martes, 15 de febrero de 2011

Fuegos artificiales para que veamos el cielo






Marta Minujin y Andy Warhol
Un angel enigmatico
“Al llegar a New York él ya me conocía a mí porque yo había tirado unos pollos desde un helicóptero y había destruido mi obra en París y eso me había hecho famosa. Entonces llegué ahí y él mismo se presentó Hello Martha, I’m Andy Warhol. Fue en una inauguración en la galería de Leo Castelli donde yo expuse en el ‘65 el Batacazo, una muestra que fue famosísima porque la cerró la Sociedad Protectora de Animales y todo eso. Warhol vino a la inauguración, se presentó y enseguida nos hicimos amigos. Ibamos al Max’s Kansas City Bar y él estaba siempre sentado ahí con la Velvet Underground y Nico. Divinos. Siempre hablábamos con Tiger Mors y Taylor Mead, que era uno de sus actores, y con toda la gente y nos divertíamos como locos en las fiestas. A él le encantaba mi obra pero fundamentalmente le encantaba yo. Yo era mucho más chica. El tendría 38 años y yo 24. El decía que yo era súper pop y loquísima. Yo por esa época andaba en patines por todas partes y me hice famosa. Después nos encontramos en el hotel de Salvador. Dalí invitaba todos los días a tomar el té de las cinco de la tarde a su habitación del Saint Regis Hotel. Iba toda la gente famosa y como yo ya me había hecho famosa porque había salido en Time y Life y era el pop latino y eso y era de las primeras que patinaban por New York, entonces Dalí me mandó a llamar. Y era divertidísimo, nunca me divertí tanto como en esos años. Había una mesa con Candy Darling, travestis, toda gente loca, toda hippie. Y Dalí se movía de acá para allá y de vez en cuando aparecía Gala. A Dalí le encantaba Warhol. Con el que se llevaba mal era con Picasso, hablaba pésimo. Tenían mucha competencia y cuando murió Picasso hizo una fiesta para festejar. ‘Soy el grande, soy el grande, soy el genio’, gritaba Dalí. Tenía una energía brutal, con 74 años no paraba de moverse. En verano andaba con saco de leopardo porque controlaba su temperatura. Y Andy Warhol hacía lo mismo. Siempre vestido de negro como un ángel enigmático pero buenísima persona. Igual después le pegaron unos tiros porque decían que no le había pagado a una chica Valerie. Yo estaba en New York y me enteré por los diarios y fue terrible.”
Yo sere tu espejo
“Después lo volví a encontrar en el ‘85 y le propuse pagarle la deuda externa argentina con choclo, que yo creía que era el oro latinoamericano. Me lo encontré en el Odeon, le conté la idea y a él le encantó. Entonces fui a su casa de la calle 34, a una cuadra del Empire State. Llevé todos los choclos, hice una montaña, pusimos dos sillas y nos sacamos diez fotos. Yo agarraba el choclo, él subía, yo se lo ofrecía y él lo aceptaba. Así la deuda externa quedaba paga. Pensando que yo era la reina del pop por estos lados y él, el rey del pop por allá, tenía sentido que saldáramos la deuda. Después regalamos los choclos firmados a la gente. Esa fue la última vez que lo vi. Murió dos años después.”

“Cuando se murió New York quedó vacío. Por lo menos para mí se vació. New York era una fiesta con Andy Warhol. Apenas lo encontrabas, él ya sabía de todos los lugares adonde había que ir. Cada vez que me veía me decía: ‘La única, la única’, era una identificación total, como con Dalí. Gente que se reconoce como colega. Él era un par. Nunca más lo volví a sentir. Antes lo había sentido acá con Alberto Greco. Y antes, no sé, con Miguel Angel y Leonardo. Con Warhol los dos trabajábamos mucho en el mundo de las discotecas, de la frivolidad. Yo, cuando voy a un cóctel, estoy trabajando. Ésa es la idea: tomar toda la vida como trabajo y el trabajo como vida. Yo antes estaba mucho en la noche de Buenos Aires, ahora no tanto porque la noche cambió. Quizás él también hubiera dejado de salir porque New York cambió mucho. Antes ibas a las discotecas y era una maravilla, había gente viva en las vidrieras, encantadores de víboras, cosas que ves por la calle Florida, pero metidos en peceras. Warhol convirtió todo eso en oro y logró hacerse millonario en vida. Convirtió a la serie en original. Lo masivo, en único. Y las películas fabulosas que hizo, genial: la diversión de aburrir a la gente. Después salieron a decir que su obra no resistía la muerte del personaje. La verdad es que su muerte fue una pérdida brutal porque algo de su obra murió con él. Pero con el tiempo su obra renació. Mirá sus muestras ahora llenas de gente. Él se inventó a sí mismo. Como yo. La gente dice: ‘Marta Minujín es nada más que el personaje’. No, está toda la obra detrás. Todos somos artistas, el problema es darse cuenta. Ahora que me acuerdo, yo tenía una lata de sopa firmada por él pero alguien se la llevó.”




Marta acaba de exponer una retrospectiva en el MALBA

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