jueves, 21 de septiembre de 2017

Tres poemas de Jose Emilio Pacheco

Tres poemas de José Emilio Pacheco, escritor mexicano de su poemario: El silencio de la luna

El domador 

El domador
El Domador dice que no:
él no tortura a sus bestias.
Su método infalible es la persuasión,
su recompensa el cariño.
El Domador se muestra como un tirano benévolo.
Con mano ya perlada por la vejez,
acaricia indolente unos cachorritos.
Es el espíritu del orden.
Cada cual tiene su lugar
bajo esta carpa y en las jaulas de afuera.
“Sólo trabajo para el placer de mi público;
y lucho por el bien de mis animales.
Sin la misericordia de este Circo
ya los habrían cazado. Serían tal vez
pieles de lujo en un aparador
o simples organismos de sufrimiento
en los laboratorios del infierno.
“En mi Circo no existe ley de la selva.
Viven en paz. Se encuentran protegidos
por mi benevolencia, a veces exigente.
No podría ser de otra manera.
“Ahora observen la cara de mis bestias.
Sólo les falta hablar; si pudieran hacerlo
entonarían a coro mi alabanza.
“Con gusto posaré para sus fotos.
Me encanta retratarme con las panteras,
ver cómo tiembla el tigre cuando empuño mi látigo.
¿Pueden negarlo? El Circo es el Estado perfecto.
Cuando él termina de hablar
el silencio no colma el Circo:
se oyen protestas entre rejas.




La Trapecista

La Trapecista encarna el drama del amor
y está siempre en manos del aire.
La Trapecista no comparte el estigma:
ser de la tierra y regresar a la tierra:
vivir atados al polvo
por la ley de la gravedad y por la pesadumbre del cuerpo.
La Trapecista actúa siempre con dos
pero nunca se queda con ninguno.
Se hunde y vuela en la noche en donde no hay red.
Su cuerpo se hace vida ante la muerte.
La Trapecista es el deseo que se va.
Se halla al alcance de la mano y escapa.
Alta como una estrella en su desnudez,
su arte de estar presente se llama ausencia.





Siameses

Me llamo Tim y odio a Jim, mi hermano
gemelo —y algo más,
ya que nacimos unidos por una membrana flexible
que otorga libertad de movimiento (hasta cierto punto).
Imposible cortarla pues la escisión
acabaría de golpe con nuestras vidas.
Tenemos dos cabezas muy diferentes.
Jim es glotón y sólo come cadáveres
Yo soy vegetariano, estoico, ascético:
mi rival vive esclavo de la lujuria.
Y cuánto me repugnan sus contorsiones
en mujeres de paga mientras yo en vano
hojeo una revista o finjo distancia
mirando en la pantalla videos idiotas.
Yo simpatizo con el pueblo doliente.
Mi ideal es anarquista y odio el poder.
Jim ama el capital, gana millones
pues tiene genio para invertir en la Bolsa.
Él duerme como un niño. Yo soy insomne.
Leo todo el tiempo y Jim detesta los libros.
Me gusta hablar. Mi hermano es silencioso.
Aborrezco la caza, él es experto en venados.
Nos hace millonarios nuestra danza grotesca,
los diálogos obscenos que improvisamos,
y los feroces juegos con espadas.
Dice la gente “¡es el acorde perfecto!”,
“¡nunca se han visto hermanos tan idénticos!”
¿Alguien se ha imaginado nuestra guerra interior,
la lucha interminable que libramos a solas?
(Ninguno de nosotros sabrá nunca
qué significa la expresión a solas).
No podemos creer que existan seres
por separado. Los consideramos
triste mitad de un todo inexistente,
mellizos de un fantasma o espectrales siameses
que alojan en un cuerpo la dualidad, la enemiga
contradicción de opuestos para siempre enfrentados.
Cómo anhelo
vivir sin este monstruo que me duplica y estorba.
Y no obstante de noche, conversamos
en nuestra propia lengua inventada.
Nadie será capaz de descifrar la clave imposible.
En presencia de extraños no se usa nunca.
La llamamos Desesperanto.
Arde en lumbre de rabia y odio hacia ustedes.
Si puedo hablar ahora es porque Jim
duerme su borrachera como puerco en zahúrda.
Despertará en un minuto
y entonces volveremos a la pugna incesante.
Oigan lo que les digo: de verdad
la convivencia es imposible

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