lunes, 5 de abril de 2010

La vida sigue








Justo ayer discutíamos si los animales son inteligentes, si nosotros somos animales y de una manera u otra siempre aparece en las conversaciones el tema de nuestra animalidad. Mori Ponsowy nos plantea que animales y cosas piensan, y se pregunta qué pensarán los animales que la rodean de su vida, como si ellos fuesen testigos y jueces de lo que hacemos, de nuestras actitudes y gestos, de nuestras voces a veces destempladas, o más bien de nuestra ternura y delicadeza.
Una vez una empleada de nuestra casa (era de la sierra) se sentó junto a una pequeña caída de agua que adornaba la tienda. Yo la había estado buscando y cuando la encontré le pregunté por lo que hacía. Estoy escuchando lo que me dice el agua, me respondió. Entonces, si estamos atentos podremos descifrar lo que nos dicen las aves en su vuelo, lo que nos dice el caracol en la huella que va dejando, el dibujo de la espuma del mar en la orilla, la mirada de nuestro gato, el temblor de una hoja, el viento, la naturaleza entera que canta y murmura y grita como si entendiese lo que sucede en el corazón de nuestro corazón.
Aquí cuelgo el artículo de la poeta argentina Mori Ponsowy:
su blog: www.unagomadeborrar.blogspot.com
A veces me descubro pensando qué pensarán los animales y las cosas que me rodean. Preguntándome no sólo si mis perros están al tanto de lo que me pasa, sino también si los sauces de enfrente se habrán dado cuenta de que algo ha cambiado, o si el río, en Rosario, ahora que vuelvo, años después, es capaz de descubrir que mi rostro no es exactamente igual. Quizá porque son tantas las cosas que ignoro, le atribuyo a los animales, a los árboles, y al río, esa capacidad adivinatoria, casi divina, de verlo todo y de saber aquello que yo nunca sabré.

Supongo que sospechar que el agua del Paraná pueda pensar, que ese río ancho y silencioso pueda ser dueño de alguna especie de inteligencia, es una idea infantil: aunque abundan biólogos que discuten acerca del cerebro de los mandriles y otros mamíferos, nunca leí acerca de científicos dedicados a investigar el coeficiente intelectual de un río. Sin embargo, aun sabiendo que la idea no resiste un análisis riguroso, no puedo evitar preguntarme si tendremos de verdad razón en menospreciar de esta manera al agua que pasa. ¿No está ella también, en un idioma propio, diciéndonos algo todo el tiempo? ¿No habrá, para entenderla, tan sólo que sentarse muy quietos, y escuchar? ¿Y qué será, si logramos desentrañarlo, lo que nos dice el río en su vasto idioma?

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