domingo, 3 de julio de 2016

El arte de los conversadores

En mi casa se reunían con frecuencia amigos de mis padres y pasaban largas horas conversando. Me encantaba que me dejaran estar por ahí, escuchándolos y fue ahí seguramente, donde fui formándome una manera de ser y de ver. Se hablaba de arte porque había pintores, escritores, críticos, poetas y también de política.  Soy testigo de la manera en la que se ha ido perdiendo el arte de la conversación, el deleite de escuchar al otro, la elección de las palabras como si se estuviese componiendo un poema, la broma, la lisura, el tono de voz melodioso o imponente. Todo eso se me quedó grabado y me conforma.  Hoy leyendo el artículo de Rosa Montero, me transporté a ese tiempo en donde la palabra era la dueña de la fiesta.  

El arte de los conversadores. Angela Mastreta, escritora mexicana.


Yo vengo de un tiempo humano, cada vez más remoto, en el que conversar era el don, el privilegio y la costumbre más encomiable. No sé si ese tiempo tuvo un lugar o si a lo largo de los siglos estamos distribuidos, aquí y allá, los habitantes de su espacio. Creo más probable esta segunda opción, la creo porque he aprendido a reconocer de lejos a los miembros de esta especie de secta cada vez más exigua que podríamos llamar los conversadores. No hay necesidad de trámites, ni de credenciales ni de registros para ser un buen conversador. La única seña necesaria está en la facilidad con que traban cercanía y descubren sus emociones, dudas, pesares y proyectos como quien desgrana un rosario. Impúdicos y desmesurados se vuelven invulnerables, porque todo lo suyo lo comparten. Y si un problema tienen, es el que los hace vivir corriendo el riesgo de derivar en chismosos. Nada tan despreciable para un conversador como un chismoso y, para su desgracia, nada más cercano a la vera del acantilado por el cual caminan. Antes que nadar, comer, dormir o cualquier otro placer parecido, los conversadores prefieren intercambiar palabras. Sólo los besos y sus prolongaciones son tan placenteros para un conversador como las palabras. Tal vez porque los besos están emparentados con las palabras, y el amor puede ser una conversación perfecta.


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