La
noche hace a toda mujer hermosa
Esperaba ansiosa la caída del sol a veces
sintiendo que seguía un ritual que habrían practicado sus antepasadas, se iba
al malecón, tomaba asiento en una piedra ancha y plana que parecía estar ahí
esperándola, y asistía a la muerte del sol, a la ceremonia de agacharse, de
hundirse y desaparecer, que el globo
rojo, a veces en forma de hongo, otras como plato extendido, una vez con diseño
de corona gigantesca, realizaba como para enseñar a los hombres la humildad y
la necesidad de la muerte.
Una vez desaparecido, luego de que ella hubiese
cerrado los ojos, viendo a través de sus párpados todavía el concentrado de
fuego que se aventaba al mar como para unirse y desaparecer en una aventura envidiable,
luego de pronunciar en silencio los tres deseos, con el corazón ansioso y la fe
hundida en sus cejas ceñidas, aguardaba unos momentos contemplando la tristeza
del cielo, ese canto de colores que teñía de dolor todo el espacio, ese aullido
de pena que la tierra toda desplegaba
ante la agonía del sol y el vacío de amargo que se produciría tras su ausencia.
Entonces, y solo entonces ella corría, cruzaba las
pistas, aceleraba el paso y entraba a su pequeña habitación para mirarse en el
espejo y comprobar una vez más el milagro. La noche la había vuelto hermosa.
Complacida duraba unos instantes comprobando la
perfección de su rostro, el brillo de sus ojos que prometían el amor, la
belleza de su sonrisa amplia y verdadera.
Apuraba un poco sus movimientos, abría el armario
y ahí en lugar de aquellos vestidos que le parecían ajenos, malhechos,
descoloridos o insulsos, hallaba los vestidos preciosos, los que la
transformarían en una mujer regia
como la que ella anhelaba ser durante
sus lánguidas horas del día.
Esa noche se cumplía el mes entero de su
transformación nocturna. Un mes ya de conocerlo. El la esperaba en la mesa del
fondo del café del pueblo, se iluminaba al verla y la tomaba de la mano para
llevarla a pasear por las pequeñas calles casi oscuras de los alrededores.
Ella ya se lo había contado, soy hermosa solo de
noche, es la luna, tal vez alguna estrella, son tus ojos los que me hacen
hermosa, o tu amor tan tierno. El insistía en que ella se quedase acompañándolo
hasta que saliese el sol, para verla a plena luz para confirmar que seguía
siendo hermosa, y que si no fuese así, que si la luz del sol la volviese menos
seductora, él la seguiría amando aunque no se pareciese a esa imagen
deslumbrante que lo enloquecía de amor.
¿Cambió la naturaleza su manera de ser y
desapareció el día haciendo una sola larga noche para que ellos pudiesen verse
siempre hermosos y se amasen eternamente sin que los rayos del sol mostrarse
imperfección alguna?
¿Se deshizo ella en fragmentos ante su atónita mirada
una vez que la luz de la mañana atravesó su ventana iluminándola?
¿Permaneció bella, más bella aún siendo bella de
día, la más bella mujer de los días y las noches?
¿Fue ella la que se escandalizó al ver que era él
el que perdía su hermosura conforme aclaraba y el cielo se volvía azul y bello?
¿O más bien permanecieron refugiados en la noche
pero fue el paso del tiempo y no la luz la que fue quitando frescura y
felicidad en sus rostros?
Cada uno tiene su propia historia. La belleza es
pasajera, es cambiante, a veces se acentúa y otras cansa. Otros son los dones
que permanecen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu comentario es de gran utilidad para para Abraelazuldelcielo. Ce.