martes, 7 de octubre de 2008

Objetos perdidos









En su relato: "La habitación definitiva" perteneciente a "El arte del yo-yo", Juan Bonilla, joven escritor español, coloca a su personaje en una pensión de mala muerte en la selva de Tegucigalpa. En la habitación encontrará algunos objetos que ha ido perdiendo durante un vida.  Un cenicero en forma de Volkswagen que arrojó una noche contra unos borrachos. Luego, va dándose cuenta de que la percha, la cama y todos los demás objetos de la habitación son objetos que él alguna vez ha poseído y después perdido.
El retrato de la muchacha de la que se enamoró y que trás violarla -ahogado en alcohol- había matado, armas  que había usado para torturar a sus víctimas (no olvidemos que se trata de un ex nazi) pero tambien objetos que despiertan su nostalgia de una infancia feliz.
Se le vienen a la memoria imágenes de amigos y enemigos a los que viste en su imaginación con prendas que le pertenecieron alguna vez. 
¿Era el infierno un lugar donde se encuntran las cosas que hemos ido perdiendo a lo largo de nuestra vida, teniendo en cuenta que la última de esas cosas, con la que se accede a ese lugar precisamente es la propia vida? se pregunta el personaje y luego al recordar que había escuchado que es en la luna dónde se encuentran los objetos perdidos, se dice: ¿Me hallo tal vez en la luna? 
Con la luz de la mañana pudo cerciorarse de que todo lo que ahí se hallaba le había alguna vez pertenecido. 
Consigue huír de la habitación y  regresar al mundo pero llevando en el alma el convencimiento de que tras unos cuantos años volverá a esta habitación definitiva llena de todas las cosas que había ido perdiendo por las calles del tiempo.


Al leer este relato recordé un texto mío llamado  "Donde nada se pierde", que dice: 
Los textos que se pierden van a un planeta muy lejano en el que nada se pierde. Ahí estan las miles de tijeras que han ido desapareciendo para siempre. Las libretas que dejamos abandonadas en los consultorios de los médicos (estábamos nerviosos, se comprende) o en las tiendas (distraídas con las cosas lindas); los amigos que quedaron aparentemente atascados en el pasado sin que mediase ninguna explicación.
No, van al Limbo, me digo,  a ese espacio que cuando éramos niños nuestra mente no alcanzaba a imaginar en el que vivían los ángeles, los niños que no habían alcanzado a nacer, los que no habían sido bautizados. (La iglesia castiga el descuido). 
Otro planeta con sus propias reglas. ¿El de los objetos perdidos? 
Tal vez en ese planeta de reglas propias los niños no bautizados sean los encargados de ordenar los objetos producto de nuestro desorden .  Revisan nuestros apuntes, las páginas que no llegaron a grabarse en nuestros discos duros, los pensamientos que no llegaron a tener verdadera forma o expresión y se quedaron más bien en la inspiración o intuición, y de ahí sacan ideas para sus canciones o construcciones, para sus propias cartas, para intentar construir como nosotros lo hicimos una vez, su propia torre de Babel y poder llegar hasta el cielo que creen merecer. 

¿Dónde van a parar las cosas que se pierden? Es una pregunta que me viene a la mente cada vez que pierdo algo. Ese llavero que tuvo obligatoriamente que desaparecer en mi casa porque contenía la llave del auto y el auto estaba aquí. Los anteojos, la correa predilecta, la cartera roja que usaba para los viajes?


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