domingo, 14 de julio de 2013

Escribir con indicaciones, concurso



Mi amiga Fernanda Rodriguez Briz de Mendoza Argentina, me manda una invitación a participar en un concurso de relato corto para su revista. Me siento y escribo. EL tema era la escalera. Me gusta tener un límite de palabras, me obliga a precisar las ideas, a sacrificar palabras. EL dia de mi santo Fernanda me anuncia que mi relato salió ganador. Que gusto, valió el esfuerzo. Se los mando para compartirlo con ustedes y como regalo de 28. Manden sus comentarios por favor y anímense a escribir un relato corto en donde las escaleras ocupen un lugar importante.
Acá el nombre de la revista:


No le costó tapiar la escalera

No le costó tapiar la escalera. Poner maderas cruzadas haciendo que fuese imposible poner el pie en los próximos escalones hasta llegar al lugar en el que lo tenía encerrado.
—No fue hace mucho tiempo, —recordaba, —cuando por primera vez la subimos. Me había cargado en el umbral de la puerta, yo llevaba un bellísimo vestido blanco de encaje, el pelo suelto, sonreía de dicha, lo amaba. Una vez en el dormitorio aprecié los muebles antiguos, los adornos que hablaban del pasado, la cama heredada de sus padres con cubrecama de bellos dibujos orientales. El cerró las cortinas creando una mayor intimidad. Permanecí con él una semana entera, comíamos sobre la cama y no nos cansábamos de contarnos nuestras vidas, enterneciéndonos con las tristezas del otro, alegrándonos con las alegrías que cada uno había sentido. Una mañana le dije que iría a ver a mis padres, quería decirles que había encontrado al fin al hombre de mi vida.
—No, —me dijo, —te prohíbo hacerlo, — en ese instante su expresión amorosa se volvió rígida, su mirada difusa. Puso llaves en las puertas y me reveló que no le era difícil seducir a las mujeres, convencerlas de su amor, lo que le había sido imposible había sido retenerlas, alguien o algo interrumpía su relación. Ahora, si la alejaba de los demás, ella permanecería a su lado. —Te haré feliz, —le aseguró, — nada te faltará. A cambio de su amor, debería entregar su libertad. —Tendrás bellos vestidos, la música más armónica, los libros más entretenidos, podrás pintar, gozar con el canto de aves, pasear por el jardín interior, escribir, preparar manjares, acariciar suaves animales, y disfrutar del variado amor. —El sabría, —dijo, — complacer todos mis deseos, despertar mi éxtasis, — me prometía extraordinarias ceremonias en las que encontraría un océano de gozos.
Esa noche ella se la pasó pensando y midiendo. Claro que lo amaba, pero él le pedía su libertad. ¿Qué valía más? Supo que no podría perder un instante, que debía vencerlo ya. Apenas amaneció le dio a beber el somnífero ¿o se trataba de un veneno? Profundamente dormido lo ató a la cama con una cuerda, hizo varios nudos, imposible romperlos.
Bajó las escaleras, las tapió y permaneció ahí unas horas, deseando todavía amarlo, temiendo haberlo matado, gozando con su libertad, despidiéndose de libros y flores, aves y música, hojas en blanco y colores, y de la intensidad de ese ofrecido amor.


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