domingo, 6 de diciembre de 2015

Llegar al Padre


    CARRERA

    Llego al aeropuerto, corro al mostrador,
    compro un pasaje y diez minutos después...
    cancelan el vuelo: los médicos dicen
    que mi padre no pasa de esta noche
    y cancelan el vuelo. Un hombre
    de bigote me habla de un vuelo sin escala:
    sale en siete minutos. ¿Ve ese ascensor?
    Baje un piso, doble a la derecha,
    coja el autobús amarillo, baje en el segundo terminal,
    dice. Y yo, que carezco de toda orientación,
    corro exactamente hacia donde debo, un pez
    deslizándose contra la corriente del río,
    hábilmente, como si supiera. Salto del autobús,
    las maletas llenas de cualquier cosa
    me sacuden de lado a lado
    como si quisieran demostrar
    que también yo sucumbo a las leyes de lo físico.
    Y yo, que siempre voy al final de la fila,
    corro hacia un hombre de flor blanca en el pecho,
    y le digo, Ayúdeme. Mira mi pasaje, me mira a mí,
    y dice: Doble a la izquierda, después a la derecha,
    suba las escaleras mecánicas y, después,
    corra. Vuelo escalera arriba y ahí, al final, veo el pasillo,
    respiro profundo, le digo Adiós a mi cuerpo,
    adiós a la comodidad y corro, corro
    como si pudiera apostarlo todo,
    gastar para siempre las piernas y el corazón que él me dio,
    todo para tocarlo una vez más en esta vida.
    He visto fotos de mujeres corriendo,
    sus pertenencias atadas con bufandas
    asidas a los puños. Bendigo
    las piernas largas que él me dio y abandono mi corazón
    a su único propósito: llegar a la Puerta 17.
    Cerraban la del avión cuando llegué.
    Entonces, como quien no es demasiado rico,
    me deslicé a través del ojo de la aguja
    y recorrí el pasillo que me llevaba hacia mi padre. El avión
    iba repleto, el cabello de los pasajeros brillaba,
    una bruma de endorfinas doradas llenaba la cabina.
    Lloré como lloran quienes entran al cielo,
    con un alivio colosal. Despegamos
    de un lado del continente
    y no paramos hasta posarnos
    sobre la otra orilla. Entré a su habitación
    y vi su pecho ascender despacio
    y bajar de nuevo. Toda la noche
    estuve mirándolo respirar. Sharon Olds

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