jueves, 6 de marzo de 2014

Antonio Muñoz Molina nos habla con sensatez

Unos recuerdos y un poco de Camus


El otro día estuve en Madrid con José Ramón Rekalde y María Teresa Castells. José Ramón habla con dificultad, después de todas las operaciones que ha tenido que sufrir, por culpa de aquel asesino que estaba esperándolo en la oscuridad a la puerta de su casa, y que le disparó un tiro en la cara. José Ramón habla con dificultad y con lucidez apasionada, con firmeza democrática y sin rencor. A María Teresa le debo, sin que ella lo supiera entonces, muchas horas de refugio en su librería Lagun de San Sebastián, cuando yo era soldado de Infantería, refugio contra los inviernos cantábricos y contra la intemperie de mi condición. Los escaparates de Lagun los rompían con igual saña los guerrilleros de Cristo Rey y los patriotas del hacha y la serpiente.

En febrero o marzo de 2003 Elvira y yo estuvimos en San Sebastián en una gran manifestación cívica contra el terrorismo. Al día siguiente, en cuanto llegamos a Madrid, estuvimos en la gran manifestación contra la guerra de Irak. Qué es eso de neutralizar unos crímenes comparándolos con otros.

Lo que dijo Camus con respecto a Argelia es perfectamente válido en cualquier situación: “Cada lado usa los crímenes de los otros para justificar los de los suyos”. “Es dañino e indecente condenar el terrorismo en compañía de gente cuya conciencia encuentra tolerable la tortura”. O viceversa.

Yo no quiero que ni los terroristas ni los violadores se pudran en la cárcel. La cárcel en un país democrático no está para que se pudra nadie, sino para castigar con justicia y mesura los delitos, y para ayudar en lo posible a la reinserción del delincuente. Lo que sí creo es que durante mucho tiempo a la democracia española le faltó firmeza, y en muchos casos todavía le falta, para defender a sus ciudadanos, del mismo modo que faltó generosidad y calor para las víctimas del terrorismo, y faltó y falta decencia política para apoyarlas por encima de la diatriba y el sectarismo. En lo más crudo de la guerra de Argelia, Camus seguía negándose a juzgar en bloque a las comunidades humanas: “No todos los franceses en Argelia son brutos sedientos de sangre, y no todos los árabes son fanáticos asesinos de masas”. “El 80 por ciento de los franceses de Argelia no son colonos, sino trabajadores y pequeños empresarios”. Por más que miro a mi alrededor, esté donde esté, no veo pueblos, ni razas, ni masas, ni bloques: veo personas, cada una distinta, y procuro juzgarlas por sus actos.

Aunque Camus también era escéptico sobre las posibilidades de hacerse entender en un clima de griterío: “Puede uno escribir cien artículos y todo lo que quedará de ellos será la interpretación distorsionada de sus adversarios”.

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