domingo, 4 de agosto de 2013

La muerte del Padre, libro por buscar


Lo recomienda Mariana de Althaus y claro que una tiene ganas de leerlo. Encuentro este comentario que tambien cuelgo para animarlos a buscar como yo el libro.

“Escribir es sacar de las sombras lo que sabemos”, afirma Karl Ove Knausgård en este primer tomo de sus escritos autobiográficos. Es decir, arrojar luz sobre aquello que el escritor considera digno de ser comunicado, o afrontar lo que, oculto o camuflado, ejerce tal influencia sobre el autor que se hace conveniente la catarsis que un completo ejercicio de memoria proporciona.

Aquí el proustiano sabor a magdalena evocadora lo encuentra Knausgård en su costumbre de visualizar rostros en los dibujos de la solería, práctica incontrolada que le lleva a recordar un episodio de este tipo en su infancia, detonante de la narración. Según parece, este extendido hábito se debe a la importancia que, para el recién nacido, tiene la amable presencia de los rostros de sus progenitores. Y es ante el de su padre que, un ya crecido narrador, aún permanece vigilante y temeroso, intentando reconocer en su expresión indicios del afecto que reclama y no percibe.

Y si la figura del padre es un factor determinante en la formación psicológica de cualquier niño, con mayor motivo lo será para los que tengan que sufrir las exigencias, los desprecios, o simplemente la frialdad de aquel a quien desean agradar a toda costa. Si además ese padre se distancia de su familia y acaba usando el alcohol para destruirse de la forma más brutal, comprenderemos la necesidad de conjurar fantasmas mediante un rito purificador, liturgia que toma cuerpo en el libro a través de la minuciosa limpieza que el autor y su hermano llevan a cabo en la casa de la abuela, donde acaba de morir el padre.

Una casa que se erige en símbolo de la mente del narrador, dotando de sentido la reparación diligente de la bíblica destrucción organizada por el padre, y el empeño en realizar el funeral en ella, en alusión a la necesaria interiorización de la pérdida.

Pero el texto también contiene otros recuerdos de infancia y adolescencia que provocan en el lector una conveniente empatía, y al que quizás permitan reconocerse en el relato de las primeras aproximaciones al alcohol o de los primeros y torpes escarceos amorosos; en las frustradas veleidades musicales o en esos atormentados sentimientos que tanto llevan a temer la exclusión como a recrearse en la idea de ser alguien especial. Aunque también podemos compartir la imagen del porfiado lector de autores de vanguardia que compensa la provisional incomprensión de sus textos con el prestigio que el conocimiento de los mismos proporciona; o el rechazo visceral ante la presencia de un padre ataviado con prendas y actitudes que suponen, para el hijo, un intrusismo en una juventud que ya no le pertenece. Y, por supuesto, asistiremos al vigoroso estallido simultáneo de la primavera y del primer amor, porque “las emociones son como el agua, se configuran siempre según el entorno”.

Un texto, pues, evocador y de lectura fácil, en el que se imponen emociones como el dolor de la madre por la imparable degradación del hijo, o el sentimiento de liberación de unos hijos ante la definitiva desaparición del padre. El relato de unos hechos que necesitan ser fijados para poder ser comprendidos y, finalmente, asimilados.

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