Pero, sin duda alguna, la fama de Maderno le viene de esa misteriosa estatua de Santa Cecilia, con la que se quiso conmemorar el hallazgo del cuerpo incorrupto de la santa, producido unos años antes de que Maderno la fijase para siempre en mármol de Carrara. La obra en si misma es un ejemplo de las tendencias que se aunaban en nuestro escultor. El rostro de la mártir no presenta signo alguno de dolor, aunque la posición forzada del cuello y el visible tajo que aparece en él introducen un gusto por lo patético, claramente reforzado por la presencia de las manos atadas.
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