sábado, 15 de noviembre de 2014

Mujer estrella, un cuento mío

                                           Mujer estrella


 


Ese día Próxima Centauri se sintió más cercana al sol que nunca. Había aceptado ser una mujer durante un tiempo, pero al cabo de unos años, tras su muerte, deseaba ser otra vez esa estrella roja que brilla allá en lo infinito.  Anhelaba estar en medio del universo  girando sobre sí misma, reflejando la luz de otros astros, iluminando con la propia a quienes se cruzaran a su paso.  No había confesado a nadie que era una estrella, estaba segura que nadie le creería.

¿Cómo demostrar que antes, no hacía mucho, en el mundo lejano del que venía, en el que no hay manera de medir el tiempo, yo era una estrella?

La vida es así, se dijo, eres algo durante  un tiempo, y luego te transformas.  Ahora soy estrella  y será conveniente olvidar mi antiguo estado y concentrarme en ser lo que me toca ser.

 Lo del psicólogo no iba a funcionar. El había sido tosco con ella preguntándole sin la menor delicadeza:

¿Y tú quien eres?

¿Qué pretendía que le respondiese?  ¿Qué desean las personas cuando precisan, cuando quieren que marque una raya y diga: hasta acá llego yo, esto soy y en esto creo?  Pretenden que me defina, que me pronuncie, y a pesar de pregonar que son liberales a ultranza, si una se manifiesta distinta al arquetipo de mujer que han fabricado en sus cabezas, te desprecian.  Es tan incómodo tener que defenderse, dar explicaciones, retroceder tus afirmaciones cuando vas leyendo en sus rostros su condena.

Soy una mujer que busca desesperadamente la manera de ordenarse, le dije.

Y él abrió un poco los labios y los fue estirando lentamente en una sonrisa pequeña sintiendo que me había vencido, que era más inteligente y fuerte que yo, que era él quien manejaba aquella conversación.

Ajá, dijo, ¿Por qué desesperadamente?

Guardé silencio. No tenía la menor idea.

El desesperado es un enfermo de muerte, me dijo.

¿Estaba enferma? ¿Qué síntomas había descubierto tan pronto en mí como para anunciar mi cercana muerte?

Con la mano izquierda me toqué el pulso y lo sentí galopar, había conseguido asustarme. 

Sí, deseaba desesperadamente ordenarme, saber qué hacer con mi tiempo, entender el origen de las cosas, poder disfrutar de la belleza de las horas en las que no había nadie. ¿Desear estar a solas era un síntoma?

¿Qué deseas poner en orden?

No quise contarle que me había pasado mi vida ordenando. Las pequeñas piedras que recogía  y lavaba para que brillasen y luego ordenaba por tamaño, otras según el color, porque había piedras de un plomo casi negro y plomas tenues y plomas blancas. Me gustaba tenerlas entre las manos y mezclarlas, cerrar los ojos y esparcirlas para ver el orden en el que caían. El orden se iba inventando a cada momento, no era algo rígido, no se dejaba atrapar, por eso es que me desesperaba, porque no existían leyes, tenía que ir creándolas conforme cambiaba aquello que iba rodeándome.

Soy una estrella recién descubierta, quise decirle, pero callé.  Soy más hermosa que Canopus,  que Alfa, que Sirius, más brillante que Vega. Eso es lo que soy. Me llamo Próxima y ahora estoy encarnada en el cuerpo de una mujer, no vaya a creer que es fácil contener la energía que arrastro desde el firmamento que siempre está deseando esparcirse, volar, ser fuego, incendio, arder en el infinito y ser vista en todos los confines del universo.

La hora de la sesión  se estaba acabando, decidí permanecer en silencio hasta que el reloj diese las doce en punto. Ya había aprendido que si yo no hablaba, él también guardaba silencio, se quedaba mudo mirándome y yo bajaba los ojos temiendo herirlo con la furia que había ido acumulando en mi interior, conteniendo mis ojos que deseaban rasgarse para que escapase el fuego que me mantenía viva y en pie.

 

Ahora está en la etapa de estrella, dijo mi esposo a Joaquín, su gran amigo y compañero de trabajo. No sé qué hacer con ella, desvaría, inventa, porfía, debería internarla, someterla a tratamientos de shock , que le den pastillas que le permitan ver el mundo tal cual es y que el rojo sea para ella rojo y el verde, verde.

¿Etapa de estrella? Preguntó extrañado Joaquín.

Dice que es una estrella encarnada en una mujer.

Al menos es imaginativa.

Es maravillosa, eso es lo terrible, que así como es, me tiene prisionero, quiero estar a su lado, cuidarla, explicarle, ayudarla. Ha conseguido un telescopio, pasa las horas en vela, mirando el cielo.

Soy astrónoma, dice, alcanzo a ver a mis hermanas, insiste, y me cuenta lo maravilloso que es estar allá en el firmamento escuchando la hermosa música que se produce con el movimiento delicado de los astros.  Ella no quiere saber nada de mí, no se deja ni tocar, dice que espera a un tal Massimo, que es con él con quien desea intercambiar palabras de amor, quien despertará su pasión, a quien adorará tocar su piel.

¿Y quién es Massimo?

Solo existe en su mente. Todo está en esa mente que no descansa jamás. Se inventa mundos, dice que la habitan varias mujeres. A veces somos tres, me dice, como las tres Marías, como las tres Gracias, tres musas, tres personas distintas y ninguna verdadera. A veces la habita una multitud. ¿Qué puedo hacer?
 
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Anoche me estuvo hablando sobre la muerte de un chino.

¿Recuerdas al doctor Fang? Había prometido adelgazarme, lo visitaba periódicamente y él me daba infusiones y pastillas inocuas. Imagínate que esta mañana lo encontraron muerto. Lo leí en el periódico. Lo ha matado la banda del dragón rojo, parece que tenía una deuda de juego. Me caía simpático el chinito sonriente que me pedía paciencia ante mi apuro por adelgazar. ¡Quién podía imaginar que moriría a manos de alguno de los miembros de esa banda asesina! Ya lo enterraron, no está más, no existe, como moriremos todos algún día, más temprano que tarde.  Si cierro los ojos puedo ver al chinito con su sonrisa diciendo: Paciencia, señola, paciencia.

Que yo sepa jamás ha ido a tratarse con un médico chino, pero ahora me pregunto: ¿Qué sé de ella? ¿Qué sabemos de nuestra pareja, adónde va, con quién se ve, en donde está en ese momento en el que la imagino visitando a su hermana? ¿Me oculta sus pensamientos, sueños y deseos? ¿Quién es ella? Ya le he perdido la pista.  No puedo interrumpirla. Las pocas veces que me  dirige la palabra, presto mucha atención, la miro a los ojos, y gesticulo exagerado como para que vea que sigo cada una de sus palabras, que deseo comprenderla, que lo que le sucede, me importa. No se me ocurre pedirle el periódico para ver la foto del chino muerto, ni la busco más tarde, sé que nada es cierto, todo lo inventa, ella está durante todo el tiempo sacando mundos de debajo de la manga,  inventando personajes, situaciones, tensiones, mentiras.
Voy a buscar las pastillas que me dio el doctor Fang, me dijo, no me sirven para nada, las tiraré a la basura, imagínate, hacerle caso a alguien como él, a un extraño que ahora está muerto.
Próxima, le dije, teniendo miedo de que hubiese cambiado de nombre.
¿Sí?
Te quiero mucho. Y ella se levantó y apuró el paso alejándose sin responderme nada, ni un gesto.

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Tuve que contarle que era una estrella. No podía permanecer con el secreto estrujándome el pecho. Pensé que si le decía que soy una estrella,  tal vez me entendería, y dejaría de estar queriendo que sea lo que no soy.

Hay días en los que no tengo fuerzas para hacer nada, quisiera permanecer todo el día en cama, que nadie me interrumpa, que nadie venga a verme ni me pida nada, poder imaginar que no existo, que no pienso, que no sueño. Estar tranquilamente sentada sin hacer nada.

El me sigue la corriente. Es un juego extraño el que tenemos, yo ocultándole lo que me pasa, él haciéndose el que me entiende, él que me cree. Debe pensar que estoy loca. Lo de las tres personas distintas le pareció un absurdo.  Puso esa cara inexpresiva que usa cuando no tiene dentro de su mente alguna idea anterior con la que pueda relacionar lo que le estoy diciendo. Hablamos otro lenguaje.  Definitivamente no me queda más que esperar a Massimo. Voy a ponerle un nombre completo. Se llamará Massimo Onfiano.

Cuando me convertí en mujer, pusieron en mi mente una historia, unos recuerdos, los siento como míos  pero en el fondo no me pertenecen. ¿Cómo podría haber conocido a esas personas si yo era una estrella? ¿Si mi vida solo era permanecer ahí sintiéndome parte de algo infinitamente grande, algo que todo lo envuelve, que todo lo ampara, que todo lo calienta, que todo lo ama con su infinito y fabuloso ser? Massimo deberá parecerse a ese ser al que añoro, al que pertenezco y del que me he desprendido solo por corto tiempo.

 
 

Ilustración de  Christian Schloe es un talentoso artista austriaco cuyo trabajo incluye el arte digital, la pintura, la ilustración y la fotografía.
Como él dice: "Cualquier cosa puede suceder en un mundo que contiene tanta belleza."

Ilustración de Jorge López JOLO.

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