TOMMASO DEBENEDETTI
10/12/2016 03:25
Yo, Tommaso Debenedetti, llegué a inventar 80 entrevistas en
el transcurso de un juego periodístico y literario que duró más de 10 años. Mi
primera víctima fue Gore Vidal. Quien me desenmascaró: Philip Roth. Y, tras un
juicio mediático que me obligó a refugiarme en Israel, no he vuelto a publicar
nada. Hasta hoy. Ahora me dedico a crear falsas cuentas de Facebook y Twitter
de personalidades importantes sin otro propósito que el de descubrir, como
diría Vargas Llosa, la verdad oculta de las mentiras. Fue así como en marzo de
2015 creé la cuenta falsa de Facebook de Elena Ferrante, la famosa autora de la
tetralogía napolitana 'Dos amigas', y publiqué un post anunciando lo que era un
secreto a voces en el mundillo editorial italiano: "Queridos amigos, ha
llegado el momento de anunciar que Elena Ferrante soy yo, Anita Raja".
Inmediatamente recibí mensajes privados de varios periodistas y amigos de la
escritora felicitándola por salir de su escondite. En realidad, tal escondite
nunca existió: la editorial de su marido,el también escritor Domenico Starnone,
llevaba años intentando revelar su identidad. Recuerdo que, durante la
presentación de una novela de Starnone en una famosa librería de Roma, el
director de la editorial Feltrinelli se refirió a Anita, allí presente, como
"la Ferrante"...
Me consta que presentar a la esposa del escritor como La
Ferrante no le sentó nada bien a ella, como tampoco que el periodista Claudio
Gatti revelara hace unas semanas su secreto (que era quien yo dije en 2015:
Anita Raja) y publicara en Il Sole los ingresos que le habían proporcionado los
best sellers.
Nada más leer el polémico reportaje de Gatti, volví a crear
una cuenta falsa de Twitter de Anita Raja. "Abro este perfil en Twitter y
pronto lo cerraré. Estaré aquí el tiempo necesario para explicarme",
anuncié en un primer tuit, del que se hicieron eco algunos medios importantes,
como el Huffington Post. "Considero vulgar y peligroso el modo en que se
ha llegado a mentir para desvelar mi identidad, violando la privacidad y las
reglas periodísticas", decía en otro. "Lo repito: no hablaré más de
Elena Ferrante, no responderé en su nombre, no diré nada acerca de sus libros.
Os lo agradezco. Anita Raja". Ése fue el último de los seis mensajes que
divulgué en el falso perfil de Twitter de la escritora y que dieron la vuelta
el mundo.
La editorial E/O que publica los libros de Elena Ferrante no
tardó en solicitar la cancelación de la cuenta ante el nuevo aluvión de
comentarios y felicitaciones de personas cercanas a la escritora.
¿Qué hacer?, me pregunté. Decidí entonces seguir el rastro
de Anita Raja por las calles de Roma. Sabía, por un amigo común, cuáles eran
los sitios que frecuentaba y traté de dejarme caer por allí diariamente.
Durante semanas, jugué a los detectives y deambulé sin rumbo fijo por la via
delle Carrozze buscando su rostro entre la gente. Ya me había dado por vencido
cuando, la mañana del 20 de octubre pasado, me pareció verla frente al
escaparate del anticuario Antonacci. Conecté enseguida la grabadora del teléfono,
me acerqué a ella y le pregunté: "¿Es usted Anita Raja?". A lo que
ella contestó: "Hay gente...". Fue un acto reflejo, la reacción de
una mujer que se siente acosada y traicionada por la prensa. Pero tuve suerte
de que ella también me reconociera a mí: "Tommaso Debenedetti, el gran
falsificador". Después extendió la mano en un gesto inequívoco para que le
entregara el teléfono, que ella misma se encargó de apagar. "¿Sabes,
Tommaso, que nadie va a creer que hayamos hablado, verdad?". No supe qué
responder y me limité a seguirla hacia una cafetería cercana donde Anita me
ofreció la primera entrevista a cara descubierta.
Por el camino hacia el local pensaba cómo habría de comenzar
este texto después de tantas y tantas entrevistas inventadas. Vaya por delante
una confesión: esta es la primera entrevista real que hago en 15 años. Juro que
todo lo que a continuación describo es verdad. Sí, yo entrevisté a Anita Raja.
Roma, 20 de octubre de 2016
Hace frío y la luz de la mañana es extrañamente gris. Nos
sentamos en una mesa del Bar Della Croce. Pedimos dos cafés. Lo primero que le
pregunto es cómo se sintió al leer el reportaje de Claudio Gatti, que aireaba
no sólo su identidad; también sus ingresos y bienes inmobiliarios. "Sentí
mucha rabia", reconoce la escritora sin titubear. "Gatti, a quien no
conozco por cierto, ha aplicado a un asunto de interés cultural el método de
investigación propio de las noticias sobre la Camorra. Muchos periodistas
sabían que yo era Elena Ferrante pero respetaron mi decisión de permanecer en
el anonimato. Gatti, sin embargo, es un símbolo de la degradación del
periodismo". No puedo evitar sentirme aludido y sonrío. [Porque yo antes
de empezar a inventar entrevistas, fui un periodista serio y disciplinado.
Entrevisté, por ejemplo, a Alain Robbe-Grillet y a Harold Bloom, entre otros
escritores ilustres].
Ella no se inmuta ante mi sonrisa: "Ahora lo importante
es publicar, caiga quien caiga...", reflexiona. Si es cierto que la ética
periodística de Gatti resulta cuando menos cuestionable, no lo es menos que
desde la propia editorial E/O se había alimentado, quizá en exceso, el misterio
sobre su identidad. ¿Nunca sospechó que alguien acabaría pinchando el globo?
"Quizá haya pecado de ingenua por pensar que mi historia, mi vida, no le
interesaba a nadie. A fin de cuentas, soy una simple escritora, no la reina de
Inglaterra. ¿Qué más da si Ferrante es Anita Raja, María Bianchi o Paola
Rossi?".
Parece mentira que Anita-Ferrante no haya concedido nunca
una entrevista, pues se desenvuelve con sorprendente agilidad y no dice una
palabra de más. La pregunta que muchos de sus lectores se hacen, yo entre
ellos, es cuánto afectará la revelación de su identidad a su escritura, a sus
futuros proyectos. Mi interlocutora se queda en silencio un momento, como si
dentro de su cabeza Anita y Elena no terminaran de ponerse de acuerdo.
"Sin duda escribir ahora resulta mucho más difícil", lamenta.
"Elena Ferrante nació en el anonimato y a esa condición le debe toda su
creatividad y cada una de las historias de sus libros. Sólo espero que todo
este asunto se olvide pronto. Han atentado contra Elena Ferrante, pero no estoy
segura de que haya muerto".
El reportaje de Gatti se publicó en la versión online de Il
Sole en la madrugada del 2 de octubre. Inmediatamente Anita recibió una llamada
de sus editores, Sandro y Sandra Ferri, con los que el periodista ya había
contactado previamente, y quedó en reunirse con ellos en casa de un amigo,
también escritor, esa misma noche. "Por primera vez en mi vida, salí a la
calle temiendo ser increpada por algún periodista o paparazzi. Sé que suena
ridículo, pero la noticia se había propagado como la pólvora y empecé a recibir
mensajes y correos de gente que no conocía. Por un momento me asusté... ¿Por
qué me estaba pasando esto a mí?".
A fin de no dar cobertura a las informaciones de Gatti,
Anita y sus editores decidieron mantenerse firmes en su decisión de no
confirmar ni desmentir nada. Al día siguiente, el teléfono de la editorial no
paró de sonar. Llamaban de todo el mundo. "Nuestra estrategia fue el
silencio y la indiferencia. Reconocer públicamente que yo era, efectivamente,
Elena Ferrante legitimaba el trabajo de Gatti. En vez de eso, actuamos como si
nunca hubiéramos leído el reportaje". Ni siquiera contestó a las ofertas
de varias revistas importantes para realizar una entrevista y una sesión de
fotos a cambio de una suma nada desdeñable de dinero. "Nunca he vendido mi
intimidad, y nunca lo haré". Desde entonces, trata de olvidar la pesadilla
y centrarse en su trabajo. "Estoy traduciendo un libro", dice sin dar
más detalles. "Aún es pronto para escribir. Sólo espero volver a hacerlo
algún día".
No es un pseudónimo
Todo dependerá de si es capaz de recomponer el puzzle de su
identidad como escritora. Le pregunto entonces por el origen de su pseudónimo,
sobre el que se ha especulado mucho. "¡No es un pseudónimo!",
protesta. "Es un nombre, un nombre como otro cualquiera". Y pide otro
café. Mientras habla con el camarero pienso que quizá Elena Ferrante se esconda
en las traducciones del alemán de Anita Raja, en las versiones en italiano de
autoras como Helga Schubert, Helga Konigsdorf, Maxie Wander y sobre todo
Christa Wolf, a quien llegó a conocer en 1984. "Fue ella quien inspiró la
historia de amistad de Lila y Lenù, y también quien me animó a escribir, a ir
más allá de la interpretación de otros textos".
Anita redactó el primer borrador de la La amiga estupenda en
el trascurso de 11 meses y se lo entregó a los editores de E/O sin hacerse
demasiadas ilusiones. "Para mi más absoluta sorpresa, dijeron que era un
libro maravilloso y se ofrecieron a publicarlo cuanto antes. Yo tenía miedo de
que un posible fracaso de la novela malograra mi reputación como traductora.
Así que, tras pensarlo mucho, les propuse firmarlo como Elena Ferrante".
Elena por su tía Elena Raja, hermana de su padre y quien le inculcó de pequeña
la pasión por la lectura y por Nápoles. Ferrante por sus editores y amigos,
Sandro y Sandra Ferri, y Elsa Morante, otro de sus alter egos literarios. Nunca
imaginó que el resultado, Elena Ferrante, se convertiría en un fenómeno
editorial con millones de lectores en todo el mundo.
Anita Raja nació en Roma en 1953, hija de un juez napolitano
y una profesora de alemán de origen polaco que sobrevivió a los campos de
exterminio de la barbarie nazi. Más allá del márketing editorial de E/O, La
frantumaglia [diario de Elena Ferrante, que no se ha traducido al castellano,
dirigido a los fans, ávidos por conocer los detalles de su vida] se inscribe en
la larga tradición de escritores que, como Kafka, se debaten temerariamente
entre el anonimato y las ansias de reconocimiento. "Para mí la escritura
es una forma de desaparición, una huida constante hacia lo desconocido. Como
traductora he aprendido a borrar las huellas de mi propia escritura, a dejar
que sea otra voz la que hable a través de mis palabras. Por eso para mí Elena
Ferrante existe y tiene entidad propia como escritora. Yo sólo soy un medio a
través del cual ella puede expresarse".
Quizá Anita Raja y yo tengamos más cosas en común de lo que
ella esperara. O puede que me equivoque y que haya sido precisamente nuestra
afición a hablar por boca de otra persona la que ha hecho posible nuestro
encuentro. Al fin y al cabo, La frantumaglia no deja de ser una larga
entrevista inventada, una falsa sesión de psicoanálisis en la que la gran
escritora feminista de los últimos tiempos habla de su infancia en Nápoles, de
los retos de la maternidad y de las angustias existencias de la mujer moderna.
Nada en ese relato es cierto, pero todo tiene aroma de verdad. "Más que
mentir, he jugado al despiste", se sincera por fin. "Lo hice en La
frantumaglia y también en las entrevistas que contesté por correo electrónico a
diferentes medios de comunicación. ¿Qué sentido tiene el anonimato si una
termina claudicando a la curiosidad de los periodistas?". Después se me
acerca y, clavándome la mirada, añade: "Tú mejor que nadie, Tommaso, sabes
que a veces para decir la verdad hay que recurrir a la mentira. Para que mi
verdad, la verdad de Elena Ferrante no se extinguiera, tuve que dar algunas
pistas falsas. No lo hice con mala intención, sólo para proteger a la verdadera
autora, que no soy yo, insisto, sino Elena Ferrante".
¿Quién plagia a quién?
No le importa a Anita Raja reconocer cierto parecido
estilístico con su marido, pero niega rotundamente que la tetralogía se haya
escrito a cuatro manos. "Los dos nos damos buenos consejos y tenemos muy
en cuenta nuestras opiniones", sostiene. "Ahora bien, me sorprende
que quienes han encontrado paralelismos en nuestras novelas sugieran que es
Elena Ferrante quien plagia a Domenico Starnone, y no al revés. ¿Qué curioso,
verdad?".
Algo le quema por dentro y yo espero en silencio a la
erupción: "A muchos periodistas les gustará saber que fui yo quien ayudé a
Starnone a redactar algunos pasajes de Via Gemito", una de las novelas más
celebradas de su marido. Noto en su mirada que se arrepiente de haber
pronunciado esas últimas palabras. Pero detecto también un atisbo de
satisfacción, como si hubiera aliviado el peso de un doloroso secreto.
Anita da por terminada la entrevista. "Llevamos más de
una hora hablando", dice antes de levantarse, rebuscar en el bolso y
entregarme el teléfono. Mientras salimos del café, le hago la última pregunta.
"¿Y por qué iba yo a arrepentirme de nada?", resuelve con una
carcajada. "Escriba lo que quiera... Ponga en grandes titulares que yo soy
Elena Ferrante, pero asegúrese de que se lo publican". La observo por
última vez mientras se aleja en dirección a la Piazza di Spagna. Sólo entonces
soy consciente de lo que acaba de suceder. Nadie te va a creer, me digo a mí
mismo. Así que enciendo el teléfono, avanzo unos metros a toda prisa y tomo una
fotografía de Anita Raja antes de que Elena Ferrante vuelva a desaparecer entre
el bullicio de esta mañana fría y extrañamente gris.
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