permitieron a Marisa continuar su educación. Más tarde el catolicismo aprendido por Madieri en esas aulas se depuró hasta convertirse en una celebración de la vida, que no intentaba ocultar las sombras de la existencia.
La crueldad de la naturaleza
"Marisa se consideraba italiana-prosigue Magris- pero al escribir Verde agua descubrió sus orígenes eslavos. No tenía una mentalidad política y mucho menos políticamente correcta. Su vida personal fue afectada desde la niñez por la historia. Su catolicismo y su fe en Dios eran muy especiales. En El claro del bosque , especie de fábula negra, cuenta los días de una margarita, Dafne. La naturaleza aparece allí en todo su esplendor, pero también en toda su crueldad. No es una narración edificante. El final, abrupto, puede parecer un acto de sadismo infligido al lector. Marisa escribió ese libro antes de enfermarse. Para imaginar cómo podía vivir una margarita, adoptaba comportamientos que, al principio, me resultaban extraños. Yo no sabía que estaba trabajando en ese libro y me asombraba sorprenderla, de pronto, tendida en el suelo, observando lo que la rodeaba. Quería ver la realidad desde la perspectiva de una margarita. En su corta existencia, Dafne conoce casi todo lo que puede conocer un ser vivo: el cariño de los padres, los celos, el amor, la envidia de los otros, la frivolidad, la belleza, el misterio del universo representado por la noche infinita y las estrellas. A Marisa le interesaba lo que podríamos llamar la vida menor: la vida de las otras especies, de los objetos cotidianos, pero también la de los seres anónimos que pasan su existencia a la sombra de otros tocados por la gloria, la fama, o la tragedia."
Antes de morir, Madieri estaba escribiendo La conchilla , una novela en la que un anciano recuerda a la mujer que amó. Ese texto, de una prosa bellísima, quedó incompleto, pero se publicó junto con una serie de relatos. La autora sabía entonces que se iba a morir, pero eso no alteró en nada su método de trabajo. "Tenía una actitud de gran sabiduría respecto de la muerte", dice Magris. "No quería morirse, pero no ignoraba que estaba condenada. La angustia no la llevaba a apurarse para terminar lo que había empezado. Era consciente de que si aceleraba la escritura de las obras que había comenzado iba a perjudicar lo que escribía. Ella, que creía en Dios, veía la experiencia de la muerte como un combate en el que, por designio divino, debía hacer todo lo posible para contrariar otra decisión de esa misma voluntad superior. Dios concedió a cada criatura la voluntad y el instinto de vivir; sin embargo también ha marcado el momento en que cada uno de nosotros debe abandonar este mundo. Marisa iba a morir, pero era su obligación, como ser humano, hacer todo lo posible por continuar viviendo."
Madieri vivía esa contradicción entre la fe, la razón y Dios con la serenidad y la lucidez de una creyente. Sabía que, como tal, debía librar un combate con el Ser Supremo. Decía: "No le voy a hacer las cosas fáciles. El -Dios- sabe lo que hace, pero yo debo luchar por mi vida precisamente por eso".
Pocos días antes de la muerte de Marisa, un amigo de Magris, el cardenal Silvestrini, que estaba de vacaciones y se encontraba de paso por Trieste, lo llamó por teléfono. Había perdido un avión y se encontraba varado en la ciudad. Le dijo al escritor que quería ver a Marisa antes de que muriera, pero no quería incomodarla si ella no estaba en condiciones de recibirlo. Magris le respondió que fuera a visitarla. Cuando el cardenal apareció en la puerta de la habitación de Marisa, ella le dijo: "Estamos listos si los que gobiernan la Iglesia no saben organizar sus vacaciones". Silvestrini se sonrió. Le preguntó cómo estaba y ella le contestó: "Lucho contra Su voluntad".
"Marisa y Silvestrini se trataban de usted -comenta Magris-. A ella no le gustaba la costumbre actual del tuteo que borra las diferencias entre las relaciones y crea muchas veces el espejismo de una falsa intimidad. Además, le recordaba el `tú´ político del 68. El cardenal le pidió permiso para tutearla. Ella le dijo: `Llegados a esta altura de la vida, creo que podemos permitírnoslo´.
El amor y el Danubio
"Era una mujer muy precisa en el lenguaje", recuerda Magris. "Esa precisión no tenía que ver sólo con el uso de la lengua, sino también con la moral. Le gustaba emplear la palabra justa. La precisión para ella era una cuestión ética más que estética. Recuerdo una vez en que un filósofo italiano vino a casa a comer. El huésped elogió un plato y dijo algo así como : `¡Qué bueno este plato de mariscos!´ Marisa le aclaró: `Son cefalópodos´. Esa claridad me resultaba de gran ayuda en mi propio trabajo. El afán de rigor la llevaba a distinguir de inmediato qué sobraba en mis textos. Los cortaba con una sabiduría maravillosa. Ella era la primera en leer lo que yo escribía. Ademas, colaboraba en las investigaciones que yo debía hacer para mis obras. No sólo buscaba datos, corregía fechas o nombres; además, sabía ver mucho mejor que yo los colores y los detalles. En cierto sentido, me enseñó a mirar. A ella le debo la idea de mi libro Danubio . En 1982, hicimos un viaje por Eslovaquia. Un día hermosísimo, estábamos en una colina desde donde dominábamos el río. Marisa me dijo que sería hermoso contar el Danubio como un museo. Y comprendí que tenía razón. El Danubio es un museo en el que se encuentran reunidas, preservadas, las razas, las religiones, las obras de arte, las lenguas oficiales, los dialectos, las literaturas que atestiguan los triunfos, las miserias, la felicidad y el dolor de los seres que habitaron en sus márgenes. Sentí en ese momento, contemplando ese curso de agua, que éramos como dos enamorados sentados ante una exposición. Delante de nosotros, se desplegaban los siglos. En ese libro, intenté salvar del olvido pequeñas historias, mostrar la fragilidad de la identidad de todo lo que tiene que ver con lo humano. Millones de hombres y mujeres que vivieron a orillas del Danubio no saben a qué país pertenecen, no saben qué tradición reivindicar. O cuando lo saben, esa identidad o esa tradición no es la que se corresponde con la documentación que poseen, con lo que les indican sus pasaportes. La gran historia le ha jugado una mala pasada a la pequeña historia de cada uno de ellos."
Marisa Madieri fue uno de esos seres. La ciudad en que nació, Fiume, hoy se llama Rijeka. Las migraciones del siglo XX la llevaron a Trieste, donde encontró a un hombre cuyos libros no son sino un intento de comprender y de salvar los hechos memorables de quienes han poblado esas tierras a menudo castigadas por la sed de poder. Los dos, Marisa y Claudio, estuvieron unidos no sólo por el amor recíproco, sino también por el amor a esas trágicas fronteras y a la belleza del mar, de los bosques y las montañas que fueron el majestuoso escenario de la ambición humana. Sin embargo, no hay nostalgia ni en los libros de ella ni en los de él. Dice el escritor: "No tengo nostalgia del pasado porque siempre he sentido, y Marisa coincidía conmigo, que en el presente está el pasado. El pasado no existe. Las cosas son". Los libros entrelazados y complementarios de ambos son un testimonio de esa fe y de ese amor. .
Por Hugo Beccacece De la Redacción de LA NACION París, 2003