martes, 22 de noviembre de 2011

Un taxista encantador


Ayer conocí a un muchacho taxista encantador. Soltero, tendría unos 22 años, vive en Santa Anita y trabaja entre 13 y 15 horas diarias en su taxi. Es una de las ventajas del tráfico, te coloca en un recinto cerrado con una persona desconocida a la que hay que descubrir y con la que podemos compartir nuestra vida. Se llama Raúl Salas. Tiene una fórmula ideal de vida. Seis meses es taxita y seis meses se va a Chanchamayo a trabajar en las tierras de su padre cultivando café. Los siete hermanos ayudan en el tiempo de la cosecha. Me dice quede la provincia le gusta que ahí las comidas se hacen siempre a la misma hora, el desayuno a las seis, el almuerzo a las doce, la comida a las seis. Acá él almuerza lo hace en donde le permite el tiempo, en un lugar que no es su casa y allí, en cualquier parte descansa veinte minutos. Le pregunto si no estudia y hablamos de carreras cortas, ¿en qué eres mejor que los demás? Le pregunto y él me responde en la chacra, con las plantas. Entonces esas es tu vocación. Planeamos juntos que se compre su propia tierra que costará unos 4,000 soles a 1,000 la hectárea, otros mil para las plantas y ya está, podrá dedicarse a éso, encontrarse una mujer de su comunidad que no quiera como las limeñas plancharse el pelo, usar medias nylon, harto maquillaje y a la que normalmente no le guste cocinar o planchar o cuidar niños, y nos reímos juntos de lo pretenciosas que nos hemos vuelto las mujeres. ¿Usted de dónde es? Me pregunta, pensando tal vez que solo una extranjera podría interesarse tanto en su vida. De aquí le digo, y le cuento de Ayacucho hace años, cuando Abimael Guzman era profesor en la universidad y yo pensé porqué estudiaran sociología o antropología y no agricultura o ganadería en un lugar como Ayacucho, le cuento de la feria de Acuchimay en donde vendían un zorro en plena venta de caballos, ¿Para qué sirve un zorro y es tan caro, pregunté? Y me contestaron que traía suerte, que traía cuyes y conejos, estaban vendiendo un zorro ladrón. Raúl se reía mientras conversábamos reconociendo las imágenes de lo que estábamos hablando. Hablamos de Tarma, de la belleza de sus flores y de Oxapampa preciosa. Le enseñé dónde queda radio Marica y él la sintonizó ahí mismo y nuestra conversación estuvo animada por lindas canciones en inglés, bien seleccionada de las antiguas. El tráfico desapareció durante esa hora en la que conversamos sin parar. Me ofreció que vendría a visitarme que me traería un cafeto y que me enseñaría a cosechar y tostar el café de la planta que tengo y que me da unas hermosas pepitas rojas, oro negro. Me traería un platanal , hay muchas variedades y conocería mi huerta en la que ahora están creciendo zapallitos italianos y pimientos, apios y poros. Mi padre sí tiene mano para las verduras, me dice, hasta tomates cultiva que son tan difíciles. Le cuento que le debo la vida a un obrero, que cuando me caí en un barril negro de construcción buscando una piedrita brillante para mi colección de piedras, cuando todos los obreros descansaban en el parque, al viejo Calendario Flores, que ya debe estar muerto, porque esto fue cuando yo tendría seis años, vino a buscar algo y me encontró a mí zambullida en el barril ahogándome. Hemos llegado a casa de mi mamá. Que pena se acabó el camino y nuestra amable conversación. Si tenía dolor de cabeza se me había pasado. Gracias Raúl, espero tu visita, será un placer.

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