Esta semana en ABRA, nuestro taller, tuvimos como invitado a Fernando Pessoa, quizás el mejor poeta portugués. El escribe desde diferentes personajes o personas y este poema pertenece a Alberto Caeiro, un pastor que ama por encima de todo a la naturaleza. El crea heterónimos. Por heterónimo se entiende el autor ficticio o pseudoautor que es también personaje y del que se valen ciertos autores reales, para crear una obra literaria paralela o distinta a la suya. Tuvimos la suerte de que una de las participantes del taller, Denisse, habla portugués y ella nos leyó algunos poemas en ese idioma tan delidado y dulce.
Desde la ventana más alta de mi casa,
con un pañuelo blanco digo adiós
a mis versos, que viajan hacia la humanidad.
Y no estoy alegre ni triste.
Ése es el destino de los versos.
Los escribí y debo enseñárselos a todos
porque no puedo hacer lo contrario,
como la flor no puede esconder el color,
ni el río ocultar que corre,
ni el árbol ocultar que da frutos.
He aquí que ya van lejos, como si fuesen en la diligencia,
y yo siento pena sin querer,
igual que un dolor en el cuerpo.
¿Quién sabe quién los leerá?
¿Quién sabe a qué manos irán?
Flor, me cogió el destino para los ojos.
Árbol, me arrancaron los frutos para las bocas.
Río, el destino de mi agua era no quedarse en mí.
Me resigno y me siento casi alegre,
casi tan alegre como quien se cansa de estar triste.
¡Idos, idos de mí!
Pasa el árbol y se queda disperso por la Naturaleza.
Se marchita la flor y su polvo dura siempre.
Corre el río y entra en el mar y su agua es siempre la
que fue suya.
Paso y me quedo, como el Universo.
(**) De heterónimo Alberto Caeiro
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