El barco fantasma En las calles muy concurridas, flota como el viento es su vago tonelaje. Se desliza entre el dolor de las barriadas pobres y los lejanos campos. Ahora con lentitud cerca de un buey, o junto a un molino ahora, se mueve. Pasa en la noche como un sueño de muerte que no podemos escuchar. A escondidas va bajo las estrellas. y los pasajeros y marinos miran fijamente; sus ojos más blancos están que los huesos. No giran a ningún lado ni se cierran. Mancha lunar
a Donald Justice
El
frente de la casade un azul pálido se yergue ante mí como un muro de hielo y el solitario, distante aullar de un búho me llega cercano. Entrecierro los ojos. En el oscuro, fresco jardín las flores se mueven de acá para allá como pequeños globos. Los árboles solemnes sepultados por una nube de hojas parecen dormir profundamente. Es ya tarde. Me tiendo en la hierba, prendo un cigarrillo, y en completo reposo me engaño diciéndome que el final será también así. La luz de la luna cae sobre mi cuerpo. La brisa me rodea las muñecas. Me dejo llevar. Tiemblo. Sé que pronto vendrá el día para borrar la mancha blanca de la luna, y que caminaré bajo el sol de la mañana invisible como todos. Another Place Entro en la luz que hay no enceguece ni es suficiente para vislumbrar lo que ha de venir sin embargo veo el agua el único bote un hombre que está de pie es alguien que no conozco este es otro lugar la luz que hay cubre como una red la nada lo que ha de venr había sido esto antes: el espejo donde el dolor duerme el país que nadie visita. Mi hijo
(a la manera de Carlos Drummond de
Andrade)
Mi
hijomi único hijo el que no tuve sería ya un hombre. Descarnado y sin nombre se mueve en el viento. A veces viene y reclina su cabeza más liviana que el aire sobre mi hombro y yo le pregunto, Hijo, ¿dónde te hallas, dónde te ocultas? Y él me responde con un hálito frío, No lo advertías aunque llamé y llamé y continúo llamando desde un lugar lejano, más allá del amor, donde nada, todo, quiere nacer. Asado al caldero Miro la carne que está en rebanadas sobre mi plato y la voy cubriendo con su propio jugo de zanahoria y cebolla. Y por esta vez no me duele el transcurrir del tiempo. Sentado junto a una ventana frente a bloques de edificios negros de hollín no me preocupa no ver ninguna cosa viviente, ni un pájaro, ni un ramaje en flor, ni un alma que se mueva en las habitaciones detrás de los cristales oscuros. En estos tiempos donde hay poco que amar o alabar no es quizás exagerado rendirse al poder de los alimentos. Así, bajo la cabeza y aspiro el aroma que se levanta de mi plato, y pienso en la primera vez que probé un asado igual a éste. Fue hace años en Seabright, Nova Scottia; mi madre se inclinó para llenarme el plato y cuando terminé lo llenó de nuevo. Recuerdo aún el sabor de la salsa, su olor a ajo y apio, y que la chupaba con trozos de pan. Ahora la pruebo de nuevo. La carne de la memoria, la carne que no se altera. Alzo el tenedor para comer. El Colegio Continental de Belleza Cuando el Colegio Continental de Belleza abrió sus puertas, pudimos ver a la entrada muchos cuadros de viejos maestros, y recorrimos salones con esculturas reclinadas sobre los pisos de mármol. Y nos sentimos conmovidos, pero no por mucho tiempo. Más adelante llegamos a un patio que invadía la maleza. Esto también nos conmovió, pero repentinamente cabeceábamos de sueño. El sol estaba saliendo, una bruma violácea surgía del mar. Los cerros de la costa se fueron poniendo rojos, y a varias personas en la playa los alcanzó esa llamarada. Algo nuevo ocurrió entonces: la llamarada cesó. El sol continuaba su rumbo. En los lagos tierra adentro brotaron destellos durante el amanecer. Desde las montañas bajaba una sombre fría y azulada hasta el fondo de los valles, y ciudades lejanas despertaron: esto era lo que esperábamos. Cuán de prisa estuvo ante nosotros el mundo grande e inconcluso cuando el Colegio Continental de Belleza abrió sus puertas. El final Mientras zarpa la nave y observa el muelle ningún hombre conoce la canción que cantará al final ni lo que pasará cuando esté atrapado, inmóvil, entre los rugidos del océano sin posibilidad o esperanza de retorno, allá al final. Cuando no haya más tiempo para podar las rosas o acariciar el gato, y el crepúsculo que enciende el césped y la luna llena que lo refresca no existan, ningún hombre sabrá cómo reemplazarlos. Cuando el peso del pasado se apoye en la nada y el firmamento sea apenas una luz en el recuerdo y las historias de cirrus y cúmulus lleguen a su término y las aves permanezcan suspendidas en su vuelo, ningún hombre sabe lo que le espera, o la canción que cantará cuando la nave donde viaja entre a lo oscuro, allá al final. |
Desde Lima, un relámpago de azul-cielo o azul-mar en nuestra mente o en nuestro corazón que ansían la belleza. Cuentos, poesía, música, cine, reflexiones, teatro, viajes, fotografía, entrevistas, danza y más.
domingo, 7 de diciembre de 2014
Poemas de Mark Strand, recientemente fallecido
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