domingo, 2 de diciembre de 2012

Viajando en taxi




Los últimos días he estado movilizándome en taxi. Toda una experiencia, desde descubrir lo eficientes que son algunas empresas que solo llamas, respondes sí, apretando el número 1, y el taxi está en la puerta de tu casa en diez minutos a lo máximo. Te esperará quince minutos libres de cargo si lo necesitas, y luego, como el mejor chofer del mundo, te llevará adónde tu corazón desee.
Hay una empresa que te ofrece las últimas revistas para que leas en el camino, una caja de la que puedes servirte caramelitos y si lo deseas puedes pedir que te pongan cierta clase de música y alguna fragancia especial. Lo malo que esta empresa no llegó puntual y éso, es lo fundamental.
Aprendí de un señor taxista que la principal cualidad que debe tener un chofer de taxi es la paciencia, con el tráfico y con el cliente. El tiene la política de no hablar hasta que el cliente habla porque podría desear estar en silencio pensando, o descansando o hablando por teléfono.
He conocido gente muy especial en estos viajes de la Molina a Miraflores o San Borja o San Isidro. Gente trabajadora, esforzada, con el espíritu que se necesita para crearse una vida de la cual poderse sentir orgullosos.
—Aprendí a trabajar desde muy chico—me dice el chofer, mi madre hacía unos tamales deliciosos y yo la ayudaba a vender. Ahí aprendí la amabilidad y la he seguido practicando toda mi vida y me ha sido de mucha utilidad. Le pregunto al pasajero por qué ruta quiere ir, y por ahí voy, para que se sienta contento. Trato al pasajero como si fuera mi padre o mi madre, mi hermana o mi hijo, lo trato como me gustaría que me trataran a mí.
Este chofer me contó que los sábados trabajaba corrido veinticuatro horas. Que había aprendido control mental y que lo hacía de manera ordenada y tranquila desde hace muchos años. No como en la noche, porque comer da sueño. A media noche me como un sublime y una coca cola. Camino cuando no tengo clientes y limpio el auto para mantenerme en movimiento. Tengo que pagar al banco 50 soles diarios por el préstamo que me hicieron para comprar mi carro, y esta es la manera que he encontrado para poder descansar el domingo y estar con mi familia. Duermo hasta las dos los domingos, almorzamos, estamos juntos y luego me acuesto temprano. Tengo dos hijos—y me enseña las fotos de una niña y un niño— y pienso en ellos todo el tiempo para cuidarme lo más posible.
—Mi padre me abandonó cuando tenía dos años, — me dice un taxita joven—me costó mucho vivir sin él. En el colegio me fastidiaban, me decían “elsinpadre”. Ahora estudio y trabajo. El dinero que mi padre da para mi educación se lo doy a mi madre. Yo no lo juzgo, cada uno hace lo que puede. — Este muchacho pertenece a la iglesia “Agua viva”, ahí ha encontrado amigos y personas a quien imitar. Me cuenta sobre su novia, que también trabaja con la que quiere hacer una linda familia.
Cada taxista es una persona con una vida digna de ser contada. Con varios de ellos he hablado sobre la revocatoria de Susana, sobre el terrorismo, sobre el deseo de los informales de seguir siendo informales, del caos del tráfico, de alguna película que yo había visto, pero esencialmente hemos hablado de la vida, de porqué somos como somos, de cómo podríamos ser mejores, cada uno me ha entregado un trozo de su historia personal y yo la he recibido con mucho gusto y admiración.
El fastidio de no poder manejar me ha traído como compensación la alegría de compartir mi tiempo con personas estupendas, con peruanos que no están dedicados a destruir, trampear, quejarse, pasar por encima de los demás, manejar sin respeto al próximo, me he encontrado con peruanos de primer nivel.

1 comentario:

  1. Ceci,
    Te estoy reenviando este árticulo que me gustó. Un abrazo. Sigo disfrutando de tu blog.
    Gracias
    Sylvie

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