martes, 8 de marzo de 2016

Del diario de Alejandro Rossi



Del Diario de Alejandro Rossi, escritor mexicano 


12 de febrero de 1994. Siempre he huido de la vida “importante”, de las empresas “audaces”. Me han faltado ambiciones o me ha sobrado miedo. Y me refiero no solo a la vida mundana, más bien a los proyectos intelectuales. En mi caso –quiero pensar– se trata más de una falla de carácter que de inteligencia. He preferido meter un pie en el agua, no lanzarme a nadar. Más allá de fatalidades biológicas, significa una carencia de buena educación: hábitos, disciplina, control, y algo que, por variadas circunstancias, nunca tuve: seguridad en una clase social, en un país, en un territorio propio. Una esencial extranjería en todo. Sin duda la literatura ha sido –y a veces la filosofía– la que más me ha amparado. Ahora envejezco con rapidez e ignoro si habrá tiempo para hacer algo de algún vuelo.

17 de febrero de 1994. Entre más “opiniones” tiene o esgrime un escritor, más frágil es como artista. Pienso, por ejemplo, en Voltaire, un verdadero depósito de “frases e ideas”. Lo mismo George Bernard Shaw. Dicho así puede sonar algo estúpido. Lo que tengo en la cabeza es que las narraciones deben juzgar poco y no interpretar tanto una determinada historia. Hay que aprender a no tocarla demasiado, dejar que aparezca. Ayudarla a que viva por su cuenta. Es el arte más difícil.

28 de febrero de 1994. La otra noche pensé lo siguiente: que así como tengo varios impedimentos físicos, me queda, sin embargo, otra función que es también física, otra capacidad corporal: la de escribir. Escribir no es algo ajeno al cuerpo, es otra de sus habilidades, pertenece a él. Escribir no está fuera, sino forma parte del cuerpo, como hacer el amor, comer, caminar. Si las cosas son así no debo quejarme, me han dejado lo mejor del cuerpo. Por eso hay que cuidarlo.


18 de abril de 1994. Debo escribir porque de lo contrario me vuelvo loco. Quiero decir: en la tranquilidad del ocio comienzan poco a poco a aparecer las obsesiones, las angustias, los fantasmas de actos del pasado, acciones mal resueltas, mil cabos sueltos, situaciones mal solucionadas que hemos tratado de olvidar, nudos y más nudos. Se cuela en el alma la terrible realidad, una hidra que siempre me vence. El vacío, la calma, es el teatro de esos monstruos.




25 de abril de 1994. Estoy harto de hacer cosas pequeñas. Quisiera emprender algo con más vuelo, más profundo, pero mi mundo intelectual y mis fuerzas físicas se han estrechado. La “perfección” de lo breve y pequeño la veo ya como una condena. Es muy difícil que pueda salirme de esos terrenos.
El otro día vi con mayor claridad un tema que me ha rondado por muchos años. Que es muy simple y muy complejo: el destino propio realizado por otro. Todo lo que Fulano se propone lo realiza, tarde o temprano, Zutano. Siempre se le adelanta. Mejor dicho: Zutano es el ejecutor de los proyectos. Ahora que lo escribo estoy seguro de haber hecho algún apunte en algún cuaderno. ¿No es un tema, por cierto, de Henry James? Construir ese cuento es muy difícil.



2 de junio de 1994. Hace un par de días murió Onetti. Ya viejo, de 84 años. No se movía de su cama desde hacía diez. En parte por enfermedad, pero sobre todo por elección. Una manera de retirarse de todo y de cumplir, creo, un viejo anhelo. Allí recibía, leía, tomaba whisky –en los últimos tiempos, porque antes era vinero–, devoraba novelas policiacas y de vez en cuando escribía. Cuando lo hacía se sentaba ante una mesita en el mismo cuarto. Decía, como yo, que no le interesaba la realidad, esa cosa que estaba del otro lado de la ventana.
 de julio de 1994. No hay nada que descubrir, ninguna clave oculta, ningún secreto enredado que, desentrañado, ordene todo. Es una forma de pensar equivocada. No hay que buscar ninguna clave perdida en los vericuetos de la infancia o la adolescencia. Esa es otra forma de esperar al Mesías.

3 de agosto de 1994. Vivo muy solo y así no se escribe un diario interesante. La gente quiere chismes, anécdotas, descripciones maliciosas de personas conocidas. Al decir esto presupongo que este diario será algún día público. Me avergüenza la idea. Me temo que la escritura, cualquiera sea su género, busca a los lectores, al público.

6 de septiembre de 1994. Es increíble cómo dependemos espiritualmente de las circunstancias: el espacio familiar, la belleza o el afecto por determinados objetos, el color de una cortina, una cierta luz, un mueble, tonos, colores –todo eso cambia la manera de pensar en el mundo, estimula, alegra o incita–. Cuando se rompe un orden espacial o estético perdemos la orientación mental, somos animales extraviados.

29 de diciembre de 1994. Desde mi estudio oigo un ruido como de castañuelas: ¿podría ser un sapo? ¿O una gitana que me invita a seguirla?

8 de enero de 1996. Ser uno mismo: el único ideal valioso. Hay que lograrlo, cueste lo que cueste. Cuando se alcanza, aunque sea en parte, ya no hay vanidad. La hay cuando se imitan voces. Son “adornos artísticos”.
26 de abril de 1996. Pensaba hoy que Borges me propuso el modelo, el camino para acceder a cierta ambición sin tener que abandonar mi vida lateral. De otra manera: desde mi locura personal Borges me hizo ver que era posible lograr algo a partir de piezas cortas, géneros menores, al máximo un ensayo o un cuento, las únicas medidas a mi alcance dada, dada, repito, esa vida tan escondida y sistemáticamente apartada de cualquier empresa de fuste. Por eso en mi caso la ideología del fracaso, del anonimato, de la brevedad. También intervenía la creencia –también quizá derivada– de que lo perfecto nunca era abundante, al contrario: unas cuantas páginas ya intocables. El artista se pasaba la vida cazando ese momento fantástico en que centra el blanco con la bala de cobre. Si alcanzaba esa felicidad, podía abandonar la pluma-rifle y dedicarse a contemplar las puestas de sol.
 Fue un filósofo y escritor mexicano de padre italiano y madre venezolana. Bien conocido en México, su país de adopción, por su trayectoria filosófica y por haber sido estrecho colaborador de Octavio Paz en sus empresas culturales. Su obra literaria, no demasiado extensa, parece inclinarse por el ensayo, aunque también ha realizado incursiones en la narrativa breve.

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