domingo, 8 de marzo de 2015

Frases de Sergio Pitol


frases de Sergio Pitol


 


Cada uno de nosotros es todos los hombres.

Todos los tiempos son en el fondo un tiempo único.

La inspiración es el fruto más delicado de la memoria.

Un escritor a menudo oye hablar sin escuchar una palabra.

Un libro leído en distintas épocas se transforma en varios libros.

La lectura es un juego secreto de aproximaciones y distancias. Es también una lotería.

Lo único que se puede hacer para seguir adelante es no dejarse llevar por el derrotismo y trabajar.

Si bien es cierto que vivimos tiempos crueles, también es cierto que estamos en tiempo de prodigios.

Todos, los castos como los lascivos, han aprendido que el sufrimiento es la sombra de todo amor, que el amor se desdobla en amor y en sufrimiento.

Uno, me aventuro a decir, es los libros que ha leído, la pintura que ha conocido, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas.

Un novelista es alguien que oye voces a través de las voces (...) Con ellas va trazando el mapa de su vida. Sabe que cuando ya no pueda hacerlo le llegará la muerte, no la definitiva, sino la muerte en vida, la hibernación, la parálisis, lo que es infinitamente peor.

Nadie lee de la misma manera. Me abochorna enunciar semejante trivialidad, pero no desisto: la diversa formación cultural, la especialización, las tradiciones, las modas académicas, el temperamento personal, sobre todo, pueden decidir que un libro produzca impresiones distintas en lectores diferentes.

El libro realiza una multitud de tareas, algunas soberbias, otras deplorables; distribuye conocimientos y miserias, ilumina y engaña, libera y manipula, enaltece y rebaja, crea o cancela opciones de vida. Sin él, evidentemente, ninguna cultura sería posible. Desaparecería la historia y nuestro futuro se cubriría de nubarrones siniestros. Quienes odian los libros también odian la vida.

Uno dice: "No sé, no me he dado cuenta de cómo ha pasado el tiempo". Y la verdad es que cuesta dar crédito a esa evidencia. Recuerde usted la experiencia del espejo a la hora de afeitarse: el rostro senil que se resiste a reconocer, los esfuerzos por revivir ciertos gestos con que treinta o cuarenta años atrás imaginaba fascinar al mundo. ¡Qué infinita fe de carbonaro para suponer que esas muecas que devuelve el espejo tengan alguna relación con las fotos de juventud! Hay un genuino resentimiento ante la injusticia cósmica por no haber una señal explícita de la aproximación del desastre. O tal vez la hubo y no logramos detectarla. Parecería que la metamorfosis de lo lozano a lo marchito nos hubiese ocurrido en estado de coma. En fin, la cosa es que uno se ha hecho viejo.

 

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