Desde Lima, un relámpago de azul-cielo o azul-mar en nuestra mente o en nuestro corazón que ansían la belleza. Cuentos, poesía, música, cine, reflexiones, teatro, viajes, fotografía, entrevistas, danza y más.
martes, 24 de diciembre de 2013
El primer Taikonauta, un cuento oriental
El primer taikonauta
Para Matías
En el siglo XIV, Wan Hu era tan pobre, que solo tenía dinero.
Los antiguos libros cuentan que este acaudalado funcionario imperial de la Dinastía Ming, nunca fue feliz en la Tierra. Soñaba con las estrellas.
De niño, Wan Hu estaba convencido de que al caer la noche, un gran manto con agujeros cubría la Tierra. Las estrellas no eran más que los orificios a través de los cuales se colaba la luz. Sucedía que a la hora de dormir, los dragones corrían la cortina de su Reino y dejaban al Mundo Conocido en una completa oscuridad. Tan solo un farol quedaba prendido, la Luna.
Como luceros, los ojos de Wan Hu se perdían en el infinito, su corazón entraba en órbita y su mente aterrizaba en algún lugar difícil de imaginar para aquellos que nunca han contemplado el cielo. Desde entonces, Wan Hu soñaba con atravesar los orificios que algunos llamaban estrellas. Sonreía y parecía feliz.
Hasta que los problemas estallaron. Los maestros lo acusaron de vivir en la Luna y su padre lo obligó a poner los pies en la Tierra. Creyendo que con su actitud había defraudado y ofendido a sus mayores, prometió fervientemente que cambiaría. Sus ojos, nunca más le dieron cabida a las estrellas.
Con la vista al frente, y tras muchos años de estudio y preparación, los chinos cuentan que Wan Hu se convirtió en un alto y respetado funcionario imperial, acumuló seda y jade, bienes y concubinas, riquezas y placeres. Tenía el mundo a sus pies.
Pero a Wan Hu, poco le interesaba la Tierra. El brillo de sus ojos se había quedado desde hace muchos años en el lugar en donde habitan las estrellas. Nada parecía conmoverlo ni emocionarlo completamente. Hasta su sonrisa era fugaz.
Una noche de luna llena, decidió marcharse de este mundo.
Ante la sorpresa de todos, construyó su propia silla voladora. Amarró a las patas de su sillón preferido 47 tubos de bambú llenos de pólvora. Y ordenó a 47 sirvientes encender al mismo tiempo cada cohete cuando él diera la señal.
Cuentan los chinos que el día del despegue, Wan Hu lucía sus mejores atuendos de seda, un par de cometas para el aterrizaje y una sonrisa brillante en el rostro que iluminaba el planeta.
Tras el lanzamiento, cuando el humo se disipó, Wan Hu ya había desaparecido. Algunos creen que murió en el intento. Otros piensan que atravesó las estrellas. Aunque la mayoría está convencida de que tan sólo hizo un largo viaje para alcanzar su felicidad.
Kepei
柯裴
(Capítulo 23 de Correo de Seda)
De la serie "Cuentos para Matías"
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