martes, 23 de febrero de 2016

El organillero




Venía muy de tarde en tarde, escuchábamos su música y salíamos a la calle en ese instante.

 ¡El organillero! gritábamos y corríamos con un sol en la mano para comprarle la suerte. Eran monos amaestrados vestidos con saco y sombrerito

 que se movían al ritmo de la manizuela. A veces el organillero te dejaba

 tocarle la mano, pequeñita, extraña, negra de uñas largas y luego le dábamos el sol que entregaba dócil a su dueño. Revolvía entre los papeles de diferentes colores que tenían escrito el porvenir y obedeciendo la voz de su amo, escogía uno rosado:

 —Para una niña.

 —Todo será felicidad, —decía, —viajará a países lejanos, tendrá una hermosa familia.



¡Cómo fuese la felicidad tan fácil de encontrar en este tiempo!

 Bastaba con el organillero, la música, el mono y el futuro

 comprimido en un papelito rosado.  Cecilia Bustamante de Roggero

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