Un cuento absolutamente original.
Kij Johnson
Kij Johnson es una escritora estadounidense de literatura
fantástica y de ciencia ficción.. Realizó sus estudios en escritura creativa y
literatura en la Universidad de Minnesota y en la Universidad de Kansas, luego
obtuvo un masterado en escritura creativa en la Universidad Estatal de Carolina
del Norte en 2012. El mismo año entró a trabajar como profesora asistente de
escritura en la Universidad de Kansas, donde actualmente es directora asociada
del Centro de Estudios de Ciencia Ficción.
26 monos, además del abismo
Kij Johnson
1.
El gran truco de Aimee es hacer que 26 monos desaparezcan
del escenario.
2.
Aimee saca a empujones una bañera con patas de garra y pide
que varias personas del público suban al escenario y la examinen. La gente sube
y mira por debajo, toca el esmalte blanco, recorre con las manos las pequeñas
garras de león. Una vez han terminado, desde lo alto descienden cuatro cadenas
sobre el proscenio. Aimee las sujeta a los agujeros perforados a lo largo del
reborde de la bañera, hace una señal y la bañera es izada unos tres metros.
Aimee coloca una escalera de tijera junto a la bañera. Da
unas palmadas y los 26 monos que hay sobre el escenario corren escalera arriba
uno detrás de otro y de un salto entran en la bañera. La bañera se sacude con
cada mono que cae pesadamente entre sus compañeros. El público ve cabezas,
patas, colas… y por fin todos los monos se acomodan y la bañera vuelve a quedar
inmóvil. Zeb siempre es el último mono en subir por la escalera. Y cuando entra
en la bañera, de lo más profundo de su pecho sale un resonante bramido que
retruena por todo el escenario.
Y entonces, tras un brillante destello de luz, dos de las
cadenas se desprenden y la bañera se vuelca para que se vea su interior.
Vacío.
3.
Los monos reaparecen más tarde, de vuelta en el autobús para
giras. Hay una pequeña trampilla para perros y, en las horas que preceden al
amanecer, los monos van entrando, solos o en pequeños grupos, y se sirven vasos
de agua del grifo. Si más de uno regresa al mismo tiempo, murmuran entre ellos
un rato, como los universitarios que se encuentran en la residencia cuando
llegan tras el cierre de los bares. Unos pocos duermen en el sofá y al menos
hay uno al que le gusta acostarse en la cama; sin embargo, la mayoría regresa a
sus jaulas. Se oyen ligeros gruñidos mientras arreglan las mantas y los
juguetes de trapo, y luego suspiros y ronquidos. Aimee no consigue dormir en
condiciones hasta que oye que todos han regresado.
Aimee no tiene ni idea de qué es lo que les sucede en la
bañera, ni de adónde van, ni de qué hacen antes de que se oiga el débil
chasquido de la trampilla para perros al abrirse. Y todo esto la inquieta
sobremanera.
4.
Aimee tiene este espectáculo desde hace tres años. Antes
vivía en un apartamento amueblado que se alquilaba por meses, situado debajo de
una ruta del aeropuerto de Salt Lake City. Se sentía hueca, como si algo hubiera
devorado parte de su interior y le hubiera dejado un agujero que se había
infectado.
En la feria estatal de Utah había un espectáculo con monos.
Aimee sintió un repentino impulso de verlo, algo en absoluto típico de ella, y
después, sin tener ni idea de por qué, se acercó al dueño y le dijo: «Tengo que
comprárselo».
El hombre movió la cabeza afirmativamente. Se lo vendió por
un dólar, que según le dijo era el precio que él mismo había pagado cuatro años
atrás.
Más tarde, una vez terminado el papeleo, Aimee le preguntó:
—¿Cómo puede abandonarlos? ¿No van a echarle de menos?
—Como usted misma comprobará, son bastante autónomos
—respondió él—. Sí, me echarán de menos y yo les echaré de menos a ellos. Pero
ya iba siendo hora, y lo saben.
Y sonrió a su flamante esposa, una mujer pequeña con arrugas
de la risa que llevaba un monito vervet de la mano.
—Pensamos tener un jardín —añadió la mujer.
El hombre tenía razón. Los monos lo echaron de menos, pero
también la recibieron a ella con cordialidad, y uno tras otro fueron
estrechándole la mano educadamente cuando entró al que ahora era su autobús.
5.
Aimee tiene: un autobús para giras de diecinueve años de
antigüedad abarrotado de jaulas que van del tamaño de las de loros (para los
monos vervet) a algo de aproximadamente el tamaño de la caja de una camioneta
(para todos los macacos); una pila de libros sobre monos que van del Todo
sobre los monos al Evolución y ecología de las sociedades de
babuinos; algunos trajes con lentejuelas para los espectáculos, una
máquina de coser y unas cuantas camisetas y prendas de trabajo resistentes; un
montón de carteles del espectáculo de unos años atrás que dicen: «¡24 monos se
enfrentan al abismo!»; un maltrecho sofá tapizado con cuadros escoceses de un
virulento verde, y un novio que la ayuda con los monos.
No es capaz de explicar por qué tiene ninguna de estas
cosas, ni siquiera el novio, que se llama Geof, y al que conoció en Billings
siete meses atrás. Ya no tiene ni idea de de dónde viene nada; ya no cree que
nada tenga sentido, aunque no puede evitar mantener la esperanza de que sí lo
tenga.
El autobús huele a lo que uno se espera que huela un autobús
lleno de monos; aunque, después del espectáculo, después del truco de la bañera
pero antes de que regresen todos los monos, también huele a canela, a la
infusión que Aimee toma a veces.
6.
Durante el espectáculo, los monos hacen gracias y se
disfrazan y representan escenas de películas de éxito (el número de Matrix es
muy popular, y también cualquiera en el que los monos se disfracen de pequeños
orcos). Los monos melenudos, los cola de león y los colobus tienen un número
imitando a un domador y sus leones, con Pango, la vieja mona capuchina, vestida
con una casaca roja y esgrimiendo un látigo y una sillita. La chimpancé (que se
llama Mimí y que no, no es un simple mono como los otros: es un hominoideo)
puede hacer un juego de manos de verdad; no es que sea muy buena, pero en todo
el mundo no hay ninguna Chimpancé que Saca Monedas de las Orejas del Público
que la supere.
Los monos también saben construir un puente colgante con
cuerdas y sillas de madera, hacer una fuente de champán de cuatro pisos y
escribir su nombre en una pizarra.
El espectáculo de los monos es muy popular, con un
calendario que este año incluye ciento veintisiete actuaciones en ferias y
festivales por toda la zona del Medio Oeste y de las Grandes Llanuras. Podrían
ser incluso más, pero a Aimee le gusta dejar que todos tengan un par de semanas
de vacaciones después de Navidad.
7.
Este es el número de la bañera:
Aimee lleva puesto un brillante vestido púrpura oscuro, casi
negro, diseñado para que parezca una exigua túnica de mago. Se coloca delante
de un telón cubierto de estrellas y bañado por una luz azul oscuro. Los monos
están alineados delante de ella. Mientras Aimee habla, se van desnudando,
plegando sus ropas y colocándolas ordenadamente en montones. Zeb se sienta en
su taburete en un lateral, iluminado por un foco blanco situado justo encima de
él, para que así tenga un aspecto un tanto umbroso.
Aimee levanta las manos.
«Estos monos les han hecho reír, les han cortado la
respiración. Han creado maravillas para ustedes y han realizado proezas
envueltas en un halo misterioso. Pero aún les van a ofrecer un último misterio…
el más extraño, el mayor de todos».
Separa los brazos de improviso, y el telón, que se ha vuelto
transparente, es alzado para dejar a la vista la bañera colocada sobre una
tarima elevada. Aimee camina a su alrededor, pasando la mano por sus curvas.
«Esta bañera es un objeto de lo más simple. De lo más normal
y corriente en todos sus aspectos, algo tan prosaico como pueda serlo un
desayuno. Dentro de un momento, invitaré a que algunos miembros del público
suban para que puedan comprobarlo por sí mismos.
Pero para los monos, también es un objeto mágico. Les
permite viajar… aunque nadie sabe adónde. Ni siquiera… —y aquí hace una pausa—
yo lo sé. Solo lo saben los monos y ellos no comparten sus secretos.
¿Adónde van?, ¿al cielo?, ¿a tierras extrañas?, ¿a otros
mundos?… ¿o a algún tenebroso abismo? Nosotros no podemos seguirlos. Ellos
desaparecerán delante de sus ojos, desaparecerán de este objeto de lo más
ordinario».
Y después de que la bañera sea examinada y de que ella
informe al público de que el espectáculo no va a tener un número final
(«Transcurrirán horas antes de que regresen de sus misteriosos viajes») y pida
un aplauso para ellos, Aimee les da la señal.
8.
Los monos de Aimee:
- dos
siamangs, que son pareja
- dos
monos ardilla, aunque son tan activos que perfectamente podrían ser el
doble
- dos
monos vervet
- una
cercopiteco, que probablemente esté preñada, aunque todavía es demasiado
pronto para saberlo con seguridad. Aimee no tiene ni idea de cómo ha
podido suceder.
- tres
monos rhesus, que son capaces de hacer algunos malabarismos
- una
vieja hembra capuchina que se llama Pango
- un
macaco crestado, tres macacos japoneses (uno bastante joven) y un macaco
de Java. A pesar de las diferencias entre ellos, han formado una pequeña
tropa y les gusta dormir juntos.
- un
chimpancé, que no es un mono como los otros puesto que es un hominoideo
- un
hosco gibón
- dos
titíes
- un
tamarino león dorado; un tamarino algodonoso
- un
mono narigudo
- un
colobus rojo y otro negro
- Zeb
9.
Aimee cree que Zeb podría ser un cercopiteco de Brazza,
aunque es tan viejo que ha perdido la mayor parte del pelo. Su salud la tiene
preocupada, pero él insiste en mantenerse en el espectáculo. Ahora mismo, en lo
único en que está en condiciones de participar es en la carrera final hacia la
bañera, y para él es más bien un paseo. El resto del tiempo lo pasa sentado en
un taburete pintado de naranja y plata mirando a los otros monos, como si fuera
el anciano director de una compañía de ballet que observa desde bambalinas su montaje
de El lago de los cisnes. A veces Aimee le da alguna cosa para
que sujete, como el aro plateado que los monos ardilla atraviesan saltando.
10.
Nadie sabe cómo desaparecen los monos ni adónde van. A veces
vuelven con monedas extranjeras o frutas exóticas, o llevando puntiagudas
pantuflas marroquíes. De vez en cuando, alguna mona regresa preñada. El número
de monos varía.
«Es que no lo entiendo», le dice una y otra vez Aimee a
Geof, como si él conociera la explicación. Aimee ya no entiende nada. Ha estado
viviendo sin certezas y este asunto… bueno, todo esto, el que los monos se
lleven tan bien y sepan hacer trucos con cartas y que aparecieran en su vida
así sin más y que desaparezcan de la bañera…, sí, todo; la mayor parte del
tiempo lo lleva bien, pero, de vez en cuando, cuando siente que su vida se
desliza sin frenos montaña abajo, empieza de nuevo a darle vueltas al asunto.
Geof confía en el universo mucho más que Aimee, confía en
que las cosas tienen sentido y en que la gente puede amar y, en consecuencia,
no necesita las mismas pruebas que ella. «Les podrías preguntar a ellos»,
sugiere Geof.
11.
El novio de Aimee:
Geof no es en absoluto lo que Aimee se esperaba de un novio.
En primer lugar, es quince años más joven que ella, veintiocho frente a sus
cuarenta y tres. En segundo, es bajo y callado. En tercero, es un bombón, con
el espeso y suave cabello recogido en una coleta que le llega por el hombro, y
las patillas afeitadas, con lo que su fuerte mandíbula destaca todavía más.
Sonríe con frecuencia, pero se ríe en contadas ocasiones.
Geof es licenciado en Historia, así que es normal que
estuviera trabajando en un taller de reparaciones de bicicletas cuando Aimee lo
conoció en la feria de Montana. Ella nunca tiene demasiado que hacer
inmediatamente después del espectáculo, así que, cuando Geof se ofreció a
invitarla a una cerveza, aceptó. Y de pronto eran las cuatro de la madrugada y
se estaban besando en el autobús, mientras los monos iban entrando y
preparándose para acostarse, y Aimee y Geof hicieron el amor.
Mientras desayunaban por la mañana, los monos se fueron
acercando a Geof uno a uno y le estrecharon la mano solemnemente, y así pasó a
formar parte de la banda, por así decirlo. Aimee le ayudó a recoger su ropa,
las cámaras fotográficas y la tabla de surf que su hermana había pintado para
él un año como regalo de Navidades. No hay sitio para la tabla, así que está
colgada del techo. Los monos ardilla a veces se cuelgan de ella y miran por el
borde.
Aimee y Geof nunca hablan de amor.
Geof tiene un carnet que le permite conducir autobuses, pero
eso no es más que una inesperada ventaja añadida.
12.
Zeb se está muriendo.
En general, los monos están sorprendentemente sanos y Aimee
es capaz de ocuparse de las infecciones de los senos nasales y los problemas
gastrointestinales que tienen de vez en cuando. Para cualquier dolencia más
complicada, ha localizado un par de comunidades on-line y
algunos especialistas que le ayudan.
Sin embargo, Zeb tose mucho y se le está cayendo el poco
pelo que le queda. Se mueve con gran lentitud y a veces le cuesta memorizar
tareas sencillas. Cuando el espectáculo estaba en Saint Paul seis meses atrás,
una bióloga del zoológico de la ciudad fue a visitar a los monos, felicitó a
Aimee por el buen trato que recibían y su estado de salud general y, a petición
de Aimee, examinó a Zeb.
—¿Qué edad tiene? —le preguntó Gina, la bióloga.
—No lo sé —respondió Aimee; el hombre a quien le había
comprado el espectáculo tampoco lo había sabido.
—Te lo voy a decir yo entonces. Es viejo. Y me refiero a que
es seriamente viejo.
Demencia senil, artritis, un soplo cardíaco. Gina dijo que
no se podía saber cuándo.
—Es un mono feliz —añadió—. Se morirá cuando se tenga que
morir.
13.
Aimee le da muchas vueltas a lo siguiente: ¿qué pasará con
el espectáculo cuando Zeb muera? Durante todo el show, Zeb está
sentado con tranquilidad y aplomo en su brillante taburete. Aimee tiene la
sensación de que, de alguna manera, él tiene mucho que ver con que los monos
sean tan afables e inteligentes. Y no deja de pensar que, de algún modo, a él
se debe el que todos desaparezcan y regresen.
Porque todo tiene un motivo, ¿verdad? Porque si hay una sola
cosa (como que enfermes, que tu marido deje de amarte o que tus seres queridos
mueran) que no tenga un motivo, entonces ya nada lo tiene. Así que tiene que
haber motivos. Y Zeb es una posibilidad tan buena como otra cualquiera.
14.
Lo que a Aimee le gusta de esta vida:
Es absurda. Ella no vive en ningún lugar. Su mundo tiene 10
metros y 127 representaciones de largo y ahora mismo 26 monos de ancho. Es algo
manejable.
Las ferias también son absurdas. El diminuto mundo de Aimee
viaja dentro de un mundo ligeramente mayor: las ferias, idénticas e
intercambiables. A veces lo único que le indica en qué ciudad se encuentra son
las temperaturas nocturnas y el perfil del horizonte: yermos, montañas,
llanuras o edificios.
Las ferias son tan artificiales como las rodillas de
titanio: las atracciones, los cobertizos para animales, las carreras de coches,
los conciertos, el olor a azúcar quemado, a churros y a la paja donde duermen
los animales. Todo es un símbolo excesivamente deslumbrador de algo auténtico:
la comida, los animales de compañía, el salir por ahí con los amigos… Nada de
esto tiene nada que ver con el mundo en el que Aimee vivía antes, el mundo del
que provienen todos esos visitantes.
Aimee ha decidido que Geof es igual que lo demás: temporal,
absurdo. No es para ser amado.
15.
La vida de Aimee podría haberse venido abajo de distintas
maneras:
- Se
le podría haber roto un tobillo unos años atrás, habérsele infectado el
hueso y haber tenido que pasar diez meses usando muletas y muchos más con
dolores.
- Su
marido podría haberse enamorado de su secretaria y haberla abandonado.
- Podrían
haberla despedido del trabajo la misma semana en la que se había enterado
de que su hermana tenía cáncer de colon.
- Podría
haber perdido el juicio una temporada y haber tomado una serie de
decisiones cuestionables a consecuencia de las cuales hubiera terminado
sola en un apartamento amueblado en una ciudad elegida al azar en un
atlas.
Nada es seguro. Puedes perderlo todo. A la larga, incluso
aunque tengas toda la suerte de tu parte, morirás y lo perderás todo. Cuando se
tiene una cierta edad o cuando se han perdido determinadas cosas o a
determinadas personas, la atroz amargura de Aimee se convierte en un terrible y
venenoso desaliento.
16.
Aimee ha leído mucho, así que sabe lo raro que es todo esto.
No hay cerrojos en las jaulas. Los monos las utilizan a modo
de habitaciones, como lugares para guardar sus pertenencias más queridas y
refugiarse de los demás cuando quieren una cierta intimidad. Sin embargo, la
mayor parte del tiempo se mueven libremente por el autobús o zanganean por la
ajada hierba de las inmediaciones.
Justo ahora, tres monos están sentados en la cama jugando a
un juego en el que tienen que emparejar las bolas del mismo color. Los hay que
están jugando con madejas de lana de brillantes colores, que están dando
volteretas por el suelo, que están pinchando un pedazo de madera con un destornillador,
y que están subiéndose encima de Aimee, de Geof y del maltrecho sofá. Otros
están apelotonados alrededor del ordenador mirando vídeos de gatitos gracias a
una conexión inalámbrica pirata.
El colobus negro está apilando bloques de construcción de
madera en la mesa de la cocina americana. Los trajo cuando regresó un par de
semanas atrás, y desde entonces ha estado intentando construir un arco. Después
de dos semanas y de que Aimee le haya enseñado en repetidas ocasiones cómo
funciona una dovela, todavía no lo ha conseguido, pero continúa intentándolo
pacientemente.
Geof le está leyendo en voz alta una novela a Pango, la
capuchina, que mira las páginas como si fuera siguiendo la lectura. De vez en
cuando señala una palabra y alza sus vivarachos ojos hacia Geof, y este se la
repite, sonriendo, y luego la deletrea.
Zeb está durmiendo en su jaula: se deslizó hasta ella al
anochecer, ahuecó sus juguetes y su manta y cerró la puerta detrás de él. Es
algo que hace con mucha frecuencia últimamente.
17.
Aimee va a perder a Zeb, ¿y entonces qué? ¿Qué pasará con
los otros monos? 26 monos son muchos monos, pero todos se llevan bien. Nadie,
salvo quizás un zoo o un circo, puede cuidar de tantos monos, y Aimee no cree
que aparte de ella nadie los vaya dejar dormir donde les apetezca o mirar
vídeos de gatitos. Y si no está Zeb, ¿adónde irán esas noches en las que ya no
puedan franquear la bañera para alcanzar su misterioso destino? Y Aimee ni
siquiera sabe si es Zeb, si él es la causa de todo esto, o si de nuevo no se
trata más que de uno de sus intentos por encontrar un motivo.
¿Y Aimee? Ella perderá su seguro mundo artificial: el
autobús, las ferias idénticas entre sí, el absurdo novio. Los monos. ¿Y
entonces qué?
18.
A los pocos meses de comprar el espectáculo, cuando no le
importaba gran cosa si vivía o moría, Aimee siguió a los monos escalera arriba
en el número final. Zeb trepó a toda velocidad por la escalera, entró en la
bañera y se irguió, llenando los pulmones para su gran grito. Y ella corrió
detrás de él. Alcanzó a ver el interior de la abarrotada bañera, con los monos
colocados ordenadamente, intentando dejarle vía libre cuando se percataron de
lo que pretendía. Aimee saltó al hueco que le habían hecho y se encogió
formando un ovillo.
Un instante más tarde, Zeb terminó de inspirar y lanzó su
bramido. Hubo un destello de luz, oyó soltarse las cadenas y sintió cómo se
volcaba la bañera, mientras los monos se agitaban a su alrededor.
Cayó en solitario los tres metros. Se torció el tobillo
cuando chocó contra el escenario, pero se las apañó para mantenerse en pie. Los
monos habían vuelto a desaparecer.
Se produjo un incómodo silencio. Esa no fue una de sus
representaciones de más éxito.
19.
Aimee y Geof van caminando por el paseo central de la feria
de Salina. Ella tiene hambre y no le apetece cocinar, así que están buscando
algún sitio que venda perritos calientes a cuatro dólares y medio y Coca-Colas
a tres veinticinco, cuando de pronto Geof se vuelve hacia Aimee y le dice:
—Esto es una estupidez. ¿Por qué no vamos a la ciudad? A
tomar comida de verdad, a comportarnos como gente normal.
Así que eso es lo que hacen: pasta y vino en un sitio que se
llama Irina’s Villa.
—Siempre estás preguntando por qué se van —dice Geof, cuando
ya ha bebido botella y media. Tiene los ojos de un azul grisáceo indefinido,
pero con esa luz parecen negros y muy cálidos—. Mira, no creo que vayamos a
llegar a descubrir jamás qué es lo que sucede, pero, de todas maneras, tampoco
creo que esa sea la pregunta que realmente importa. Es posible que la pregunta
sea: ¿por qué regresan?
Aimee piensa en las monedas extranjeras, en los bloques de
madera, en esos objetos maravillosos que traen cuando regresan a casa.
—No lo sé —dice—. ¿Por qué regresan?
Más tarde esa misma noche, cuando ya están de vuelta en el
autobús, Geof dice:
—Sí, seguro que vayan a donde vayan es genial. Pero yo tengo
una teoría. —Señala con un gesto el abarrotado autobús con el revoltijo de
juguetes y herramientas. Los dos tamarinos acaban de entrar y están sentados en
la encimera de la cocina, con las cabezas juntas como si estuvieran examinando
alguna tontería nueva—. Les gusta ir de visita a donde quiera que vayan, eso
seguro, pero este es su hogar. Y a todo el mundo le gusta regresar a su hogar
tarde o temprano.
—Si se tiene un hogar —puntualiza Aimee.
—Todo el mundo tiene un hogar, incluso aunque crean que no
lo tienen.
20.
Esa noche, mientras Geof está dormido acurrucado contra uno
de los macacos, Aimee se arrodilla junto a la jaula de Zeb. «¿No me lo puedes
enseñar al menos a mí? —le pide—. ¡Por favor! Antes de que te vayas».
Zeb es un bulto indefinido bajo su manta azul celeste, pero
lanza un débil suspiro y sale lentamente de la jaula. La coge de la mano con su
zarpa coriácea y cálida y juntos salen por la puerta y se adentran en la noche.
El solar del fondo donde están aparcados todos los autobuses
y caravanas está tranquilo, y tan solo se oyen unas pocas voces que llegan de
detrás de ventanas con las cortinas corridas. El azul oscuro del cielo está
salpicado de estrellas. La luz brilla directamente sobre ellos dos y llena de
sombras la cara de Zeb, cuyos ojos, cuando levanta la mirada, parecen no tener
fondo.
La bañera está detrás de los bastidores, colocada ya en la
tarima con ruedas a la espera del siguiente show. El lugar
está casi totalmente a oscuras, iluminado únicamente por algunas señales rojas
de «SALIDA» y por una única lámpara de vapor de sodio situada en un lateral.
Zeb lleva a Aimee hasta la bañera, deja que pase sus manos por las frías curvas
y las garras de león y le señala el interior débilmente iluminado.
A continuación se sube con esfuerzo a la tarima y pasa por
encima del borde de la bañera. Ella está de pie a su lado, mirándole desde
arriba. Zeb se yergue y lanza su gran bramido. Y entonces se deja caer tumbado
y la bañera está vacía.
Aimee lo ha visto, lo ha visto desaparecer. Estaba allí y un
momento después ya no estaba. Pero no había nada que ver, no hay ni una puerta
ni una realidad fluctuante ni un débil chasquido cuando el aire se cuela para
llenar el espacio vacío. Sigue sin tener sentido, pero esa es la respuesta que
tenía Zeb.
Cuando Aimee regresa al autobús, Zeb ya está de vuelta,
enterrado bajo su manta, resollando mientras duerme.
21.
Y entonces un día:
Todos están entre bambalinas. Aimee está terminando de
maquillarse y Geof está volviendo a comprobarlo todo. Los monos están en el
camerino, sentados en círculo con gran cuidado, como si intentaran evitar que
se les arrugaran sus llamativos chalecos y faldas. Zeb está sentado en el
centro, junto a Pango, que lleva su trajecito verde con lentejuelas. Gruñen
brevemente y luego se recuestan. Uno tras otro, los demás monos avanzan hasta
ellos y le estrechan la mano a Zeb y luego a Pango. Ella les hace una venia con
la cabeza, como la niña elegida reina de una feria de flores.
Esa noche, Zeb no corre escaleras arriba. Se queda en el
taburete y el último mono en subir es Pango, que entra en la bañera y lanza un
grito. Aimee ha seguido pensando equivocadamente que Zeb está detrás de lo que
sucede con los monos, pero estaba tan segura que se le han escapado todas las
señales. Pero a Geof no se le ha escapado nada, así que cuando Pango grita,
pulsa el interruptor del flash de luz. El destello, la bañera
vacía.
Zeb se pone de pie en el taburete y hace una reverencia
igual que el director de una compañía de teatro al que han obligado a salir a
saludar al escenario. Cuando el telón baja por última vez, levanta los brazos
para que lo cojan. Aimee lo lleva en brazos mientras caminan de vuelta al
autobús, con el brazo de Geof rodeando a ambos.
Esa noche, Zeb se queda dormido con ellos en la cama, entre
los dos. Cuando Aimee se despierta por la mañana, está de nuevo en su jaula con
su juguete favorito. No se despierta. Los monos se agolpan en los barrotes y
miran.
Aimee llora todo el día.
—Tranquila —le dice Geof.
—No es por Zeb —responde ella entre sollozos.
—Lo sé.
22.
Este es el truco del truco de la bañera: no hay truco. Los
monos atraviesan el escenario y suben por la escalera y entran en la bañera y
se acomodan y entonces desaparecen. El mundo está lleno de sucesos extraños,
sucesos que no tienen ningún sentido, y es posible que este sea uno de ellos. Y
si los monos eligen no compartirlo, muy bien, nadie se lo puede echar en cara.
Es posible que este sea el misterio de los monos, el cómo
encontraron otros monos que se hacían preguntas e intentaban cosas, e idearon
una manera de estar todos juntos para compartirlo. Es posible que en realidad
Aimee y Geof sean simplemente los invitados en el mundo de los monos: están en
él una temporada y luego se marchan.
23.
Seis semanas después, un hombre se acerca a Aimee cuando
ella y Geof se están besando después de un espectáculo. Es pequeño, pálido y se
está quedando calvo. Tiene la mirada de aturdimiento de las personas a las que
algo les está corroyendo por dentro. Aimee conoce esa mirada.
—Tengo que comprárselo —le dice.
—Lo sé —responde Aimee moviendo la cabeza afirmativamente.
Se lo vende por un dólar.
24.
Tres meses más tarde, llega el primer visitante al
apartamento que tienen Aimee y Geof en Bellingham. Oyen cómo se cierra la
nevera y van a la cocina, y allí está Pango, sirviéndose zumo de naranja de
un tetrabrik.
La mandan de vuelta a casa con unos naipes para jugar a la
canasta.
© 2008 Kij Johnson
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