Venía muy de tarde en tarde,
escuchábamos su música y salíamos a la calle en ese instante.
¡El organillero! gritábamos y corríamos con un
sol en la mano para comprarle la suerte. Eran monos amaestrados vestidos con
saco y sombrerito
que se movían al ritmo de la manizuela. A
veces el organillero te dejaba
tocarle la mano, pequeñita, extraña, negra de
uñas largas y luego le dábamos el sol que entregaba dócil a su dueño. Revolvía
entre los papeles de diferentes colores que tenían escrito el porvenir y
obedeciendo la voz de su amo, escogía uno rosado:
—Para una niña.
—Todo será felicidad, —decía, —viajará a
países lejanos, tendrá una hermosa familia.
¡Cómo fuese la felicidad tan fácil de
encontrar en este tiempo!
Bastaba con el organillero, la música, el mono
y el futuro
comprimido en un papelito rosado. Cecilia Bustamante de Roggero
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu comentario es de gran utilidad para para Abraelazuldelcielo. Ce.