domingo, 25 de agosto de 2013

La peluquería y Corín Tellado


Mi amiga Carmen Rico Coira me envía este texto que nos lleva al mundo de los recuerdos.



17 de agosto de 2013

Creo que aún no sabía leer cuando iba con mi madre a la peluquería de Nieves, en la buhardilla de la casa de Jato. Ella se hacía la permanente, tratando de rizar los pelos indómitos que yo heredé y a mi me cortaban entre llantos mi melena lacia peinada con raya al medio al mejor estilo chica coca-cola y yeyé...
Mi madre, siempre tratando de sacarme los pelos de delante, que me "comían "la cara", decía y yo dejando bien patente desde siempre mi intención de hacer lo que me diera la gana .
Decirle peluquería, ahora sonaría bien pretencioso...pero lo era, vaya si lo era. Un lavacabezas, que desaguaba para un cubo, y que desaguaba a su vez por un water a cada poco Marilín, la hija de la peluquera ó alguna clienta de confianza...
Marilín! Que nombre! Como me hubiera gustado llamarme así, ó Mónica ó Casandra...ó de cualquier forma que me distinguiera de la masa que nos llamábamos Cármenes, Pilis Anas ,Isabeles...por supuesto precedidos de María ó Mari para más inri...
Odiaba ir a la peluquería aquella donde me tiraban del pelo y donde me hacían unos cortes imposibles que poco tenían que ver con los que sugería mi madre y que estaban en un sobado muestrario de la peluquera y que al final no se parecían ni un poco al de aquellos querubines rubios con bucles de las fotos.
También había un objeto diabólico donde metían la cabeza de las mujeres , llena de pequeños rulos y pinzas metálicas y que llamaban secador, y que era una especie de casco que emitía un calor y un ruído infernal.
Mucho tiempo después, cuando me hicieron un electroencefalograma, me vino el recuerdo del "secador de Nieves".
Pero la peluquería tenía sus cosas buenas también... Un televisor en la cocina... También sus misterios, las lecturas de mujeres que no tuve a mano en otro sitio nunca y que allí en el fragor de la batalla, quedaba a mi disposición...
Se trataba de una colección de fotonovelas manoseadas y viejas, mil veces miradas por las madres y que yo habilmente sacaba para la cocina de Nieves, disimulando con lo de la tele... y me ponía ciega con esas historias de amor que no leía poque no sabía, pero que intuìa en aquellas parejas de miradas lánguidas.
Parejas caminando por los parques, cogidas de la mano... Chicas que vestían pantalones, algunas incluso vaqueros . Otras que fumaban... Raramente se besaban las parejas, pero a veces el chico conseguía dar un besito en la esquina de los labios cuando ella retiraba timidamente la cabeza... Ellos, a veces bajaban de coches rojos y largos por delante y por detrás, no como el seat 600 que era el único en que yo me habīa subido y que era redondo como un huevo y de un triste color gris como una tarde de invierno.
Aquellas mujeres de las fotos me parecían misteriosas y modernas, nada parecidas a las que pasaban por la ronda ni por la muralla, todo mi universo infantil. Y yo soñaba con ser así, aquello me parecía la libertad... ¡Que cosas!
Alguien una vez me leyó una... La chica se llamaba Carol y el chico Gustavo... Tan guapos! Los recuerdo a ambos perfectamente...
Todas aquellas maravillosas historias las escribía alguien que se llamaba Corín Tellado. El nombre también se las traía... Del tipo Marilyn!
Que negro tenía que ser aquel mundo para que una niña asociara las fotonovelas y su autora con la modernidad.
La tal Corin creo que vendió novelas como nadie, también las hizo sin fotos... Cientos de ellas, todas de corte romántico o arromanticado más bien. De esas ya no recuerdo si leí alguna vez.Era otra época, cuando en los veranos ya leía las de mis primos, mucho mayores que yo, y más brutos también y es que ellos freferían el género del oeste y yo leía las que caían en mis manos... Aunque nunca me interesaron especialmente, pero en Candia era leer eso ó nada. Pues eso.
Cuando ya de mayor leí una entrevista y vi fotos de la tal Corín Tellado. ¡Que chasco! Ni era interesante, ni moderna, ni libre, ni nada de nada...más bien era un personaje rancio y empalagoso .Como el mismo país...y yo sin saberlo.

Cuando Santiago nos invitó a su casa de Viavelez en Asturias, nunca había oído ni mencionar el pueblo, pero ya el nombre me gustó...y no me puedo creer que pasara de largo tantas veces sin reparar que allí tan cerca de Ribadeo, en mi mismo mar, a solo unos pocos kilómetros de la frontera de Asturias, quede todavía un lugar así de auténtico.
Es un pueblito de pescadores...en realidad son una serie de casas dispersas por la colina en torno a un pequeño puerto. Por el medio de las casas construidas más ó menos donde cada uno pudo, la modernidad puso piedra donde antes solo había tierra. Las casas , cada una hecha con la lógica de su dueño. Una delante, otra detrás. Todas con hortensias de mil colores, buganvillas y menta. Pequeños huertos en cualquier rincón y limoneros que perfuman la mañana.
En la pequeña llanura está el palacio de los indianos que dotaron de escuela al pueblo en el esplendor de su prosperidad. Un enorme muro de piedra separa la gran casa del resto del mundo y por encima asoman especies exóticas y las imprescindibles palmeras. Rodean la propiedad pequeñas casas de colores. Casas de vacaciones, que no de turistas...de aquellos que algún día marcharon a las minas ó más lejos.
El día es tan azul que todo luce y reluce al sol, pero en la abrupta bajada al puerto es fácil imaginar como puede ser un invierno en Viavelez, como el temporal puede dibujar la personalidad de los vecinos y lo dura que podía ser la vida en esa montaña que desciende en pequeños huertos verdes hasta el mar.
Las calles serpentean hasta el rincón que abriga a los barcos y de vez en cuando el mar esmeralda se cuela por algún hueco . Otra vez, empinadas escaleras de piedra y cubiertas de musgo incluso en agosto te conducen a un pequeño embarcadero y al doblar una esquina, un pomposo cartel te dice que esa es la Calle de Corín Tellado, aquella mujer que con cara de amargada escribió y soñó historias de amor desde esta hermosa atalaya.
Alguien me cuenta que la novelista renegó de su pueblo y obvió sus orígenes marineros y modestos, pero aún así un alcalde quiso darle brillo poniéndo su nombre a una calle.
Hasta no hace mucho había dos ó tres bares y la típica tienda de comestibles y taberna en el puerto. Ahora solo queda un local con restaurante y terraza que solo abre un mes en verano porque ya casi no queda gente en Viavelez.

Algún día volveré y me bañaré de nuevo en su playa de canto rodado y agua fría, en una hermosa ensenada a la sombra de un acantilado donde crecen retorcidos los pinos. Y en el medio del mar más doméstico y próximo, en un paisaje entre surrealista y prehistórico, pequeños islotes verdes ocultan a veces, los sueños del viejo que cada mañana sigue saliendo a pescar.

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