jueves, 16 de febrero de 2012

Soy hija de constructor

Si parto de la idea de que nada de lo que recibimos es casual debo reconocer que no soy por gusto hija de constructor. Las primeras lecciones que recibí tuvieron que ver con crear un espacio para que sea habitado.
Marcar con tiza blanca las zanjas en las que se armarían los cimientos, donde reposaría sólida y segura la casa entera.
Crecí observando el trabajo de maestros de obra, albañiles y peones, elaboraban mezclas, asentaban ladrillos. Aprendí el uso de la plomada que garantiza lo recto, el cincel que pule, los clavos que unen, el tarrajeo que recubre.
Entonces aprendí el éxito del trabajo en equipo, la paciencia, el ir añadiendo elementos, resolviendo dilemas, tomando decisiones hasta dar termino al propósito.
Entonces no es extraño que prepare mis propias mezclas, que asiente como si estuviese tejiendo uno a uno mis ladrillos o mis adobes, o mis piedras. Aun puedo trepar por escaleras hechas de maderitas enclenques con travesaños torcidos pero eficientes. Y a mi manera también armo mis techos y los recubro y les pongo una cruz y bebo para celebrar mi contento.

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