Ayer tuve una regresión que me trajo una inmensa felicidad. Estaba en el jardín con mis nietos, con Rafaela y Alejandro, en cierto momento nos sentamos en el suelo y empezamos a jugar con tierra sintiendo la delicia de la textura en nuestra manos. Totalmente abstraídos del mundo, nos dedicamos a contruir una torre que convertimos en castillo, Tango, nuestro adorado Fox terrier (experto en hacer huecos) nos enseñó como había que tirar la tierra hacia los lados. Usamos instrumentos para alisar, cavar, presionar la tierra.
Yo volví a tener cuatro, cinco años y me transporté a los jardines de mi infancia en los que tan feliz había sido. Queríamos seguir y seguir jugado y quien sabe terminar así:Que no vean mis hijos este post y menos los hijos políticos, se preguntarán qué clase de abuela soy. Pero miren la cara de dicha de la niña en el charco. Dejaremos esa experiencia para el verano.
Una abuela con alma joven quizas, ademas de valiente.
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