domingo, 29 de abril de 2012

El camino y el laberinto


Tardamos mucho en tomar conciencia de que los laberintos forman parte del camino. Muchos escritores, especialmente Kafka y Borges han usado el laberinto como metáfora de nuestra vida.
Laberinto: lugar artificioso formado por encrucijadas, calles y plazuelas que nos confunden ocultándonos la salida. Caminos con obstáculos que nos obligan a permanecer paralizados, vías que
Aparecen libres pero que de pronto nos encierran haciéndonos detener la marcha por algún incidente insospechado.
El viaje. El paso lento o ligero. Siempre volver a partir con el anhelo de llegar. Despertamos a diario para iniciar la aventura. El ánimo es diverso: hay días en los que silbamos de contento y otros agachamos la cabeza vencidos.
Durante la caminata podemos estar solos, podemos ver nuestra sombra solitaria, o encontrar esporádicos compañeros amenos y divertidos. Con ellos la marcha casi no se siente, notamos sorprendidos el rápido avance. Durante largos trechos seguimos huellas sabias. Vienen después retrocesos y extravíos. Encontramos trampas, malentendidos, soltamos lágrimas a escondidas.
De todos modos persiste la utopía, ese ánimo de encontrar un mundo, un espacio, un instante de armonía y un modo único de hacer o decir.
Buscamos consuelo, testigos, jueces, cómplices. Guardamos fotografías de hechos memorables, pequeños triunfos que capturan el instante volviéndonos inmortales en un trozo de papel.
Cada vida distinta, cada búsqueda ajena. Líneas que se cruzan y sostienen. Coros de voces que nos inspiran y animan al valor, a la intrepidez.
Vestidos unas veces de gala, otras de harapos, siempre hambrientos, ávidos, codiciando tal vez lo inalcanzable, sumidos en rutinas absurdas, derrochando nuestro tiempo, descubriendo nuestros límites.
El viaje con apuro, arduo, siempre necesitados de reposo, de ternura.
Usando nuestra voz para intentar traducir esos sentimientos que nos cercan y abrazan.
Dotados de una extraordinaria fuerza que desconocemos, imaginación inagotable, de la solidaridad que existe, de la amistad que es posible, de suerte, de encuentros especiales, ascendemos cuestas, miramos el valle desde lo alto, nos sentamos un instante bajo las extendidas ramas del árbol, respiramos contemplando el agua que corre sorteando piedras, golpeando rocas, arrastrando ramas de espinas. Entonces, con el alma tranquila, podemos saber que el laberinto siempre tiene una salida entre encrucijadas y artificios.

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