martes, 19 de marzo de 2013

Himnos de alegría




Del Blog de Antonio Muñoz Molina

¿Por qué será mucho más frecuente la alegría en la música que en la literatura? En un concierto de jazz, después de una balada tristona viene siempre la explosión de una pieza rápida. En una sinfonía o en un concierto clásico el scherzo llega después del adagio, y cuando hay mucha tristeza casi siempre es una tristeza matizada de serenidad. Mozart o Haydn le enseñan a uno a intuir toda la profundidad que puede haber en la alegría. Bach y Duke Ellington se recrean en la variedad lujosa del mundo, aunque los dos pueden contar con igual hondura el dolor -el de la crucifixión de un inocente, el de la extenuación de la esclavitud. En el Credo de la Misa en si bemol de Bach, después del sombrío Crucifixus viene el Resurrexit

En el metro de Times Square, el otro día, en ese rincón de un vestíbulo en el que suelen ponerse grupos musicales, una explosión literal de alegría me golpeó mientras subía las escaleras, entre el gentío fatigado del final de la tarde: un cuarteto irlandés con dos guitarras, bajo y batería estaba haciendo una versión resplandeciente de una de las canciones más alegres que existen, el “Can’t Buy Me Love” de los Beatles. Alrededor de la música la gente se agrupaba como en torno a una hoguera. Terminó la canción y apresuré el paso para llegar al andén donde tenía que hacer un trasbordo, y justo cuando llegaba el tren estaba yéndose. Pero gracias a eso pude escuchar a un trío de músicos negros, dos trompetas, un trombón, que tocaban con extraordinarias sutilezas de contrapunto y con bastante guasa, todo hay que decirlo, alrededor del cubo de plástico donde la gente echaba dólares, otro de los grandes himnos de alegría, “It Don’t Mean a Thing If It Ain’t Got That Swing”. Aplaudíamos todos cuando llegó el siguiente tren. A unos cuantos viajeros se les quedó la sonrisa en las caras cansadas.




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