Escena conyugal Ines Garland
A Russell Edmond
Un hombre está doblando a su mujer. Ella es tan flexible en su belleza. Cuando termina de doblarla bien doblada, lo espía por entre los dedos de los pies. Él retuerce el cuerpo doblado y la hace gotear. La escupe. La saliva va a ayudar a doblarla mejor. ¿Será posible plegarla varias veces más para poder guardársela en el bolsillo? Toca algo duro. Empuja con todas sus fuerzas hasta que cruje. La tira al piso y piensa.
− No − dice ella −. Sé lo ...que estás pensando. Chata, no.
Pero él la quiere chata. La necesita chata.
− Qué infantil − dice ella, y se escabulle en el bajomesada.
Él se acuesta en el piso y mira ahí debajo. Está muy oscuro, pero puede verle los ojitos decepcionados. Puede oír como se arrastra hacia el rincón.
Es terca, pero él no va a dejar que se salga con la suya.
Busca el escobillón. El cepillo es demasiado ancho y no entra. Lo desenrosca y se agacha para meter el palo bajo la mesada. Ella suelta unos gemidos de animalito cuando la aprieta con la punta del palo.
-¿Salís?
Pero ella no contesta. Trata de sacarla empujándola contra la pared, pero se le traba en el rincón. Él le grita.
-¡Salí!
No obedece. Nunca obedece. Si la achata contra el piso va a poder apretarla y sacarla. Pero apenas le saca el palo de encima, ella se escabulle hacia otro rincón.
Él se acuesta en el piso para verla mejor. Los ojitos, ya no puede descifrarlos. La atrapa otra vez. La siente debatirse contra la punta del palo y aprieta con más fuerza. Ya no la escucha. Ya no le importa. Lo único que quiere es que salga de ahí abajo. Y empuja el palo con todas sus fuerzas.
A Russell Edmond
Un hombre está doblando a su mujer. Ella es tan flexible en su belleza. Cuando termina de doblarla bien doblada, lo espía por entre los dedos de los pies. Él retuerce el cuerpo doblado y la hace gotear. La escupe. La saliva va a ayudar a doblarla mejor. ¿Será posible plegarla varias veces más para poder guardársela en el bolsillo? Toca algo duro. Empuja con todas sus fuerzas hasta que cruje. La tira al piso y piensa.
− No − dice ella −. Sé lo ...que estás pensando. Chata, no.
Pero él la quiere chata. La necesita chata.
− Qué infantil − dice ella, y se escabulle en el bajomesada.
Él se acuesta en el piso y mira ahí debajo. Está muy oscuro, pero puede verle los ojitos decepcionados. Puede oír como se arrastra hacia el rincón.
Es terca, pero él no va a dejar que se salga con la suya.
Busca el escobillón. El cepillo es demasiado ancho y no entra. Lo desenrosca y se agacha para meter el palo bajo la mesada. Ella suelta unos gemidos de animalito cuando la aprieta con la punta del palo.
-¿Salís?
Pero ella no contesta. Trata de sacarla empujándola contra la pared, pero se le traba en el rincón. Él le grita.
-¡Salí!
No obedece. Nunca obedece. Si la achata contra el piso va a poder apretarla y sacarla. Pero apenas le saca el palo de encima, ella se escabulle hacia otro rincón.
Él se acuesta en el piso para verla mejor. Los ojitos, ya no puede descifrarlos. La atrapa otra vez. La siente debatirse contra la punta del palo y aprieta con más fuerza. Ya no la escucha. Ya no le importa. Lo único que quiere es que salga de ahí abajo. Y empuja el palo con todas sus fuerzas.
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