Tomado del blog de mi amigo el escritor venezolano Carlos Yusti Escaner culturalhttp://revista.escaner.cl sobre un mal ahora muy común el de la dispersión.
AL BORDE DE LA DISPERSIÓN
Carlos Yusti
Como mi norte en la vida era no terminar nada, y tener muchas ocupaciones extrañas para desenredar el gran ovillo de la existencia, de joven comenzaba varios proyectos en simultáneo (participaba en un grupo de teatro juvenil, elaboraba caricaturas para una exposición, editaba con otro grupo de amigos una revista, etc.) con la firme intención de no concluirlos o dejarlos a madias. No lo hacía con premeditación y alevosía, sino que ya otros nuevos proyectos sobrevolaban en mi cabeza y debía acometerlos antes que se espantaran.
Un día decidí mandar al diablo todos los proyectos y conseguí trabajo con un turco que vendía electrodomésticos. Durante 4 años me aparté de todo en plan de convertirme en un espectador omnisciente. En esta etapa descubrí a George Lichtenberg, personaje curioso de la filosofía que al morir dejó una serie de cuadernos con anotaciones breves y de una brillantez como de fogonazo. Lichtenberg tuvo la facultad de asumir varios proyectos a la vez sin terminar ninguno. Construía pararrayos, hacia cálculos de probabilidades lanzando por horas una moneda al aire, con su telescopio veía cada noche las estrellas y a su vecina que se prepara para dormir, llevaba un cuadro clínico de sus padecimientos reales e inventados y escribía de moda, ciencia y de cualquier tema que llamara su atención. Su interés por las cuestiones del mundo fue variado y disperso lo cual lo convirtió en una mente prodigiosa en su tiempo y aunque nunca se movió de Gotinga los pensadores y autores más ilustres de su época viajaban a esa ciudad de la baja Sajonia en Alemania con la sola intención de conocerlo.
También por casualidad descubrí a otro personaje tan lleno de aristas curiosas como el filósofo de Gotinga. Joe Gould era una especie de vagabundo y bohemio imprescindible en la zona cultural del Greenwich Village. De profesión periodista un día lo dejó todo y se lanzó a la calle a vivir en vagabundo y escribir un monumental libro que recopilaría la historia oral de Norteamérica. Lo cierto es que Gould se convirtió en un personaje artístico y mediático, le hacían entrevista para revistas o periódicos, además artistas y poetas buscaban su compañía ya que era la suma de la libertad creadora en estado puro, (el gran poeta e.e Cummings dibujó su retrato). La gente lo veía en los bares y cafés del Village escribiendo en cuadernos escolares. Durante años esa fue vida: artista sin obra. Era un celebridad artística que se codeó con los mejores poetas, pintores y escritores de su momento.
Al morir Joe Gould un periodista, que había escrito dos sendos reportajes sobre tan curioso personaje, descubrió una veintena de cuadernos con los textos de Gould. En cada cuaderno repetía siempre la misma historia que relataba la muerte de su padre. De un cuaderno a otro, con pequeñas alteraciones, escribía las circunstancias que rodearon la muerte de su padre, en el fondo era la misma historia escrita y reescrita hasta la saciedad. El periodista consiguió otro lote de cuadernos y contenían el mismo relato una y otra vez. Quizá Gould estuvo consciente de su farsa, sin duda deseaba escribir su gran libro, pero no tuvo el talento ni el aplomo necesario para acometerlo y se dejó ganar por su mentira y por ese personaje pintoresco que había creado.
Lo que hizo Gould fue inventarse una historia para andar por la vida libre sin ningún tipo de presión. El gran libro de la historia oral sólo estuvo en su cabeza, acaso al principio lo que resultaba una idea interesante pasó a segundo plano ya que la gran historia era esa: vivir como un mendigo. El acierto absurdo de Gould fue la de convertirse en personaje de una farsa que sostuvo hasta su muerte, de una mentira que le proporcionó la oportunidad de vivir en una fantasía confeccionada con esa misma metáfora que el Don Quijote literario elaboró la suya, sólo que Gould era un personaje real que desquició e iluminó la realidad con su fantasía del mendigo escritor, del mendigo que escribe esa historia menuda que se escucha a cada tramo de la vida, de esa historia imperceptible que se pierde en el voceo de la gente que va y viene al declinar el día.
Con el espíritu menos disperso retomé la pintura y la escritura. Desde entonces mi trabajo tiende a diluirse en el retraso, en el equivoco de los horarios y en todos esos imponderables que demora todos los relojes y cualquier proyecto. Pero me ido adaptando a la dispersión con naturalidad.
Otro escritor atenazado por el aire de la dispersión fue Santiago Key-Ayala, cuyos textos estuvieron perdidos y dispersos en distintitas publicaciones menores hasta que se publicó un libro que compiló gran parte de su obra.
El poeta José Vizcaya (Cheo) también es bastante disperso y sus poemas viven rueda libre en periódicos, revistas y en una que otra antología. Cheo escribe sus poemas en cualquier parte y sin esquemas preestablecidos o con miras a comprimirlos en un libro.
La dispersión es lo contrario a lo que se acuña (a regañadientes) con método y cosa. Lo disperso se opone a los horarios y a esas camisas de fuerza de la escritura por encargo.
Otro gran espíritu de la dispersión podría ser Marcel Duchamp. Pintor, fotógrafo cuyo alter ego femenino era una mujer exótica llamada Rrose Selavy, que no era otro que el artista disfrazado. Esto podría considerarse como un antecedente en bruto del Performance. Duchamp exploraba al detalle su parte femenina y se esmeraba: collares, alhajas, vestido, abrigos etc. El explica un poco esta metamorfosis: “En efecto quise cambiar de identidad (…) y, de repente, tuve una idea: ¿por qué no cambiarde sexo? ¡Era mucho más fácil! De esa idea surgió el nombre de Rrose Selavy. (…) La doble r proviene de un cuadro de Fracis Picabia, el Oeil cacodylate,…”
Ser otro puede ser un síntoma inequívoco de dispersión y cuyo ejemplo más patético lo vivió el poeta Rimbaud que proclamó con todo su desgarro su “yo es otro”. Un buen día Duchamp dejó de pintar y aseguró en una entrevista famosa que él no tomó semejante decisión, sino que vino sola y ya se había alejado mucho de la idea del pintor tradicional con su pincel, su paleta, su esencia de trementina; una idea que había desaparecido de su vida.
Duchamp fue haciendo sus obras artísticas con grandes huecos, con enormes paréntesis más que la obra estaba interesado en vivir: “Me hubiera gustado trabajar, pero había en mí un fondo enorme de pereza. Me gusta más vivir y respirar que trabajar(…) mi arte consistiría en vivir; cada segundo, cada respiración es una obra que no está inscrita en ninguna parte…” Duchamp se movió en el arte entre la pereza y la dispersión, pero su obra dice más de un proceso mental de concebir el arte que de una obra determinada ocupando un espacio en algún museo. Es un manera de expresar su goteo calmado por la vida, el arte como un depósito de algunas puntuales ideas estéticas o como él lo dijo: “Tampoco he conocido el esfuerzo de producir, puesto que la pintura no ha sido para mí más que un vertedero, una necesidad imperiosa de expresarme”.
En el abismo de lo disperso la vida tiene el sabor nítido de la tranquilidad inquieta, de ese nerviosismo relajado que apunta en diferentes direcciones. Uno por su parte va salvándose como puede, siempre juntando los pedazos aquí y allá con la satisfacción de que algo sucederá para retrasarlo todo, para que uno siga goteando en la vida con pereza infinita y siempre al borde de ese abismo de lo disperso.
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