sábado, 29 de octubre de 2016

Al correr de la pluma 6

Al correr de la pluma 6.-



Hace mucho escribí unas crónicas que llame: Crónicas de cuatro llantas. Hablaban de mis viajes en ómnibus o en taxi y las conversaciones que ahí tenía, experiencias siempre interesantes, originales, enriquecedoras.
Acá tengo dos nuevos textos que pertenecen a estas crónica. Un paseo en taxi que me trae Facebook que publiqué el año pasado y el de esta semana, tras tomar un micro luego de muchos años.

Hoy tomé un taxi, el tramo fue ida y vuelta un poco más de media hora. El chofer era Piurano de Catacaos. Qué simpático. Conversamos sobre la forma de enfrentar los problemas, un filósofo. Los taxistas desarrollan con su trabajo en contacto con tanta gente una filosofía de vida y son grandes comunicadores. Me acordé que había escuchado la noticia de que hacía poco fueron contratados por una empresa para explicar las bondades de su servicio a sus pasajeros. No recuerdo si en  Argentina o Brasil, y que la campaña tuvo gran éxito. Claro que recibieron clases de cómo comunicar mejor, pero ellos tenían una regia base.

Ayer, después de mucho tiempo subí a un microbus. Nos acostumbramos a la soledad de nuestro auto. El radio es nuestra compañía, me gusta que me conversen así que escojo en el dial los programas políticos o polémicos, la verdad es que no me importa mucho que sea la doctora Cachetada o la Señora Ley las que animen el programa, de lo que se trata es que me acompañe una voz. Otras veces, más inspirada, busco música y si encuentro la que me gusta me parece que no importa el tráfico ni el tiempo perdido porque el canto que escucho me toca el alma y me anima diciéndome que estoy viva y que soy capaz de sentir.
En el microbus todo fue más fácil, pagué un sol, la música andina llenaba todos los espacios y se paseaba entre nosotros los pasajeros. Subió una señora con sus dos niños, los había recogido del colegio. —No , ahí no, le dijo la mamá, al más chiquito, incomodas a la señora, y yo: —No, para nada. Y se sentaron al frente mío, cerquita. El niño me enseñó una tarjeta de invitación a un cumpleaños. Me dijo el nombre de quien lo había invitado. Hablamos del regalo que tendría que llevarle. Era un niño como de cinco años. Me dijo que su cumpleaños ya había pasado hacía poco.´La mamá me dijo en qué colegio estaban y que el mayor era el más estudioso. Supe que no le gustaba el futbol, que más bien el ajedrez y que era bueno corriendo. Eramos amigos. Tras despedirse, se bajaron. Yo lo hice unas cuadras más allá. El micro no me llevaba hasta la puerta de donde quería ir, lo que me pareció mejor todavía, la caminata me haría bien.
Qué bueno sería que los medios de transporte fueran más seguros, que cada pasajero tuviese lugar para sentarse, que no hicieran competencia para ver quien avanza más, entonces, tomar el micro sería lo cotidiano, el auto lo usaríamos para paseos, habría menos tráfico y cada día, podríamos hacernos un amigo nuevo.


Esta semana tuvimos en nuestro taller de lectura una conferencia que diera Borges en la Universidad de Belgrano, que trataba del tiempo. Encuentro este texto mío que llamé:
“Dandole vueltas al tiempo”.
Hace unos años, un amigo que vive en Buenos Aires me mandó de regalo un libro que leí con gran interés. “Cómo dominar el tiempo” de Jean Francois Revel,  era un precioso estudio del manejo del tiempo.  Hoy me desperté deseosa de releerlo, pensando que podría encontrar ahí respuestas a algunas preguntas que me venía haciendo. Me acerqué al estante en el que debería estar y noté su ausencia. Dediqué mucho rato de mi tiempo a buscarlo esa mañana y el asunto me fue útil porque aproveché para limpiar mis estantes y revisar uno a uno ese pequeño conjunto de libros de tan diversos géneros que he ido acumulando durante mi vida. El libro en cuestión parecía haber sido tragado por la tierra. Resignada pensé que el enfoque de Revel no era lo que me interesaba, ver la forma de ahorrar tiempo, impedir que los demás me lo arrebaten, organizarlo diariamente, no era eso esencialmente lo que estaba buscando.
Busqué entonces una frase  de John Keats que dice:
“La vida nos ha sido dada para encontrar el modo justo de emplearla. La vida es una fuente continua de confrontación mágica que exige la respuesta adecuada. Esta respuesta debe surgir de la intuición, el valor y la acumulación de experiencia.”
El texto no pronuncia la palabra tiempo, pero respondía a mi pregunta de cómo hacer uso de mi tiempo, como optar por el mejor modo, dedicando mis mejores horas a lo que más amo, a lo que tiene la capacidad de hacerme crecer, alimentarme, darme alas y permitirme descubrir mis raíces. La idea de no estar haciendo con mi tiempo lo que realmente deseaba era el corazón de mi angustia, ella estaba exigiéndome como un alfiler punzando mi conciencia un cambio de giro y la concentración de mi energía, olvidarme de la dispersión a la que soy tan proclive y hacer de verdad lo que deseo hacer.
Ya no se habla de lo que “debo” hacer, tal vez porque las moralidades andan pasadas de moda aunque el sentimiento es parecido a un imperativo de esa voz que permanece oculta en nuestro interior gritándonos para que obedezcamos ciegamente.
Pensé luego en la relatividad del tiempo, y en el tiempo de cada cual en mi tiempo interno y externo, el que vivo cuando gozo comparado con el que vivo cuando sufro, el de una dimensión especial en la que me abstraigo cuando dejo que mi fantasía se pasee, y en mi tiempo en el que me suceden o realizo acciones específicas, el tiempo de los sueños, el de la noche y el día. Uno es, pensé, el tiempo de la soledad y otro el de la agradable compañía. Las ideas se me agolpaban, iban pendulares del pasado hacia el futuro, pensé en el tiempo de la espera y conseguí asomarme al infinito.
Borges quiso ocupar toda mi mente y de pronto sentí que estaba tratando inútilmente de darle vueltas al tiempo, que no llegaría a nada tratando de contener en mi mente algo que es probablemente ilimitado o eterno.
“El presente es la forma de toda vida, es una posesión que ningún mal puede arrebatarle… El tiempo es como un círculo que girará infinitamente: el arco que desciende en el pasado, el que asciende es el porvenir; arriba hay un punto indivisible que toca la tangente y es el ahora,  dice Borges en sus Inquisiciones y sigue:
“El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego El mundo desgraciadamente es real, yo desgraciadamente soy Borges.”
Entonces el tiempo vive en mí, yo soy el tiempo. A veces podemos caminar al borde del abismo y otras mecernos acompasadamente hasta quedarnos dormidos. Hay momentos para llorar profundamente, ansiando que un viento tibio caliente nuestra pobreza, y momentos en los que los otros, con su propio tiempo, sean capaces de calmar nuestra sed y rodearnos hasta sostenernos. Soñando alcanzar las estrellas y dominar el tiempo, creyendo aún en la magia, el valor y el aprovechamiento de nuestras experiencias.
Me quedé un rato contemplando mis pensamientos, como si escuchase el rumor del dorado mar y mirase hacia el infinito y pudiese saltar de una nube a la cresta de una ola o de una roca herida por los días, al suave desliz de una gaviota que respira.


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