domingo, 11 de octubre de 2015

CONCIERTO PARA FLAUTA Nº 2 DE MOZART

¿Que haremos para no envejecer?



Queremos ser jóvenes durante toda nuestra vida, eternos, es una lucha permanente contra nuestra condición que tiene un comienzo y un fin. ¿Qué nos dicen los científicos? ¿Que es el envejecimiento?

Ponette pelicula completa sub español



Film francés muy recomendable, protagonizado por la asombrosa y pequeña actriz Victoire Thivisol. Historia de la desolación y desamparo de una niña de cuatro años que tiene que afrontar la pérdida prematura de su madre, fallecida en accidente.

Mozart - Piano Concerto No. 21, K.467 / Yeol Eum Son

domingo, 4 de octubre de 2015

Mujercita









Seguro ha estado ahí hace tiempo, pero no la había visto. Fue solo el instante en el que logré tomarle la foto. Después ha desaparecido. Su actitud es reflexiva y como añorando otro lugar, su verdadera casa. ¿Habrá perdido los zapatos o le será más fácil deslizarse tras mis objetos estando descalza? Además hace menos ruido. La estoy buscando pero sin mucha desesperación porque lo que menos quisiera sería asustarla. Me parece que es alemana y yo no hablo ni una sola palabra de ese idioma difícil. Mi padre decía en broma que los alemanes hablaban francés de noche para descansar de su complicado idioma. Aunque para mi no hay nada más dulce que los lieds (cantos) alemanes. No consigo dejar de mirar sus manos juntas como rezando o tocándose para confirmar su existencia. ¡Cuánto habrá vivido ! Qué experiencias tendrá por contar. Y su tamaño. Creo que podría sostenerla en la palma de mi mano. Lo que más me conmueve son sus ojos, esa mirada que recuerda instantes, personas, dolores, huida y también aquel amor apasionado que le llenó el corazón de alegría. ¿Cómo la llamaré si la vuelvo a ver? ¿Fräulein que quiere decir "señorita? Puede estar en cualquier lugar, sabe que la he visto, el flash de la foto me delató, la imagino como un ratoncito con el cuerpo pegado a la pared, asesando, intentando permanecer inmóvil durante el rato suficiente como para que yo me vaya y la olvide. 

Un jardìn de voces

UN JARDÍN DE VOCES
Alberto Ruy Sánchez

En un antiguo rincón de Mogador, donde dicen que las piedras crecen con la humedad hasta tocar las nubes -y que es lo único que las detiene- hay un jardín de saltamontes que un jardinero hace cantar todo el día.
Un jardinero que rompe con energía todas las plantas que encuentra, incluyendo a las más bellas y extrañas, es siempre una imagen que desconcierta a quienes lo ven por primera vez. Pero es que en este jardín no hay hojas ni flores si no son aquellas destrozadas que ese hombre deja como alimento en las pequeñas jaulas de grillos.
El jardinero sabe qué planta adora comer cada animal diminuto y cuáles hacen que su tono se vuelva más grave o más agudo. Califica y nombra a las flores por sus valores digestivos, es decir por la gama de sonidos que ayudarán a producir digeridas. Como si el único o principal sentido de la vida de cada flor fuera transformarse en un hermoso canto de saltamontes. La flor es al canto lo que la oruga a la mariposa. Transformación asombrosa.
Cada jaula es una obra de arte, una pequeña escultura. El mismo jardinero las ha labrado en maderas finas y ha escrito en relieve una caligrafía con el nombre que él da a cada grillo, nombre derivado de la gama de sonidos a la que pertenece. También esculpe un signo que describe su lugar en el jardín de voces.
Antes de él lo hizo su padre, su abuelo y el padre de su abuelo. Hace cien años eran veinte jaulas labradas las que el bisabuelo mantuvo como un huerto exquisito. Su hijo multiplicó por cinco el huerto y el nieto por diez. Así este jardinero heredó mil jaulas y una pequeña fortuna para mantenerlas. Más el oficio familiar afinado por tres generaciones antes de la suya. En veinticinco años ha hecho crecer el jardín y ya son casi tres mil las jaulas que forman senderos laberínticos. Cualquiera que no sepa orientarse por sus sonidos corre el riesgo de perderse para siempre. Sus gritos de auxilio serían inútiles. Uno más entre tantos.
El jardinero sabe que algunas jaulas puestas al lado de otras hacen que toda la noche se oigan gritos entusiastas de cortejo. Y sabe que al alejarlas poco a poco un tono hondo de dolor se va apoderando de ese canto. La distancia es una cuerda imaginaria de deseos que él va templando.
Antes de salir el sol, cuando una capa lenta de rocío cae sobre las jaulas y deposita dentro de ellas varias gotas gruesas, se oye a los grillos beber. Su silbido se humedece, su felicidad se manifiesta en gargarismos. Si llegan a tomar demasiado antes de que salga el sol, se les oye una involuntaria vibración extraña, como si temblaran de frío.
El jardinero, que se supone es ciego, los conoce por sus ruidos. Poco le importa otro tipo de clasificacción de los animales. Sólo importa distinguirlos por su voz. El ha llegado a identificar con certeza 2633 especies diferentes de sonidos. Tuvo que restarle cuatro a su cuenta este año porque descubrió que no los hacían los grillos sino él: al caminar de prisa, al respirar con dificultad los días calurosos, al suspirar de alegría mientras escuchaba a sus criaturas, al digerir con problemas ciertas hojas y flores que sus animales ya no comían y él no quería desperdiciar.
Un escribano se acerca sigiloso al caer cada tarde para ofrecer sus servicios en caso de que el jardinero tenga que anotar sonidos nuevos. Su lista crece y cada descripción se va afinando. Así, por ejemplo, al lado de Ecos de gota sobre fuego: sonido 1327, se lee esta descripción: "saliva entre los dientes, una súbita ansia de beber, se repite en intervalos de diez gotas, todas iguales".
Pero el jardinero nunca está satisfecho de su anotación con palabras. Por eso ha inventado una especie de partitura con pequeñas piedras de río de formas distintas que coloca sobre una mesa larga. Sabe muy bien que ese despliegue de guijarros, que para otros sin duda sería un tiradero, esa anotación que sólo él entiende, es también un mapa táctil de los sonidos de su jardín. Por las noches se descubre a sí mismo cantándolo. En más de una ocasión su propio canto del mapa lo ha llevado a reacomodar las jaulas, a modificar la composición de su peculiar sembradío.
Conmovido por la intensidad de algunas voces de su jardín y vencido por la vanidad de haberlas logrado, algunos de los sonidos descubiertos por él llevan en la lista su propio nombre. Son sus creaturas. Y las historias que a él le gusta contar sobre cada jaula, sobre cómo atrapó o logró incubar cada insecto, sobre la vida y las costumbres de sus bichos, podrían llenar de certero entusiasmo a quien tenga la suerte de escucharlas, como si Los Cuentos de Canterbury, los del Decamerón o los de Las Mil y una noches se originaran en un jardín de grillos.
Ha llegado a controlar muchos de esos cientos de sonidos de insectos. Puede hacer que se reproduzcan: de cierta manera es capaz de sembrarlos. Experimenta sus mayores alegrías cuando los escucha florecer, madurar.
En ocasiones hasta lo visible, si es de verdad asombroso, se vuelve sonido para este ciego. Eso sucede de diferentes maneras pero en especial con un animal que llegó hasta Mogador en barco desde otra ciudad amurallada de la Guayana ecuatorial. Es una especie extraña de saltamontes alado que reina en su jardín ostentosamente: sus alas, más bellas y brillantes que las de una mariposa Morpho, tienen el doble de tamaño de su inmenso cuerpo.
Para él, ciego de nacimiento como su padre y su abuelo, el espacio no existe si no produce sonidos. La idea misma de un jardín callado es algo que no puede imaginar. Las voces surgen a su alrededor, florecen, forman huertos, crean un ámbito envolvente, sensaciones de lejanía o proximidad, de profundidad y perspectiva sonora, de belleza a distancia y por lo tanto de deseo.
Por eso tal vez hay quienes dicen que el jardinero no es ciego, que sólo cierra los ojos casi todo el día para multiplicar la sensación de caminar entre voces sembradas, florecientes, cosechadas.
Pienso siempre en ese jardín cuando me tocas con los ojos cerrados y tu respiración se altera en la mía. Cuando mi nombre se anuda indescifrable al tuyo en la noche. Cuando ya no sabemos lo que nos decimos y la ternura se nos llena de vocales largas, de quejas, de gemidos, de rasguños con la voz. Cuando te pienso y te escucho como mi jardín de voces.

(*) Este cuento forma parte del libro La piel de la tierra o Los jardines secretos de Mogador, en preparación. 

Estamos tan de paso

Tan de Paso
Arturo Uslar Pietri, escritor venezolano 

(Sobre la muerte a partir de la muerte de su hijo)

Lo animales no entierran.
El hombre comenzó a ser hombre cuando excavó la primera tumba reconociendo y rechazando la muerte en un solo movimiento.
Miguel Ángel dijo que nunca había tenido un pensamiento en el que no estuviera esculpida la muerte.
Maneras de enfrentarla, esquivarla, olvidarla, aceptarla y acomodarse a ella.
La gran rebelión humana es la rebelión contra la muerte. Nuestra civilización recientemente pragmática y poco espiritual adonde mucho de la falta de ese sentimiento.  Se vive al día, e la falta de ese sentimiento. Se vive al día, en la falsa eternidad del día, a corto plazo acaso como un subterfugio superficial para escapar a la cuestión fundamental.
La devaluación y el repudio de la muerte es en lo esencial la desvaloración y el repudio del valor y la significación de la vida.
Se vive sin profundidad, fuera del tiempo, fue de mesura, fuera de razón, en la medida en que la reflexión central disminuye o se borra.
Una reflexión más seria y consiste sobre  ese término ineluctable podría mejorar mucho la situación existencial de los hombres. Los viejos cristianos hablan de la vida como preparación para la muerte. Hoy, tal vez, habría que crear conciencia sobre la muerte como preparación para la vida. Darle el pleno valor de su brevedad perentoria, que podía ser la más grande fuerza moralizadora y equilibrada de la loca ansiedad que impulsa al hombre a olvidar su condición fundamental.
Precisamente en la medida en que entendamos que estamos tan de paso y que podemos tan poco, podríamos empezar a ser mejores.


Cabecera Malu mujer (1979)


Con que gusto recuerdo esta preciosa mini serie brasileña Malu mujer. La recuerdan? Dirigida por Doc Comparato que vino a Lima a la Universidad de Lima para dictar un curso de guiones al que asistí.

A Felicidade Nara Leao

Mi Planta de Naranja-Lima 1970 (Subtitulado)

Doña Flor y sus dos maridos subt español

Maria Volonte: Tiny Desk Concert

Iris Official Trailer 1 (2015) - Iris Apfel Documentary HD

El ahogado más hermoso del mundo


Gabriel García Márquez
(Aracataca, Colombia 1928 - México DF, 2014)


El ahogado mas hermoso del mundo




         Los primeros niños que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por el mar, se hicieron la ilusión de que era un barco enemigo. Después vieron que no llevaba banderas ni arboladura, y pensaron que fuera una ballena. Pero cuando quedó varado en la playa le quitaron los matorrales de sargazos, los filamentos de medusas y los restos de cardúmenes y naufragios que llevaba encima, y sólo entonces descubrieron que era un ahogado.
         Habían jugado con él toda la tarde, enterrándolo y desenterrándolo en la arena, cuando alguien los vio por casualidad y dio la voz de alarma en el pueblo. Los hombres que lo cargaron hasta la casa más próxima notaron que pesaba más que todos los muertos conocidos, casi tanto como un caballo, y se dijeron que tal vez había estado demasiado tiempo a la deriva y el agua se le había metido dentro de los huesos. Cuando lo tendieron en el suelo vieron que había sido mucho más grande que todos los hombres, pues apenas si cabía en la casa, pero pensaron que tal vez la facultad de seguir creciendo después de la muerte estaba en la naturaleza de ciertos ahogados. Tenía el olor del mar, y sólo la forma permitía suponer que era el cadáver de un ser humano, porque su piel estaba revestida de una coraza de rémora y de lodo.
         No tuvieron que limpiarle la cara para saber que era un muerto ajeno. El pueblo tenía apenas unas veinte casas de tablas, con patios de piedras sin flores, desperdigadas en el extremo de un cabo desértico. La tierra era tan escasa, que las madres andaban siempre con el temor de que el viento se llevara a los niños, y a los muertos que les iban causando los años tenían que tirarlos en los acantilados. Pero el mar era manso y pródigo, y todos los hombres cabían en siete botes. Así que cuando se encontraron el ahogado les bastó con mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que estaban completos.
         Aquella noche no salieron a trabajar en el mar. Mientras los hombres averiguaban si no faltaba alguien en los pueblos vecinos, las mujeres se quedaron cuidando al ahogado. Le quitaron el lodo con tapones de esparto, le desenredaron del cabello los abrojos submarinos y le rasparon la rémora con fierros de desescamar pescados. A medida que lo hacían, notaron que su vegetación era de océanos remotos y de aguas profundas, y que sus ropas estaban en piitrafas, como si hubiera navegado por entre laberintos de corales. Notaron también que sobrellevaba la muerte con altivez, pues no tenía el semblante solitario de los otros ahogados del mar, ni tampoco la catadura sórdida y menesteroso de los ahogados fluviales. Pero solamente cuando acabaron de limpiarlo tuvieron conciencia de la clase de hombre que era, y entonces se quedaron sin aliento. No sólo era el más alto, el más fuerte, el más viril y el mejor armado que habían visto jamás, sino que todavía cuando lo estaban viendo no les cabía en la imaginación.
         No encontraron en el pueblo una cama bastante grande para tenderio ni una mesa bastante sólida para velarlo. No le vinieron los pantalones de fiesta de los hombres más altos, ni las camisas dominicales de los más corpulentos, ni los zapatos del mejor plantado. Fascinadas por su desproporción y su hermosura, las mujeres decidieron entonces hacerle unos pantalones con un pedazo de vela cangreja, y una camisa de bramante de novia, para que pudiera continuar su muerte con dignidad. Mientras cosían sentadas en círculo, contemplando el cadáver entre puntada y puntada, les parecía que el viento no había sido nunca tan tenaz ni el Caribe había estado nunca tan ansioso como aquella noche, y suponían que esos cambios tenían algo que ver con el muerto. Pensaban que si aquel hombre magnífico hubiera vivido en el pueblo, su casa habría tenido las puertas más anchas, el techo más alto y el piso más firme, y el bastidor de su cama habría sido de cuadernas maestras con pernos de hierro, y su mujer habría sido la más feliz. Pensaban que habría tenido tanta autoridad que hubiera sacado los peces del mar con sólo llamarlos por sus nombres, y habría puesto tanto empeño en el trabajo que hubiera hecho brotar manantiales de entre las piedras más áridas y hubiera podido sembrar flores en los acantilados. Lo compararon en secreto con sus propios hombres, pensando que no serían capaces de hacer en toda una vida lo que aquél era capaz de hacer en una noche, y terminaron por repudiarlos en el fondo de sus corazones como los seres más escuálidos y mezquinos de la tierra. Andaban extraviadas por esos dédalos de fantasía, cuando la más vieja de las mujeres, que por ser la más vieja había contemplado al ahogado con menos pasión que compasión, suspiró:
         —Tiene cara de llamarse Esteban.
         Era verdad. A la mayoría le bastó con mirarlo otra vez para comprender que no podía tener otro nombre. Las más porfiadas, que eran las más jovenes, se mantuvieron con la ilusión de que al ponerle la ropa, tendido entre flores y con unos zapatos de charol, pudiera llamarse Lautaro. Pero fue una ilusión vana. El lienzo resultó escaso, los pantalones mal cortados y peor cosidos le quedaron estrechos, y las fuerzas ocultas de su corazón hacían saltar los botones de la camisa. Después de la media noche se adelgazaron los silbidos del viento y el mar cayó en el sopor del miércoles. El silencio acabó con las últimas dudas: era Esteban. Las mujeres que lo habían vestido, las que lo habían peinado, las que le habían cortado las uñas y raspado la barba no pudieron reprimir un estremecimiento de compasión cuando tuvieron que resignarse a dejarlo tirado por los suelos. Fue entonces cuando comprendieron cuánto debió haber sido de infeliz con aquel cuerpo descomunal, si hasta después de muerto le estorbaba. Lo vieron condenado en vida a pasar de medio lado por las puertas, a descalabrarse con los travesaños, a permanecer de pie en las visitas sin saber qué hacer con sus tiernas y rosadas manos de buey de mar, mientras la dueña de casa buscaba la silla más resistente y le suplicaba muerta de miedo siéntese aquí Esteban, hágame el favor, y él recostado contra las paredes, sonriendo, no se preocupe señora, así estoy bien, con los talones en carne viva y las espaldas escaldadas de tanto repetir lo mismo en todas las visitas, no se preocupe señora, así estoy bien, sólo para no pasar vergüenza de desbaratar la silla, y acaso sin haber sabido nunca que quienes le decían no te vayas Esteban, espérate siquiera hasta que hierva el café, eran los mismos que después susurraban ya se fue el bobo grande, qué bueno, ya se fue el tonto hermoso. Esto pensaban las mujeres frente al cadáver un poco antes del amanecer. Más tarde, cuando le taparon la cara con un pañuelo para que no le molestara la luz, lo vieron tan muerto para siempre, tan indefenso, tan parecido a sus hombres, que se les abrieron las primeras grietas de lágrimas en el corazón. Fue una de las más jóvenes la que empezó a sollozar. Las otras, asentándose entre sí, pasaron de los suspiros a los lamentos, y mientras más sollozaban más deseos sentían de llorar, porque el ahogado se les iba volviendo cada vez más Esteban, hasta que lo lloraron tanto que fue el hombre más desvalido de la tierra, el más manso y el más servicial, el pobre Esteban. Así que cuando los hombres volvieron con la noticia de que el ahogado no era tampoco de los pueblos vecinos, ellas sintieron un vacío de júbilo entre las lágrimas.
         —¡Bendito sea Dios —suspiraron—: es nuestro!
         Los hombres creyeron que aquellos aspavientos no eran más que frivolidades de mujer. Cansados de las tortuosas averiguaciones de la noche, lo único que querían era quitarse de una vez el estorbo del intruso antes de que prendiera el sol bravo de aquel día árido y sin viento. Improvisaron unas angarillas con restos de trinquetes y botavaras, y las amarraron con carlingas de altura, para que resistieran el peso del cuerpo hasta los acantilados. Quisieron encadenarle a los tobillos un ancla de buque mercante para que fondeara sin tropiezos en los mares más profundos donde los peces son ciegos y los buzos se mueren de nostalgia, de manera que las malas corrientes no fueran a devolverlo a la orilla, como había sucedido con otros cuerpos. Pero mientras más se apresuraban, más cosas se les ocurrían a las mujeres para perder el tiempo. Andaban como gallinas asustadas picoteando amuletos de mar en los arcones, unas estorbando aquí porque querían ponerle al ahogado los escapularios del buen viento, otras estorbando allá para abrocharse una pulsera de orientación, y al cabo de tanto quítate de ahí mujer, ponte donde no estorbes, mira que casi me haces caer sobre el difunto, a los hombres se les subieron al hígado las suspicacias y empezaron a rezongar que con qué objeto tanta ferretería de altar mayor para un forastero, si por muchos estoperoles y calderetas que llevara encima se lo iban a masticar los tiburones, pero ellas seguían tripotando sus reliquias de pacotilla, llevando y trayendo, tropezando, mientras se les iba en suspiros lo que no se les iba en lágrimas, así que los hombres terminaron por despotricar que de cuándo acá semejante alboroto por un muerto al garete, un ahogado de nadie, un fiambre de mierda. Una de las mujeres, mortificada por tanta insolencia, le quitó entonces al cadáver el pañuelo de la cara, y también los hombres se quedaron sin aliento.
         Era Esteban. No hubo que repetirlo para que lo reconocieran. Si les hubieran dicho Sir Walter Raleigh, quizás, hasta ellos se habrían impresionado con su acento de gringo, con su guacamayo en el hombro, con su arcabuz de matar caníbales, pero Esteban solamente podía ser uno en el mundo, y allí estaba tirado como un sábalo, sin botines, con unos pantalones de sietemesino y esas uñas rocallosas que sólo podían cortarse a cuchillo. Bastó con que le quitaran el pañuelo de la cara para darse cuenta de que estaba avergonzado, de que no tenía la culpa de ser tan grande, ni tan pesado ni tan hermoso, y si hubiera sabido que aquello iba a suceder habría buscado un lugar más discreto para ahogarse, en serio, me hubiera amarrado yo mismo un áncora de galón en el cuello y hubiera trastabillado como quien no quiere la cosa en los acantilados, para no andar ahora estorbando con este muerto de miércoles, como ustedes dicen, para no molestar a nadie con esta porquería de fiambre que no tiene nada que ver conmigo. Había tanta verdad en su modo de estar, que hasta los hombres más suspicaces, los que sentían amargas las minuciosas noches del mar temiendo que sus mujeres se cansaran de soñar con ellos para soñar con los ahogados, hasta ésos, y otros más duros, se estremecieron en los tuétanos con la sinceridad de Esteban.
         Fue así como le hicieron los funerales más espléndidos que podían concebirse para un ahogado expósito. Algunas mujeres que habían ido a buscar flores en los pueblos vecinos regresaron con otras que no creían lo que les contaban, y éstas se fueron por más flores cuando vieron al muerto, y llevaron más y más, hasta que hubo tantas flores y tanta gente que apenas si se podía caminar. A última hora les dolió devolverlo huérfano a las aguas, y le eligieron un padre y una madre entre los mejores, y otros se le hicieron hermanos, tíos y primos, así que a través de él todos los habitantes del pueblo terminaron por ser parientes entre sí. Algunos marineros que oyeron el llanto a distancia perdieron la certeza del rumbo, y se supo de uno que se hizo amarrar al palo mayor, recordando antiguas fábulas de sirenas. Mientras se disputaban el privilegio de llevarlo en hombros por la pendiente escarpada de los acantilados, hombres y mujeres tuvieron conciencia por primera vez de la desolación de sus calles, la aridez de sus patios, la estrechez de sus sueños, frente al esplendor y la hermosura de su ahogado. Lo soltaron sin ancla, para que volviera si quería, y cuando lo quisiera, y todos retuvieron el aliento durante la fracción de siglos que demoró la caída del cuerpo hasta el abismo. No tuvieron necesidad de mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que ya no estaban completos, ni volverían a estarlo jamás. Pero también sabían que todo sería diferente desde entonces, que sus casas iban a tener las puertas más anchas, los techos más altos, los pisos más firmes, para que el recuerdo de Esteban pudiera andar por todas partes sin tropezar con los travesaños, y que nadie se atreviera a susurrar en el futuro ya murió el bobo grande, qué lástima, ya murió el tonto hermoso, porque ellos iban a pintar las fachadas de colores alegres para eternizar la memoria de Esteban, y se iban a romper el espinazo excavando manantiales en las piedras y sembrando flores en los acantilados, para que los amaneceres de los años venturos los pasajeros de los grandes barcos despertaran sofocados por un olor de jardines en altamar, y el capitán tuviera que bajar de su alcázar con su uniforme de gala, con su astrolabio, su estrella polar y su ristra de medallas de guerra, y señalando el promontorio de rosas en el horizonte del Caribe dijera en catorce idiomas: miren allá, donde el viento es ahora tan manso que se queda a dormir debajo de las camas, allá, donde el sol brilla tanto que no saben hacia dónde girar los girasoles, sí, allá, es el pueblo de Esteban.

Mitsuko Uchida - Beethoven - Piano Concerto No 4 in G major, Op 58


El lo difuminó para mis ojos

Poemas de Amalia Bautista


SFUMATO

Tan áspero era el mundo, tan hiriente,
que él lo difuminó para mis ojos.
Tan profundo era el corte que me hacían
las aristas de todo lo real,
que él decidió limarlas.
Tanto daño me hacía el movimiento
de la vida voraz,
que él lo detuvo en un instante.


Un preciado regalo contra el mundo,
contra la realidad, contra la vida,
contra la lucidez
y contra mi tristeza.
EL BAÑO

¿Quieres que nos bañemos
juntos una vez más?
Podemos ser de nuevo un par de cuerpos
húmedos y asombrados,
y comprobar que no me duele
que el agua nos separe.
Sentir que sólo el agua se interpone
entre tu piel y yo,
como desde el principio de los tiempos,
y esa certeza sea dulce
y tibia y luminosa.
Como nunca lo ha sido.
IDA Y VUELTA

Cuando nos dirigimos al amor
todos vamos ardiendo.
Llevamos amapolas en los labios
y una chispa de fuego en la mirada.
Sentimos que la sangre
nos golpea las sienes, las ingles, las muñecas.
Damos y recibimos rosas rojas
y rojo es el espejo de la alcoba en penumbra.


Cuando volvemos del amor, marchitos,
rechazados, culpables
o simplemente absurdos,
regresamos muy pálidos, muy fríos.
Con los ojos en blanco, más canas y la cifra
de leucocitos por las nubes,
somos un esqueleto y su derrota.
Pero seguimos yendo.
EL PUENTE

Si me dicen que estás al otro lado
de un puente, por extraño que parezca
que estés al otro lado y que me esperes,
yo cruzaré ese puente.
Dime cuál es el puente que separa
tu vida de la mía,
en qué hora negra, en qué ciudad lluviosa,
en qué mundo sin luz está ese puente,
y yo lo cruzaré.
Amalia Bautista, Poeta