Estuve ahí, en ese templo, en Tokio, con mi hermano Javier.
Hay que sacarse los zapatos, mientras se hace la cola hay que ir preparándose a meditar. Sentarse frente a esta jardín y contemplar las piedras, la arena, el árbol y luego dirigir la contemplación hacia nuestro centro, al lugar en donde tenemos escondida el alma, el pájaro que aletea en silencio y tratar de respirar despacio, inhalando, reteniendo, exhalando, dejando que la sabiduría de la naturaleza penetre en nosotros y nos haga más sabios o valientes, más dulces o tolerantes, más serviciales o más amantes de la belleza, la simplicidad y la verdad.
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