"Abelardo, un gato mudo", cuento mío inspirado en un cuento de Juan García Ponce, escritor mexicano.
Abelardo, a diferencia de los demás gatos, era mudo. Es por eso que la pareja lo llevó a vivir con ellos. Ellos no querían que se enterase de lo que sucedía en ese dormitorio cuando se reunían clandestinamente. La verdad es que no era mudo sino sordo porque maullaba como los demás gatos aunque con un tono un poco más elevado que lo habitual y no conseguía articular palabra alguna. Cuando tenía hambre, o espiaba por la ventana para maullarle a la luna, el sonido se confundía con el llanto de un bebe. A ellos eso les molestaba, entonces trataban siempre de tenerle agua y comida en sus platos y ella cosió con esmero un visillo para tapar el resplandor de la luna.
Cuando al cabo de un tiempo la mujer dijo que estaba harta de tener que dedicarle cuidados, él usó sus mejores argumentos para mantenerlo en el departamento.
—Si no nos escucha no podrá repetir lo que decimos, no es como esos gatos chismosos que van por todos lados contando los secretos de las familias. ¿Acaso le entiendes algo de lo que dice? — Ella parecía inmutable, pero él continuó buscando convencerla:
—Y además, se que te gusta que nos acompañe mientras hacemos el amor. ¿Te das cuenta de que sin planearlo ni pensarlo nos hemos constituido en un trío? Lo siento mucho pero sin Abelardo yo ya no podré hacer el amor. Me gusta que se acomode a nuestros pies y permanezca concentrado mirándonos con esa actitud tan placentera como si él también saborease nuestras caricias.
Y como el hablar de amor despertó su deseo, él la llevó a la cama y entre juegos y risas le fue quitando la ropa. Abelardo inmediatamente se ubicó en su estratégico lugar. Ella satisfecha luego de susurros, delicadas ternuras recorriéndole el cuerpo, el balanceo, las cosquillas, el ritmo, el acoger el peso masculino sobre su delgado cuerpo y la explosión de gozo, movió la cabeza asintiendo y dijo:
—Que se quede Abelardo. Cecilia Bustamante de Roggero.
Cuando al cabo de un tiempo la mujer dijo que estaba harta de tener que dedicarle cuidados, él usó sus mejores argumentos para mantenerlo en el departamento.
—Si no nos escucha no podrá repetir lo que decimos, no es como esos gatos chismosos que van por todos lados contando los secretos de las familias. ¿Acaso le entiendes algo de lo que dice? — Ella parecía inmutable, pero él continuó buscando convencerla:
—Y además, se que te gusta que nos acompañe mientras hacemos el amor. ¿Te das cuenta de que sin planearlo ni pensarlo nos hemos constituido en un trío? Lo siento mucho pero sin Abelardo yo ya no podré hacer el amor. Me gusta que se acomode a nuestros pies y permanezca concentrado mirándonos con esa actitud tan placentera como si él también saborease nuestras caricias.
Y como el hablar de amor despertó su deseo, él la llevó a la cama y entre juegos y risas le fue quitando la ropa. Abelardo inmediatamente se ubicó en su estratégico lugar. Ella satisfecha luego de susurros, delicadas ternuras recorriéndole el cuerpo, el balanceo, las cosquillas, el ritmo, el acoger el peso masculino sobre su delgado cuerpo y la explosión de gozo, movió la cabeza asintiendo y dijo:
—Que se quede Abelardo. Cecilia Bustamante de Roggero.
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