domingo, 25 de noviembre de 2012

Luminosa oscuridad


LUIS FERNANDO MORENO CLAROS ( del diario El País)

La diosa de la misericordia japonesa en una ilustración del siglo VIII.

Joseph Campbell (Nueva York, 1904-Honolulú, 1987) quedó maravillado por los mitos cuando, de niño, su padre lo llevó a ver un museo con vestigios de los indios sioux y conoció sus leyendas. Más tarde, consagró su vida al estudio de las creencias fundacionales de las diversas culturas y llegó a ser el más famoso divulgador norteamericano de mitología comparada. Enseñó que los mitos —desde su “luminosa oscuridad”— hablan al ser humano de su esencia más íntima y “reconcilian nuestra conciencia con las condiciones previas a su existencia”, ya que nos regresan a un antes de las cosas, a la unidad primordial que, a raíz de una misteriosa escisión, dejó de ser plena y pura. Así lo ilustran, por ejemplo, el mito del paraíso perdido —común a varias culturas— con la creación de Adán y Eva; o las Upanishad, los textos sagrados de la India, al revelar que cuando el ser indeterminado primordial pronunció la palabra “yo” se desgajó de lo uno, “necesitó de otro, apareció la multiplicidad y, con ella, nacieron el deseo y el dolor”.

Los mitos, “los sueños arquetípicos del mundo”, según Campbell, hunden sus raíces en lo más profundo del alma humana, de ahí que planteen y respondan de manera simbólica a las cuestiones ¿qué somos? o ¿cómo debemos vivir? Somos seres frágiles, volubles y mortales, nos dicen; pero también, creativos, luminosos y cercanos a los dioses. ¿Y cómo hemos de vivir? Su réplica es firme: con valentía, cual héroes en el intrincado camino de la vida, aprendiendo a cada paso las estrategias de sobrevivencia que nos legaron nuestros ancestros, válidas todavía en la vida dura de hoy.

Gran lector de filosofía, rebelde y autodidacta, Campbell amaba a Schopenhauer y Nietzsche —en los mitos encontró arraigadas las teorías de ambos—, pero no se quedó ahí. Conoció a Khrisnamurti cuando coincidió con él en un trasatlántico cruzando el océano y, cautivado por sus ideas, descubrió la filosofía de la India; trató también al indólogo Heinrich Zimmer y a Jung, gracias al cual conoció la simbología mítica de los sueños. Estudioso también de la literatura de James Joyce y Thomas Mann, Campbell fue un enamorado del saber sin barreras mentales ni prejuicios, de ahí la ecléctica riqueza de sus obras; esenciales son El Héroe de las mil caras (FCE) y Las máscaras de Dios (Alianza).

Campbell fue un enamorado del saber sin barreras mentales ni prejuicios
Atalanta presenta ahora este hermoso libro —Imagen del mito— inédito en castellano y muy bien traducido, en una edición cuidada al máximo, que supera en calidad gráfica y belleza a la norteamericana original (1974). Campbell lo concibió como una ventana por la que asomarse a las creencias primigenias de la humanidad plasmadas en las palabras, imágenes y representaciones artísticas. Con más de cuatrocientas fotografías y grabados elegidos por el autor, este exquisito catálogo de mitología recoge la historia de los mitos humanos a lo largo de 5.000 años y demuestra una de las tesis más queridas de Campbell: que los humanos tenemos en común, aparte de nuestra historia biológica, una comunidad originaria del espíritu, la univocidad de una conciencia primigenia. Y así lo manifiestan los motivos mitológicos que aparecen de un modo u otro en casi todas las culturas: el matrimonio del Cielo y la Tierra y la separación violenta de ambos, el niño nacido de una virgen, el robo del fuego, el héroe de nacimiento oscuro y vida ardua, la simbología de la serpiente o el carnero; los templos consagrados a los dioses o los sacrificios rituales, entre otros; algo común es lo que se palpa en el trasfondo de casi todas las culturas, en sus leyendas o revelaciones. Y esas leyendas —hermosas o terribles— de dioses y animales, de las diosas y sus transfiguraciones, desde Egipto y Mesopotamia hasta la India, Japón y el continente americano, muestran rasgos comunes porque son los sueños del grande y único durmiente eterno que sueña infinitos mundos, diversos y evanescentes.

Un libro, en suma, que se lee con fascinación y que nos recuerda que la humanidad creyó desde siempre —gracias a su fantasía— que hay puertas abiertas hacia ámbitos desconocidos en los que moran los dioses, esas potencias y energías que también radican y actúan en nuestro interior con más fuerza de lo que creemos.




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