jueves, 10 de diciembre de 2009

Tras la felicidad, la melancolía



Anoche fui a la Biblioteca Nacional invitada a escuchar una conferencia, conversación entreMario Vargas Llosa y Claudio Magris, escritor italiano al que yo conocí luego de leer a quien fuera su esposa Marisa Madieri, excelente escritora italiana a quien su esposo adoró. Había traducción instantánea pero era mucho más agradable escuchar su voz y el idioma tan hermoso, tan vivo, veloz y a la vez armonioso con el que el autor respondía a las preguntas formuladas.
Fue una noche muy agradable para mi, así no más no se tiene frente a una a un escritor de tamaña talla.
Ya en casa, enterada de que escribía una columna en el Corriere della sera, encontré un artçiculo sobre la felicidad. Ver el arículo completo aquí: http://www.ddooss.org/articulos/otros/ClaudioMagris.htm
Me interesó especialmente una historia recogida por Herodoto
que dice:
Solón tiene otra historia, que narra la suerte más feliz después de la de Tello. Versa sobre los dos hermanos Cleobis y Bitón, hijos de una sacerdotisa de Era. El día de la fiesta de la diosa, la madre tenía que asistir al templo con un carro para llevar a cabo el sacrificio pero no encontraban a los bueyes, así que los dos hermanos -que sobresalían en las lides atléticas- tomaron el yugo sobre las propias espaldas y jalaron el carro, con la madre y la parafernalia para el rito, durante un largo trayecto, hasta el templo. Después del sacrificio, la madre, conmovida por su piedad, pide a la diosa que los premie concediéndoles la mejor suerte posible que pueda tocar a un ser humano, la diosa promete concederlo. Cleobis y Bitón fueron festejados por el pueblo, participaron encantados en el banquete, en la fiesta, en los juegos y al final de ese día perfecto, mientras el sol se escondía en el cielo griego, se durmieron serenamente en el templo y nunca volvieron a despertar.
Despues de un día perfecto, tal vez solo cabe la muerte. La felicidad lleva intrínsica la melancolía.
Pero Solón -o por él, Herodoto- sabe que la felicidad consiste en estas cosas aparentemente pequeñas y diarias, cuando la magia de una atmósfera, de una situación, de una concordia las une en un encanto irrepetible, en el que todo se tiene y una mirada, una risa, una complicidad, una correspondencia misteriosa entre un color del mar y el timbre de una voz contienen y dicen la esencia del vivir. Y cuando una constelación tal termina -se trate de una historia de amor o de dos días de feliz vagabundeo- es siempre una muerte. Y, al menos por un instante, puede fácilmente envidiarse la suerte de Cleobis y Bitón, temer aquello que podrá venir después.

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