Al correr de la pluma 6.-
Hace mucho escribí unas crónicas
que llame: Crónicas de cuatro llantas. Hablaban de mis viajes en ómnibus o en
taxi y las conversaciones que ahí tenía, experiencias siempre interesantes,
originales, enriquecedoras.
Acá tengo dos nuevos textos que
pertenecen a estas crónica. Un paseo en taxi que me trae Facebook que publiqué
el año pasado y el de esta semana, tras tomar un micro luego de muchos años.
Hoy tomé un taxi, el tramo fue ida y vuelta un poco más de media hora. El
chofer era Piurano de Catacaos. Qué simpático. Conversamos sobre la forma de
enfrentar los problemas, un filósofo. Los taxistas desarrollan con su trabajo
en contacto con tanta gente una filosofía de vida y son grandes comunicadores.
Me acordé que había escuchado la noticia de que hacía poco fueron contratados
por una empresa para explicar las bondades de su servicio a sus pasajeros. No
recuerdo si en Argentina o Brasil, y que
la campaña tuvo gran éxito. Claro que recibieron clases de cómo comunicar
mejor, pero ellos tenían una regia base.
Ayer, después de mucho tiempo
subí a un microbus. Nos
acostumbramos a la soledad de nuestro auto. El radio es nuestra compañía, me
gusta que me conversen así que escojo en el dial los programas políticos o
polémicos, la verdad es que no me importa mucho que sea la doctora Cachetada o
la Señora Ley las que animen el programa, de lo que se trata es que me acompañe
una voz. Otras veces, más inspirada, busco música y si encuentro la que me
gusta me parece que no importa el tráfico ni el tiempo perdido porque el canto
que escucho me toca el alma y me anima diciéndome que estoy viva y que soy
capaz de sentir.
En el microbus todo fue más
fácil, pagué un sol, la música andina llenaba todos los espacios y se paseaba
entre nosotros los pasajeros. Subió una señora con sus dos niños, los había
recogido del colegio. —No , ahí no, le dijo la mamá, al más chiquito, incomodas
a la señora, y yo: —No, para nada. Y se sentaron al frente mío, cerquita. El
niño me enseñó una tarjeta de invitación a un cumpleaños. Me dijo el nombre de
quien lo había invitado. Hablamos del regalo que tendría que llevarle. Era un
niño como de cinco años. Me dijo que su cumpleaños ya había pasado hacía
poco.´La mamá me dijo en qué colegio estaban y que el mayor era el más
estudioso. Supe que no le gustaba el futbol, que más bien el ajedrez y que era
bueno corriendo. Eramos amigos. Tras despedirse, se bajaron. Yo lo hice unas
cuadras más allá. El micro no me llevaba hasta la puerta de donde quería ir, lo
que me pareció mejor todavía, la caminata me haría bien.
Qué bueno sería que los medios de
transporte fueran más seguros, que cada pasajero tuviese lugar para sentarse,
que no hicieran competencia para ver quien avanza más, entonces, tomar el micro
sería lo cotidiano, el auto lo usaríamos para paseos, habría menos tráfico y
cada día, podríamos hacernos un amigo nuevo.
Esta semana tuvimos en nuestro
taller de lectura una conferencia que diera Borges en la Universidad de
Belgrano, que trataba del tiempo. Encuentro este texto mío que llamé:
“Dandole vueltas al tiempo”.
Hace unos años, un amigo que vive
en Buenos Aires me mandó de regalo un libro que leí con gran interés. “Cómo
dominar el tiempo” de Jean Francois Revel,
era un precioso estudio del manejo del tiempo. Hoy me desperté deseosa de releerlo, pensando
que podría encontrar ahí respuestas a algunas preguntas que me venía haciendo.
Me acerqué al estante en el que debería estar y noté su ausencia. Dediqué mucho
rato de mi tiempo a buscarlo esa mañana y el asunto me fue útil porque
aproveché para limpiar mis estantes y revisar uno a uno ese pequeño conjunto de
libros de tan diversos géneros que he ido acumulando durante mi vida. El libro
en cuestión parecía haber sido tragado por la tierra. Resignada pensé que el
enfoque de Revel no era lo que me interesaba, ver la forma de ahorrar tiempo,
impedir que los demás me lo arrebaten, organizarlo diariamente, no era eso
esencialmente lo que estaba buscando.
Busqué entonces una frase de John Keats que dice:
“La vida nos ha sido dada para
encontrar el modo justo de emplearla. La vida es una fuente continua de
confrontación mágica que exige la respuesta adecuada. Esta respuesta debe
surgir de la intuición, el valor y la acumulación de experiencia.”
El texto no pronuncia la palabra
tiempo, pero respondía a mi pregunta de cómo hacer uso de mi tiempo, como optar
por el mejor modo, dedicando mis mejores horas a lo que más amo, a lo que tiene
la capacidad de hacerme crecer, alimentarme, darme alas y permitirme descubrir
mis raíces. La idea de no estar haciendo con mi tiempo lo que realmente deseaba
era el corazón de mi angustia, ella estaba exigiéndome como un alfiler punzando
mi conciencia un cambio de giro y la concentración de mi energía, olvidarme de
la dispersión a la que soy tan proclive y hacer de verdad lo que deseo hacer.
Ya no se habla de lo que “debo”
hacer, tal vez porque las moralidades andan pasadas de moda aunque el
sentimiento es parecido a un imperativo de esa voz que permanece oculta en
nuestro interior gritándonos para que obedezcamos ciegamente.
Pensé luego en la relatividad del
tiempo, y en el tiempo de cada cual en mi tiempo interno y externo, el que vivo
cuando gozo comparado con el que vivo cuando sufro, el de una dimensión
especial en la que me abstraigo cuando dejo que mi fantasía se pasee, y en mi
tiempo en el que me suceden o realizo acciones específicas, el tiempo de los
sueños, el de la noche y el día. Uno es, pensé, el tiempo de la soledad y otro
el de la agradable compañía. Las ideas se me agolpaban, iban pendulares del
pasado hacia el futuro, pensé en el tiempo de la espera y conseguí asomarme al
infinito.
Borges quiso ocupar toda mi mente
y de pronto sentí que estaba tratando inútilmente de darle vueltas al tiempo,
que no llegaría a nada tratando de contener en mi mente algo que es
probablemente ilimitado o eterno.
“El presente es la forma de toda
vida, es una posesión que ningún mal puede arrebatarle… El tiempo es como un
círculo que girará infinitamente: el arco que desciende en el pasado, el que
asciende es el porvenir; arriba hay un punto indivisible que toca la tangente y
es el ahora, dice Borges en sus
Inquisiciones y sigue:
“El tiempo es un río que me
arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el
tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego El mundo
desgraciadamente es real, yo desgraciadamente soy Borges.”
Entonces el tiempo vive en mí, yo
soy el tiempo. A veces podemos caminar al borde del abismo y otras mecernos
acompasadamente hasta quedarnos dormidos. Hay momentos para llorar
profundamente, ansiando que un viento tibio caliente nuestra pobreza, y
momentos en los que los otros, con su propio tiempo, sean capaces de calmar
nuestra sed y rodearnos hasta sostenernos. Soñando alcanzar las estrellas y dominar
el tiempo, creyendo aún en la magia, el valor y el aprovechamiento de nuestras
experiencias.
Me quedé un rato contemplando mis
pensamientos, como si escuchase el rumor del dorado mar y mirase hacia el
infinito y pudiese saltar de una nube a la cresta de una ola o de una roca
herida por los días, al suave desliz de una gaviota que respira.
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