Formas de duelo Un artículo de Fernando Savater para el diario El Pais
En los últimos meses han aparecido en Anagrama dos novelas que tratan del duelo por la pérdida de un ser amado, 'Niveles de vida', de Julian Barnes, y 'También esto pasará', de Milena Busquets Escritor Julian Barnes
El breve y compacto ensayo de Freud Duelo y melancolía ha dotado a los atribulados y, sobre todo, a los empeñados en consolarles de un vocabulario racionalizador de la pena: “Hacer el trabajo del duelo”, retirar la libido del objeto ya inexistente y orientarla hacia otro, evitar la psicosis alucinatoria del deseo… El estilo siempre elocuentemente antisentimental del maestro vienés sigue fascinando, pero en este tema despierta la indignada protesta de muchos afligidos: aunque en más sofisticado, les suena parecido a los consejos del descerebrado “piensa en positivo” reinante, con sus lemas de “la vida sigue”, “el tiempo todo lo cura”, etcétera. Prefieren a escritores y poetas menos científicos, pero más convencidos de la evidencia de lo irreparable, como el propio san Agustín cuando a la muerte de su madre reivindica “la dulzura de llorar sobre ella y por ella, sobre mí y por mí… pues ¿qué es lo que me hacía sufrir en el fondo de mí, sino la súbita ruptura de la costumbre, tan grata y querida, de vivir juntos?”.
En los últimos meses han aparecido en Anagrama dos novelas que tratan del duelo por la pérdida de un ser amado, distintas en forma y fondo, pero ambas literariamente recomendables: Niveles de vida, de Julian Barnes, y También esto pasará, de Milena Busquets. La primera cuenta con magistral y sobria precisión la evolución de su padecer tras la muerte de su esposa; la segunda narra los intentos de recuperar la plenitud sensual y afectiva de su vida tras la muerte de una madre que había sido mentora y compañera excepcional. Son dos abandonos muy distintos, el del sexagenario que pierde a quien fue su compañera durante treinta años y la mujer de cuarenta que se queda sin su madre tras una larga enfermedad. Y son contados de modo muy diverso, Barnes con una prosa casi clínica de enorme penetración y llena de pasión contenida, Busquets de modo ágil y muy entretenido, con toques de comedia mundana. También los desenlaces son diferentes: la hija se siente finalmente autorizada por la madre ausente a recobrar el disfrute de su vida, mientras que Barnes no se hace demasiadas ilusiones sobre la posibilidad de librarse de la tristeza y se conforma con desplazarla y dejarse llevar por la brisa.
Es difícil escribir sobre este tema, porque es el más intensamente personal pero también el más común. Como bien dice Barnes, “la aflicción, como la muerte, es banal y única”. La pérdida del ser querido nos pone frente a dos evidencias abrumadoras, una de ellas señalada por Freud y la otra ignorada por él: lo irremediable y lo insustituible. La combinación de ambas es la revelación de lo real, negada por los trasmundanos que creen que la muerte puede corregirse y los positivistas que creen reemplazable lo perdido. El verdadero trabajo del duelo es desechar la realidad acolchada y enmoquetada en que habitábamos y acostumbrarnos a la otra, la desnuda, la que nos desahucia. Hay un apotegma de Wittgenstein que siempre me resultó indescifrable, salvo en un sentido banal indigno del filósofo: “El mundo de un hombre feliz es diferente del de uno infeliz”. Ahora lo comprendo mejor por experiencia propia y creo que de ello tratan, cada cual a su modo, las dos novelas comentadas.
Es difícil escribir sobre este tema, porque es el más intensamente personal pero también el más común. Como bien dice Barnes, “la aflicción, como la muerte, es banal y única”. La pérdida del ser querido nos pone frente a dos evidencias abrumadoras, una de ellas señalada por Freud y la otra ignorada por él: lo irremediable y lo insustituible. La combinación de ambas es la revelación de lo real, negada por los trasmundanos que creen que la muerte puede corregirse y los positivistas que creen reemplazable lo perdido. El verdadero trabajo del duelo es desechar la realidad acolchada y enmoquetada en que habitábamos y acostumbrarnos a la otra, la desnuda, la que nos desahucia. Hay un apotegma de Wittgenstein que siempre me resultó indescifrable, salvo en un sentido banal indigno del filósofo: “El mundo de un hombre feliz es diferente del de uno infeliz”. Ahora lo comprendo mejor por experiencia propia y creo que de ello tratan, cada cual a su modo, las dos novelas comentadas.
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