Jacqueline Du Pré, apodada "el ángel de la eterna sonrisa" fue una de las más grandes concertistas de chelo, esposa de Daniel Barenboim sufrió arterosclerosis múltiple. Muere a los 42 años. Dejó su violonchelo stradivarius a YO YO MA.
A la edad de cuatro años oyó por la radio el sonido de un violonchelo y pidió a su madre que le comprara un instrumento "como aquél". Su madre atendió a su demanda, y al año siguiente la niña entraba en la London Violoncello School, donde sus excepcionales aptitudes muy pronto se pondrían de manifiesto.
Ejercía de joven, respiraba juventud por los poros de la piel: la fuerza, el temperamento, la libertad, la expresividad y, por encima de todo, esa sonrisa resplandeciente que lucía en sus recitales y conciertos y que le valieron el apodo de Smiley -el célebre icono de la cara amarilla, creado en 1963 por el diseñador gráfico Harvey Ball-, todo en ella remitía a frescura, rebeldía, desinhibición.
Jacqueline du Pré ha sido también un icono asociado a la liberación de la mujer. No es que ella fuera especialmente militante, pero pocas mujeres antes de su llegada se habían dedicado al violonchelo, por excelencia la voz masculina de la orquesta. Junto con Natalia Gutman, fue la responsable de que los conservatorios de la década de los setenta se llenaran de chicas dedicadas a este instrumento. Du Pré fue una mujer de su época, llevaba minifalda y vestidos floreados al estilo hippy. Y reía, todo el tiempo reía: la seriedad asociada a la música culta se derretía en sus proximidades.
Tampoco creía en que la vida se reducía solo a practicar su instrumento. Ella siempre dijo que mantenía otros intereses, más allá de la música, y que su objetivo en esta vida era ser feliz. Zubin Mehta, director de orquesta nacido en Bombay, India, la comparó con un caballo salvaje que corre por las colinas del sur de Inglaterra. Esa imagen de libertad e independencia acompañó a Du Pré a lo largo de su demasiado breve carrera artística.
"No daba lo que el público esperaba. Se daba ella misma", explica Zubin Mehta.
y cuenta:
Recientemente yo estaba conduciendo el Elgar Concierto (La pieza más representativa de Jacqueline) en New York. Al llegar al final del movimiento no pude dirigir más. El cellista me miró y dijo: ¿Estás pensando en ella, no? Sí, le contesté. El pensamiento de Jackie tocando para mí en Londres por última vez en 1973 me llenó de tristeza hasta el punto de saber que nunca podría volver a tocar el Elgar otra vez. No hay nadie como Jacky y nadie puede reemplazarla. No hay nada más que yo pueda decir. No hay nada más que decir. Zubin Mehta, 1988.
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