Uno de mis primeros viajes fue al Brasil, mi padre siempre me había hablado de Río con inmenso cariño, había vivido ahí de muy joven y tenía grabadas las bellas experiencia de su infancia. Llegó en barco, fue a la escuela, hizo amigos y travesuras, vio el carnaval y se encantó con la alegría de su gente y lo colorido de la ciudad. Viajé con mi madre, nos hospedamos en Copacabana, la playa frente a nuestros ojos, los jóvenes en pequeñísimos trajes de baño jugaban enardecidos vóley y fútbol y cualquier cosa era motivo para la samba y el pregón. Tenía quince años y mi pequeño mundo limeño se agigantó. Había mucho más por ver y conocer en el mundo, mucha más gente que mis amigos, otras costumbres, otro idioma, jugo de uva, enorme morenos vendiendo piña fresca en la playa, un malecón interminable y la belleza del Pan de Azúcar enmarcando el intenso azul del mar que contrastaba con la blanquísima arena. Fuimos al Museo de arte contemporáneo y vi un cuadro todo blanco, ni un punto ni una línea, todo era moderno y sorpresivo. Me invitaron a una fiesta en el barrio Larangeiras, me pinté un poco los ojos pero no me sirvió de mucho porque, las garotas, más avanzados que nosotras, tenían todo a media luz imitando una discoteca. La sonrisa de la gente, el “Muito Obrigado” en la punta de los labios. Nos llevaron a una Macumba y no me alcanzaban los ojos para ver esa ceremonia de magia, música y danza que incluía una gallina y una morena que fumaba pipa y danzaba sin parar. Sentadas en los cafés de los hoteles de Copacabana mi madre y yo nos sentimos felices y ahora que evoco esos días cariocas, recuerdo coqueterías y piropos de un chico encantador que pasó delante de nosotros varias veces hasta que terminó sentado en nuestra mesa divirtiéndonos con sus ocurrencias. Antes de ir a dormir nos llevábamos la dulce tonada de “Boa noite” que nos habían lanzado para despedirnos.
No he olvidado con la amabilidad que me arreglaron una sandalia que se me rompió en plena calle, pasó de mano en mano hasta que me la entregaron perfecta.
No he regresado a Río, si bien conocí playas preciosas como Ipanema y Leblón sé que ahora hay playas de ensueño que quién sabe conoceré algún día. El Brasil, ese casi continente que tendríamos que visitar, Bahía la de “Doña Flor y sus dos maridos”, uno de mis sueños, y claro que Sao Paolo que dicen que no es tan linda pero que uno puede encontrar ahí los sitios más exóticos y sofisticados que uno puede imaginar, arte, restaurantes, gente de todas partes del mundo, una mega ciudad.
El Corcovado, el funicular, el Maracaná, quisiera volver a verlo todo. Eu gosto Río de Janeiro.
la verdad es que Rio de Janeiro es hermoso. fui cuando era un poco más joven y fue uno de mis mejores veranos.. el Cristo me dio mucha emoción por todo lo que le genera a las personas. sin duda imperdible para visitar. Cuando pueda encontrar apartamentos buenos aires para mudarme y ya este mudada voy a irme de nuevo para Brasil
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