viernes, 4 de noviembre de 2016

Rodolfo Hinostroza, poeta

                              


ECLIPSE

Un sol negro semejante
A la premonición del desastre. Un sol muerto
Robando las plegarias de los campesinos ojerosos.
Un sol ajeno a todo lo que habíamos conocido
Hasta entonces
A todo lo que habíamos sufrido hasta entonces.

Éste es el sol que ha descendido sobre nuestras
ciudades. Ha
Agotado a las doncellas. Ha roto de un hachazo
Las gruesas mesas de madera y los toneles
De vino espeso como sangre de gallo. Ha tensado
Los mares y los ríos. Ha cortado la leche
De las madres primerizas. Ha revelado
A los bachilleres sudorosos
Que hay una espera completamente sobria
De lo inevitable,
Fría como el rodar de las esferas celestes.
Todo está ahora detenido. No obstante
Hay como el ruido de cubiertos en una larga sobremesa.

Y bufones huidizos, bufones
De orejas puntiagudas
Soportando en sus jorobas las secas maldiciones.


AL FATIGADO

El que está sobrio
Vuélvese a la madera de los sueños. Ya ha conocido
El olor del catafalco, ya ha madurado a la luz de la luna,
Ya ha interrogado a las largas túnicas de los peregrinos.

Vuelve a no saber nada el que está sobrio

Sabe que el mundo gira y que florecen
Huesos putrefactos. Sabe que se repite el ciclo de las
Estaciones
Y que las estrellas cambian de lugar. No sabe nada
El que está sobrio.

                    No obstante
Ha entrado en los burdeles de mirra y de cal viva,
Ha lavado las pústulas a aquel que fuera herido en su
presencia,
Ha ganado dineros y ya son varias las veces
Que ha embarazado a su mujer.

                (Un cielo de azucenas
por todo lo perdido. Las amistades fieles por todo lo
perdido,
las grandes mesas, los manteles largos y la cuchillería
por todo lo perdido. La solidez del cuerpo por todo lo
perdido.)

El que está sobrio y permanece fiel a sus medidas
Contra el ocio y los sucesos feos como pinzas de cangrejo,
Hoy ha encontrado que no sabe nada
Y que tampoco sabemos más que él los desgraciados.

                    Bebe
Trozos de luna, espanta a los mosquitos de colores
Y penetra en la alcoba brillando como un río.



                                Maresmer ver
                              desmeral dar
                              dar
                              ver
                              verd
                              verd smerald

                              Visio smaragdina. Juan Eduardo Cirlot





Un manto de materia verde cubre la montaña.
Verde, verde y verde. La alternancia con el rojo
y la rosa que abre entre hojas verdes, el verde helecho arborescente
y la verde piel del lagarto puntiagudo. Un viaje al centro del color verde
con un cuerpo nuevo, relámpago de la tierra que muestra su tesoro,
una savia resbaladiza que todo lo inunda, bella,
pero no hay forma de poderla tocar aunque los dedos
corren hacia el grueso fuego verde de la esmeralda.
La complementariedad entre hombre y mujer,
el hombre rojo y verde, la mujer roja y verde, todo es impulso
en el equilibrio entre vida y naturaleza virginal.
La divina providencia tiene su color en el extremo del mundo
donde decae la flora, el cielo y la tierra
a igual distancia de la superficie
donde lo invisible se vuelve la causa más buscada,
el color de la revelación más esperada.
La luz del espíritu de los alquimistas, luz oculta
en lucha contra las tinieblas.
El camino intenso hacia el peso de la cosecha
de hojas verdes, tallos verdes, bosques verdes,
dominio inescrutable donde lavar la sangre de la herida.

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